Década de los 60. Los Estados Unidos se encuentran sumidos en la Guerra de Vietnam y numerosos intelectuales, músicos, cineastas, escritores, pero sobre todo muchos jóvenes de toda condición y estrato social muestran, de manera contundente, su rechazo al intervencionismo norteamericano en el continente asiático. Acaba de nacer el movimiento que pasará a la historia […]
Década de los 60. Los Estados Unidos se encuentran sumidos en la Guerra de Vietnam y numerosos intelectuales, músicos, cineastas, escritores, pero sobre todo muchos jóvenes de toda condición y estrato social muestran, de manera contundente, su rechazo al intervencionismo norteamericano en el continente asiático. Acaba de nacer el movimiento que pasará a la historia como Contracultura.
En poco tiempo, este corriente de rechazo a las reglas burguesas por las que se rige occidente, que se opone con uñas y dientes a los convencionalismos sociales en boga, empieza a hacerse más y más amplia, exportándose a numerosos países, como Francia, Holanda, Alemania, Checoslovaquia o el Reino Unido.
En apenas unos años, la cultura juvenil alcanza cotas de poder y expansión inimaginables apenas una década antes, y empiezan a florecer nuevas formas de expresarse, de consumir, de vestir, de pensar, en definitiva, de ser y estar en el mundo. Lo nuevo contra lo viejo. Ese parece ser el lema. Y mientras tanto, en todo este maremágnum de cambios y transformaciones sociales, una disciplina destaca sobre todas las demás: la música.
El rocanrol, «la música del diablo», una criatura con apenas un puñado de años a finales de los sesenta, y cuyos padres putativos son el country, el góspel y el blues, se ha convertido en la música más poderosa, enérgica, rebelde, y vital que uno pueda imaginarse. Y por si todo esto fuera poco, trae aparejada una fuerte carga sexual, insurreccional y de toma de conciencia con respecto al papel que la juventud tiene en la sociedad. Somos jóvenes y somos diferentes, parecen gritar a los cuatro vientos cientos de muchachos y muchachas por todo el planeta. Nunca antes ser joven había sido tan excitante. Chuck Berry, Elvis Presley, Buddy Holly, The Beatles, The Rolling Stones, The Kinks, Bob Dylan, Janis Joplin, Jimy Hendrix, The Doors y otros muchos solistas y grupos, principalmente estadounidenses y británicos, pero no exclusivamente, extienden su capacidad de atracción por todo el mundo, y miles de jóvenes se convierten, en cuestión de meses, a la nueva religión del rocanrol. John Lennon, uno de los cuatro miembros del grupo de Liverpool The Beatles y protagonista estelar del movimiento contracultural, declara en una entrevista que su grupo es más famoso en el mundo entero que el mismísimo Jesucristo. Y por mucho que enfurezca a las mentes bienpensantes, no anda demasiado errado en su afirmación.
¿Y en España? ¿Cómo transcurren las cosas en «la reserva espiritual de Occidente»? ¿Se puede hablar de algo parecido al movimiento contracultural en una sociedad tan conservadora y retrógrada como lo es la sociedad española en los años sesenta? No podemos obviar que la España de la época es una férrea dictadura fascista, en la que existe la pena de muerte y cualquier atisbo de libertad individual o colectiva es un espejismo. ¿Y tras la muerte del Dictador? ¿Qué ocurrió? A lo largo de este artículo vamos a tratar de dar respuesta a estas y otras preguntas.
Años sesenta. La invasión de los conjuntos
En España, la introducción del rock tuvo lugar a través de las bases aéreas que el ejército norteamericano tenía en Zaragoza, Torrejón de Ardoz (Madrid) y Morón de la Frontera (Sevilla), además de la base naval de Rota (Cádiz). Fue aquí donde aterrizaron los primeros discos de Elvis Presley, Bill Haley o Chuck Berry, y fue aquí donde los jóvenes españoles entraron en contacto por vez primera con los nuevos ritmos y con las nuevas melodías además de con algunas sustancias psicotrópicas. De esta manera, numerosos grupos empiezan a proliferar por todas las ciudades españolas: Los Sirex, Lone Star, Los Salvajes, Los Brincos, Los Bravos, Los Pop Tops, Los Ángeles, Los Pekenikes, Los Canarios (al frente de los cuales estaba un jovencísimo Teddy Bautista, que años después protagonizaría el escándalo en el que se ha visto envuelta la SGAE recientemente), Los Cheyenes, Los Relámpagos, Los Mustang, y un largo etcétera. También existieron algunos solistas, entre los que destacan, sin lugar a dudas, el granadino Miguel Ríos (Mike Ríos en sus comienzos) y el valenciano Bruno Lomas, quien fallecería en un accidente de tráfico en 1990. Y para no ser menos que en la vecina Francia, también las chicas se apuntaron al carro de la modernidad. Entre estas chicas yeyés, como se las llamaba entonces, destacan Conchita Velasco, (que popularizaría la famosa canción «Chica ye-ye» compuesta por Augusto Algueró), Rocío Dúrcal, Silvana Velasco, Marisol o Gelu. En general, todos estos chicos y chicas eran jóvenes pertenecientes a familias de clase media-alta, bastante aburguesados, que estudiaban en colegios privados y que carecían por completo de compromiso social y de carga ideológica y cuya rebeldía venía marcada, básicamente, por la longitud de su pelo. En lo musical, se limitaron a plagiar con más o menos acierto a los originales foráneos. No podemos olvidar tampoco que la escasísima industria musical de la época estaba en manos de compañías dominadas por gente que supuraba nacional-catolicismo por cada poro de su piel. Toda este período queda magistralmente retratado en la novela Soul man (Lengua de trapo, 2009) de José María Mijangos, un libro imprescindible para entender cómo llegó el rock a España.
Años setenta. Raros y heterodoxos. La era hippy
Haz el amor y no la guerra, rezaba el eslogan hippy. Pero resulta que en España, lo que era el amor se hacía poco, y la guerra, aunque hacía casi tres décadas que había terminado, estaba tan presente como si hubiese tenido lugar un lustro antes. Ser hippy en estas latitudes era un acto heroico, en el que a uno, por llevar el pelo por debajo de los hombros, lo menos que le podía pasar era que sus vecinos pusieran en duda su heterosexualidad o le mentaran a la madre. Para colmo, conseguir drogas en un país tan puritano como el de entonces era francamente complicado, a no ser que pertenecieras a la alta sociedad del régimen. Además, los primeros hippies hispanos recibieron hostias desde la derecha (algo, más o menos obvio y natural) y desde la izquierda, que no estaba dispuesta, como sostiene el periodista Moncho Alpuente, a aceptar la más mínima desviación de la ortodoxia. En cuanto al fenómeno musical hippy, eso ya fue harina de otro costal. En Sevilla, surgen los Smash, un grupo formado por un danés y varios sevillanos, entre los que destacaban Julio Matito, Gualberto y Manuel Molina, un gitano de Triana que ponía el contrapunto flamenco a los desvaríos blues y rockeros del resto de sus compañeros. Smash duró apenas cinco años pero dejó algunas de las canciones más brillantes de la historia de la música española, entre ellas «El garrotín», una descarga flamenco-psicodélica que tumba de espaldas. Si no los conoces, ya estás tardando en buscarlos en internet.
En Cataluña, hubo una importante proliferación de grupos y solistas, con nombres como Máquina, Tapimán, Música Dispersa, Agua de regaliz, o solistas de la calidad del guitarrista Toti Soler, o los cantantes Pau Riba y Jaume Sisa. Sisa, iconoclasta, inquieto, anarquizante, al que le gusta autodefinirse como «cantautor galáctico», es todo un icono de la contracultura española, y un músico de referencia para muchos de los grupos y artistas que han venido tras él. Entre sus discos más destacados está el magnífico Qualsevol nit pot sortir el sol (Cualquier noche puede salir el solo) del año 1975.
Otros músicos con influencias más o menos hippies en algún momento de sus carreras fueron las Vainica Doble, Eduardo Bort, Pep Laguarda, Solera, C. R. A. G (Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán) o la genial cantante María del Mar Bonet y el cantautor extremeño Pablo Guerrero. A día de hoy, estos dos últimos, siguen en activo, haciendo en todo momento las canciones y los discos que les da la real gana.
Hijos del agobio. El rock urbano
El 20 de noviembre de 1975, tras cuarenta años de dictadura cuartelera y asesina, estira la pata Francisco Franco, «Caudillo se España por la gracia de Dios», según se podía leer en las monedas españolas de la época. Con la muerte del Ogro, el país entra en una nueva etapa. Las ansias de libertad, las ganas de expresarse, el deseo de vivir en un sistema distinto al que han conocido la mayoría de españoles hasta la fecha, trae consigo una nueva forma de rock, el llamado rock urbano. El periodista musical Jesús Ordovás nos lo contó en su libro ¿De qué va el Rrollo? (escrito así, con dos erres). Un montón de grupos procedentes de barrios periféricos de Madrid, como Vallecas, Carabanchel, La Elipa, etc., se lanzan al abordaje, empuñando sus guitarras eléctricas. Entre los más destacados, Burning, Leño (liderados por Rosendo Mercado, aún hoy en activo), Mermelada, Coz, Cucharada (el grupo de Manolo Tena), Asfalto, Topo, un jovencísimo Ramoncín, con sus provocadoras letras y su actitud chulesca, y los catalanes La Banda Trapera del Río, liderados por Morfi Grey, autores de auténticos himnos contraculturales de la Transición española, como «Curruquis de barrio», «Nos gusta cagarnos en la sociedad» o «Nacido del polvo de un borracho y del coño de una puta». Muchos de estos grupos fueron auténticos fenómenos tanto de ventas como de público en su momento, a pesar de su actitud nada complaciente con el sistema. Primos hermanos del rock urbano son los grupos españoles de heavy metal que aparecieron a finales de los 70 y principios de los 80. Los más populares fueron, sin duda, Barón Rojo, que cosecharon sonoros éxitos internacionales, y Obús, pero hubo otros muchos: Pánzer, Santa, Banzai (el grupo del guitarrista Salvador Domínguez), Bella Bestia…
Dame veneno que quiero morir. Gitanos del suburbio
En paralelo al rock urbano, empieza a vislumbrarse lo que acabará por convertirse en todo un fenómeno de la música hispana: la rumba suburbial. Pero antes, tenemos que trasladarnos a Sevilla. Año 1977. Dos adolescentes gitanos del barrio de las Tres Mil Viviendas, Raimundo y Rafael Amador, que se han criado escuchando cante jondo, se juntan con José María López Sanfeliu (aka Kiko Veneno), un licenciado en Filosofía y Letras que acaba de volver de un viaje iniciático por los Estados Unidos, donde ha profundizado en la música y la poesía de su gran ídolo, Bob Dylan. De esta unión tan poco natural a priori, saldrá el grupo más iconoclasta, surrealista, subversivo, vanguardista, libertario, callejero y libre que ha dado la música hecha en España: Veneno. En lo musical, la mezcla de las guitarras de palo con las letras de Kiko Veneno no se parece a nada de cuanto se ha hecho en España hasta la fecha. Sólo grabaron un disco, pero vaya disco. No es punk, ni flamenco, ni rumba, ni rock, pero al mismo tiempo es todo eso y muchas más cosas. La portada fue censurada porque en ella se veía una tableta de hachís envuelta en papel de plata con el nombre del grupo grabado a fuego. Sin lugar a dudas, el mejor disco de la historia de la música española.
Tras la disolución de Veneno, los hermanos Amador forman Pata Negra y Kiko Veneno sigue su camino en solitario, echándose un cantecito siempre que tiene ocasión y regalándonos algunos discos llenos de genialidad. Y ojalá que por muchos años.
Por esta misma época de la que estamos hablando, numerosos gitanos empiezan a comprender que su música y su arte tienen algo que los hace únicos. Es el momento de la rumba suburbial y canalla. Las Grecas, un dúo formado por las hermanas Muñoz Burrull, con su gypsy-rock, una excitante mixtura de flamenco, rumba, y poderosos riff de guitarra eléctrica, rompen todos los esquemas habidos y por haber. Tras su estela, vendrán otros muchos, que irán dejando numerosas muestras de su poderío racial en discos y casetes que se venden sobre todo en las gasolineras. Para la historia quedan Los Chichos y Los Chunguitos, que supieron retratar como nadie las vivencias de toda una generación de chavales del extrarradio, la mayoría de ellos delincuentes juveniles enganchados al jaco. Probablemente lo más contracultural que se ha creado en España.
Enamorado de la moda juvenil. Punk y nueva ola. La movida madrileña
En 1977 un buen puñado de jóvenes, con los pelos de colores, luciendo imperdibles, y al grito de «No future», toman al asalto las calles de Londres, Nueva York y otras grandes urbes mundiales. Sex Pistols, The Clash, Ramones, The Damned, Siouxie and The Banshees o Joy Division se encargan de poner la banda sonora. En España, tardarán todavía un poco en aparecer los primeros punks, pero cuando lo hacen, irrumpen con fuerza. Kaka de luxe es el nombre del prime grupo punk que surge en España, algo así como el big bang de la música moderna española. No tienen ni puta idea de cómo se toca una guitarra o una batería pero tienen todo el morro del mundo para subirse a un escenario. Por sus filas pasaron gente que más tarde militaría en algunos de los grupos más importantes de la década de los ochenta: Fernando Márquez, El zurdo, en La Mode; la mexicana Alaska, con su inseparable Nacho Canut y Carlos Berlanga, en Alaska y los Pegamoides y más tarde en Alaska y Dinarama y Fangoria; o Enrique Sierra, en Radio Futura. Para la posteridad graban un puñado de canciones que suenan horribles pero que son toda una declaración de principios: «Pero que público más tonto tengo», «Pero me aburro», «La tentación» o «Rosario/Toca el pito». En unos meses, empiezan a surgir grupos como setas, en cualquier rincón de la geografía española: en Barcelona, Loquillo y Trogloditas, Los Rebeldes, Los Burros; en Vigo, Siniestro Total, Golpes Bajos y Os Resentidos; en Granada, 091; en Málaga, Danza Invisible; en Valencia, Seguridad Social o PP tan sólo; en Sevilla, Dulce Venganza; y en Madrid, además de los ya citados, Parálisis Permanente, Gabinete Caligari, Derribos Arias, Las Chinas, Nacha Pop, Décima Víctima, Los Pistones, Los Zombies, PVP, Los Coyotes, Los Secretos, Los Nikis, Los Elegantes, Ejecutivos Agresivos, Aviador Dro, Glutamato Ye-Ye o Mamá son algunas de las bandas más punteras de lo que se dio en llamar La Movida madrileña.
Rock de la línea del frente. Rock Radical Vasco.
El RRV (Rock Radical Vasco) ha sido, con toda probabilidad, el último gran movimiento contracultural que se ha dado por estas latitudes. Nacido cuando la década de los ochenta ya había echado a andar, (el pistoletazo de salida se dio en 1983, en un concierto multitudinario contra un campo de tiro militar, celebrado en Tudela) en torno a una red de fanzines, radios piratas y lo que en Euzkadi se denomina gaztetxe (que no es otra cosa que un centro juvenil) la mayoría de ellos okupados y autogestionados. Se trata de un movimiento de rock contestatario y visceral, con un fuerte compromiso político, izquierdista y nacionalista. Muchos de estos grupos estaban muy cercanos e incluso militaban activamente en la izquierda abertzale. Entre los grupos más punteros La Polla Records, Kortatu (de sus cenizas surgieron los grandiosos Negu Gorriak y de las de estos, los internacionalistas Brigadistak Sound System, con Fermín Muguruza al frente), Jotakie, Kontuz Hi!, Vulpes, Zarama, Eskorbuto, Hertzainak, Barricada, Potato, RIP, Cicatriz, Tijuana in Blue, Belladona o Tahúres Zurdos, incendiaron las calles del País Vasco con su rock de guitarras afiladas, su reggae tropical, su ska jamaicano, su punk gamberro y su actitud nihilista. Unos cantaban en euskera y otros en castellano pero más o menos, todos se gastaban la misma mala leche. Y todo ello de espaldas a la gran industria musical española, actuando desde la más absoluta independencia, editados, prácticamente todos ellos en el sello pamplonica Soñua, que en euskera significa «a gritos». Por desgracia para muchos de sus protagonistas, la heroína también corrió como la pólvora y muchos de aquellos jóvenes protagonistas del RRV son, hoy, parte de la leyenda.
Años 90: Cultura del pelotazo y yuppies. El extraño caso de Extremoduro
En la década de los noventa, España entera se convierte a la religión del neoliberalismo, que ya arrasaba en algunos países sudamericanos, como Venezuela o Argentina. La beautiful people toma el poder y ahora el objetivo es hacerse millonario a la mayor brevedad posible. Es lo que se denomina en España «la cultura del pelotazo». Como señala Jesús Ordovás, se trata de «la filosofía del éxito a cualquier precio impuesta por los ganadores». En lo musical, el país se convierte en un auténtico erial, con abundancia de grupos clónicos que cantan en inglés (aunque no tengan ni puta idea de inglés) más sosos que la comida de un hospital. De la mayoría de ellos no nos acordamos pero además, ni falta que nos hace.
De lo poco salvable de la década, en cuanto al tema que nos ocupa, están los Extremoduro, un grupo formado en Plasencia, una pequeña ciudad del norte de Extremadura, en torno al guitarrista, cantante y compositor Roberto Iniesta, que sin ningún tipo de apoyo mediático, funcionando a contracorriente, y con una actitud a medio camino entre el punk y el lumpenproletariat, ha terminado por convertirse en la banda más poderosa de todo el país. Sus directos son arrasadores, sus discos se venden como rosquillas y todo ello de espaldas a la industria discográfica, sin entrevistas, sin concesiones de ningún tipo, simplemente grabando buenos discos y mejores canciones, haciendo en todo momento, literalmente, lo que les sale del ombligo.
Siglo XXI. Rap, hip-hop y otras hierbas
En 1989, se publica el disco colectivo Madrid hip-hop, considerado unánimemente como el embrión de la cultura hip-hop y rap en España. En el disco participaron cuatro grupos: Sindicato del Crimen, DNI, QSC y Estado Crítico. Después vinieron otros muchos, como SFDK, el Club de los Poetas Violentos, 7 notas 7 colores (al frente de los cuales estaba Mucho Muchacho), La Puta Opepe, Solo los Solo, Frank T, La Mala Rodríguez, Violadores de Verso, Chojin, Tote King, La Excepción (con su carismático líder El Langui). Entre todo este mogollón de grupos y MCs, tenemos que destacar a los valencianos Los Chikos del Maíz, un grupo de hip-hop bastante politizado, de tendencias marxistas y anti-fascistas, formado por los MCs Mega y Toni el Sucio y por el DJ Bokah. En sus polémicas letras se habla de temas que no aparecen con frecuencia en las canciones del género, como el terrorismo, la monarquía, o la situación laboral de miles de jóvenes españoles; y Def Con Dos, una banda liderada por César Strawberry, que mezcla rap y rock duro, como un cóctel hispano entre Public Enemy y Beastie Boys, y que llevan más de dos década lanzando sus proclamas anti-todo rebosantes de humor negro y mala baba. Su último disco se titula España es idiota.
Y esto, y esto, y esto es todo, amigos.