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Deambulantes

Fuentes: Rebelión

La Bolsa de Valores de Tokio está repleta de especuladores financieros. Los especuladores gritan, se toman las cabezas, vuelven a gritar, apuntan números y porcentajes en una gigantesca pantalla. Danzan las puntas de los gráficos y los índices mientras los ojos orbitan al ritmo de las fluctuaciones. Cansados, cerca de las 12:00 de la noche, […]

La Bolsa de Valores de Tokio está repleta de especuladores financieros. Los especuladores gritan, se toman las cabezas, vuelven a gritar, apuntan números y porcentajes en una gigantesca pantalla. Danzan las puntas de los gráficos y los índices mientras los ojos orbitan al ritmo de las fluctuaciones.

Cansados, cerca de las 12:00 de la noche, se retiran los especuladores financieros. Entonces la Bolsa de Tokio cierra sus parpados. Pero mientras cierra la Bolsa de Tokio, abre la Bolsa de Madrid, Londres y todas las demás Bolsas de Europa. Entonces se inicia la nueva fiesta: se toman las cabezas, gritan, apuntan números y gráficos en una pantalla.

Y así fluctúa el capital financiero, invisible, de aquí para allá, capital que se independiza de los demás capitales, agitando la flecha de los gráficos, subiendo y bajando índices. Este es el verdadero fantasma que recorre Europa.

Cansados, cerca de las 12:00 de la noche, se retiran los especuladores financieros de las Bolsas europeas. Entonces las Bolsas cierran sus parpados. Pero mientras cierran las Bolsas de Europa, abren las bolsas de América. Y el desfile comienza otra vez: gritos, stress, más gritos, flechas, indicies. Cuando cierra Chicago y Nueva York, abre Tokio, y cuando cierra Tokio, abre Europa.

Jamás descansa el capital financiero, que despierta y toma cuerpo en la Bolsa infinitas veces, que en realidad no despierta, porque nunca duerme este eterno sonámbulo que recorre el mundo.

Y mientras continúa el peregrinaje del capital financiero, también deambulan por el mundo los emigrantes, inmigrantes, refugiados de guerras o simples buscadores de oportunidad. Los pobres, los invisibles, los expulsados, los que no caben en el mundo. Algunos arrancan de las guerras y sus garras, otros de dictaduras, otros tantos de artificiales sequias, que secan la boca y el alma, y otros, otros simplemente buscan un trabajo que les permita resistir la crisis, la nueva crisis. La vida es resistir. Atraviesan de un país a otro, sorteando desiertos y mares, además del resentimiento y el racismo. Piensan en sus hijos, en sus padres, en el país que dejan, mutilando sus vidas. La melancolía corroe sus gargantas, les aprieta el pecho, pero avanzan, son millones los que logran atravesar fronteras, ni siquiera hay datos que los cuenten, un éxodo de gente errando por el mundo. Otros tantos caen en el intento, sin llegar jamás a destino, cuerpos anónimos secados por el sol del desierto. Algunos fantasean con el Sueño Americano, el americandrim que vieron en no sé qué película, sueño precedido por una especie de pesadilla de pies y manos gastadas, de caminar y caminar, de golpear y golpear puertas.

Aspirantes a un suceso trágico: ser tratados como el capital financiero, y así moverse libremente por el mundo, estar un día en un lugar y luego despertar en otro. Pero el mundo levanta cada vez más restricciones para la circulación de seres humanos, y cada vez menos restricciones a la circulación del capital financiero.

Y ellos siguen allá abajo, bien abajo, azotados por el sol, con solo tierra en los bolsillos, hijos de la miseria y el olvido. Mientras otros siguen allá arriba, bien arriba, decidiendo quienes y como se trabaja, la minoría que resuelve versus la mayoría que acata, los pocos que tienen mucho versus los muchos que tienen poco, poco o nada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.