En Coro, el presidente Hugo Chávez, candidato a la reelección, lo dejó por demás claro: «No se trata de ganar. Se trata de ganar por nocaut el 7 de octubre», porque la derecha radical y extrema «siempre tiene planes escondidos (…) Nosotros no solo estamos obligados a ganar las elecciones, sino a ganarlas muy bien», […]
En Coro, el presidente Hugo Chávez, candidato a la reelección, lo dejó por demás claro: «No se trata de ganar. Se trata de ganar por nocaut el 7 de octubre», porque la derecha radical y extrema «siempre tiene planes escondidos (…) Nosotros no solo estamos obligados a ganar las elecciones, sino a ganarlas muy bien», sin dejar dudas, subrayó.
A menos de una semana de las elecciones, las encuestas ya no importan, porque muchas de ellas van a mostrar un acercamiento «milagroso» del candidato opositor, declararán un virtual «empate técnico» para que pueda apalancar luego, como siempre, las eternas denuncias de fraude que esconden la impotencia.
Sin dudas, la revolución bolivariana necesita de un gran triunfo, para que no quede margen para quienes tibia o calientemente, atea o religiosamente, rezan por la restauración capitalista. Cabe recordar que cuando Chávez ascendió al poder, en 1999, América Latina estaba al borde de ser recolonizada por Estados Unidos y su Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA).
El neoliberalismo campeaba por doquier, y el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial seguían expoliando nuestras riquezas y expropiando nuestro futuro. América Latina es en la actualidad la región que con decisión y creatividad busca nuevas arquitecturas, nuevos paradigmas financieros, económicos y sociales, en la lucha por una alternativa al capitalismo, y Venezuela ha sido y es su puntal más importante.
Alguna vez hablamos de lo importante que fue para Venezuela convertir al ciudadano en sujeto de política (y no solo objeto de ella), en el camino de una democracia participativa, equitativa, justa, solidaria, en el camino hacia esa utopía llamada Socialismo del Siglo 21. De la importancia de empoderar a los pobres, para que todos tuvieran las mismas oportunidades de vivir dignamente, estudiar, trabajar y participar en la construcción de la nueva democracia.
Por eso, la revolución bolivariana ha generado odio en la vieja clase política, los grandes empresarios y/o gerentes de grandes empresas y las elites acostumbradas a dilapidar todo el poder. Pero también generó resentimiento entre una izquierda tradicional habituada a la denunciología, el lloriqueo y la repetición de viejas consignas y «verdades revolucionarias», donde el ego y el individualismo se imponen a la utopía y a las soluciones colectivas.
La crisis que actualmente sufren los llamados países desarrollados -sostiene el programa bolivariano- es consecuencia de los desequilibrios y contradicciones intrínsecas al sistema capitalista. La voracidad por acumular cada vez mayor riqueza está originando no sólo la destrucción irreversible del medioambiente, sino la multiplicación de incontables sufrimientos y penalidades sobre millones de seres humanos. Nunca antes la Humanidad había padecido una desigualdad tan atroz. Unas pocas personas y empresas monopolizan gigantescas fortunas creadas a través de manipulaciones financieras y especulaciones desmedidas, a costa de la miseria de la mayoría de la Humanidad, agrega la propuesta.
Del otro lado, existen un programa formal de la Mesa de Unidad Democrática, que seguramente no ha leído siquiera el candidato presidencial, declaraciones contradictorias de Capriles Radonsky y un plan de gobierno, denunciado por dirigentes opositores, que entregaría los recursos naturales al extranjero y terminaría con los planes sociales bolivarianos, entre otras joyas, seguramente exigidas por sus propulsores y financistas trasnacionales. Volver al pasado que se quiere olvidar y poco añoran.
La propuesta bolivariana se basa en políticas sociales populares, inversiones públicas, igualdad de oportunidades de acceso a la educación y al trabajo, redistribución de la riqueza, nacionalizaciones, reforma agraria, acceso a la vivienda, salud, educación, políticas que han eliminada el analfabetismo y reducido en más de 20 puntos porcentuales la pobreza en apenas una década.
Pero ya el empleo, el acceso a la comida, a la salud, a disfrutar de una vejez más digna, y ahora a la vivienda, aparecen como problemas resueltos o en vías de resolver para buena parte de la población y otros requerimientos (que algunos pudieran calificar como de clase media o pequeña burguesía) empiezan a ser considerados como prioritarios, como la seguridad, la lucha contra la especulación, la superación profesional y personal, los malos servicios públicos, mayor eficiencia en los gobiernos estadales y municipales (que también es reclamo de Chávez). Dicho en general, es el deseo de una mejor calidad de vida.
Obama y Chávez
Una victoria electoral del presidente estadounidense Barack Obama, y de Chávez implicaría la derrota de la extrema derecha en ambos países, lo que abriría la oportunidad de normalizar las relaciones de manera civilizada sobre la base del respeto, señaló el propio mandatario venezolano.
Venezuela ha sido la locomotora de esta nueva América Latina, y es algo que Washington comprende demasiado bien. No basta con ganar, sino ganar por nocaut, de modo aplastante, como dice Chávez. El gobierno chavista ha impulsado militantemente la construcción de un proyecto regional que no contempla la presencia de Estados Unidos.
No se trata de dramatizar, sino de analizar escenarios. La preocupación en América Latina es grande. De ganar el candidato de la derecha, el proceso de involución está garantizado. La oposición no encuentra la hora de acabar con todo lo que huele a Chávez y el proceso bolivariano, de terminar con los procesos de integración latinoamericanos, del Mercosur al ALBA, de Unasur a la CELAC, y su meta pareciera ser unirse a la Alianza del Pacífico (conformado por Colombia, Chile, Perú y México) y firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Hasta (o desde) la Conferencia Episcopal apoya -eso sí, con eufemismos- la estrategia subversiva de la oposición y sectores no democráticos podrían intentar acciones desestabilizadoras, como disturbios en las cárceles, ataques a recintos militares y aeropuertos, sabotajes al tendido eléctrico.
Manuel Cabieses, director de la chilena Punto Final, nos recuerda que todo es posible, cuando EE.UU., sus socios y sirvientes se juegan la vida. Lo demostraron en Chile en 1973. Y mucho más cerca, en Honduras y Paraguay.
Washington ha logrado el milagro de que la derecha se presente unificada a los comicios -lo que no significa que esa unidad sea sólida-, maquillada, con discurso diferente, con amplia cobertura en los cartelizados medios nacionales y, sobre todo, internaciónales.
Pero es la misma derecha, la golpista, la que añora la dependencia, la de los gerentes genuflexos ante las grandes transnacionales.
Es, también, para una derecha que tiende a desaparecer en América Latina, la posibilidad de volver al poder, y por eso todo el apoyo desde Holanda, Estados Unidos, España, Colombia y Argentina, entre otros países, a la candidatura de Capriles Radonsky: material, financiera, publicitaria, en defensa del gran capital y de la inequidad social.
Futurología, o los escenarios posibles
Un triunfo amplio de Chávez significaría un reimpulso a las políticas sociales y a los esfuerzo de una integración plena, no solo económica sino política y cultural, de la integración latinoamericana. Un mensaje claro de que el camino propio tiene escollos pero también un derrotero, y una derrota para los medios cartelizados de comunicación, venezolanos e internacionales, que han estigmatizado de todas las formas posibles la Revolución Bolivariana.
Ello no significa que la oposición declame nuevamente «fraude» -un fantasma que hace su aparición en cada intervención de la dirigencia opositora- e, incluso, su ala no electoral intente acciones de sabotaje preinsurreccional. No se debe olvidar que la dirección de derecha no reconoce explícitamente la autoridad del Consejo Nacional Electoral (aun cuando participa de sus resoluciones).
De todas formas, un amplio triunfo de Chávez no eliminaría la pugna interna (¿de clases?), entre quienes quieren seguir avanzando en la construcción del Socialismo del Siglo XXI, y aquellos -a los que algunos llaman pequeños burgueses o economicistas- que no están demasiado apurados por imponer un gobierno comunal.
Un triunfo de Chávez por estrecho margen puede significar el debilitamiento del gobierno, y puede estimular tanto un golpe como un pacto, y en ambos casos la Revolución Bolivariana se veré relegada. Por eso, la insistencia de Chávez de ganar por nocáut.
Muy pocos van a votar por Chávez para defender la integración latinoamericana, aunque el enfrentamiento real es entre dos proyectos diametralmente opuestos: uno, el de independencia, soberanía, el de una democracia con participación popular; otro, el de la mentalidad colonizada, individualista, de la dependencia de los intereses foráneos, el de la recomposición neoliberal, irreal y anticuado, como lo demuestra hoy la crisis estructural del capitalismo.
Es triste la tarea de hacer oposición a ultranza, que ha llevado a dirigentes y medios de comunicación a acercarse o militar en la xenofobia. El caso más destacable fue el que llevó a la estigmatizacón del gobierno brasileño, aliado del de Chávez, con el invento sobre la masacre de 80 indios yanomami, Estigmatizan todo y, lo peor, en el caso de las relaciones con China, alcanzan al racismo.
Técnicamente, queda otro escenario: que gane Capriles.
Que dios nos agarre confesados, aun siendo ateos.
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