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La paradoja de la Bestia

Fuentes: Rebelión

Para que la unión sin sectarismos de las gentes desposeídas, indignadas, explotadas, resistentes y vulnerables (y también la de Izquierda Unida y Podemos) pare a la Bestia   Estamos atrapados, nos guste o no, en el lenguaje de la economía que ha domesticado al mundo entero. Un lenguaje nos domestica cuando logra empapar toda nuestra […]


Para que la unión sin sectarismos de las gentes desposeídas, indignadas, explotadas, resistentes y vulnerables (y también la de Izquierda Unida y Podemos) pare a la Bestia

 

Estamos atrapados, nos guste o no, en el lenguaje de la economía que ha domesticado al mundo entero. Un lenguaje nos domestica cuando logra empapar toda nuestra vida cotidiana y nuestras formas cotidianas de expresión. El lenguaje de la economía se utiliza en la cocina, entre amigos, en las asociaciones científicas, en los centros culturales, en el club, en el lugar de trabajo, y hasta en el dormitorio. En cualquier lugar del mundo, estamos dominados por el lenguaje de la economía y esto influencia en gran medida nuestro comportamiento y nuestras percepciones.

Manfred A. Max-Neef (1993), Desarrollo a escala humana

 

A modo de recomendación: Manfred Max-Neef y Philip B. Smith, La economía desenmascarada. Del poder y la codicia a la compasión y el bien común [1].

No hace falta dar detalles de Manfred Max-Neef. Su Desarrollo a escala humana es uno de los cincuenta libros más importantes en materia de sostenibilidad (en serio esta vez). Philip Barlett Smith, el coautor, era (falleció en 2005) un físico experimental que hizo también una travesía por «tres metros de estantería llena de libros de economía». Smith, que tuvo que exiliarse académicamente por sus firmes y consistentes críticas a la política imperialista de USA (su país natal), dio clases en Brasil y después en la Universidad de Groningen. Tras su jubilación centró sus investigaciones en temas como el desarme, el medio ambiente, la energía, la pobreza y la economía mundial.

La paradoja anunciada [2]:

Octubre de 2008. La FAO, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (el traductor de Ernesto Guevara en su periplo europeo fue su coordinador en algún momento) informaba que el hambre afectaba a unos mil millones de seres humanos. En sus cálculos reconocidos, con 30 mil millones de dólares USA anuales bastaba para superar la situación, para salvar todas esas vidas afectadas por el hambre, la miseria y la muerte.

En ese mismo momento, la acción concertada de seis bancos centrales, los de EEUU, UE, Japón, Canadá, Gran Bretaña y Suiza, derivó 180 mil millones de dolares al mercado financiero: ¡era necesario salvar a los grandes bancos privados que estaban hundiéndose!

Yanis Varoufakis describió así la situación: «En 1929 el total de los créditos pendientes de pago en EEUU era del 160% del PIB. En 1932, conforme las deudas se acumulaban y el PIB caía, había subido hasta el 260%. En contraste, EEUU entró en el crash de 2008 con un total de créditos pendientes de pago del 365% del PIB. Dos años más tarde, en 2010, se había elevado hasta un formidable 540% del PIB (Y esta cifra no se incluye los derivados, cuyo valor nominal pendiente de pago es de al menos cuatro veces el PIB)» [3]

Poco después de la primera inyección financiera, el Senado USA aprobó una partida adicional de 700 mil millones. Dos semanas más tarde, otra de 850 mil millones. El paquete de «ayuda» continuó creciendo y creciendo. Hasta el infinito y más allá. Se calcula que en septiembre de 2009 alcanzó los 17 billones (millones de millones) de dólares. USA por supuesto.

Ante una situación así, señala Manfred Max-Neef, tenemos dos alternativas: ser demagogos o realistas. ¿Demagogos, realistas? ¿En qué sentido, qué acepción usamos? En este: «si… aceptamos que es más urgente, más necesario y más conveniente y rentable para todos evitar que una empresa de seguros o un banco vayan a la bancarrota que alimentar a millones de niños, o brindar ayuda a las víctimas de un huracán, o curar el dengue, seremos calificados de realistas.»¿O no es el caso? Si, por el contrario, proponemos un referéndum para preguntar a la ciudadanía si prefiere usar sus recursos monetarios para salvar vidas o bancos, seremos acusados de ser unos demagogos. Con razón. Y unos irresponsables.

Durante tiempo se dijo y repitió, señala Max-Neef (se sigue repitiendo la misma letanía), que nada se podía hacer, que no había dinero suficiente. Surgió de repente, una verdadera y teológicamente pura creatio ex nihilo. De las mejores, nunca superada hasta el momento. «Nunca hay suficiente para quienes no tienen nada pero siempre hay suficiente para quienes lo tienen todo» comenta el economista chileno-germano.

Mediados de 2014, ¿a cuánto ha podido subir el dinero global del rescate? ¿Exagero si hablo en 25 billones (millones de millones) de dólares? Exagero. Vale, de acuerdo. Lo dejamos en 20 billones. Dividamos esa cantidad entre los 30 mil millones necesarios (supongamos la misma cantidad, no es un disparate) para superar el hambre en el mundo. Resultado-cociente de la operación (con residuo insignificante): 666, ¡medio milenio, un siglo y medio más, una década y media sumada y un año añadido: un mundo humano sin hambre!

¿666? ¿No era 666 la marca de la Bestia en el Nuevo Testamento, en las Revelaciones de San Juan? » El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis.»

Pues eso: contra la paradoja de la Bestia.

PS. El mecanismo esencial, como tantas otras cosas, lo percibió con claridad el gran Andréi Platónov ya en 1927: «Zajar Pávlovich perdió realmente su maestría por lo turbada que tenía el alma. Sin otro estímulo que el pago en dinero resultaba difícil hasta clavar un clavo. El maestro maquinista sabía eso mejor que nadie; estaba convencido de que cuando el obrero dejara de sentir atracción por las máquinas, cuando el trabajo dejara de ser un desinteresado e inconsciente estado natural para convertirse exclusivamente en necesidad dineraria, llegaría el fin del mundo, o incluso algfo peor que eso; cuando muriera el último maestro renacería la gente más canalla, que devoraría las plantas del sol y estropearía lo producido por los maestros.»

Notas:

[1] Icaria, Barcelona, 2014. Traductor: Angelo Ponciano.

[2] Ibidem, pp. 155 y siguientes.

[3] YV, El minotauro global, Capitán Swing, Libros, Madrid 2012. Tomado de Antonio Cuesta Marín, Solidaridad y autogestión en Grecia, Manu Robles-Arangiz Instituta, 2014, p. 93.

[4] Andréi Platónov, Chevengur. Viaje con el corazón propicio, Cátedra, Madrid, 1998, p. 103 (traducción de Vicente Cazcarra y Helena S. Kriúkova).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.