Una crítica del lulismo desde la izquierda La campaña que se aproxima a la primera vuelta electoral presenta un momento interesante para hacer análisis a partir de posiciones definidas. Como se esperaba, la tendencia de centro-izquierda del gobierno de coalición intenta organizar una defensa inexorable del lulismo y ampliar su base de apoyo. Para demarcar […]
Una crítica del lulismo desde la izquierda
La campaña que se aproxima a la primera vuelta electoral presenta un momento interesante para hacer análisis a partir de posiciones definidas. Como se esperaba, la tendencia de centro-izquierda del gobierno de coalición intenta organizar una defensa inexorable del lulismo y ampliar su base de apoyo. Para demarcar una distancia con la izquierda no electoral en la situación, elegí hacer una crítica (rápida y pública) al texto del periodista Beto Almeida, publicado en el excelente portal pro gobierno Carta Maior. Publicado con el título «La presencia de Vargas en la elección de 2014» de fecha 20 de septiembre de 2014, el texto hace comparaciones plausibles entre el lulismo y el varguismo tardío. El autor, Beto Almeida es corresponsal de TELESUR en Brasil y un respetado periodista. Así, el debate que sigue no es de tipo destructivo, y aunque no concuerde con su paradigma inicial, mantendremos el tono respetuoso en función de la trayectoria del autor que es objeto de la crítica.
Varguismo, lulismo y derrota de la izquierda en los frentes sociales
Por increíble que pueda parecer, concuerdo con la caracterización de Beto Almeida respecto a la presencia del varguismo en la disputa de este año. Inicio la reflexión concordando con la característica y discordando con la solución establecida. Getulio Vargas vino de la oligarquía positivista, coqueteó con el fascismo y en su última fase de nacionalismo colocó al Estado como centro de desarrollo capitalista. El último gobierno de Vargas se dio en medio de la Guerra Fría, en el auge de la bipolaridad, alineando a la derecha brasilera con la Casa Blanca y la superpotencia de Occidente. Como contrapartida, el laborismo se posiciona más a la izquierda, siendo su herencia política directa agotada con el Al-2 y la clausura de todos los partidos políticos.
Ya el lulismo, la nueva versión del varguismo-laborismo viene de la izquierda auténtica, del reformismo radical (tensionando la institucionalidad en el período de Apertura) y terminó como faro del pacto de gobernabilidad. A la derecha del lulismo están las secuelas del neoliberalismo en Brasil, a su izquierda, lo que restara de las corrientes todavía electorales (reformistas radicales como PSOL, PSTU, PCO, PCB) y de extrema izquierda (libertaria, maoísta, autonomista, difusa) que ganó las calles en 2013. El lulismo y sus herederos se enfocan en el manual de la democracia indirecta, atravesada por el tema del poder. Así, el control del Poder Ejecutivo es el poder elegir campeones nacionales y lo básico para cualquier desarrollo capitalista semi-autónomo. Puede ser mejor que la via neoliberal directa, como el partido tucano «pura sangre», con el PSDB trayendo a Aécio Neves, el exquercista Aloysio Nunes Ferreira y la mano de hierro del capital financiero, con Armínio Fraga. También es una propuesta menos peligrosa para los bienes materiales de las mayorías, como la línea disfrazada, a través de Marina Silva (a remolque del azar con la caída del avión de Eduardo Campos y de las esperanzas del PSB que se centraban en él, apuntando al 2018), trayendo la «consultoría» de Neca Setúbal, Gianetti da Fonseca & Cía. Pero está bien distante de cualquier opción de izquierda. El patrón continúa. Vargas reconoció los derechos del trabajo y acabó con los sindicatos libres. Lula incluyó a más de 44 millones de personas en el mundo del capitalismo, y destrozó a la izquierda brasilera.
La defensa del indefendible pacto de gobernabilidad y del presidencialismo de coalición
Parece una broma, pero nuevamente el hombre de TELESUR justifica la alianza con sectores de la oligarquía brasilera como la inevitabilidad de hacer lo posible dentro del exiguo tiempo y respetando las bases del presidencialismo de coalición. Alega que la irritación de los que denuncian la aproximación de los exreformistas del PT con Renan Alehiros, José Sarney & Cía. es una especie de ceguera de clase media, que impide ver los progresos sociales del Brasil. Nada puede ser más absurdo. Con esta lógica el régimen de Franco sería parcialmente positivo, mientras que amparaba los derechos materiales del trabajo, también negaba cualquier libertad sindical. Es la mera lógica de sobreponer una contradicción sobre otra, como si el avance material innegable -aunque insignificante delante de la desigualdad y la acumulación de poder de los diez mayores conglomerados económicos y de las 15 familias más ricas- además de la entrada y salida de los especuladores, justificara cualquier cosa.
Se trata del raciocinio del leninismo retorcido. Si en la reproducción de la línea bolchevique ya era difícil justificar la idea de «un paso para atrás, dos al frente», ahora es indefendible pensar que la única salida válida es pensar como «un paso al frente, dos para atrás». Esta política de fin de fiesta de distopías calza perfectamente con la mentalidad menchevique de los arrepentidos del 68 y el 78, en la fusión entre la nomenklatura y los exauténticos del sindicalismo. Para distribuir un poco la renta abren la mano del poder en la sociedad. Ahora, penan contando voto a voto, concurriendo junto a los arribistas disidentes y su expartido auxiliar.
¿Cómo gobernar sin los medios de comunicación, o al menos sin una parte considerable de ellos?
Si en algo concuerdo con el varguista tardío Beto Almeida es en el hecho que la coalición liderada por el PT ha desistido del poder en la sociedad, al no intentar crear un medio -o varios medios- para comunicarse con quienes están desorganizados. Internet y las redes sociales, como sabemos, son un locus excelente para quien está vinculado de alguna forma. Más para quien está solo, debe ser alcanzado por un vehículo de comunicación en escala empresarial -o una fundación (de preferencia, o algo similar)- pero con la envergadura para disputar consensos sociales. Quien no piensa en la democracia de la comunicación social, tampoco cree en la democracia directa de masas. Los que optan por la vía indirecta de la democracia representativa y caen en la locura de no contar con medios de comunicación potentes, tampoco fortalecen la democracia en un sentido amplio. Tal es el caso de los tres gobiernos del PT y su papel represor al movimiento de radios comunitarias y su escogencia por los impresos y la noticia como mercadería para el periodismo y los medios brasileros.
Ni Getulio Vargas y menos la dictadura hicieron tamaña bestialidad. Vargas tenía la censura a través de la DIP, una relación de amor-odio con los Diarios Asociados y en su última fase, la más interesante, un grupo de medios a su favor. Sería impensable la fase nacionalista de Vargas sin el papel del periódico Última Hora y su red de impresos estatizados. Samuel Wainer operaba haciendo eco al coro del varguismo-laborismo, además de intentar aproximarse a las elites no reconocidas (como en las columnas sociales de la zona Norte de Río de Janeiro). Ya los militares, tanto la línea dura como la turba del ESG, tenían tanto el aparato de censura como los medios de comunicación leales a su régimen de terrorismo de Estado. El gobierno Médici, el peor de todos contaba con el apoyo irrestricto de complejos empresariales como la Rede Globo y el Grupo Folha da Manhã. El partido de gobierno, aunque aliado de coroneles de la comunicación, no tiene nada parecido desde las cabezas de la Red.
Finalizo
El lulismo, como heredero del varguismo tardío, no intentó esta competencia, haciendo un juego de aproximación tímida con el Grupo Alzugaray (Editora Três – Isto É), como el SBT (en la operación de 2010 salva al Grupo Silvio Santos y sanea con recursos de la Caja Económica Federal el Banco Panamericano, ahora con el nombre de Pan), en la Record y su controlador aliado «el obispo» Edir Macedo, además de una línea crítica de medios más reconocida por su capacidad analítica, como los buenos expertos de Carta Maior, Carta Capital, Revista Fórum, entre otros semejantes.
Internet se ha expandido en Brasil, y da la impresión de bastar para generar consenso. Caro engaño, los consensos en sociedades fragmentadas dependen de la escala industrial de la producción simbólica, y en esto la centro-izquierda y todavía más la izquierda restante, están a años-luz del bloque hegemónico de la derecha ideológica. Ahora la suerte está echada y la reelección se torna más apretada y nada segura.
Fuente original: www.estrategiaeanalise.com.br