Recomiendo:
0

Comentarios a una sabatina (intempestiva) sobre Francisco Fernández Buey

Fuentes: Rebelión

Gregorio Morán ha dedicado su semanal sabatina -«Queda cancelada la memoria», La Vanguardia, 1 de septiembre- a Francisco Fernández Buey, a quien, señala, trató poco: «No compartíamos más que el pasado; el presente y el futuro nos quedaban muy distantes». El pasado: su militancia en el PCE y en el PSUC. Gracias por el artículo. Unas […]

Gregorio Morán ha dedicado su semanal sabatina -«Queda cancelada la memoria», La Vanguardia, 1 de septiembre- a Francisco Fernández Buey, a quien, señala, trató poco: «No compartíamos más que el pasado; el presente y el futuro nos quedaban muy distantes». El pasado: su militancia en el PCE y en el PSUC.

Gracias por el artículo. Unas breves observaciones.

Inicia su escrito Morán hablando de la memoria. No son buenos tiempos para ella. «En apenas tres meses… hemos llegado a la situación inverosímil de forzarnos a cancelarla. Ni exhibirla ni pasearla, sencillamente retirarla de la circulación». Es posible que sea la edad, prosigue el autor de Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, «pero cada vez tengo más la conciencia de escribir artículos que no me gustan… Pero aquí me encuentro, tratando de escribir sobre un hombre que sufrió, que padeció la soledad del intelectual, aún antes de que tuviera edad de escribir algo más allá de un panfleto y de dirigir una asamblea que le costaría detención, interrogatorios, una mili en forma de deportación al desierto y una distancia cruel con el aparato académico que se las hizo pasar moradas». Morán está hablando, efectivamente, de FFB. Con conocimiento de causa.

Empero, a continuación, GM-Hyde nos regala una de las pullas -con aspiraciones literarias en este caso- a las que nos tiene (mal)acostumbrados, injusta hasta los alrededores de la imprudencia por decirlo suavemente: «Hay que morir en agosto porque es un mes sin días y los amigos siempre encuentran una disculpa para escaquearse«. Fragmento injustificadamente ofensivo y, además, para copiar su estilo, poco brillante. Es posible, señala al final de su sabatina, «que una buena persona este incapacitada para ser un intelectual de fuste, reconozcámoslo». No serlo, no ser buena persona, parece entonces condición necesaria que no suficiente para serlo. Por lo que parece, hay firmes candidatos a esta figura del intelectual con mala leche.

Tras otro paso sobre los intelectuales, Morán afirma que «Paco Fernández Buey era un profesor que correspondía a otro estado de civilización que ha caducado. Igual que le pasó a la memoria». Para volver a él, prosigue el autor de El maestro en el erial, «es menester hacer una finta por necesidades del guión».

El guionista traslada al lector a Spandau y Rudolf Hess (con un recuerdo a las cárceles españolas de la época que «estaban llenas de antifranquistas que obviamente nadie mencionaba y nuestro Paco Fernández Buey, pasaba una mili atroz, como decenas de otros españoles, en África, «barriendo el desierto» [1]) y a la «alucinante historia de Uribetxeberria Bolinaga, militante de ETA». Déjenme que no entre en estos nudos del desarrollo de la sabatina sin ocultar mi desacuerdo con algunas de las afirmaciones de Morán ni con el duro y varonil estilo que usa para explicarlas.

Y tras la finta, cómo seguimos ahora con Paco Fernández Buey, se pregunta GM. Es fácil: recuperemos la memoria. Recomienda para ello un libro «más que interesante para cualquier ciudadano que haya vivido en Catalunya durante los años del cólera». La referencia: Juan-Ramón Capella, Sin Ítaca. Memorias. 1940-1975, Trotta, Madrid, 2011, «una introducción perfecta al mundo en el que vivió, creció y luchó un hombre como Paco Fernández Buey».

Los reproches que él pudiera hacer «a uno y a otro son, a estas alturas de la película, de menor cuantía». El libro de Juan-Ramón Capella «pasó como por ensalmo». ¿Por qué? Quizá, responde el propio Morán, «porque recordaba lo que pocos se atreven a recordar». Ocurre como con el entierro-funeral de Fernández Buey. «El concentró, según sus allegados, 350 personas. Un éxito para los tiempos que corren, pero menos que una asamblea durante los años del cólera». No fueron sólo los allegados de FFB quienes apuntaron ese número de asistentes pero, más allá de eso, la comparación no parece del todo pertinente ni imprescindible, y, hablando de memoria, no parece que la de Morán haya acuñado bien la referencia al número de asistentes a las asambleas «durante los años del cólera». Es cosa sabida que muchas de esas asambleas, para nuestra vergüenza, estuvieron mucho menos concurridas en gran parte de los años de aquel colérico período.

Prosigamos. Morán sostiene que Paco Fernández Buey -de quien valora «la honestidad y la coherencia, dos virtudes, valga la palabra, que consagran a una persona porque son las únicas que nos hacen posibles»- fue muchas cosas: «un profesor voluntarioso, un militante pertinaz, una buena persona», que carecía de sentido del rencor y de venganza. Que FFB fue una machadiana buena persona es cosa sabida y compartida; que fuera militante pertinaz, que no cegado ni cegador, hasta el final de sus días, tampoco permite la controversia; que fuera un profesor voluntarioso exige una aclaración: «voluntarioso» por deseoso, por persona que hizo algo -ser enseñante como a él mismo le gustaba decir- con voluntad y gusto, pero en absoluto voluntarioso en el sentido de caprichoso, de imponer siempre su voluntad. Lejos, muy lejos Fernández Buey ese pueril cáliz. En todo caso, ¿fue FFB sólo un profesor voluntarioso, un militante perspicaz y una buena persona? Responderé más tarde a esta pregunta.

Confiesa Morán que cuando supo de la muerte de FFB pensó que se había suicidado. Los motivos de su creencia: «un intelectual con cáncer terminal, sin otra base de apoyo que una parroquia de 350 en los momentos más extremos [¡qué belleza, que sensibilidad!], con su queridísima mujer [Neus Porta: chirría la expresión que usa Morán] fallecida unos meses antes [septiembre de 2011], un hombre así se deja morir, que es una forma de suicidio clásico, senequista, cuando ya nada merece la pena ni tiene solución». Se equivocó confiesa Morán: «Paco Fernández Buey era un tipo resistente, hecho a barrer el desierto y mantener la dignidad ante cafres inconmovibles. Le honra, pero [¿pero o porque?] pocos hubieran podido pasar esa travesía del desierto, con parroquia [¡parroquia otra vez!] o sin ella, con la dignidad que él mantuvo hasta el final».

El periodista vanguardista finaliza señalando que FFB «fue discípulo de Manolo Sacristán» (lo fue, sin duda, discípulo, compañero y amigo), que «ayudó a construir la democracia en Catalunya» (no, desde luego esta democracia demediada, este régimen borbónico-autoritario-neoliberal para ser más exactos que él aborrecía completamente, y no sólo en Catalunya desde luego: FFB no fue nunca de ese palo) y que «consolidó una universidad que resultó una ficción» (no acabo de ver que la UPF sea una ficción pero, en todo caso, el autor de Por una Universidad democrática criticó siempre, nunca se calló la boca, todos los desmanes y regresiones de esta universidad cada vez menos democrática).

Los diarios, señala Morán, «le dedicaron homenajes sentidos y modestos». No todos y no el día siguiente de su fallecimiento. Su tiempo, concluye, «si es que lo hubo alguna vez, había pasado. Me imagino esa sonrisa, apenas una comisura de los labios, al evocar a quienes hoy están en el poder mientras él barría el desierto o sufría la represión de los años del cólera».

No tenía maldad, insiste Morán, y eso, en su opinión, «intelectualmente es un defecto si uno no se dedica a la mística». Aunque Paco Fernández Buey sabía también un montón de mística, no es seguro que la afirmación del autor de Grandeza y miseria del PCE sea otra cosa que una creencia no justificada.

¿Fue FFB esencialmente lo que señala Morán? ¿Un profesor voluntarioso, un militante perspicaz y un hombre bueno? Fue eso, por supuesto, y mil cosas más que no conviene olvidar: excelente conferenciante; ensayista de mil temas; devorador y comentarista de libros y gran conocedor de la literatura rusa; traductor; agudo crítico literario; imprescindible pensador político con perspectiva comunista democrática; excelente lector de poesía, y, por no cansar más, filósofo de una pieza, autor de más de 15 libros y de centenares y centenares de artículos.

¿Y qué tipo de filósofo fue Francisco Fernández Buey? En La ilusión del método, un libro de sociología de la ciencia y epistemología que es una muestra clara del amplio arco del conocimiento que transitó, FFB toma pie en Russell (un filósofo, un grande del pensamiento humano, con el que tuvo más de diez puntos de contacto) al comentar agudamente la crítica de Hume al inductivismo y escribe: «Pero fue precisamente otro filósofo de la ciencia -aunque filósofo también de la sociedad, de la moral y de la política, filósofo de la vida, en suma-, Bertrand Russell, quien mejor supo traducir la preocupación de Hume al lenguaje del hombre adulto de la calle, de aquel hombre, tan genérico como realmente existente, de quien Antonio Gramsci solía decir que alberga siempre en su alma otro filósofo, pese a que éste no lo sea en sentido técnico o profesional». Eso fue Paco Fernández Buey (a veces Paca Fernández Buey) un enorme filósofo gramsciano de la vida que amó y estudió la obra de Passolini, Berger y Brecht y que nunca olvidó el papel esencial de Jenny Marx en la tradición marxista revolucionaria de la que él formó como pocos.

Hay en el cielo y en la tierra muchas más cosas de las que caben en nuestras filosofías. Desde luego. En la filosofía de Francisco Fernández Buey, caben muchas cosas de la tierra (y mucho amor por sus pobladores) y muchos registros celestes (y reflexión imprescindible sobre nuestras ensoñaciones y utopías racionales. Temperadas por supuesto).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.