Un viejo chiste soviético narraba como Nikita Jruschov se dirigió a un grupo de obreros durante un discurso asegurando que el paraíso del comunismo se veía ya en el horizonte. Entusiasmado e impaciente por la perspectiva, uno de los trabajadores se dirigió al presidente y le pregunto: «Camarada, ¿qué es el horizonte?». A lo que […]
Un viejo chiste soviético narraba como Nikita Jruschov se dirigió a un grupo de obreros durante un discurso asegurando que el paraíso del comunismo se veía ya en el horizonte. Entusiasmado e impaciente por la perspectiva, uno de los trabajadores se dirigió al presidente y le pregunto: «Camarada, ¿qué es el horizonte?». A lo que Jruschov, incómodo por la interpelación, le respondió: «Lo buscas en el diccionario». Y así lo hizo. El obrero llegó a su casa todo intrigado, cogió su diccionario y leyó: Horizonte: línea imaginaria que separa el cielo y la tierra, que cuanto más nos acercamos a ella más se aleja.
Los liberales que veían este cuento como una irónica crítica a la manipulación soviética, andan estos días desasosegados al comprobar como Mariano Rajoy asume los mismos argumentos que Jruschov para justificar unas políticas de austeridad cuyos frutos nos siguen esperando en el horizonte. Así nos lo viene anunciando desde hace meses, el mismo tiempo que, para su desgracia, los organismos internacionales se vienen comportando con la impertinencia de una Larousse empeñada en recordarnos cómo el horizonte se nos escapa, por muchos nuevos pasos de reformas y recortes que demos a las órdenes de sus propios mandatos.
El último enciclopedista del mal agüero ha sido el presidente de la comisión europea de Economía, Olli Rehn, que esta misma semana no dudaba en asegurar que la recesión española puede prolongarse hasta bien entrado 2014. Con todo, como también viene siendo habitual entre estos profetas del estabishment, la frustración por los resultados no ha impedido que la alternativa a la perezosa recuperación de la crisis pase por insistir en las mismas recetas de siempre, convertidas ya en un mantra: nuevos recortes al desangrado estado de bienestar, nuevas reformas que profundicen los despidos a precio de saldo y tajo a un sistema de pensiones cada vez más inalcanzable para cientos de miles de jóvenes, precarizados o sin empleo, que ven como la perspectiva de alcanzar una jubilación decente se esfuma también en el tozudo horizonte de las recuperaciones.
Menos negativa se ha mostrado en esta ocasión la directora del Fondo Monetario Internacional. Christine Lagarde ha optado esta vez por un prudente optimismo al señalar que, pese a todo, la situación no es tan peligrosa como seis meses atrás. Y como Rajoy, la elegante emperatriz del sistema financiero nos invita a buscar la esperanza en el horizonte. Lagarde incluso ha ido más allá al reivindicar no solo el horizonte, sino también, evocando los versos de Walt Whitman, al abogar por mirar directamente al sol para dejar así las sombras a nuestra espalda. Eso sí, sin olvidar las políticas de disciplina fiscal y las inyecciones de dinero público a la banca.
Ese círculo viciado de eterno retorno, desde las promesas de un futuro feliz a la insoportable realidad de un presente incierto y encadenado a recetas agotadas, parece sostenerse en la firme creencia en la doctrina Tina (There Is Not Alternative), según el ocurrente acrónimo inventando por su creadora Margaret Thatcher. Su propio fallecimiento vendría ahora a evidenciar que, como el franquismo, la revolución neoconservadora promovida por la Dama de Hierro, también está determinada a morir en la cama, tras dejarlo todo atado y bien atado.
Afortunadamente, no faltan críticas como las de José Luis Sampedro que alertan del sinsentido de exclusión y pobreza que se esconde tras la recetas neoliberales. Y aunque la voz del maestro se haya apagado, la propia experiencia cotidiana acaba convirtiéndose en el mejor altavoz de sus pensamientos. Posiblemente esto nos permita comprender por qué la muerte de Thatcher fue recibida con champan en las calles de Glagow o Liverpool. Tal vez, el temor y la preocupación despertados por estos brindis explique a su vez la incitación a mirar fijamente al sol que nos ha hecho el FMI. Conscientes de que no podrán seguir por más tiempo anunciando una buena nueve en el horizonte, su única esperanza pasa ya porque la fuerza del astro rey nos oculte la evidencia del engaño: deslumbrándonos o dejándonos, definitivamente, ciegos.
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