A propósito de la comparecencia del Vaticano ante el Comité de la Convención de los Derechos del Niño en Ginebra el pasado 16 de enero de 2014, éste ha denunciado en un duro y meticuloso informe que se hizo público el pasado 5 de febrero, las acciones y omisiones en relación a los atentados y […]
A propósito de la comparecencia del Vaticano ante el Comité de la Convención de los Derechos del Niño en Ginebra el pasado 16 de enero de 2014, éste ha denunciado en un duro y meticuloso informe que se hizo público el pasado 5 de febrero, las acciones y omisiones en relación a los atentados y agresiones graves contra la infancia que, en el seno de la iglesia católica, se han cometido en todo el mundo, vulnerando la Convención de los Derechos del Niño.
Estamos quizá ante un nuevo acto de hipocresía internacional, porque cuando -en julio de 2004- la Santa Sede recibió (definitivamente) el apoyo institucional para su incorporación plena en la ONU, «como miembro observador», con la sola excepción de no tener derecho a voto, ya era sobradamente conocido, por el alto organismo internacional y por muchos gobiernos, el abuso a menores que durante décadas se había (o se estaba) cometiendo en centros religiosos católicos de todo el mundo y que afectaba a decenas de miles de víctimas (niños y niñas).
Delitos sexuales que fueron cometidos por miles de eclesiásticos, durante decenas de años, amparándose en su «poder» religioso, moral y económico, para actuar con las víctimas y, además, «protegerse» impunemente de la Justicia. Consiguiéndolo, en la mayoría de los casos, con la complicidad de ésta y de los Estados. Mientras que la alta jerarquía católica, hasta hace muy poco tiempo, no sólo los ocultaba, sino que los amparaba y aun hoy no ha pedido disculpas.
Como ha expresado el profesor JJ Tamayo en un artículo reciente: «No importaba la pérdida de dignidad de las víctimas, ni los daños y secuelas, muchas veces irreversibles, ni las lesiones graves físicas, psíquicas y mentales con las que tenían que convivir los afectados de por vida. Faltó compasión con las víctimas y sensibilidad hacia sus sufrimientos. No hubo acto de contrición alguno, ni arrepentimiento, ni propósito de la enmienda, ni reparación de los daños causados, ni se produjo acto alguno de rehabilitación, ni se hizo justicia«
Partimos de la base de que, en mi opinión muy personal, la denominación de «Estado Vaticano» y la aceptación por la comunidad internacionales es gravemente errónea, si nos atenemos a las características mínimas de lo que debe ser considerado como un Estado de ciudadanos y ciudadanas con una organización y leyes civiles concretas, ya no digamos si nos atenemos a su origen (1929, otorgado por Mussolini, con el beneplácito de la internacional fascista)
El Vaticano, con sus cientos de «diócesis» repartidas por todo el mundo, con la pretensión de ser pequeños «reinos», con independencia político-jurídica, allá donde los Estados se lo permiten, no es más que una multinacional religiosa o asociación internacional de católicos y, además, una gran corporación empresarial.
Personalmente me parece una humillación para la «sociedad de naciones», para el conjunto de ciudadanos y ciudadanas, para la construcción de las democracias y el avance en las libertades, una entidad religiosa, la «católica apostólica y romana», que «maneja» miles de negocios financieros, turísticos, alimentarios, sanitarios, de enseñanza, de nuevas tecnologías, editoriales, etc. que es propietaria de inmuebles y suelo rústico en casi todos los países del mundo (en muchos casos usurpados).
Que cuenta, en su seno, con organizaciones fundamentalistas como el OPUS, Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo, Acción católica de propagandistas, y otras muchas repartidas por todo el mundo, que tratan de imponer «su moral» particular (a veces a la fuerza) en contra de las libertades cívicas y ejerciendo su proselitismo a través de su enorme poder de lobby, en el seno de la política, de la judicatura y de las finanzas.
Que ha perseguido y asesinado, hasta hace muy poco, a los «infieles» a través de una entidad criminal, como «El Santo Oficio». Que se ha opuesto a la «libertad de conciencia» y al libre ejercicio de otras religiones, allá donde es muy mayoritaria y los gobiernos de turno se lo permiten o han permitido. Que ha sido «aliada» de regímenes políticos totalitarios y fascistas y cómplice de sus «fechorías».
Que con su postura dogmática e intransigente con el control de la natalidad y le educación afectivo sexual, ha tenido consecuencias graves, como ha sido que millones de mujeres y de niños tengan enfermedades, como el sida o a la muerte por hambruna, sobre todo en África. Que niegan el derecho que tienen las mujeres a decidir sobre su maternidad, vulnerando el derecho a la libertad de conciencia. Que es patriarcal en su organización interna.
Que han condenado brutalmente y, en la actualidad, se oponen a los avances científicos y descubrimientos, que han ido (y van) en contra de su «moral» o interpretación mística de la naturaleza.
Una corporación religiosa que se pronuncia, por parte de muchos de sus líderes, en contra de la homosexualidad o de otras identidades sexuales que no sean la de «hombre y mujer», exclusivamente. Que rechazan (en muchos casos de forma violenta) los matrimonios entre personas del mismo sexo. Que «persigue» de forma muy sutil y abiertamente a los fieles católicos que niegan ciertos dogmas ancestrales o se salen de la «disciplina» feudal del infalible jefe supremo y sus jerarcas por todo el mundo.
Muchos gobiernos, la ONU y otros organismos internacionales están siendo, de hecho, cómplices de esta postura político-religiosa que practica la «iglesia católica oficial» a nivel mundial, camuflada como Estado-ficción… o «iglesia de los pobres».
Pienso, personalmente, que ha llegado el momento de que se organice una «corriente internacional cívica y política» que se posicione en contra de la participación de la Santa Sede en la ONU y en otros organismos internacionales. Ya que como mera entidad religiosa o como corporación empresarial no reúne ningún requisito para ello. Es más, cualquier Estado soberano que practicara o actuara como lo hace el Vaticano no tendría cabida. «A Dios, lo que es de Dios…»
Francisco Delgado es Presidente de Europa Laica