Para los gobiernos y movimientos progresistas latinoamericanos y caribeños es crucial el triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del 14 de abril próximo, que marcará el inicio de la transición al chavismo sin Chávez, para impedir el reposicionamiento de la derecha en la región. Por ello no extraña que organizaciones y personalidades se […]
Para los gobiernos y movimientos progresistas latinoamericanos y caribeños es crucial el triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del 14 de abril próximo, que marcará el inicio de la transición al chavismo sin Chávez, para impedir el reposicionamiento de la derecha en la región. Por ello no extraña que organizaciones y personalidades se hayan manifestado en este sentido.
Una eventual derrota del chavismo (sorpresas te da la vida, diría Rubén Blades) significaría, sin lugar a dudas, un retroceso significativo en el proceso de integración regional, del cual el fallecido Hugo Chávez fue la locomotora, un proceso basado en la solidaridad y la complementariedad.
«No es la economía brasileña o argentina la que se vería afectada, sino toda la economía latinoamericana, afectando especialmente a los países más débiles o retrasados desde el punto de vista industrial», señaló el historiador brasileño Valter Pomar, secretario ejecutivo del Foro de Sao Paulo.
El Foro de São Paulo reúne a partidos de izquierda de América Latina y el Caribe, entre ellos los que gobiernan hoy en Bolivia, Brasil, Cuba, Dominica, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Varios de estos estados integran, asimismo, la integracionista Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
«Estamos preocupados en el sentido de que la derecha está armando un operativo internacional, no solamente operativos nacionales, para golpearnos. Hay un proceso de contraofensiva de la derecha en la región, como se ha visto en Honduras y Paraguay, este último un caso de golpe parlamentario (…) La derecha no consigue golpearnos en los principales países que gobernamos, pero tampoco nosotros conseguimos sacarlos por ejemplo de México. Este equilibrio relativo no va a durar para siempre «, dijo Pomar.
Pero más allá de lo expresado públicamente por Pomar, hay preocupación por el avance de los sectores derechistas enquistados en Unasur, máxime cuando se presentan las candidaturas de dos expresidentes autocalificados como progresistas y que en realidad poco han hecho (más allá de las palabras) por la integración regional, como Tabaré Vázquez y Michelle Bachelet.
Maduro, candidato elegido por Chávez y presentado por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), se enfrenta a Henrique Capriles, postulante por segunda vez en seis meses a la presidencia (perdió ante Chávez en octubre) de la variopinta coalición opositora Mesa de Unidad Democrática. Se miden en una campaña electoral que se libra con pocas propuestas y una proliferación de golpes bajos.
Abril es un mes de recuerdos para los venezolanos: el lacerante del 11 de abril de 2002, cuando se produjo el golpe de Estado contra Chávez, y glorioso, tres días después, cuando el pueblo repuso a su Presidente. Lo cierto es que quienes participaron en la aventura golpista de hace 11 años se empeñan en reivindicarla.
No será fácil para Capriles, quien deberá enfrentar la llave Maduro-Chávez, vínculo definido por la intimidad, la pasión y el compromiso: «No es Chávez, tú eres el problema, Nicolás», señala en sus discursos.
«Yo lo considero mi maestro padre, guía, mi protector. No es que yo lo quiera imitar, es que yo lo admiro», ripostó Maduro, quien se comprometió en llevar adelante el Plan de la Patria (2013-2019) que entregó Chávez.
Las denuncias de incitación a la desestabilización son permanentes: «Los estadounidenses Roger Noriega y Otto Reich, detrás del plan. Su intención es desestabilizar Venezuela en vísperas de las elecciones».
«La derecha se retirará de las elecciones o cantará fraude. Alertas», indicó Maduro. En respuesta a las declaraciones injerencistas de la funcionaria estadounidense Roberta Jacobson, quedó formalmente diferido el canal de comunicación establecido entre Venezuela y el gobierno de Estados Unidos (para normalizar las relaciones), confirmó el canciller Elías Jaua.
Diversos analistas señalan que si la derecha perdiese las elecciones de abril no tendrá otra opción activa y practicable en lo inmediato que la conspiración golpista con ayuda extranjera. Por ello no extraña que las Fuerzas Armadas Bolivarianas sean descalificadas nacional e internacionalmente por un ofensiva mediática de la derecha. Buscan deslegitimar su accionar previo a las protestas y sabotajes que el oposicionismo activaría en las principales ciudades venezolanas, señalan voceros chavistas.
La derecha -y Estados Unidos y algunos países europeos detrás de ella- se ha lanzado a una campaña electoral que quiere hacer saltar por el aire, retirando lo antes posible y con escándalo la candidatura de Capriles para preparar un golpe y una eventual intervención extranjera (o el apoyo del Pentágono a los insurrectos), señalan.
Sin embargo, el general John Kelly, jefe del Comando Sur de los Estados Unidos afirmó que «la expectativa es que gane Nicolás Maduro», el 14 de abril, al responder a la pregunta del comité de las Fuerzas Armadas del Congreso. Sin embargo, añadió que Maduro no tiene el «carisma» que tenía Hugo Chávez, pero que «las cosas continuarán como están en Venezuela» en los próximos tiempos.
Kelly agregó que en Venezuela existe un problema, y es su economía, un mensaje similar al que busca difundir la derecha venezolana. Calificó de «tambaleante» la situación económica, en particular la de la industria petroquímica que describió como «vieja, y que necesita mucho dinero para renovarse».
Al referirse a la solidaridad de Venezuela para que sus vecinos latinoamericanos y caribeños, dijo que «cualquiera que sea elegido tiene que repensar la cantidad de dinero que está saliendo, especialmente para comprar amigos».
Pese a eso, dice Guillermo Almeyra, sectores conservadores y timoratos del chavismo buscan conciliar con ellos o incluso se hacen sus cómplices pasivos. Pero ahí están frente a ellos los gérmenes de poder popular y los militares y civiles chavistas jacobinos, en una alianza de facto. Por eso, aunque el terreno de lucha por ahora es el electoral, hay que prepararse para otros escenarios, añade.
Maduro, con una ventaja de entre 15 y 20 puntos en las encuestas de opinión, tiene de su lado la poderosa imagen de un Chávez en la cúspide del fervor popular, y suma los recientes triunfos electorales del Psuv en las presidenciales y en las gobernaciones (20 de 23). Le falta que su propia figura pase el escrutinio de los electores.
El debate existe en filas chavistas, al menos mediáticamente. El politólogo Nicmer Evans advirtió a Maduro que «tú eres el conductor de un proceso donde no eres el líder, líder sólo fue Chávez, ahora tú eres un medio para alcanzar un fin, el fin de que sea el pueblo su propio líder». El sociólogo Javier Biardeau le respondió que en las actuales circunstancias de la revolución bolivariana, sería un desastroso error y extravío expresar o insinuar que Maduro no encarna cualidad alguna para ser el líder del proceso.
Maduro debe colocarle un cerrojo a la posibilidad de la restauración, o evitar meter el término socialista en el cajón de los anatemas, cuidándose además de abrirle las compuertas a una opción reformista-desarrollista en el seno de las fuerzas bolivarianas, inclinadas ya sea a una defensa subrepticia del neoliberalismo, del capitalismo (en cualquiera de sus variantes) o de la democracia representativa, incluso presionado no sólo por Washington sino por una derecha más inteligente que se mueve en el eje de UNASUR, ya sea o no tutelada por Washington o restringida en sus planteamientos de reformas profundas y radicales, como las fuerzas identificadas por Mariátegui como reformistas mediocres, socialistas domesticados o demócratas fariseos, añade Biardeau.
Capriles Radonski, por su parte, quien ha retomado un discurso sumamente agresivo y descalificador dirigido esencialmente a los sectores antichavistas duros, tiene el desafío de preservar, al menos, la votación obtenida en octubre y resistir la formidable onda expansiva generada por la muerte de Chávez, que ha sensibilizado a las franjas moderadas de la oposición.
Sacrificó en su discurso los elementos de su campaña de 2012: los guiños al pueblo chavista, su aceptación de las misiones, el matiz amable. Tal vez lo que buscaba era polarizar con Maduro y sacar de la campaña el simbolismo de la figura de Chávez, pero terminó polarizando con la imagen del fallecido presidente.
Si el Capriles radical que estamos viendo es real o solo una estrategia de protección contra los adversarios mientras se consolida la transición, se verá más adelante.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.