Salvador López Arnal ha dado a la luz el libro Entre clásicos, Manuel Sacristán y la obra política-filosófica de György Lukács (La Oveja Roja, 2012, publicada en colaboración con la Fundación de Investigaciones Marxistas), en cuya página editorial reza «Tanto el autor como el editor de este libro permiten y alientan la reproducción y difusión […]
Salvador López Arnal ha dado a la luz el libro Entre clásicos, Manuel Sacristán y la obra política-filosófica de György Lukács (La Oveja Roja, 2012, publicada en colaboración con la Fundación de Investigaciones Marxistas), en cuya página editorial reza «Tanto el autor como el editor de este libro permiten y alientan la reproducción y difusión de esta obra, independientemente de los medios técnicos por los que se realice, siempre que se cite al autor y edición original». Lo cual no me extraña nada del amigo Salvador y no me sorprende de la editorial, que la oveja roja entre ovejas negras es al garbanzo negro entre los rosos por la rareza, pero no por lo menospreciativo o despectivo.
Salvador es, entre los que conozco, el que sabe con mayor nivel de detalle la vida y obra del gran pensador y maestro nuestro Manuel Sacristán Luzón. De su generosidad y entrega a la vida y la obra de Sacristán hemos tenido frutos diversos, encaminados a divulgarla con rigor y profundidad, escudriñando en los archivos, recopilando materiales, etc. Es apropiado botón de muestra, por su contenido filosófico, el libro Sobre dialéctica, Manuel Sacristán, edición de Salvador López Arnal, cuyo comentario hice en SYN@PSIS Nº 44 (enero-febrero 2010). No es labor nada fácil la que hace Salvador juntando retazos, extrayendo puntuales referencias y enmarcándolas en una trayectoria vital sin salirse del objeto de estudio, pues fue Sacristán profundamente estudioso, pero no autor prolijo por diversas razones, siendo una de ellas mencionada en este libro, que su tarea de traductor ya le obligaba a escribir mucho de lo que otros habían escrito. Salvador confiere una unidad a lo disperso y podríamos decir que lo logra pasando de puntillas para no herir el texto de Sacristán en el que se apoya a cada paso, para que su interpretación no vaya más allá de hilo conductor que guíe al lector, y que sea este quien corrobore la veracidad o acierto interpretativo, es como si le acompañara en el paseo y hablara lo justo para que el silencio meditativo no significase ausencia o desinterés, y, sin embargo, nos presenta los contenidos, a veces reiteradamente desde diversos ángulos hasta conformar un todo. Es un estilo, un arte. Si se mira en frío, puede decirse que se asemeja a un cuaderno de trabajo intelectual, pero sería parca la mirada.
El título refiere el contenido, pero merece acabar de circunscribirlo. El libro versa sobre la labor de Sacristán en torno a Lukács, principalmente de traducción de sus obras para Grijalbo, de presentación del autor, de la obra en los libros y de su difusión en textos y conferencias, fruto de un estudio pormenorizado y enmarcado en la filosofía en general y en el marxismo como dialéctica en particular. Por esta vía, nos introducimos en las ideas de Lukács de la mano del más profundo conocedor en España (tal vez en Europa) de la obra de Marx, pero el libro no versa propiamente hablando sobre la obra del uno ni del otro. El lector hallará interesantes aspectos de la labor traductora de Sacristán (faceta menor del libro, pero que se utiliza como guía), reflexiones en torno al marxismo (obligadas por ser ambos clásicos de esta corriente, tanto el uno como el otro, y dejando claro Sacristán que él no era filosóficamente muy lukácsiano, «sino todo lo contrario», p. 141), extendiéndose hasta el marxismo y filosofar de Lenin; también encontrará el lector comentarios de las diversas obras de Lukács, de sus vicisitudes editoriales en lengua española, así como amplias referencias a su contenido y cómo lo enjuició Sacristán en la evolución del pensamiento de aquél a la luz del desarrollo de la filosofía y del marxismo instituido en la Unión Soviética y en los Países del Este, habiendo sido aquél dirigente cultural en época estalinista (escribe Salvador López Arnal que «El revolucionario húngaro había creído realmente en esa política cultural, por mucho que condenara »desde el primer momento los vicios más característicos de sus resultados» -p. 158), pretendiendo la renovación del pensamiento marxista. Y no le faltará la referencia a diversas obras de Sacristán, de donde se extraen sus posiciones filosóficas, emancipadoras y de compromiso político. Lo escrito por Manuel Sacristán con motivo de la publicación, bajo su dirección, del volumen VIII de las Obras Completas de Lukács por Grijalbo, nos sirve de referencia de los ámbitos de interés (y sólo eso) que podemos hallar en el libro que comentamos: «como documento imprescindible de la historia de las ideas literarias del siglo, de la historia de la cultura comunista marxista, o incluso como documento de la historia de la III Internacional.» (p. 154)
Cada uno sigue su vida y destila las consecuencias de su experiencia. El Manuel Sacristán político y militante, no es el que me interesa a mí, que tuve la inmensa suerte (como otros la tuvieron) de sentir su influjo epistemológico, su rigor científico, que siempre reivindico al margen de las derivas políticas que surgen de la comprensión que cada uno se forja respecto de la condición humana; de ahí que pueda decir que a mí el capítulo XVII («Observaciones sobre textos juveniles«, pp. 161 a 176) no me ha interesado, aunque pueda ser del agrado de quienes persisten en debatir minuciosamente los tópicos revolucionarios basados en el marxismo y en el leninismo. A fin de cuentas, queda bien claro en qué podría acabar la dictadura del proletariado, en una dictadura sobre el proletariado mismo (p. 169). El poder, se diga lo que se diga para forjar la ilusión marxista-leninista, no lo toma el proletariado, lo toman personas con todas sus consecuencias, la mediación del partido es pura y llanamente una forma aparente interpuesta.
También en Lúkacs hay un acción militante que no me interesa, una pugna consigo mismo por alumbrar ideas emancipadoras vinculándolas al marxismo («El establecer la reforma del hombre como objetivo central significaría una nueva fase del marxismo», recoge Salvador López Arnal citando a G. Lukács en p. 150, o su nuevo enfoque del concepto de alienación, vinculándolo al consumo). Entiende el marxismo como filosofía universal, frente a la concepción de Manuel Sacristán, según la cual «el marxismo debe entenderse como otro tipo de hacer intelectual [distinto de la filosofía], a saber, como la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano» (nota al pie nº 51, p. 65), que me parece muy acertada alejándola de la ciencia y de la misma filosofía, y que puede redondearse con su respuesta a cuál era el genero literario al que adscribir la obra de Marx: «[…] fundamentar y formular racionalmente un proyecto de transformación de la sociedad. Esta especial ocupación −que acaso pudiera llamarse »praxeología, de fundamentación científica de una práctica»− es el »género literario» bajo el cual caen todas las obras de madurez de Marx, y hasta una gran parte de su epistolario». (p. 71).
Mas, ¿cuál es el cuerpo central de la obra de Lukács? La respuesta, de la mano de Manuel Sacristán: «La vinculación de los problemas estéticos con los generales del marxismo (de la concepción del marxismo por el autor) da razón de la mayor parte de la producción de Lukács.» (p. 154). De ello da cuenta el proyecto de la edición castellana de Manuel Sacristán de las Obras Completas de Georg Lukács, en XXV volúmenes, de los que Grijalbo, sólo acabó publicando catorce (Véase el Anexo 2 del libro). Al decir de Lucien Goldman y refrendado por Sacristán, «probablemente con El alma y las formas [de Lukács] comienza en Europa el renacimiento filosófico subsiguiente a la primera guerra mundial, posteriormente llamado existencialismo». (p. 139).
Señalemos, para rematar, un logro al final del camino: la construcción definitiva del concepto lukácsiano de realismo y del que Sacristán añadía: «Su concepto de racionalidad, que era bastante bonito desde el punto de vista marxista −no digo que sea el único posible dentro de un pensamiento marxista pero tenía mucha calidad−, era concebir la racionalidad de una acción por su compatibilidad con la producción y reproducción de la sociedad humana; es decir, algo es racional cuando encaja bien en la reproducción de la especie en la sociedad, cuando enlaza con el trabajo, con el trabajo útil, con el trabajo productivo. Eso lo mantiene también en su vejez, pero añade un rasgo que antes no tenía, es uno de sus principales cambios a finales de los años sesenta. Deja de creer la tesis de Hegel según la cual todo lo real es racional, la tesis según la cual el mundo es racional, y pasa a pensar que la racionalidad es algo que los humanos imprimen al mundo, a su mundo social, o no lo imprimen». (p. 203).
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