Desterrar de nuestro vocabulario conceptos introducidos hábilmente por el sistema dominante es una tarea insoslayable para todos los y las que pretendemos entender la realidad en pos de revolucionarla. Una de las muestras quizás más dramáticamente representativa de este fenómeno es la aceptación hegemónica que ha logrado el concepto de «globalización» a la hora de […]
Desterrar de nuestro vocabulario conceptos introducidos hábilmente por el sistema dominante es una tarea insoslayable para todos los y las que pretendemos entender la realidad en pos de revolucionarla. Una de las muestras quizás más dramáticamente representativa de este fenómeno es la aceptación hegemónica que ha logrado el concepto de «globalización» a la hora de describir el funcionamiento actual del sistema. En efecto, mediante este acto de ingeniería ideológica que básicamente celebra la existencia de un mundo supuestamente «interdependiente» e «interconectado», se ha logrado diluir cualquier tipo de asimetría de poder y por lo tanto de antagonismos, presentes, hoy más que nunca, en esta tan alabada interdependencia mundial.
Así es como, al igual que el uso irresponsable del concepto de «ciudadanía» invisibiliza las relaciones de explotación del capitalismo heteropatriarcal bajo un manto homogeneizante de unos supuestos «intereses comunes ciudadanos», la operación ideológica que se esconde tras la bandera de la globalización consiste en negar lo innegable: la existencia de un brutal y depredador sistema imperialista, caracterizado por una interdependencia cuando menos desigual, en el cual un puñado de oligopolios trasnacionales, en una carrera desenfrenada por la ganancia, expolian a pueblos enteros movilizando para ello sus aparatos ideológicos, político y militares, es decir, principalmente pero no exclusivamente, a sus Estados.
En efecto, a pesar de que la reacción y el progresismo extraviado quieren rematar su operación ideológica presentándonos como anacrónico el papel del Estado en esa supuesta interconexión globalizadora, el Estado, en realidad, sigue cumpliendo un papel estratégico en la legitimación, profundización y defensa de la estructura capitalista-imperialista mundial. De hecho, la histórica y estructural, esta vez sí, «comunidad de intereses» entre los aparatos de Estado y la gran burguesía del complejo financiero-industrial en mantener subyugados a los pueblos trabajadores, se hace cada día más evidente, hasta la obscenidad, en un marco de crisis sin precedente como el que padecemos en la actualidad. En pocas palabras, del falaz «mundo globalizado de ciudadanos y ciudanas» pasamos a la cruda realidad que no es más que la de unos estados imperialistas que, con EEUU a la cabeza, ejercen de guardianes de un sistema clasista inherentemente injusto, irracional y criminal con cada vez más necesidad de mostrar su verdadero rostro para poder reproducirse.
¿O acaso desde una mundo armoniosamente globalizado se entiende la militarización creciente que sufren amplias regiones del planeta en las que EEUU cuenta ya con más de 1.000 bases militares? ¿O habrá que buscar en algún perfil de Facebook los responsables de las intervenciones militares y paramilitares que han sufrido y siguen sufriendo pueblos como el libio, sirio, afgano, palestino o iraquí ? ¿No será más bien desde la cruda actualidad de un imperialismo desacomplejado que estos hechos cobran su verdadero sentido? En efecto, ¿cómo entender los asesinatos selectivos, los vuelos mortíferos de drones, las cárceles secretas y el golpismo que en el caso de Honduras y Paraguay ha logrado lo que en Venezuela, Bolivia y Ecuador no ha podido conseguir, sin ubicarnos desde el antiimperialismo teórico y militante?
Finalmente, sólo desde este prisma visualizaremos en su justa medida la indiscutible legitimidad y necesidad de las posturas asumidas por muchos pueblos que, como el coreano, reivindican su soberanía y el derecho a defenderse del que se ha históricamente arrogado el derecho de aniquilar al que no se arrodilla ante sus intereses. De la misma manera, sólo desde esta lectura realista sobre el funcionamiento y los designios del sistema capitalista-imperialista, alejada de toda ingenuidad globalizante, se entiende que pueblos como el nuestro quieran y tengan que dotarse de un estado propio para poder desarrollarse como tal e implementar un cambio socioeconómico estructural, antiimperialista, feminista, de transición al socialismo como única forma de alcanzar una verdadera independencia nacional y de clase.
Y quizás lo más importante: sólo así entenderemos cabalmente, hasta sus últimas consecuencias, que ser tan desobedientemente realista como para ver mujeres oprimidas, clases explotadas y pueblos expoliados donde nos quieren vender la moto de una ciudadanía global, y ser tan consecuentemente realista como para defender un proyecto emancipatorio para revolucionar esta realidad, desata, necesariamente, la violencia hiperrealista del imperio.
Guillermo Paniagua es miembro de Askapena.
Fuente: http://gara.naiz.info/