Alejandra Sánchez (Seguir Viviendo), Jorge Pérez Solano (La Tiricia), Max Zunino (Los Bañistas) y Alejandro Gerber Bicecci (Viento Aparte), son directores de cine que aún no han llegado a los 40 y que trabajan en Méjico, midiendo sus fuerzas con unos espectadores que, como dice éste último: «están acostumbrados a lo cruento de la realidad, […]
Alejandra Sánchez (Seguir Viviendo), Jorge Pérez Solano (La Tiricia), Max Zunino (Los Bañistas) y Alejandro Gerber Bicecci (Viento Aparte), son directores de cine que aún no han llegado a los 40 y que trabajan en Méjico, midiendo sus fuerzas con unos espectadores que, como dice éste último: «están acostumbrados a lo cruento de la realidad, y las ficciones que de ella emanan, y por lo tanto expectantes y sabedores de que nada que se plantee en nuestra situación social puede acabar bien». Un problema que el crítico colombiano Luis Ospina, al que cita Alejandra, llama «pornomiseria», y en el que el público de un lado y otro del océano aguarda un retrato pesimista de los desamparados que termina funcionando más como una vacuna contra el dolor que como una denuncia.
Es Alejandra Sánchez la que abre el diálogo realizado tras el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, donde los cuatro presentaron sus largometrajes: «Seguir viviendo es una historia personal porque varios años después de la filmación de Bajo Juárez (un documental sobre la situación de las mujeres en esa ciudad) me llaman para avisarme que Norma, una de mis protagonistas, ha sufrido un atentado, y que sobre sus hijos pesa una amenaza de muerte, por lo que hay que sacarlos de allí lo más pronto posible. El abogado me propone que se refugien en mi casa. Me sentí comprometida y recibí a los dos adolescentes. Y cuando se marcharon escribí la historia». Una historia en la que hay una parte optimista, de redención, de esperanza, pero hay otra fatalista, en la que a sus personajes no les queda nada más que la huida, la huida resignada, incapaces de transformar la realidad del país en el que viven.
Jorge Pérez Solano, que traía una de las películas más duras del certamen, argumenta igualmente la vivencia personal para buscar las razones de la historia que ha llevado a la pantalla: «Durante toda mi vida he visto y escuchado historias difíciles de creer; una mujer que perdió toda posibilidad de embarazarse a causa de las golpizas que le daba su esposo y a pesar de las gestiones que sus hermanos hicieron para remediar la situación, ella defendió al marido y vivió con él hasta su muerte. Otra mujer muerta de cáncer de mama porque el esposo no le dejó operarse ya que eso implicaba cortarle los pechos, algo que no le era atractivo. Otra más que convivía con el esposo y con dos mujeres con las que el marido también se había casado… ¿Dónde está la justicia? Crecí educado con la idea de que la familia era la base de la sociedad, pero al ir asociando lo que me hicieron creer con lo que vivo, me descubrí en una gran falsedad de la cual nadie quiere hablar. Es por ahí donde creo que está la esperanza, en reconocernos y buscar la salida a esa gran mentira en la que vivimos»
En la película de Pérez Solano no se introduce ningún estamento contra el que los personajes puedan rebelarse. No existe el estado, ni los políticos, ni los jueces. Los individuos están solos, se hieren y son heridos ante sus semejantes, sin que nada pueda cambiarlo. Parecen reses que caminan al matadero. Un matadero que va del norte al sur del país porque para él: «Vivimos en la desesperanza. Es muy triste visitar los pueblos y las periferias de las ciudades y darse cuenta de que nada cambia para bien, que los niveles de crueldad avanzan más que las posibilidades de la bondad y la convivencia. Las instituciones solo maquillan el problema con ayudas mínimas. Creo que la solución está en nosotros, en que dejemos esa actitud de «reses» y busquemos una nueva forma de vida».
Los bañistas que dan título a la película de Max Zunino y su codirectora Sofía Espinosa, son un grupo de estudiantes acampados en Méjico DF que comparten sus provisiones con los vecinos a cambio de un lugar en el que asearse. Dos de ellos se marchan intentando encontrar en otro sitio el mundo por el que luchan, o al menos uno contra el que no haya que pelear por lo más lógico. ¿Por qué renuncian si, aunque precario, han logrado crear un pequeño ámbito de solidaridad? Zunino tiene una respuesta inspirada por un cineasta español: «El guionista José Angel Esteban, decía que ‘mientras Hollywood cuenta la historia de un hombre paralítico que con su lucha termina por ganar las olimpiadas, el cine latinoamericano cuenta la historia del mismo hombre paralítico que al final de su lucha logra mover un dedo de la mano’. Teniendo esto en mente la intención es hablar de gente común y corriente, personajes poco heroicos con vicios que dominan sus vidas, donde sus actos no cambian sociedades enteras, ni transforman el rumbo histórico de un país; lo que logran es modificar en algún sentido sus patrones para poder seguir adelante».
Los personajes de Max Zunino no experimentan el sentido de comunidad que se vivía en los movimientos estudiantiles de décadas pasadas «porque habitan ese tan actual desencanto y apatía hacia las instituciones. Organizaciones sociales y políticas, y sus representantes, que han prometido una y otra vez soluciones y nunca las han cumplido. Con esto como marco, ellos pretenden salir adelante apelando a un instinto más básico: el de la confianza en el individuo de al lado. Cuando las instituciones no funcionan y se resquebrajan, algo muy actual en el México contemporáneo, hay que buscar nuevas soluciones. Eso no significa aislarse y huir de la sociedad, pero sí evitar las trampas que el mismo sistema ha creado para prevalecer. La soledad y el desinterés terminan en el momento en que aprenden a cooperar entre ellos».
Alejandro Gerber Bicecci, director de «Viento Aparte» hace un diagnóstico muy parecido de la sociedad mejicana: «Me llama un poco la atención tu comentario sobre los movimientos sociales y el cuestionamiento de no abordarlos como un remanso de paz y esperanza posible. Es decir, obviamente existen, pero es raro -y de hecho de momento no recuerdo ninguno- aquel movimiento social de carácter nacional que no termina siendo cooptado por el gobierno o los poderes fácticos, o bien fragmentándose por luchas intestinas absurdas que no hacen otra cosa que replicar el esquema de poder que representa aquello contra lo que se rebelaron originalmente»
«México es el país del desencanto en términos sociales. Un dato interesante al respecto es que es el único país latinoamericano que jamás ha podido organizar una huelga general: la abrumadora mayoría de los sindicatos pertenecen al PRI, y desde ahí obedecen los lineamientos políticos que se les imponen. Supongo que sobra hablar del aparato de justicia y su corrupción, del irritante contraste económico que se vive día a día en las calles y de la indolencia generalizada frente a las manifestaciones y marchas que se organizan todos los días tratando de generar fuerza desde la sociedad para contrarrestar las acciones de gobierno».
No es posible encontrar un atisbo de esperanza para el conjunto de la sociedad mejicana en Viento Aparte. El que denuncia la matanza de campesinos es asesinado, el que ayuda sólo lo hace por dinero, porque siente que la sociedad se lo debe. Sólo al final un personaje va a redimir en algo esa destrucción progresiva del país y lo hace al límite de todo, en Chihuahua, una de las ciudades más peligrosas del país, y donde más excepcional resulta su conducta: «Que el gobierno de México es históricamente corrupto y vergonzante es un hecho más que sabido. Sin embargo yo quería hablar de algo más grave que involucra la identidad ciudadana: De la corrupción ética y moral de quienes lo habitamos. Lo habitamos sumergidos en burbujas de protección que nos aíslan de «los otros». Que impiden que nos enteremos de sus tragedias, y que no dejan que nos toquen. Aquí lo cruento siempre le pasa a alguien ajeno».
Para Alejandra Sánchez se trata de «la incapacidad de esta sociedad de salir de la victimización». Un dolor social que conforma, para mal, a todos, y trasciende lo personal para convertirse en una tradición que han soportado los mejicanos desde hace siglos. Una colectividad que sufre o se evade, o como dice Jorge Pérez Solano, «que gasta más en fiestas que en educación y cultura, que prefiere pagar a quien nos distraiga que a quien nos ayude a resolver nuestros problemas».
¿Soluciones? Max Zunino tiene una para sus protagonistas, pero no para cada joven de Méjico: «Más que una visión nihilista en mi película cómo mencionas, es un desencanto ante un sistema obsoleto que no cumple con sus expectativas, que se resquebraja. Los personajes no se atreven a plantear una solución a esto, no tienen una brújula que les indique el camino, simplemente terminan por atreverse a buscar una salida. Esperan encontrarla en el camino, cualquiera que esta sea».
Un orden de cosas que para Alejandro Gerber Bicecci puede arreglarse «desde el reconocimiento de la propia responsabilidad que como individuos tenemos sobre la tragedia nacional. En los actos mínimos y en los mayores, en los inconscientes y los maliciosos, porque creo que es ahí donde radica la humanidad del asunto, y la esperanza de mirar al otro y reconocerlo como un igual. Pero es difícil. Mientras haya un gobierno al cual culpar, mientras las clases ricas del país continúen enriqueciéndose sin mirar hacia abajo y no se den cuenta de aquellos que pisan, mientras la clase media siga enclaustrándose y cerrando los ojos, mientras las clases populares sean fácilmente manipulables, mientras la diversidad racial, ideológica, social y cultural del país sea un factor de confrontación, y no una riqueza, entonces es francamente difícil no mirar con cierto fatalismo pesimista la situación del país en el que vivo».