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El verbo de la unanimidad

Fuentes: Rebelión

«(No me gusta) la unanimidad sacerdotal, clerical, de los comunistas. Siempre he sido de izquierda y no me iba a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas, entonces me hice trotskista. Lo que pasa que luego, cuando estuve entre los trotskistas, tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas, y terminé […]


«(No me gusta) la unanimidad sacerdotal, clerical, de los comunistas. Siempre he sido de izquierda y no me iba a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas, entonces me hice trotskista. Lo que pasa que luego, cuando estuve entre los trotskistas, tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas, y terminé siendo anarquista […]. Ya en España encontré muchos anarquistas y empecé a dejar de ser anarquista. La unanimidad me jode muchísimo». Roberto Bolaño.

La forma como el poder impone su versión de la realidad ha ido mutando a través del tiempo. Lo que antes instauraban por la fuerza, hoy, cada vez con más puntería, lo hacen con el verbo. Hacia finales del siglo XX todavía era posible exponer, con cierto margen de espacio, tu perspectiva de la realidad. Hoy, en la segundad mitad de un nuevo siglo saturado de mecanismos de información, el discurso de la unanimidad aplasta la particularidad de cada existencia.

La construcción de un «pensamiento único», diseñado por clanes, cuyo objetivo es imponer un guión (financiero) a la totalidad del planeta, en el desarrollo de la trama ha ideado un traje a la medida de cada historia. En la actualidad, en medio de circunstancias que parecen sacadas de una mediocre tragedia, ese guión opera como una franquicia accesible a cualquier poder que la quiera usar, en «sana paz», en «su pedazo de tierra». Siempre que respete, en la práctica más que en el verbo, a los dueños de la marca. Cada país, a su manera, está siendo víctima del discurso de la unanimidad. Una clase de fundamentalismo que pregona la «defensa» de la opinión de las mayorías se ha convertido en una especie de «tribunal invisible de la verdad». No son necesarias las prohibiciones directas, las normas que antes te ensañaban tus padres ahora te las inculca el gobierno. A falta de padres distintos, las mismas normas para todos los hijos. No hay matices que valgan, ya el relato contiene el perfil tanto del dios como del diablo que protagonizan la historia. Los cómplices de la caricatura de guerra (hasta las polarizaciones se inventan) se han puesto de acuerdo para anunciar la «buena nueva»: por fin, después de tanta diatriba, se ha conseguido el gusto exacto de las mayorías (A cambio de silenciar la voz única de cada persona). ¿Pensara alguien que existe una forma más perfecta de consolidar la autocensura?

La franquicia del verbo de la unanimidad, como toda franquicia, carece de ideología. Igual la pueden adquirir gobiernos de derecha y de izquierda. Lo que sigue es la alteración de los significados y el saqueo de los contenidos. Se trata de gobernar por encima del ruido que perturba la cotidianidad de las mayorías. Si desde siempre para la filosofía fue más importante las preguntas que las respuestas, ahora, gracias al «traje de la realidad a la medida», la resignación no necesita ni de preguntas ni de respuestas. Habría que profundizar en las formas cómo cada (verdadera) oposición está cuestionando la realidad de su país, pues el entramado de la franquicia es más complejo de lo que a simple vista parece (y la honestidad muchas veces no sabe para quién trabaja). Desde el verbo esta forma de poder impone todas las reglas de su realidad (Se cambia el sentido de las palabras y se retrae -tanto como se dispersa- la interpretación). Mercado, capitalismo, socialismo, derecha, izquierda, revuelta, reformismo, revolución. Todas las palabras son válidas para ejecutar el mismo sistema. El orden de los factores no altera los resultados. Gana el poder y pierde el pueblo.

La confusión de los contenidos nos está haciendo perder la perspectiva del camino. No hay mirada, no hay oído. Una extraña detonación nos fragmentó el orden de las cosas. No hay rutas distintas a la ruta que nos dibujaron los dueños de la franquicia. No hay espacio para formar parte de un nuevo intento. Nos hemos extraviado entre las cenizas de la noción masa. El director ordena cada (des) movimiento. La suma de todas las voces podría dar como resultado un terrible grito sin sentido (y la consecuente sordera de los participantes). Una suma sólo tendrá coherencia si se respeta el valor de cada una de sus partes. La nueva inquisición cambió la hoguera por el ruido. Podrás criticar al sistema todo lo que quieras pero igual tu voz se perderá en el carnaval de los (des) contenidos. Serás la bruja que arda en el fuego interno de tu cuestionamiento. El problema de la unanimidad es que desde arriba la controla quien en secreto se sabe diferente. En contrapeso, la subjetividad también se libera desde la distinción de las partes. Ser otro (s), recuperar la mirada, el oído, el ritmo, las sensaciones; el espacio-tiempo. Abrir una (y otra) de las muchas puertas que nos sellan. Ser sujeto en movimiento, el salto de los puntos. No aceptar las paredes invisibles de las circunstancias. Ser un punto en rebelión. Ir en busca del verdadero todo (como un factor más de sus múltiples diferencias).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.