Se usa familiarmente la expresión «sindicalismo de clase», sobre todo por parte de la izquierda política de este país, en mi opinión, con bastante ligereza, pues automáticamente se piensa en los sindicatos mayoritarios, UGT y CC.OO. Lo primero que tenemos que denunciar, para dichos sindicatos, es una ya vieja campaña de acoso y derribo, que […]
Se usa familiarmente la expresión «sindicalismo de clase», sobre todo por parte de la izquierda política de este país, en mi opinión, con bastante ligereza, pues automáticamente se piensa en los sindicatos mayoritarios, UGT y CC.OO. Lo primero que tenemos que denunciar, para dichos sindicatos, es una ya vieja campaña de acoso y derribo, que pretende desprestigiar a los sindicatos, diríamos más bien a todos los representantes de los trabajadores. Dicha campaña viene orquestándose desde la derecha política y mediática de este país, y centrándose, como decimos, en los dos sindicatos mayoritarios, y consiste en el constante desprestigio de los mismos, con medidas que van desde la eliminación de los liberados sindicales en las empresas y los organismos públicos, pasando por auténticas cruzadas insidiosas contra los mismos, finalizando con amenazas de proceder a una regulación sobre el derecho a la huelga.
Desde la izquierda crítica, transformadora, lo primero que tenemos que hacer es denunciar dichas campañas de ataque a la acción de las organizaciones sindicales, pero precisamente desde nuestra postura crítica, poner en cuestión si tal vez los pilares del auténtico sindicalismo de clase no se están perdiendo, al menos en los sindicatos mayoritarios. Coincidimos, por ejemplo, con la visión que sobre este tema nos ofrece Manuel Cañada, quien afirma que el movimiento obrero representa bastante más que el movimiento sindical. Del movimiento obrero formarían parte, además de sindicatos y partidos, ateneos, publicaciones, cooperativas, organizaciones de apoyo mutuo y todo tipo de instituciones y espacios donde se expresa la existencia autónoma de la clase obrera, así como su lucha, y la aspiración a una sociedad sin clases. Por tanto, no todo sindicalismo es movimiento obrero, y hoy más que nunca tenemos infinidad de ejemplos para demostrar esto. No existe por tanto movimiento obrero si éste no va ligado a conciencia de clase obrera, la pertenencia a ella, su identificación, su defensa y su lucha.
Y en la actualidad, una parte del sindicalismo existente en modo alguno promueve la conciencia obrera, ni los valores alternativos al capitalismo. Más bien podríamos hablar de sindicatos corporativos o de corporativismo sindical. En dicha figura existe únicamente la identificación y la defensa de los intereses de cierto colectivo, pero sin una expresa identificación con la clase obrera. Como nos sugiere Manuel Cañada, a este sindicalismo le cuadraría a la perfección lo que Lukács escribía a propósito del oportunismo en su obra «Historia y conciencia de clase». Este autor afirmaba: «El oportunismo tiende a impedir el ulterior desarrollo de la conciencia proletaria (…) tiende a rebajar la conciencia de clase del proletariado al nivel de su inmediatez psicológica». Es un tipo de organización que no sólo acepta, sino que se ofrece como garante de la separación entre lucha económica y lucha política. Contrariamente a lo que se cree, y a lo que pregonan los voceros de este indigno capitalismo, la conciencia obrera no es cosa de otros tiempos. Recuperando de nuevo las palabras de Lukács: «La permanencia de una conciencia de clase oscura, es un presupuesto necesario de la subsistencia del régimen burgués».
Podemos afirmar por tanto que sólo tendremos un auténtico sindicalismo de clase cuando recuperemos la conciencia de clase, abandonando la fantasía colectiva de que todos somos clase media, que viene pregonando el capitalismo en esta última fase, para diluir el concepto clasista. Hay que desalojar al capitalista que se aloja en cada cabeza, para volver a recuperar la conciencia de clase obrera. Y en esta tarea, el papel destacado del sindicalismo de clase es primordial. Quizá ningún actor como éste para profundizar y volver a crear un imaginario colectivo de identificación para la clase obrera. Y lo que tenemos actualmente, siguiendo de nuevo a Manuel Cañada, puede designarse como «sindicalismo de concertación», un sindicalismo amable, más bien poco guerrero y reivindicativo, amigo de los acuerdos y de la conciliación con sus enemigos de clase. Con este término (sindicalismo de concertación) hacemos referencia a lo que hoy tenemos al menos en los sindicatos mayoritarios, que han convertido el Pacto Social permanente en su práctica continua y en su programa de máximos. Es el tipo de sindicalismo que organiza una Huelga General, y a las pocas semanas o meses está firmando una nueva Reforma Laboral (como la que plasmó el Gobierno Zapatero), o un nuevo pensionazo.
Es el mismo sindicalismo que presenta la desmovilización de la clase obrera como una contribución responsable para la salida de la crisis, como ya hicieran en los tiempos de la Transición, con los llamados Pactos de la Moncloa. Es el mismo que sale a la calle con la Cumbre Social, y al poco tiempo comparte cartel y auditorio (incluso mesa y mantel si se tercia) para aplaudir las medidas del Gobierno Rajoy. Que incluso invita a sus Congresos a la plana mayor de los dirigentes del PSOE, del PP o de la Gran Patronal. Este sindicalismo no nos sirve, porque es tremendamente negativo, confuso y destructor de la conciencia obrera. Es un sindicalismo abrazado al poder, cooptado por él, que convierte expresiones como «Diálogo Social», «Crecimiento económico» o «Competitividad» en palabras amigas de su diccionario habitual, convirtiéndose en aliado del capital por la puerta de atrás, en su cómplice indirecto, pero necesario. Es un tipo de práctica sindical que puede calificarse sin lugar a dudas como «pro-capitalista», amiga del régimen y del sistema, que ha puesto en desuso conceptos clásicos del auténtico sindicalismo de clase.
Por contra, el sindicalismo que pretendemos que vuelva a existir desde la izquierda crítica es aquél que replantea sus relaciones con el resto de actores sociales e institucionales, recuperando su papel de lucha en la acción sindical. Un tipo de sindicalismo que se caracterizaría en primer lugar por su democracia, por la primacía del movimiento asambleario frente a las inercias de la burocratización y reproducción de los aparatos. Y sobre todo, un sindicalismo pegado a la tierra, pegado a la gente, multidisciplinar en lo que se refiere a la defensa de toda la clase obrera, desde los trabajadores fijos o temporales hasta los parados, desde los que cobran prestación hasta los que están desprotegidos, desde los trabajadores de empresas públicas hasta los de empresas privadas, desde los funcionarios o cooperativistas, hasta el personal laboral, pasando por el personal contratado en organismos oficiales, y llegando hasta los trabajadores más precarios del sistema, hasta los jóvenes que tienen que emigrar para buscar su puesto de trabajo. Hoy sabemos que los prototipos clásicos que representaban a la clase obrera han cambiado, pero no por ello el sindicalismo de clase ha de caer en las trampas de ese mismo sistema que intenta disfrazar esas diferencias.
Necesitamos por tanto un sindicalismo capaz de pensar en la globalidad, de sacudirse los corporativismos, de pensar simultáneamente en la clase y la especie, de cuestionar no sólo cómo se produce, sino además qué se produce. Capaz de impugnar el consumismo desmedido de nuestra sociedad, de denunciar la dictadura del mercantilismo. No tenemos desgraciadamente este panorama en el sindicalismo mayoritario actual, que normalmente es un sindicalismo prudente, acomodado y oficialista. Quizá lo encontremos en algunas formaciones sindicales minoritarias, tales como CGT, CNT, COBAS, Solidaridad Obrera, SAT, Corriente Sindical de Izquierdas, CSC, Intersindical, o en los sindicatos vascos, como ELA y LAB. Quizá el mejor referente de todos ellos sea el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), que con sus aproximadamente 20.000 afiliados, destaca por ser uno de los sindicatos más combativos, en la organización de acciones directas que pongan de manifiesto la defensa de los intereses de los trabajadores, y que denuncien la injusticia y las desigualdades sociales. Un sindicato por tanto que no sólo tiene las ideas muy claras, sino que es profundamente valiente y combativo, y que no se amilana ante los constantes desafíos y amenazas del poder, que ya ha efectuado contra el SAT y sus dirigentes una campaña de criminalización muy significativa.
Como consecuencia de todo ello, podemos decir que el SAT es el sindicato más represaliado de toda Europa, sobre el que pesan actualmente más de 500.000 euros en multas, y peticiones, en total, de más de 150 años de cárcel. Más de 500 militantes del sindicato tienen frentes judiciales abiertos, y todos sus dirigentes han sido multados o han pasado por los calabozos. Pues bien, este es el tipo de sindicalismo que necesitamos, un sindicalismo incómodo para el poder, y que por ello lo acosa y lo denuncia constantemente. Recojo las palabras de Josep Bel en su artículo «El capital contra los trabajadores», cuando indica que «La burocracia sindical hace tiempo que se ha convertido en una oficina más del departamento de personal en las empresas, y mendiga continuamente nuevas negociaciones que le permitan adjudicarse algún éxito, que frene su decadencia. Cuida mucho que las escasas movilizaciones que impulsa no se le escapen de las manos, y prefiere evitar cualquier tipo de continuidad. Mientras tanto participa en el negocio de los fondos de pensiones con la banca, o siguen firmando ERE’s en las Cajas de Ahorros, como si nada. Los sectores de la Patronal más retardatarios han empezado a cuestionar el papel de una burocracia sindical en decadencia, que cada vez tiene menos que vender, aireando las corruptelas en las que se encuentra implicada (ERE’s, los cursos de formación, subvenciones…), a través de la caverna mediática».
Y es que efectivamente, toda esta imagen sindical (que hemos comenzado diciendo que también se debe a una orquestada y malintencionada campaña de desprestigio) no hace sino dañar los intereses de la clase trabajadora, diluyendo aún más si cabe la claridad de acción que ha de tener su escrupulosa y diligente defensa. ¿Qué hay que hacer, pues? Hay que construir poder desde abajo, dentro de la clase trabajadora. Hay que construir una red solidaria de Asambleas o Comités Obreros, en las empresas de todo tipo, y en los barrios de las ciudades y los pueblos que, partiendo de las necesidades de la gente, al igual que procuran los movimientos sociales, organice conjuntamente a los trabajadores de todo tipo y a los parados. Es fundamental igualmente la creación de Oficinas de Defensa de los derechos sociales, que son útiles para llegar a las pequeñas y medianas empresas, donde apenas existe representación sindical, ni tan siquiera representación de los trabajadores en Comités de Empresa, para animarles a defender sus derechos y fomentar la autoorganización, y la adscripción a los pequeños sindicatos de clase.
En el caso de cierre de las fábricas, de organismos, de servicios públicos o de grandes empresas, hay que fomentar (como hace el SAT con las tierras en Andalucía) su ocupación por parte de los trabajadores, y la puesta en marcha de un régimen autogestionario de los mismos trabajadores, en defensa de sus puestos de trabajo. En definitiva, sólo ese sindicalismo será capaz de provocar la tan ansiada reforma empresarial que necesitamos para empoderar a la clase obrera. Porque sin la centralidad y la fuerza del mundo del trabajo, nunca se han conseguido ni se conseguirán avances en la lucha por los derechos sociales. Es prioritario por tanto abandonar el actual sindicalismo mayoritario de concertación, aunque ello pueda implicar también el riesgo a perder una serie de ayudas y subvenciones, y ayudar a que la clase trabajadora se articule con el resto de movimientos sociales actuales, potenciando que la clase obrera vuelva a ser el eje troncal y transversal de las tendencias ecologistas, feministas, antirracistas, anticapitalistas e internacionalistas. Y en el centro de todas ellas, el mundo obrero.
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