Érase una vez un equipo de futbol en el Brasil de la dictadura militar que pasaba por un mal momento financiero y deportista. La gran mayoría de sus jugadores no ganaban las fortunas que hoy suelen ser los salarios de un Ibraimovitch o de un Cristiano Ronaldo. Los hinchas del Corinthians, un club de Sao […]
Érase una vez un equipo de futbol en el Brasil de la dictadura militar que pasaba por un mal momento financiero y deportista. La gran mayoría de sus jugadores no ganaban las fortunas que hoy suelen ser los salarios de un Ibraimovitch o de un Cristiano Ronaldo. Los hinchas del Corinthians, un club de Sao Paulo, se quedaban con las ganas de volver a ver a su equipo favorito en la cima del campeonato brasileño. En 1981, el nuevo presidente de los Corinthians, Adilson Monteiro Alves, un sociólogo izquierdista de 35 años, propuso a los jugadores un método revolucionario para relanzar el equipo: socializó con ellos las ganancias de la venta de boletos y los ingresos provenientes de los derechos televisivos. Compartió los excedentes con los empleados y obreros, e instauró en el ámbito deportivo una verdadera autogestión.
Los resultados no se hicieron esperar, y más allá de los éxitos profesionales, el equipo de los Corinthians, liderado por grandes jugadores como Socrates, Wladimir o Casagrande estuvo en la vanguardia de la contestación de la dictadura militar, que no podía oponerse frontalmente a uno de los equipos más populares de un país donde el fútbol es una institución casi religiosa. Esta experiencia política en el mundo del fútbol quedó grabada en el mármol de la historia con el nombre de Democracia Corinthiana.
Desde hace varios años, el fútbol venezolano ha adquirido una popularidad creciente. Además de ser un orgullo nacional, el fútbol criollo empieza a ser, como en el vecino país, un asunto político y electoral como lo muestra el apoyo constante que ostentan políticos de izquierda y de derecha a La Vinotinto.
La fanática futbolística y, de forma más general, el orgullo legitimo que sienten los habitantes de una ciudad por su equipo, tienen un verdadero peso electoral como lo muestra el rescate del Club Deportivo Lara (CD Lara), actual campeón de Venezuela, por parte de los poderes regionales y nacionales.
El CD Lara es una empresa privada en quiebra. No han pagado a sus jugadores y empleados en los últimos meses. Ellos, legítimamente, han amenazado con parar de trabajar, si la empresa no salda su deuda. Este caso no es extraordinario en el mundo futbolístico. En 2012, el legendario equipo escoses de los Glasgow Rangers -fundado en 1873 y, desde entonces, 54 veces campeón de Escocia-fue declarado en quiebra, liquidado y relegado en la última división del fútbol escocés.
En medio de la disputa electoral, Henri Falcón pidió al Consejo Legislativo del estado Lara (Clel), aprobar dos créditos de 5 millones de bolívares para salvar a la empresa deportiva privada. Esta plata no servirá al interés general. Este dinero no será destinado a la salud, a la educación, a la refacción de carreteras y la cultura, cuyos beneficios alcanzan a la gran mayoría de los larenses.
En esta época de crisis del capitalismo, el rescate con dinero público de una empresa privada desata la ira de los pueblos. Basta con ver las reacciones de los ciudadanos europeos a los planes de refinanciamiento público de las bancas privadas. Al fin y al cabo, cuando una empresa quiebra, lo legal y lo justo es que venda sus activos o sus medios de producción para saldar su deuda con los trabajadores.
No es extraño, después de todo, que la derecha siempre apueste, una vez más, al desarrollo de la empresa privada por encima del bienestar colectivo. Sin embargo, resulta insólito que el Clel, de mayoría psuvista, haya aprobado esta solicitud. Tenemos claro que de haberla rechazado, al Partido Revolucionario hubiese figurado como el «responsable» de la liquidación del equipo de fútbol y, seguramente, esto habría sido aprovechado por el candidato opositor en su campaña electoral. Pero, aún así, este cálculo electoral inmediato es un arma de doble filo. Existe el riesgo que Henri Falcón empiece a aparecer mediáticamente − a pesar de la votación del Clel y del aporte de Corpolara − como el «salvador» del CD Lara.
Nadie quiere la desaparición de un equipo de futbol que tanto ha alegrado a los larenses en los últimos años. Sin embargo, consideramos que fue un desperdicio convalidar con este aporte a una mala gestión privada.
El ejemplo de la Democracia Corinthiana demuestra que había alternativas orientadas hacia el bienestar colectivo. Las barras, los jugadores, los Consejos Comunales que acuden y están cercanos al estadio, bien hubiesen podido adueñarse del CD Lara y administrar esta empresa de forma comunal para el beneficio colectivo.
Si la ganancia proveniente de los dividendos del equipo de fútbol se comparte, todos salen ganando: equilibrio de los salarios de los jugadores, ventajas para los fanáticos − precio de entrada al estadio, alquiler de transporte para los partidos de visitantes − , apertura de las instalaciones para la juventud, etc.
De condicionar el rescate público del Club Deportivo Lara a la creación de una Comuna, que bien pudiéramos llamar la Comuna Deportiva Lara (CD Lara), definitivamente se asestaría un duro golpe al tipo de propiedad que no busca alcanzar la felicidad colectiva, introduce intereses contradictorios en la gestión pública y sostiene políticos como Henri Falcón. El pueblo, podría verdaderamente sentirse orgulloso de empezar a construir una nueva era del fútbol en Venezuela.
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