«Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo.» –Franz Grillparzer, dramaturgo austriaco. Decía «ya me voy» pero no se iba. Lo repitió como tres veces y le dije «que te vaya bien, suerte». No se levantó, siguió allí en el sofá frente […]
Decía «ya me voy» pero no se iba. Lo repitió como tres veces y le dije «que te vaya bien, suerte». No se levantó, siguió allí en el sofá frente a su laptop. Me acerqué y lo vi perdido como en infinidad de ríos de colores que se entrecruzaban unos y otros. Era el mapa del subterráneo de Nueva York. Me miró, casi con angustia, y me dijo que de donde lo dejaba el subte había que tomar un bus o caminar más de 15 cuadras y miró el reloj y ya se le hacía tarde.
Le expliqué que mis días de semana son normales: levantarse temprano, cumplir con una disciplina de trabajo variado frente a la compu que bien puede ser periodismo, literatura, traducciones, correcciones de libros de otros autores/as, pero me tomaría el día libre para llevarlo a dos entrevistas que tenía, la primera con el periódico El Ciudadano, del Ecuador. Y la otra en Manhattan, allí por donde yo viví mucho tiempo, en el mismo edificio en que El hombre araña 3, fue mi vecino.
Entramos en la oficina de El Ciudadano, nos arropó como ola mágica la fragancia de la cultura ecuatoriana en libertad. Un cartelón me hizo entender que se trataba de un periódico del gobierno y fue de inmediato mi memoria al recuerdo del periódico hondureño El Poder Ciudadano. Nos recibió el colega periodista Jean Paul Borjas y le hice una broma: «¿Este periódico es pro-Correa o anti-Correa?… Si es anti-Correa, no hay entrevista. Nos vamos de inmediato». Se rio y nos señaló el afiche que anunciaba los logros del gobierno en programas sociales para los ecuatorianos inmigrantes en los Estados Unidos y otras partes del mundo. Y nos mostró otros materiales.
A pesar de las distancias Honduras y Ecuador tienen muchas cosas en común, no hace mucho hubo un intento de golpe de Estado en el Ecuador, detrás estaba el ex presidente Lucio Izaguirre (¿les recuerda a alguien en Honduras?). Poco antes se había asestado un golpe en Honduras, que al final de cuentas ha sido un gran fracaso, contra el presidente Manuel Zelaya Rosales, quien, junto al pueblo, se encaminaba a recuperar el país de las garras de unos cuantos locales y de la avaricia extranjera.
Por supuesto, también hay diferencias, si bien es cierto que la oligarquía ecuatoriana ha luchado con todo contra el gobierno del presidente Correa, también es cierto que no ha sido brutalmente sanguinaria como la hondureña. Y también, a fuerza de malos «presidentes» y la pobreza, el pueblo ecuatoriano ha aprendido a movilizarse, a salir masivamente a las calles, el pueblo hondureño está en ese proceso pero todavía falta que más adquieran conciencia de que su país les pertenece o debe de pertenecerles. Todavía hay muchos compatriotas que flamean banderitas que le oprimen, como la del Partido Nacional, y no se dan cuenta de que aplauden su propia muerte.
Mientras Ecuador recupera su petróleo, malvados en nombre de Honduras quieren vender a compañías de Inglaterra áreas donde supuestamente hay petróleo; mientras Ecuador recupera su gas y sus minas, malvados en nombre de Honduras tratan de venderlas al Canadá y a quien sea por unos cuantos dólares; mientras Ecuador reivindica su soberanía, malvados en nombre de Honduras tratan de vender territorio hondureño en lo que se conoce como Ciudades Modelo; mientras Ecuador tiene una férrea lucha contra el monopolio de los medios y contra la desinformación, malvados en nombre de Honduras y en nombre de la libertad de expresión intentan librar batallas personales -entre grupos de poder-en nombre del pueblo hondureño y luego de decomisadas las frecuencias repartirlas entre los partidos mandaderos de la oligarquía, para que los partidos del pueblo tengan «libertad de expresarse» pero no «donde».
En seis años de la presidencia de Rafael Correa Delgado, Ecuador ha dado pasos agigantados, a pesar del sabotaje, a pesar de la persistente campaña de desprestigio de la oligarquía local auxiliada por el neoliberalismo global (el neoliberalismo globaliza los golpes de Estado pero juzgan a mal que los pueblos se solidaricen entre sí). Ecuador puede presumir de su mejor calidad de vida, de su mejor infraestructura, de sus puentes y carreteras, y como dice su eslogan por la energía limpia y renovable: «una Patria que brilla con energía propia.’
Le comentaba al embajador del Ecuador ante las Naciones Unidas, Javier Lazo, que tuve la oportunidad de entregarle personalmente mi novela Big Banana (que tiene personajes inmigrantes ecuatorianos viviendo en Nueva York), al presidente Correa. El embajador me comentó que le recordaba el libro del mismo Correa, del que yo hasta entonces no sabía, titulado: Ecuador: de la Banana Republic a la No República. Por cierto, quedó de enviármelo. Casualidad o causalidad, ambos libros reafirman que no desconocemos que nuestros pueblos fueron etiquetados y explotados por el imperio de la banana.
En todos los cambios dentro del Ecuador, el gobierno no ha dejado en ningún momento a la deriva a sus connacionales inmigrantes en otras partes del mundo. Con el gobierno de Correa se acabó eso de ver al inmigrante solamente como una fuente de remesas para incrementar divisas (sin saber las penurias vividas en el exterior para lograr ese milagro), dejó de verse como parias que solo se les necesitaba en tiempos de elecciones y/o desastres. No, ahora el inmigrante ecuatoriano tiene el derecho a elegir y ser elegido.
A esto se encaminaba el gobierno del presidente Manuel Zelaya Rosales, del Poder Ciudadano, al deducir por las reuniones que tuvimos con él los inmigrantes, tanto así que en su discurso ante las Naciones Unidas reafirmó ese «derecho inalienable de todo ser humano a la emigración». Por supuesto, entendido ello que el hecho de emigrar, cualquiera sean las causas, no le despoja de su patria, no le arranca su bandera y escudo, no debe de excluirle a sus derechos y deberes con toda la amplitud de la palabra.
Y qué mejor ejemplo que Correa del Sur, sí, el presidente Rafael Correa. Con Ecuador se reafirma lo que nos dijeron Mario Benedetti y Joan Manuel Serrat: «El Sur también existe.» Y va quedando atrás esa añoranza poética de Pablo Neruda: «Quiero volver al Sur.» Porque cada vez es más posible regresar a sus países, como en el caso del Ecuador, en donde para muchos y muchas se ha acabado el «sueño europeo» y «el sueño americano» (que en la gran mayoría ha sido insomnio), pues solo el año pasado retornaron 50 mil ecuatorianos a su patria.
Ahhh, ¿qué a quién entrevistó El Ciudadano, del Ecuador? Pues a nuestro compatriota Pepe Palacios, miembro fundador del Movimiento Diversidad en Resistencia (MDR), quien llegó a Nueva York a presentarse en el consulado de Venezuela, auspiciado por International Action Center y el Colectivo Honduras USA Resistencia=libre, trayendo su mensaje de la violencia perpetrada contra la comunidad LGTB en Honduras, en donde desde el golpe de Estado a la fecha han asesinado a 89 de estos compatriotas.
Y justo en este momento en que estoy casi para darle punto final al presente, veo la fiesta ecuatoriana a través de TeleSur, tendría que ser masoquista el pueblo ecuatoriano para no haber votado por un auténtico presidente del pueblo… Rafael Correa, a boca de urna, barre con la oposición… Sin duda, quitándole prestado su eslogan a TeleSur, los ecuatorianos, así como otros pueblos de esa gran America Latina, han comprendido que: «Nuestro norte es el Sur».
No le tengamos envidia al Ecuador, basta con que nos sirva de ejemplo.
Roberto Quesada escritor y periodista hondureño, reside en Nueva York.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.