Hasta 1997, Francisco Fernández Buey, entonces profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, había publicado los siguientes libros (aparte de ediciones y de presentaciones): Lenin y su obra. Barcelona, Dopesa, 1977 (segunda edición: Barcelona, Dopesa, 1978). Ensayos sobre Gramsci. Barcelona, Editorial Materiales, 1978. Contribución a la crítica del marxismo […]
Hasta 1997, Francisco Fernández Buey, entonces profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, había publicado los siguientes libros (aparte de ediciones y de presentaciones):
Lenin y su obra. Barcelona, Dopesa, 1977 (segunda edición: Barcelona, Dopesa, 1978).
Ensayos sobre Gramsci. Barcelona, Editorial Materiales, 1978.
Contribución a la crítica del marxismo cientificista. Barcelona, Edicions de la Universitat de Barcelona, 1984.
Albert Einstein filósofo de la paz. Valladolid, Publicaciones del Centro de Información y Documentación para la Paz y el Desarme, 1986 [traducción italiana de Giuliana di Febo: Albert Einstein filosofo della pace, Roma, Gangemi Editore,1989].
La ilusión del método. Ideas para un racionalismo bien temperado. Barcelona, Crítica, 1991 (2ª edición (bolsillo), Barcelona, Crítica, 2004).
Discursos para insumisos discretos. Madrid, Ediciones Libertarias, 1993.
Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales. Barcelona, Ediciones Paidos, 1994 (1º reimpresión, 1995; 2ª edición, con un prólogo para la nueva edición, agosto de 1999) [con Jorge Riechmann].
La barbarie. De ellos y de los nuestros. Barcelona, Ediciones Paidós, 1995.
La gran perturbación. Discurso del indio metropolitano. Barcelona, Destino, 1995 (nueva edición: Barcelona, El Viejo Topo, 2000).
Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa eco-socialista. Madrid, Siglo XXI, 1996 [con Jorge Riechmann].
En 1998, publicó Marx (sin ismos), en Los Libros del Viejo Topo. Una segunda edición corregida apareció en 1999). Ha sido traducido a varios idiomas. La edición brasileña de la obra –Marx (sem ismos), Río de Janeiro, Editora UFR, 2004- fue traducida y presentada por Luiz Sérgio Henriques)].
El índice del libro es el siguiente:
Prólogo……………………………………………………………
I. Un joven romántico buscando su estilo…………………………
II. En la nave de los locos………………………………………..
III. De la crítica de la religión a la crítica de la política……………
IV. Un humanismo crítico pero también positivo………………….
V. Un nuevo materialismo…………………………………………
VI. «Un fantasma recorre Europa…» …………………………….
VII. Economía y crítica de la cultura burguesa ……………………
VIII. Matices, precisiones, sugerencias: una obra abierta………….
Lleva la siguiente dedicatoria: «Para Neus, para Eloy. En recuerdo de Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi, comunistas, a los que amamos y de los que aprendimos».
Se abre el prólogo del libro recordando que «Karl Marx ha sido, sin duda, uno de los faros intelectuales del siglo XX». Muchos trabajadores del mundo llegaron a entender, a través de su palabra, «al menos una parte de sus sufrimientos cotidianos, aquella que tiene que ver con la vida social del asalariado. Muchos obreros, que apenas sabían leer, le adoraron». En su nombre, apuntaba el autor, «se han hecho casi todas las revoluciones político-sociales de nuestro siglo». Y en nombre de su doctrina se había elevado también la barbarie del estalinismo. En contra de la doctrina que se creó en nombre de aquel gran filósofo hegeliano crítico se habían alzado casi todos los movimientos reaccionarios del siglo XX.
El siglo acababa. Prácticamente, salvadas las excepciones conocidas, toda forma de poder que había navegado durante estos últimos cien años bajo la bandera del comunismo había muerto ya. «No sabemos todavía lo que darán de sí las «revoluciones pasivas» de este final del siglo XX, que han nacido del temor al espectro del comunismo y del horror que produjo la conversión de la doctrina comunista en Templo. Sería presuntuoso anticipar lo que se dirá en el siglo XXI sobre esta parte de la historia del siglo XX.». Una cosa parecía segura en todo caso: en el siglo XXI, cuando se lea a Marx, se le leerá como se lee a un clásico. «A veces se dice: los clásicos no envejecen. Pero eso es una impertinencia: los clásicos también envejecen. Aunque, ciertamente, de otra manera». ¿Qué era entonces un clásico? Un clásico «es un autor cuya obra, al cabo del tiempo, ha envejecido bien (incluso a pesar de sus devotos, de los templos levantados en su nombre o de los embalsamamientos académicos)». Marx, para FFB, era un clásico, un clásico interdisciplinario, un clásico «de la filosofía mundanizada, del periodismo fuerte, de la historiografía con ideas, de la sociología crítica, de la teoría política con punto de vista. Y, sobre todo, un clásico de la economía que no se quiere sólo crematística». Su amigo y compañero Sacristán se había expresado en 1983 en términos similares:
[…] Por un lado, está claro que Marx es un clásico, un autor que no se puede borrar. Por otra parte, es un pensador que tiene su fecha: no se puede ser un clásico sin que los años hayan decantado esta condición. Luego, también me parece claro que la obra de Marx es compleja, muy rica y que en ella el aspecto científico sólo representa una parte porque, además, hay elementos de filosofía, ética y política. (…) Además, su enfoque totalizador, lo que con léxico hegeliano se llamaría dialéctico, ha hecho época en las ciencias sociales y está tan vivo como el primer día. Por último, la visión general de la evolución de la sociedad que hacía Marx está siendo suficientemente corroborada, en mi opinión, por lo que estamos viviendo: aunque ahora aparecen datos nuevos que Marx no podía ni imaginar, particularmente por lo que hace al crecimiento de ciertas fuerza productivas y destructivas .
Contra lo que se decía a veces, no fue Marx quien había exaltado el papel esencial de lo económico en el mundo moderno: Marx se limitó a tomar nota de lo que estaba ocurriendo bajo sus ojos en el capitalismo del siglo XIX. «Fue él quien escribió que había que rebelarse contra las determinaciones de lo económico. Fue él quien llamó la atención de los contemporáneos sobre las alienaciones implicadas en la mercantilización de todo lo humano. Leen a Marx al revés quienes reducen sus obras a determinismo económico». De la misma forma que leyeron Maquiavelo al revés «quienes sólo vieron en su obra desprecio de la ética en favor de la razón de Estado». Tambén Sacristán había insistido en este nudo en su artículo sobre «Materialismo» para la enciclopedia Larousse de 1967:
El materialismo histórico es pues una concepción metacientífica de la historia, basada esencialmente en la decisión metodológica (metacientífica) que atribuye a la economía un papel fundamental en el conocimiento histórico y a lo económico una función análoga en la vida histórica. Pero la doctrina se completa subrayando que el papel básico de lo económico es básico también en el sentido de no integral: es también «meramente básico». Con esto el materialismo histórico se distingue del economicismo, reducción de todos los fenómenos a economía. Según el materialismo histórico han de admitirse como formaciones reales históricas todas aquellas que, naciendo de la base económica, cristalizan luego a otros niveles o con otras cualidades. Un ejemplo destacado de estas formaciones o fuerzas es la consciencia de la clase obrera, que con su acción puede intervenir decisivamente no ya en la vida histórica en general, sino incluso en el fundamento económico de ésta, alterando, por ejemplo, la tasa del beneficio. Con ese reconocimiento de las formaciones y fuerzas que, aunque de génesis económica, se despliegan sin embargo en otros planos, el materialismo histórico es manifiestamente un materialismo dialéctico, o sea, no mecanicista, no reductivo…
Marx no cabía en ninguno de los cajones en que se ha dividido el saber universitario en este fin de siglo. Pero estaba siempre ahí, al fondo, como el clásico con el que había que dialogar y discutir cada vez que se abre uno de estos cajones del saber clasificado: economía, sociología, historia, filosofía. No era poco. Cuando uno entraba en la biblioteca de Marx la imagen con la que salía era es la de que allí había vivido y trabajado un «hombre del Renacimiento». «Tal es la diversidad de temas y asuntos que le interesaron. Y eso que lo que él llamaba «la ciencia», su investigación socioeconómica de las leyes o tendencias del desarrollo del capitalismo, la hizo, casi toda, en una biblioteca que no era la suya: la del Museo Británico» (Tampoco está Francisco Fernández Buey alejado de esta imagen de hombre, de ser humano renacentista).
Una obra que no cabía en los cajones clasificatorios de nuestros saberes académicos era siempre una obra incómoda y problemática. Ante ella cabían dos actitudes tan típicas como socorridas: «una es la de los devotos. Consiste en proclamar que el Verdadero y Auténtico Saber es, contra las clasificaciones establecidas por la Academia, el de Nuestro Héroe. La otra actitud consiste en agarrarse a los cajones y despreciar el saber incómodo, como diciendo: «si alguien no ha sido filósofo profesional, ni economista matemático, ni sociólogo del ramo, ni historiador de archivos, ni neutral teorizador de lo político, es que no es nada, o casi nada». La primera actitud convierte al clásico en «un santo de los que ya en su tierna infancia se abstenían de mamar los primeros viernes» (aunque fuera un santo laico). La segunda actitud no es mejor: «ningunea al clásico y recomienda a los jóvenes que no pierdan el tiempo leyéndolo (aunque luego éstos acaben revisitándolo casi a escondidas)». Ninguna de estas dos opciones fue la opción del marxismo sin ismos de Francisco Fernández Buey.
PS. Una posición no muy distanciada de lo último nudo apuntado por FFB puede verse también en la presentación que Manuel Sacristán escribió para su Antología de Gramsci:
El criterio en que se basaba la antología, señalaba el autor de Panfletos y materiales, era «la intención de presentar al lector una imagen concreta -puesto que no puede ser completa- de la obra de Antonio Gramsci, entendiendo por «obra» lo producido y lo actuado, el fruto del poieîn y el del práttein«. Esa intención no se inspiraba principalmente en el deseo de reconstruir la individualidad de Gramsci sino «en la necesidad de pasar por encima de las clasificaciones académicas tradicionales cuando se quiere entender el pensamiento revolucionario». Para que haya pensamiento revolucionario, sostenía Sacristán, tenía que «haber ruptura con la estructuración del pensamiento culturalmente consagrado». Y para que el pensamiento revolucionario pudiera lograrse, «esa ruptura tiene que responder a la naturaleza de las cosas, no ser veleidad de decadente harto de ciencia aprovechada, pero no entendida».
Y añadía:
Del mismo modo que Marx no ha sido ni economista, ni historiador, ni filósofo, ni organizador, aunque aspectos de su «obra» se puedan catalogar académicamente como economía, historia, filosofía, organización político-social, así tampoco es Gramsci un crítico literario, un crítico de la cultura, un filósofo o un teórico político. Y del mismo modo que para la obra de Marx es posible indicar un principio unitario -aquella «unión del movimiento obrero con la ciencia»- que reduce las divisiones especiales a la función de meras perspectivas de análisis provisional, así también ofrece explícitamente la obra de Gramsci el criterio con el cual acercarse a la «obra» íntegra para entenderla: es la noción de práctica, integradora de todos los planos del pensamiento y de todos los planos de la conducta. En el caso de Gramsci la conveniencia de acentuar la unidad práctica de la «obra» parece obvia, porque las publicaciones antológicas en lengua castellana no se han beneficiado casi hasta ahora de la disponibilidad, desde hace años, de numerosos escritos políticos juveniles en los que se manifiesta inequívocamente la raíz de todo el hacer de Gramsci.
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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