Dedicado a Alejandra Santillana, ímpetu e intensidad crítica y militante. A los y las jóvenes rebeldes que se ríen de la tesis del fin de la historia, postulado de conservadores, también de caudillos, populistas y socialistas, aunque lo hagan con distintos discursos. Dedicado entonces a quienes saben que la historia no termina mientras haya dominaciones […]
Dedicado a Alejandra Santillana, ímpetu e intensidad crítica y militante. A los y las jóvenes rebeldes que se ríen de la tesis del fin de la historia, postulado de conservadores, también de caudillos, populistas y socialistas, aunque lo hagan con distintos discursos. Dedicado entonces a quienes saben que la historia no termina mientras haya dominaciones múltiples. Saben que tampoco la lucha termina, la lucha continua.
¿Cuál es la relación entre forma gobierno y forma Estado? El concepto de forma o, si se quiere, la configuración de forma, es de lo más abstracto. Separa forma de contenido y de expresión. ¿Cómo se hace esto? Es como si asumieran todas las analogías de un tópico de temas a su promedio, a su síntesis. Este procedimiento se puede calificar de epistemología platónica, aludiendo al filósofo de la Grecia antigua que hacía gala de esta técnica de las formas. De esta manera se llega a los conceptos, conformados platónicamente; es decir, a la esencia. El concepto de color, el concepto de lo blanco, no es el color mismo, es la idea del color puro, la idea del blanco puro, que no se da en efectivamente sino como idea. ¿La forma es entonces la idea? Siendo reiterativos y redundantes, una forma de idea, la idea entendida según Platón. Otra es la comprensión de idea de Kant, por ejemplo. Para no salirnos del tema, cuando se habla de forma entonces se lo hace sobre la base de una analítica que separa forma de contenido y de expresión.
Cuando hablamos de forma gobierno y forma Estado lo hacemos entonces separando contenidos y expresiones de los gobiernos efectivamente dados y de los estados conformados y constituidos como estructuras políticas y culturales. Hablamos entonces de la idea de gobierno y la idea del Estado; en este caso, tratamos de diferenciar distintas ideas de gobierno, ideas, mas bien, en sentido de modelos, si se puede hablar así. Se puede entonces distinguir formas de gobierno, así como formas de Estado. Lo que nos interesa no es la clasificación de los gobiernos, tampoco de los estados, sino comprender la mecánica de estas diferenciaciones, si se quiere, su genealogía. En esta perspectiva trataremos de reflexionar sobre la relación entre forma de gobierno y forma Estado.
El gobierno es lo que efectivamente se da, en cambio el Estado es un supuesto, es una idea; se trata de la interpretación elaborada de la historia del gobierno, se trata de una narrativa teórica-política. Si se dice que el Estado, además de ser un concepto, es una materialidad, como la materialidad institucional, se da lugar un desplazamiento epistemológico; cuando se hace esto ya no se puede hablar del Estado como unidad pura, pues el desplazamiento se abre a la pluralidad; pueblo, población, territorio, instituciones. Estamos, mas bien, ante la articulación de la pluralidad en su sentido y perspectiva política; hablamos de intervenciones técnicas de institucionales para enlazar tópicos seleccionados de la pluralidad, dando lugar a la realización de la voluntad, entendida conceptualmente, pues se trata de voluntades congregadas.
El gobierno se refiere a la administración, manejo, mando, conducción, de las fuerzas, en tanto que el Estado es como la estructura histórica y jurídica que sostiene, por así decirlo, al gobierno. Sin embargo, esta estructura es una interpretación, es una figura de la narrativa política; materialmente, para hablar de esa forma, se trata de un bloque de prácticas reiterativas que reproducen la malla institucional. No es pues adecuando hablar de Estado, pues esta dinámica molar institucional no es una estática; es, mas bien, algo parecido al habitus; se trata de prácticas sociales y políticas que producen y reproducen Estado, por así decirlo, como institución imaginaria de la sociedad[1]. Llamemos a este conglomerado de prácticas más o menos integradas y articuladas de reproducción estatal automatismo molar o si se quiere rutina institucional.
El automatismo estatal vendría a ser algo parecido al habitus; empero, no se trata, como en el habitus, de las subjetividades inherentes, inscritas, en los cuerpos, de las prácticas y costumbres asumidas por los individuos, los grupos, las poblaciones, sino de un habitus molar, es decir, un habitus institucional. Pasa como si las instituciones fuesen sujeto – obviamente no lo son, son producto de las composiciones de la gente, composiciones que se cristalizan y terminan imponiéndose a los individuos, grupos, poblaciones y sociedades -, entonces el habitus mecánico de la reproducción estatal se encarna en las instituciones, que actúan como sujetos orientados por este habitus técnico. Ciertamente, se da una especie de inercia, cuya recurrencia, repetición y expansión termina prolongando una situación, que aunque cambiante, mutante, de una manera imperceptible, termina durando, apareciendo como si fuese natural. Lo que se llama Estado, más bien el referente dinámico, no la idea de estática, muestra la dependencia de los creadores y productores de las instituciones, los humanos, respecto de sus propias criaturas, a las que consideran como indispensables, hasta fundamentales, para la vida humana. Entonces su propia capacidad creativa, inventiva, productiva, termina inhibida, canalizando sus fuerzas a la reproducción estatal, en vez de seguir inventando, creando, produciendo espontáneamente; lo que caracteriza a la vida y a los ciclos vitales.
En los ensayos anteriores hablamos de diagrama de poder, de biopoder, distinguiéndolo de la biopolítica, que es tomada no como lo usa Foucault, sino como interpretan Antonio Negri y Michael Hardt, diferenciando biopolítica, que sería, mas bien, potencia, del bio-poder, que sería más bien aparato de captura de las fuerzas de la potencia. Ahora, parece conveniente concebirlo como bio-sistema-poder, incorporando las configuraciones anteriores y conjugándolas con la idea de sistema dinámico. De esta manera, nos trasladamos de la idea abstracta de Estado a un campo configurante dinámico, que da cuenta de las articulaciones e integraciones que hace el «Estado» de una selección de campos, tópicos, territorios y cuerpos, en la perspectiva de lograr el efecto de síntesis política. Apuntamos a visibilizar las actividades, prácticas, mecanismos, técnicas, que hacen a la reproducción del poder, conformado como bio-sistema-poder. El llamado Estado, en las teorías de la filosofía política, así como en las teorías de la ciencia política, el diluido, descrito y explicado como imaginario, en las teorías críticas, tanto de las filosofías como de las ciencias, a partir de las cartografías, diagramas de poder, del desplazamiento vital a la biopolítica, del concepto complejo de biopolítica, aparece entonces como ecología institucional. Ecología institucional que, a su vez, trata de ser controlada por lo que se llamó la clase dominante; algo que no ocurre, no puede ocurrir, pues este estrato, por más privilegiado que sea, por más poderoso que se considere, no puede controlar la ecología institucional, que responde a los entramados y nichos políticos. Lo que hace es orientar, de acuerdo a sus intereses, el decurso representado como historia institucional o historia estatal.
El gobierno es, si se quiere, el mecanismo efectivo con el que se trata de controlar esta ecología institucional, que llamamos bio-sistema-poder. En el mejor sentido de la palabra el gobierno sería el régimen que trata de controlar esta ecología institucional incidiendo estratégicamente, de acuerdo a los objetivos que se propone. Algunos estrategas consideran que esta ecología institucional es la realidad; es decir, el Estado es lo real, por así decirlo; en otras palabras, es el límite de lo posible. Otros estrategas, más minoritarios aún, consideran que hay un más allá de esta ecología institucional, que, por cierto, no la nombran como ecología sino como Estado; entonces, se podría decir que esta ecología institucional supone substratos ecológicos matriciales; éstos son las ecologías corporales vitales, las ecologías de los cuerpos, las ecologías de las territorialidades, las ecologías de la biodiversidad. En este sentido, estos últimos tienen en cuenta que el control de la ecología institucional sólo sirve para buscar el control, aunque sea parcial, de las ecologías de los cuerpos, que por cierto llaman pueblo, población, nación. Quizás bajo estas estrategias de más largo aliento se diseñan estrategias políticas de mayor alcance. Sin embargo, hay demasiado pocos estrategas de este estilo. Aunque también hay pocos estrategas de los que consideran al Estado como realidad. Lastimosamente abunda la imitación de «estrategas» que consideran al gobierno como límite de lo posible. En este caso proliferan programas, proyectos, políticos de corto alcance, que terminan fracasando, después de coyunturas alentadoras. Estas «estrategias» de corto alcance son las que más imprimen su sello en la mayoría de los gobiernos. ¿Qué es lo que hace que proliferen las imitaciones de «estrategas», estos gobiernos que no llegan a gobernar, que, por lo tanto, no podríamos denominarles gobiernos sino regímenes de estatismo, que tienden a continuar una inercia, a repetir habitus de la clase política? Para responder a esta pregunta vamos a sugerir algunas hipótesis interpretativas.
Hipótesis sobre los regímenes de estatismo
La pregunta provocativa sería: ¿Cuándo se ha dejado de gobernar, en el sentido inicial del término, lo de gobernar las fuerzas para conducir la nave a buen puerto?
Los regímenes de estatismo aparecen en los largos periodos o en el conjunto de periodos que siguen a los momentos constitutivos, usando este concepto zavaleteano[2]. La caída en la inercia acontece cuando se supone que el Estado existe, que ya está consolidado, que gobernar es seguir a la costumbre de la clase política, hacer lo que todos hacen, cumplir con la presencia, las tareas administrativas, responder, mejor si es mínimamente, a la dedicación, mejor aprovechar el momento para obtener beneficios.
Los regímenes de estatismo encuentran en el gobierno el horizonte de posibilidades. En el mejor de los casos, el gobierno es una tarea institucional, hay que cumplir con las leyes, los reglamentos, el programa y el cronograma. En el peor de los casos, el gobierno es un botín. Entre ambos puntos extremos se da un intervalo de opciones variadas, entre las que sobresalen los gobiernos demagógicos, que desprenden discursos al servicio del pueblo; empero, dedican parte de sus actividades a las prácticas paralelas, corroyendo la institucionalidad, efectuando la economía política del chantaje. Se trata de regímenes que han convertido el poder o la narrativa del poder en algo ordinario y mediocre, a diferencia de los gobiernos constitutivos, por así decirlo, que convierten al poder o la narrativa del poder en un mito de origen y en el telos de la política.
Se trata de regímenes pues aparecen como reinos administrativos de la inercia de la gestión de las leyes y los reglamentos, también reinos de la administración de ilegalidades. Son regímenes de privilegios y de privilegiados, regímenes que garantizan la reproducción del statu quo. Regímenes que tienen el presupuesto de que nada puede cambiar, salvo la repetición de lo mismo, el beneficio de los privilegiados, los viejos y los nuevos. Regímenes que coagulan la expectativa del pueblo, convirtiéndola en una larga espera, aguardando el cumplimiento de las promesas, sean estas las de la bonanza económica o aquellas de la justicia social. Regímenes que son el producto, por así decirlo, más generalizado del poder, pues el poder requiere para su reproducción de una suerte de naturalización de la regularidad ordinaria de las funciones institucionales. Regímenes que también aparecen como el logro del poder, pues aparentemente se habría logrado, en esos periodos, que el pueblo, que la población, asuman plenamente los habitus de los gobernados.
Reflexiones en torno al Nacimiento de la bio-política
En el Nacimiento de la bio-política Michel Foucault intenta dar un curso sobre la bio-política[3]; empero, como él mismo dice, lo que ha terminado haciendo es dar un curso crítico sobre el neoliberalismo, que considera que es una de las formas de la bio-política, ocupada en la seguridad y en la población, efectuando políticas y desplegando técnicas de incidencia masiva, con impacto en los ciclos vitales. Sin embargo, contamos con varios apuntes sobre la bio-política, además de contar con otra historia del neoliberalismo, a la que nos habíamos acostumbrado. En esta perspectiva, comentaremos este valioso curso de Foucault. En principio en lo que respecta a su primera exposición.
En el curso citado Foucault escribe:
«Gobierno», pues, en sentido restringido, pero también «arte», «arte de gobernar» en sentido restringido, porque con esta expresión yo no entendía la manera en que efectivamente los gobernantes gobernaron. No estudie y quiero estudiar la práctica gubernamental real, tal como se desarrolló determinando aquí y allá la situación por tratar, los problemas planteados, las tácticas elegidas, los instrumentos utilizados, forjados o remodelados, etc. Quise estudiar el arte de gobernar, es decir, la manera meditada de hacer el mejor gobierno y también, y al mismo tiempo, la reflexión sobre la mejor manera posible de gobernar. Trate, entonces, de aprehender la instancia de la reflexión en la práctica de gobierno y sobre la práctica de gobierno. En cierto sentido, si se quiere, mi pretensión es estudiar la conciencia de sí del gobierno, aunque esta expresión, «conciencia de sí», me molesta y no voy a utilizarla, porque me gustaría más decir que lo que traté de captar, y querría captar cambien este año, es la manera cómo, dentro y fuera del gobierno y, en todo caso, en la mayor contigüidad posible con la practica gubernamental, se intentó conceptualizar esa práctica consistente en gobernar. Querría determinar de qué modo se estableció el dominio de la práctica del gobierno, sus diferentes objetos, sus reglas generales, sus objetivos de conjunto para gobernar de la mejor manera posible. En suma, es el estudio de la racionalización de la práctica gubernamental en el ejercicio de la soberanía política[4].
Como hace, en todas sus investigaciones, Foucault estudia desde las prácticas esas composiciones que llamamos gobierno, Estado, poder, saber, sujeto, como curvatura de subjetividades. No podía ser de otra manera en lo que respecta al gobierno. El gobierno es concebido desde la gubernamentalidad, que vendría a ser el perfil de una estrategia de intervención sobre los cuerpos. Hacen a la gubernamentalidad un conjunto de técnicas, de herramientas, de dispositivos, de reglamentos y de leyes, que son articuladas y desplegadas, buscando determinados impactos en los comportamientos. Se puede diferenciar una gubernamentalidad policial, que corresponde a la monarquía absoluta, de una gubernamentalidad liberal, que puede también llamarse gubernamentalidad republicana; asímismo puede diferenciarse una gubernamentalidad neoliberal, que, además de ser una continuidad reforzada de la gubernamentalidad liberal, ocasiona desplazamientos importantes en las políticas. La gubernamentalidad neoliberal busca en la competencia algo así como el ejercicio de la libertad. La condición de posibilidad para liberar la competencia sería la clausura de los monopolios; lo que tiene que imponerse es la competitividad. Por lo tanto, su premisa no es tanto el libre mercado, como lo fue para el liberalismo, sino la competencia. La tarea del Estado sería la de garantizar la competencia, por lo tanto, evitar los monopolios. La contradicción neoliberal, desde su propio enfoque, es este de usar un monopolio de la política, el Estado, para garantizar que no haya monopolios económicos.
Haciendo un recuento de su investigación sobre las prácticas gubernamentales, Foucault escribe:
El año pasado, como recordarán, trate de estudiar uno de esos episodios importantes, me parece, en la historia del gobierno. El episodio, a grandes rasgos, era el de la aparición y el establecimiento de lo que en la época se llamaba razón de Estado, en un sentido infinitamente más fuerte, más estricto, más riguroso y también más amplio que el atribuido más adelante a esa noción. Yo había intentado identificar el surgimiento de cierto tipo de racionalidad en la práctica gubernamental, cierto tipo de racionalidad que permitiría ajustar la manera de gobernar a algo denominado Estado y que, con respecto a esa práctica gubernamental y al caculo de ésta, cumple el papel de un dato, pues sólo se gobierna un Estado que se da como ya presente, sólo se gobierna en el marco de un Estado, es cierto, pero éste es al mismo tiempo un objetivo por construir. El Estado es a la vez lo que existe y lo que aún no existe en grado suficiente. Y la razón de Estado es justamente una práctica o, mejor, la racionalización de una práctica que va a situarse entre un Estado presentado como dato y un Estado presentado como algo por construir y levantar. El arte de gobernar debe fijar entonces sus reglas y racionalizar sus maneras de obrar, proponiéndose en cierto modo como objetivo transformar el ser en deber ser del Estado. El deber hacer del gobierno tiene que identificarse con el deber ser del Estado. Este último tal como está dado, la ratio gubernamental, permitirá, de una manera deliberada, razonada, calculada, hacerlo llegar a su punto máximo de ser. ¿Qué es gobernar? Gobernar, según el principio de la razón de Estado, es actuar de tal modo que el Estado pueda llegar a ser sólido y permanente, pueda llegar a ser rico, pueda llegar a ser fuerte frente a todo lo que amenaza con destruirlo[5].
Gobierno y Estado forman parte de una narrativa del poder. Entonces el problema es responder a la pregunta de ¿qué es gobernar? ¿Gobernar es lograr lo que quiere el poder? ¿Gobernar es lograr realizar la razón de Estado[6]? ¿Gobernar es lograr realizar el programa, los objetivos propuestos? ¿Gobernar es fortalecer el Estado? El gobierno reproduce el Estado. Esta relación puede ser descubierta cuando entendemos la relación que tiene la gubernamenalidad con la sociedad.
El mito del gobierno que sirve para que el Estado pueda llegar a ser sólido y permanente, rico, fuerte, debe ser cuestionado, pues ese es el discurso de la legitimación. Que el gobierno lo sea o no lo sea no depende del gobierno, del concepto de gobierno, ni de la idea de Estado, sino de ciertas contingencias; entre ellas de personeros del gobierno que realmente crean que de lo se trata es de hacer grande y fuerte al Estado y no las arcas personales. Hay estas personas, aunque sean escasas. Cuando esto ocurre se usa el gobierno para hacer grande y fuerte al Estado. Es admirable que esto acontezca, pues se trata de personas que podríamos llamarlas incluso idealistas, aunque diputen éticamente por un Estado fuerte y grande. Es sugerente encontrarse con gobernantes que creen en un gobierno que hace fuerte al Estado; pues la mayoría de los gobernantes no piensan de esa manera. Llegan al gobierno y creen que es la oportunidad de su vida. Sin embargo, no importa lo que crean los idealistas del gobierno, sino lo que importa es saber qué papel, qué función juega el gobierno en la maquinaria de lo que llaman Estado.
Los gobiernos son la coalición de personas, de grupos, estratos, clases, que delegan su representación en los gobernantes, son la combinación casual y causal de contingencias, de perfiles humanos y de intereses que persiguen la garantía de su cumplimiento. Entre los distintos perfiles de gobierno, los gobiernos populista y los gobiernos neo-populistas intentan presentarse como gobiernos de la justicia social; sin embargo, no dejan de ser dispositivos efectivos del poder, en el sentido del servicio funcionario prestado al diagrama de poder hegemónico, que puede ser el diagrama del castigo o el diagrama disciplinario, el diagrama del control o el diagrama de la simulación. El gobierno, que es el Estado efectivo, el mito del Estado que se realiza en el perfil de esa gubernamentalidad, viene a ser, efectivamente, el perfil del habitus institucional, que, en el mejor sentido de las voluntades, trata de preservar el Estado.
Foucault continúa:
Dos palabras, entonces, sobre lo que trate de decir el año pasado, para resumir un poco ese curso. Querría insistir en dos o tres puntos. Primero, como recordaran, lo que caracteriza esta nueva racionalidad gubernamental llamada razón de Estado que, en general, se había constituido durante el siglo XVII, es que el Estado se define y recorta como una realidad a la vez específica y autónoma, o al menos relativamente autónoma. Es decir que el gobernante del Estado debe, claro, respetar una serie de principios y reglas que se sitúan por encima del Estado o lo dominan y son exteriores a él. Ese gobernante debe respetar las leyes divinas, morales y naturales, y otras tantas leyes que no son homogéneas ni intrínsecas al Estado, Pero así como debe respetar esas leyes, el gobernante tiene que hacer algo muy distinto a asegurar la salvación de sus súbditos en el más allá, cuando lo habitual en la Edad Media era definir al soberano como alguien que debía ayudar a sus súbditos a alcanzar esa salvación ultraterrena. En lo sucesivo, el gobernante del Estado ya no tiene que preocuparse por la salvación de sus súbditos en el más allá, al menos de manera directa. Tampoco tiene que desplegar una benevolencia paterna con sus súbditos ni establecer entre ellos relaciones de padre a hijos, aunque en el Medioevo el rol paternal del soberano siempre era muy pronunciado y marcado. En otras palabras, el Estado no es ni una casa, ni una iglesia, ni un imperio. El Estado es una realidad específica y discontinua. Sólo existe en relación consigo, cualquiera sea el sistema de obediencia que deba a otros sistemas como la naturaleza o Dios. El Estado sólo existe por y para sí mismo y en plural, es decir que no debe, en un horizonte histórico más o menos próximo o distante, fundirse con o someterse a algo semejante a una estructura imperial que sea, de alguna manera, una teofanía de Dios en el mundo, una teofanía que conduzca a los hombres, en una humanidad finalmente reunida, hasta el borde del fin del mundo. No hay, por lo tanto, integración del Estado al imperio. El Estado sólo existe como Estados, en plural[7].
El Estado como tal es laico. No responde a Dios, tampoco al imperio. Cuando algún Estado pretende volver al imperio fracasa, pues el Estado no es imperio, no puede serlo, es Estado en la pluralidad de estados; por lo tanto, en el equilibrio entre los estados. Esto no excluye la posibilidad de estados dominantes, si se quiere, de estado imperialista; empero, cuando esto acontece los estados imperialistas entran en contradicción con su marco jurídico-político. Efectivamente, es decir, en la historia efectiva, esto ha acontecido, los imperialismo se han dado, en una articulación e integración entre Estado y capital financiero; cuando esto ha acontecido los imperialismo han tenido que enfrentar su propia competencia en la guerra. El Estado vencedor de la guerra o los estados vencedores de la guerra han buscado otra vez el equilibrio, es decir, la llamada eufemísticamente paz. Los imperialismos, que son Estado en articulación con el capital financiero, son geopolíticas que intentan el dominio mundial; solo lo logran parcialmente. El imperio mundial es imposible, salvo como coalición de estados. Eso es lo que efectivamente ha acontecido. El orden mundial es esa coalición.
Los gobiernos, en la actualidad, no dejan de ser los estados efectivos de esa coalición. Responden al orden mundial. Gobernar ahora significa hacerlo para el orden mundial, en el marco de un intervalo de posibilidades permitidas. Las diferencias entre gobiernos son discursivas, aunque también pueden ser de políticas. Entre los gobiernos neo-populistas y los gobiernos neoliberales hay diferencias discursivas, también diferencias de políticas; empero, ambos responden al orden mundial, que no es otro que el orden mundial del capital. Las pretensiones discursivas de los gobiernos neo-populistas de enfrentarse al imperialismo son poses discursivas, incluso pueden ser políticas cuando se animan a nacionalizar; sin embargo, no llegan a enfrentarse al orden mundial del capital. Lo único que hacen es actuar en el intervalo permitido. Los gobiernos neo-populistas son parte de la reproducción del orden mundial del capital.
Michel Foucault continúa:
Especificidad y pluralidad del Estado. Por otra parre, traté de mostrarles que esa especificidad plural del Estado se había encarnado en una serie de maneras precisas de gobernar y, a la vez, en instituciones correlativas a ellas. Primero, por el lado económico, estaba el mercantilismo, vale decir, una forma de gobierno. El mercantilismo no es una doctrina económica, es mucho más y muy distinto de una doctrina económica. Es una organización determinada de la producción y los circuitos comerciales de acuerdo con el principio de que, en primer lugar, el Estado debe enriquecerse mediante la acumulación monetaria; segundo, debe fortalecerse por el crecimiento de la población; y tercero, debe estar y mantenerse en una situación de competencia permanente con las potencias extranjeras. Hasta aquí el mercantilismo. De acuerdo con la razón de Estado, la segunda manera de que el gobierno se organice y cobre cuerpo en una práctica es la gestión interna, es decir, lo que en la época se denominaba policía, la reglamentación indefinida del país según el modelo de una organización urbana apretada. Tercero y último, constitución de un ejército permanente y de una diplomacia también permanente. Organización, si se quiere, de un aparato diplomático militar permanente, cuyo objetivo es mantener la pluralidad de los Estados al margen de cualquier absorción imperial, y hacerlo de tal manera que entre ellos pueda alcanzarse cierto equilibrio, sin que, en definitiva, sean viables las unificaciones de tipo imperial a través de Europa. Entonces, mercantilismo por un lado, Estado de policía por otro, balanza europea: todo esto constituyó el cuerpo concreto de ese nuevo arte de gobernar que se ajustaba al principio de la razón de Estado. Son tres maneras solidarias entre sí, además del gobernar de acuerdo con una racionalidad cuyo principio y ámbito de aplicación es el Estado. Y en este aspecto traté de mostrarles que el Estado, lejos de ser una suerte de dato histórico natural que se desarrolla por su propio dinamismo como un «monstruo frío»‘ cuya simiente habría sido lanzada en un momento dado en la historia y que poco a poco la roería – el Estado no es eso, no es un monstruo frío-, es el correlato de una manera determinada de gobernar. Y el problema consiste en saber cómo se desarrolla esa manera de gobernar, cuál es su historia, cómo conquista, cómo se encoge, cómo se extiende a tal o cual dominio, cómo inventa, forma, desarrolla nuevas prácticas; ése es el problema, y no hacer del Estado, sobre el escenario de un guiñol, una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia[8].
Parece ser que uno de los cimientos del Estado, como institución imaginaria de la sociedad, como malla institucional, materialidad de la captura de fuerzas, es el Estado policial; es decir, el Estado con pretensiones de vigilancia, panóptica y control absoluto. Que la gubernamentalidad sea haya desplazado a una gubernamentalidad liberal no quiere decir que el Estado policial, como marco teórico-político haya desaparecido; de ninguna manera. El Estado policial es como el cimiento de la genealogía del Estado; los estados tienen como recurso de urgencia al Estado policial, al Estado de excepción.
Sin embargo, el Estado no puede reducirse a ser el Estado policial, pues tiene que responder a las demandas del mercado, a las demandas del comercio internacional, el Estado debe garantizar los circuitos mercantiles. Esta es la razón por la que el Estado muta, se convierte en el Estado garante del libre mercado, después de la libre empresa, aunque combina esta actitud con el proteccionismo, cuando tiene que crear y fortalecer la revolución industrial en el propio país. El problema de los estados modernos aparece cuando pretenden volver al Estado policial; esto pasa cuando enfrentan crisis políticas de intensidad amenazante. Un Estado policial busca la vigilancia, la panóptica, el control absoluto; empero, descuida las garantías del funcionamiento del mercado, entonces se convierte en un obstáculo para el libre mercado y la libre empresa, aunque haga de policía para proteger sus intereses.
En lo que respecta a los estados socialistas del llamado socialismo real, retrocedieron del Estado liberal al Estado policial sin haber constituido un Estado socialista. No lograron conformar una gubernamentalidad socialista, que sólo podría consistir en la radicalización de la democracia, en el ejercicio de la democracia participativa; por lo tanto, no hubo un gobierno efectivo que exprese en su forma de gobierno la forma de un Estado socialista. El Estado socialista no podía ser otra cosa que el horizonte político de una gubernamentalidad de la democracia radical y participativa; sin embargo, este camino se cerró, debido a la opción por el Estado policial, incluso desmesuradamente conformado con el mito del caudillo. Paradójicamente los llamados estados del socialismo real opusieron al Estado liberal el retrogrado Estado policial.
Foucault continúa el análisis:
De todas maneras, para resumir, estas discusiones alrededor del derecho, la vivacidad que tenían, el desarrollo intenso, además, de todos los problemas y teorías de lo que podríamos llamar derecho público, la reaparición de los temas del derecho natural, el derecho originario; el contrato, etc., que se habían formulado durante la Edad Media en un contexto muy distinto, todo eso, decimos, era en cierto modo el reverso y la consecuencia, así como la reacción contra esa nueva manera de gobernar que se establecía a partir de la razón de Estado. En realidad, el derecho y las instituciones judiciales que habían sido intrínsecas al desarrollo del poder real se convierten ahora, en cierto modo, tanto en exteriores como en exorbitantes con respecto al ejercicio de un gobierno según la razón de Estado. No es sorprendente ver que todos esos problemas de derecho siempre son planteados – en primera instancia, al menos – por quienes se oponen al nuevo sistema de la razón de Estado. En Francia, por ejemplo, es el caso de los parlamentarios, los protestantes, los nobles, que, por su parte, se refieren mas bien al aspecto histórico jurídico. En Inglaterra fue la burguesía contra la monarquía absoluta de los Estuardo, y fueron los disidentes religiosos a partir de comienzos del siglo XVI. En síntesis, la objeción a la razón de Estado en términos de derecho siempre se plantea por el lado de la oposición y, consiguiente, se ponen en juego contra ella la reflexión jurídica, las reglas de derecho y la instancia misma del derecho. El derecho público, digámoslo en pocas palabras, es opositor en los siglos XVII y XVIII, aun cuando, desde luego, unos cuantos teóricos favorables al poder real retoman el problema y tratan de integrarlo, de integrar las cuestiones de derecho, la interrogación formulada por éste a la razón de Estado y su justificación. En todo caso, hay una cosa que me parece necesario retener: si bien es cierto que la razón de Estado planteada, manifestada como Estado de policía, encarnada en el Estado de policía, tiene objetivos ilimitados, en los siglos XVII y XVIII hay una tentativa constante de limitarla, y esa limitación, ese principio, esa razón de limitación de la razón de Estado, la encontrarnos por el lado de la razón jurídica. Pero, como pueden ver, es una limitación externa. Por lo demás, los juristas saben bien que si la cuestión de derecho es extrínseca a la razón de Estado, pues definen esta última, precisamente, como lo que es exorbitante al derecho[9].
En la modernidad el derecho actúa como limitación al Estado, por lo tanto, limitación a las gubernamentalidades. La crítica jurídica es a las pretensiones absolutistas del Estado. El derecho propone límites a los gobernantes, acota sus facultades, busca en el Estado una composición de equilibrios de poderes. Este es el Estado de derecho. Esta es una de las tendencias jurídica-políticas de las limitaciones del Estado de excepción; la otra tendencia es económica, que busca el menor gobierno posible para dejar hacer y dejar pasar, en el sentido del mercado. El socialismo responde a la extensión de la estrategia del derecho; en cambio el neoliberalismo responde a la extensión de la estrategia económica. Sin embargo, ambas estrategias son estatalistas. En resumen, se puede decir que el socialismo cree en el derecho, en tanto que el liberalismo cree en el mercado y el neoliberalismo cree en la competencia.
El análisis de la gubernamentalidad encuentra la complementariedad entre derecho y economía:
En una palabra, digamos que el principio de derecho, ya sea histórica o teóricamente definido, no importa, planteara antaño cierto límite al soberano y este podía decir: no franquearás esta línea, no pasarás por encima de este derecho, no violarás esta libertad fundamental. En esa época, el principio de derecho equilibraba la razón de Estado por medio de un principio exterior. Digamos que, como podrán verlo con claridad, entramos con ello en una era que es la de la razón gubernamental crítica. Y advertirán que esta razón gubernamental crítica o esta crítica interna de la razón gubernamental ya no va a girar en torno de la cuestión del derecho, de la cuestión de la usurpación y la legitimidad del soberano. Ya no va a tener esa especie de apariencia penal que aún tenía el derecho público en los siglos XVI y XVII cuando decía: si el soberano infringe esta ley, será preciso castigarlo con una sanción de ilegitimidad. Toda esa cuestión de la razón gubernamental crítica va a girar alrededor del «cómo no gobernar demasiado». Las objeciones ya no recaerían en el abuso de la soberanía sino en el exceso de gobierno. Y la racionalidad de la práctica gubernamental podrá medirse en relación con ese exceso o, en todo caso, la delimitación de lo que sería excesivo para un gobierno[10].
Se puede decir que el postulado primordial del liberalismo es no gobernar demasiado, en tanto que el postulado del neoliberalismo es dejar que la competencia decida. Sin embargo, no hay que olvidar que ni el liberalismo ni el neoliberalismo se desentienden del Estado; al contrario, lo requieren. Se puede decir entonces que el Estado tiene como dos discursos de legitimación; por un lado, el discurso jurídico-político; por otro lado, el discurso económico. Ambos discurso son estatalistas. El discurso socialista tampoco dejó de ser estatalista. Estos tres discursos estatalistas son los recursos «ideológicos» de la legitimación estatal, que no es otra cosa que el imaginario y la institucionalidad de las dominaciones múltiples. A pesar de sus grandes discusiones entre estos discursos, no dejan de ser complementarios, no dejan de pertenecer a la episteme o a las epistemes del poder.
El análisis continúa:
Pues bien, antes de caracterizarla de una manera abstracta les dije que esta transformación fundamental, creo, en las relaciones entre derecho y práctica gubernamental, este surgimiento de una limitación interna de la razón gubernamental se situaba y era identificable, a grandes rasgos, alrededor de la mitad del siglo XVI. ¿Qué fue lo que permitió su aparición? ¿Cómo es que ésta se produjo? Por supuesto, habrá que tomar en cuenta (y más adelante volveré a ello, al menos en parte) toda una transformación de conjunto, pero hoy querría indicar simplemente cuál es el instrumento intelectual, cuál es la forma de cálculo y de racionalidad que pudo permitir la autolimitación de una razón gubernamental como autorregulación de hecho, general, intrínseca a la proporción de las operaciones mismas del gobierno y que podía ser objeto de transacciones indefinidas. Y bien, ese instrumento intelectual, el tipo de cálculo, la forma de racionalidad que permite a la razón gubernamental auto-limitarse, tan poco es ahora el derecho. ¿Cuál será el instrumento a partir de mediados del siglo XVIII? La economía política, desde luego. «Economía política»: los equívocos mismos de la expresión y de su sentido en la época indican, por otro lado, de que se trataba fundamentalmente todo esto, porque ustedes bien saben que entre 1750 y 1810-1820 la expresión oscila entre diferentes polos semánticos. A veces apunta a cierto análisis estricto y limitado de la producción y la circulación de las riquezas. Pero «economía política» también alude, de una manera más amplia y más práctica, a todo método de gobierno en condiciones de asegurar la prosperidad de una nación. Y por último, [la] economía política – son, por otra parte, las palabras que utiliza Rousseau en su famoso artículo «Économie politique» de la Enciclopédie – es una suerte de reflexión general sobre la organización, la distribución y la limitación de los poderes en una sociedad. En lo fundamental, creo que la economía política es lo que permitió asegurar la auto-limitación de la razón gubernamental[11].
Como dijimos, el derecho y la economía se complementan. Lo hacen de tal manera que es la economía la que impone de manera efectiva la autolimitación del Estado. La economía política se convierte en la «ideología» dominante de la modernidad. La economía política se convierte en la consejera de los gobiernos, de las políticas, relegando al derecho; sin embargo, el derecho es el instrumento de legalización de las acciones del gobierno. El Estado liberal es el Estado que garantiza el funcionamiento de la economía y del mercado; por lo menos ese es el presupuesto liberal. Pasamos de un Estado policial a un Estado económico, por así decirlo, que dedica sus políticas fundamentalmente a la economía; es también un Estado de derecho; es decir, un Estado que se basa en las leyes y garantiza el cumplimiento de las leyes. Supuestamente este armazón jurídico apoya el desarrollo económico del Estado. La gubernamentalidad consiste en respetar los límites impuestos por el derecho, sobre todo por las condiciones de la economía. Ciertamente la gubernamentalidad liberal no puede definirse negativamente como autolimitación; en el marco de los límites la gubernamentalidad liberal tiene un amplio espacio de posibles acciones políticas. Entre ellas, además de las políticas económicas, las políticas educativas, destinada a la formación de los ciudadanos, a la formación de los individuos. Que los gobiernos liberales singulares varíen en sus dedicaciones es otra cosa; lo que importa es no solamente comprender qué se interpreta a partir de su marco teórico político, sino que se requiere cumplir con estas tareas. La reproducción del Estado depende del cumplimento de las mismas.
La exposición del nacimiento de la economía política continúa:
¿Por qué y cómo lo permitió? También aquí – a continuación entrare un poco más en detalle- me gustaría indicarles sencillamente una serie de puntos que son, a mi juicio, indispensables para comprender las cosas de las que quiero hablar este año. Pues bien, en primer lugar, la economía política – a diferencia, justamente, del pensamiento jurídico de los siglos XVI y XII – no se desarrolló fuera de la razón de Estado. No se desarrolló contra ella ni para limitarla, al menos en primera instancia. Al contrario, se formó en el marco mismo de los objetivos que la razón de Estado había fijado al arte de gobernar; porque, después de todo, ¿qué objetivos se propone la economía política? Se propone el enriquecimiento del Estado. Se propone el objetivo del crecimiento simultáneo, correlativo y convenientemente ajustado de la población por un lado y de los artículos de subsistencia por otro. ¿Qué procura la economía política? Garantizar de manera convincente, ajustada y siempre beneficiosa la competencia entre los Estados. Procura mantener cierto equilibrio entre los Estados para que la competencia, precisamente, pueda existir. Es decir que retoma con toda exactitud los objetivos correspondientes a la razón de Estado y que el Estado de policía, el mercantilismo y la balanza europea habían tratado de alcanzar. Por lo tanto, en primera instancia la economía política va a instalarse en el seno mismo de la razón gubernamental que habían definido los siglos XVI y XVII, y en esa medida, si se quiere, no va a tener de ningún modo la posición de exterioridad que mostraba el pensamiento jurídico. Segundo, la economía política no se propone en absoluto como una objeción externa a la razón de Estado y su autonomía política porque – y este es un aspecto que tendrá su importancia histórica – la primera consecuencia política de la primera reflexión económica que haya existido en la historia del pensamiento europeo [es], precisamente, una consecuencia contraria a lo que habían querido los juristas. Es una consecuencia que deduce la necesidad de un despotismo total. La primera economía política es, por supuesto, la de los fisiócratas, y ustedes saben que estos (luego volveré a ocuparme de ellos), sobre la base de su análisis económico, llegaron a la conclusión de que el poder político debía ser un poder sin limitación externa, sin contrapesos externos, sin frontera que surja de otra cosa que de sí mismo, y dieron a esto el nombre de despotismo. El despotismo es un gobierno económico, pero que dentro de sus fronteras no está encerrado, no está perfilado por otra cosa que una economía que el mismo ha definido y sobre la cual ejerce un completo control. Despotismo absoluto, y en esa medida, por consiguiente, podrán ver que la economía política no invirtió la pendiente esbozada por la razón de Estado, al menos en primera instancia o en ese nivel, y que esa economía se presentarse como la contabilidad de una razón de Estado que daba al monarca un poder total y absoluto. Tercero; ¿sobre qué reflexiona la economía política? ¿Qué analiza? Si el tema no son los derechos anteriores, presuntamente inscriptos ya sea en la naturaleza humana o en la historia de una sociedad determinada. La economía política reflexiona sobre las mismas prácticas gubernamentales y no las examina en términos de derecho para saber si son legítimas o no. No las considera desde el punto de vista de su origen sino de sus efectos, y no se pregunta, por ejemplo, qué autoriza a un soberano a recaudar impuestos, sino sencillamente qué va a pasar cuando se recaude un impuesto y cuando esto se haga en un momento preciso y sobre tal o cual categoría de personas o tal o cual categoría de mercancías. Importa poco que ese derecho sea legítimo o no, el problema pasa por saber qué efectos tiene y si estos son negativos. En ese momento se dirá que el impuesto en cuestión es ilegítimo o, en todo caso, que no tiene razón de ser. Pero la cuestión económica siempre va a plantearse en el interior del campo de la práctica gubernamental y en función de sus efectos, no en función de lo que podría fundarla en términos de derecho: ¿cuáles son los efectos reales de la gubernamentalidad al cabo mismo de su ejercicio? Y no ¿cuáles son los derechos originarios que pueden fundar esa gubernamentalidad? Ése es el tercer motivo por el cual la economía política pudo, en su reflexión, en su nueva racionalidad, tener su lugar en el seno mismo de la práctica y la razón gubernamentales establecidas en la época anterior. La cuarta razón es que al responder a ese tipo de interrogatorio, la economía política pone de manifiesto la existencia de fenómenos, procesos y regularidades que se producen necesariamente en función de mecanismos inteligibles. Esos mecanismos inteligibles y necesarios pueden ser contrariados, claro está, por determinadas formas de gubernamentalidad y ciertas prácticas gubernamentales. Pueden ser contrariados, enturbiados, oscurecidos, pero de todas maneras no podrán evitarse, no será posible suspenderlos total y definitivamente. De uno u otro modo reaparecerán en la práctica gubernamental. En otras palabras, la economía política no descubre derechos naturales anteriores al ejercicio de la gubernamentalidad. Sino cierta naturalidad propia de la práctica misma del gobierno. Hay una naturaleza propia de los objetos de la acción gubernamental. Hay una naturaleza propia de esa misma acción gubernamental, y la economía se va a dedicar a estudiarla. En consecuencia, esta noción de la naturaleza va a bascular enteramente alrededor de la aparición de la economía política. Para esta, la naturaleza no es una región reservada y originaria sobre la cual el ejercicio del poder no debe tener influjo, salvo que sea ilegítimo. La naturaleza es algo que corre por debajo, a través, dentro del ejercicio mismo de la gubernamentalidad. Para decirlo de algún modo, es la hipodermis indispensable. Es la otra cara de algo cuya faz visible, visible para los gobernantes, es la propia acción de estos. Su acción tiene un sustrato o, mejor, otra cara, y esa otra cara de la gubernamentalidad es justamente lo que estudia en su propia necesidad la economía política. No trasfondo, sino correlato perpetuo. Así, por ejemplo, los economistas explicarán como una ley de la naturaleza el hecho de que la población se desplace en procura de salarios más elevados, y también el hecho de que tal o cual arancel aduanero protector de los altos precios de los artículos de subsistencia entrañen fatalmente un fenómeno como la escasez[12].
El paso del Estado policial al Estado económico no se da sin transiciones; del Estado absoluto se pasa al Estado económico a través del despotismo, si se quiere se pasa por el conducto del despotismo ilustrado, como le llaman los fisiócratas. Se trata de una forma de gobierno que requiere imponer políticas, leyes, normas, reglas, que coadyuven a la producción del país. Sin embargo, es el despotismo estatal el que va tener que ser limitado por el Estado de derecho, precisamente para dejar funcionar a la economía. A diferencia del derecho la economía política no aparece como externa al Estado, en tanto es una exterioridad que impone límites al Estado, sino como algo interno al Estado, como una dinámica que hacen al Estado mismo. En este sentido la economía política estudia los fenómenos económicos, sus funcionamientos, sus regularidades, sobre todo sus efectos. No se ocupa si tal acción de gobierno es legal o no, sino qué efectos tiene en la economía. Estudia qué determina la abundancia o, en su defecto, la escasez; en esta perspectiva estudia las relaciones de la oferta y la demanda en el mercado, buscando explicar la determinación de los precios.
Ahora bien, el Estado de derecho no hace desaparecer el despotismo inicial; forma parte de sus sedimentaciones. En el plano de intensidad contemporáneo el Estado liberal se representa como un Estado de derecho; es más, se conforma, para garantizar sus autolimitaciones, como equilibrio de poderes. Sin embargo, toda la institucionalidad liberal no se desentiende del despotismo inicial; el Estado, al final de cuentas, es el monopolio de la violencia legítima. En este caso la narrativa liberal contrasta con el ejercicio efectivo de los gobiernos liberales. Por eso no deja de ser sugerente la relación entre narrativa y poder. La narrativa liberar es como la trama imaginaria donde creen actuar los gobernantes liberales; sin embargo, sus acciones desencadenan efectos no esperados en la sociedad. Esta es otra de las paradojas de la política, el contraste entre la narrativa política y el ejercicio mismo de la política.
La gubernamentalidad liberal debe sortear estos escollos, estos contrastes, debe gobernar las fuerzas del mercado dejándolas hacer, dejándolas pasar, debe dejar que actúe la mano invisible del mercado. Sin embargo, paradójicamente, no puede dejar hacer y dejar pasar en otros terrenos del Estado. No puede dejar hacer y dejar pasar en el terreno político, no puede dejar hacer y dejar pasar en el terreno educativo, no puede dejar hacer y dejar pasar en terrenos sociales que requieren, mas bien, la intervención del Estado. La gubernamentalidad liberal es paradójica; en política económica supuestamente aplica el dejar hacer y dejar pasar, en tanto que en las otras políticas aplica, por así decirlo, el despotismo ilustrado, del que hacían referencia los fisiócratas, como necesidad estatal.
En la conclusión de la primera exposición del curso Foucault dice:
Para terminar, el último punto que explica cómo y por qué la economía política fue capaz de presentarse como forma primera de esa nueva ratio gubernamental auto-limitativa: si hay una naturaleza que es propia de la gubernamentalidad, sus objetos y sus operaciones, la práctica gubernamental, como consecuencia, sólo podrá hacer lo que debe hacer si respeta esa naturaleza. Si la perturba, si no la tiene en cuenta o actúa en contra de las leyes que han sido fijadas por esa naturalidad propia de los objetos que ella manipula, surgirán de inmediato consecuencias negativas para ella misma; en otras palabras, habrá éxito o fracaso, éxito o fracaso que son ahora el criterio de la acción gubernamental, y ya no legitimidad o ilegitimidad. Sustitución, pues, de la legitimidad por el éxito. Llegamos aquí, entonces, a todo el problema de la filosofía utilitarista, de la que tendremos que hablar. Y verán que una filosofía utilitarista podrá conectarse directamente con esos nuevos problemas de la gubernamentalidad (en fin, por ahora no importa, ya volveremos sobre esto). El éxito o el fracaso reemplazarán entonces la división legitimidad/ilegitimidad, pero hay más. ¿Qué llevará a un gobierno, incluso a pesar de sus objetivos, a perturbar la naturalidad propia de los objetos que manipula y las operaciones que lleva a cabo? ¿Qué lo impulsará a violar esa naturaleza, aun a costa del éxito que busca? Violencia, exceso, abuso: sí, tal vez, pero en el fondo de casos excesos, violencias y abusos, lo que estará en cuestión no será ni simple ni fundamentalmente la maldad de lo que está en cuestión, lo que explica todo, es que el gobierno, en el mismo momento en que viola esas leyes de la naturaleza, pues bien, sencillamente las desconoce. Las desconoce porque ignora su existencia, sus mecanismos, sus efectos. En otras palabras, los gobiernos pueden equivocarse. Y el mayor mal de un gobierno, lo que hace que sea malo, no reside en la maldad del príncipe, sino en su ignorancia. Para resumir; en el arte de gobernar y a través de la economía entran de manera simultánea, primero, la posibilidad de una autolimitación, que la acción gubernamental se limite a sí misma en función de la naturaleza de lo que hace y aquello sobre lo cual recae, [y segundo, la cuestión de la verdad]. Posibilidad de limitación y cuestión de la verdad: ambas cosas se introducen en la razón a través de la economía política[13].
Reiterando la argumentación expone:
Con la economía política ingresamos entonces a una época cuyo principio podría ser el siguiente: un gobierno nunca sabe con suficiente certeza que siempre corre el riesgo de gobernar demasiado, o incluso: un gobierno nunca sabe demasiado bien cómo gobernar lo suficiente y nada más. El principio del máximo y el mínimo en el arte de gobernar sustituye la noción de equilibrio equitativo, de la «justicia equitativa» que ordenaba antaño la sabiduría del príncipe. Pues bien, en esta cuestión de la autolimitación por el principio de la verdad, ésa es, creo, la cuña formidable que la economía política introdujo en la presunción indefinida del Estado de policía. Momento capital, sin duda, pues se establece en sus lineamientos más importantes; no, por supuesto, el reino de lo verdadero en la política, sino cierto régimen de verdad que es justamente característico de lo que podríamos llamar la era de la política y cuyo dispositivo básico, en suma, sigue siendo el mismo en nuestros días. Cuando digo régimen de vedad no quiero decir que la política o el arte de gobernar, si lo prefieren, por fin accede en esta época a la racionalidad. No quiero decir lo que en ese momento se alcanza una especie de umbral epistemológico a partir del cual el arte de gobernar puede llegar a ser científico. Me refiero a que ese momento que trato de indicar actualmente está marcado por la articulación con una serie de prácticas de cierto tipo de discurso que, por un lado, lo constituye como un conjunto ligado por un lazo inteligible y, por otro, legisla y puede legislar sobre esas prácticas en términos de vedad o falsedad[14].
El tema del régimen de verdad es primordial en la obra de Foucault; desde las Palabras y las cosas hasta la Arqueología del saber Foucault despliega una crítica epistemológica de las estructuras de pensamiento[15]. El régimen de verdad es una institucionalidad que establece las condiciones, las normas, las reglas de funcionamiento y verificación de la verdad. La economía política, en tanto formación discursiva es uno de esos regímenes de verdad. De acuerdo a Foucault el régimen de verdad coadyuva a la autolimitación del Estado. ¿De qué manera lo hace? Foucault lo dice: Me refiero a que ese momento que trato de indicar actualmente está marcado por la articulación con una serie de prácticas de cierto tipo de discurso que, por un lado, lo constituye como un conjunto ligado por un lazo inteligible y, por otro, legisla y puede legislar sobre esas prácticas en términos de vedad o falsedad. Se trata de prácticas discursivas; en este sentido, se trata del haz de relaciones, que constituyen los enunciados, que hacen inteligible o, si se quiere, interpretable, el campo económico, por así decirlo, pero también el campo político. Formación discursiva que, además, legisla sobre prácticas no discursivas.
La conclusión del primer curso hace el acento en por qué se comienza con el nacimiento del neoliberalismo antes de comenzar el curso con el nacimiento de la bio-política. Dice que para entender la bio-política hay que entender en qué consiste el neoliberalismo. Por otra parte dice que para hablar de bio-política hay que partir de la población, de la forma de gobierno sobre la población, a diferencia de la forma de gobierno del territorio y de la forma de gobierno sobre el pueblo. La tercera anotación tiene que ver con el nacimiento del neoliberalismo en Alemania, en las condiciones de una Alemania derrotada, destruida por la guerra, rendida a los aliados, una Alemania que no podía darse como soberanía política, menos contar con unas fuerzas armadas, tal como las había conformado antes, en su historia moderna. Foucault dice:
Creí que este año hacer un curso sobre la biopolítica. Trataré de mostrarles que todos los problemas que intento identificar actualmente tienen como núcleo central, por supuesto, ese algo que llamamos población. Por consiguiente, será a partir de allí que pueda formarse algo semejante a una biopolítica. Pero me parece que el análisis de la biopolítica sólo puede hacerse cuando se ha comprendido el régimen general de esa razón gubernamental de la que les hablo, ese régimen general que se llama cuestión de la verdad, primeramente de la verdad económica dentro de la razón gubernamental; y por ende, si se comprende con claridad de que se trata en ese régimen que es el liberalismo, opuesto a la razón de Estado – o que, antes bien, [la] modifica de manera fundamental sin cuestionar quizá sus fundamentos-, una vez que se saca qué es ese régimen gubernamental denominado liberalismo, se podrá, me parece, captar qué es la biopolítica. Entonces, perdónenme, durante una cantidad de clases cuyo número no puedo fijar de antemano, les hablaré del liberalismo. Y para que los objetivos de esto parezcan acaso un poco más claros, porque, después de todo, ¿qué interés hay en hablar del liberalismo, de los fisiócratas, de Argenson, de Adam Smith, de Bentham, de los utilitaristas ingleses, como no sea el hecho de que, desde luego, el problema del liberalismo se nos plantea efectivamente en nuestra actualidad inmediata y concreta? ¿De qué se trata cuando se habla de liberalismo, cuando a nosotros mismos se nos aplica en la actualidad una política liberal? ¿Y qué relación puede tener esto con esas cuestiones de derecho que llamamos liberales? ¿Cuál es la cuestión en todo esto, en este debate de nuestros día en que, curiosamente, los principios económicos de Helmut Schmidt hacen un raro eco a tal o cual voz procedente de los disidentes del Este? ¿De qué se trata todo este problema de la libertad, del liberalismo? Bueno, es un problema que nos es contemporáneo. Entonces, si quieren, después de haber situado el punto de origen histórico de todo esto poniendo de relieve lo que a mi juicio es la nueva razón a partir del siglo XVIII, daré un salto adelante y les hablaré del liberalismo alemán contemporáneo porque, por paradójico que sea, la libertad en esta segunda mitad del siglo XX, o el liberalismo, para ser más exactos, es una palabra que nos viene de Alemania[16].
Esta historia del neoliberalismo, más bien, este nacimiento del neoliberalismo, es aleccionador. Se da en las condiciones del derrumbe de un Estado, el alemán del Tercer Reich, se da en las condiciones de la derrota de las fuerzas armadas alemanas, sobre las condiciones de la rendición, además se da en una Alemania destruida, que requería urgentemente de la reconstrucción. No se podía pensar la construcción del Estado sobre la base de la soberanía política; no se podía pedir que salgan los ejércitos de ocupación. Además hay que tener en cuenta el contexto de la guerra fría de los dos bloques geopolíticos; el bloque soviético, por un lado, el bloque de los estados liberales, por otro. La apuesta entonces va a ser construir un Estado ocupado sobre la base de la soberanía económica. Esta es pues la razón última por la que se aplica un modelo neoliberal con las características teóricas con las que se conforma en la Alemania de posguerra. Este hecho contrasta con la aplicación posterior en América Latina del proyecto neoliberal, concretamente, primero en Chile. No es sobre la ausencia de Estado sino, al contrario, sobre el exceso de Estado, en las condiciones perversas del Estado de excepción, después del golpe militar contra el gobierno de la Unidad Popular. Es por así decirlo, es en un Estado soberano, gobernado por una dictadura militar, donde y cuando se aplica el primer proyecto neoliberal en América Latina. No es exactamente la teoría del neoliberalismo alemán y austriaco el que entra en juego, sino la interpretación de los llamados Chicago boys; pero, sobre todo, el paquete preparado y elaborado por los especialistas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. ¿Cuál es la diferencia?
Entre las pocas salidas que tenía Alemania de la posguerra una de esas era esta, la de aplicar un proyecto neoliberal, que se base en la reconstrucción económica de Alemania, aunque en la práctica lo haya hecho combinando con las políticas de la socialdemocracia, las políticas del Estado de Bienestar. En cambio, en Chile, es la solución impuesta por el imperialismo norteamericano, apoyando la salida despótica de la oligarquía y burguesía chilena. No es una salida para la reconstrucción de la economía chilena, sino una salida para la destrucción de la acumulación política del pueblo chileno, de su proletariado y de sus organizaciones sociales. Fue una salida política, no económica, para el desmantelamiento de la organización social del proletariado y del pueblo de chile. Fue un modelo de despolitización, por lo tanto de domesticación, aplicado masivamente, apoyada por una sañuda y sistemática represión de largo aliento. Por lo tanto, hablamos de dos cosas diferentes, no solo por los contextos histórico-políticos, sino también por los objetivos perseguidos, incluso los métodos utilizados, además de los organismos internacionales involucrados. Sin embargo, a ambas versiones contrastantes se les llama neoliberalismo. Este es el problema de la narrativa neoliberal, sobre todo de la narrativa política neoliberal.
En el resto de América latina, a diferencia de Chile, la aplicación del proyecto neoliberal se lo hace bajo gobiernos democráticos. En Bolivia, cuando un gobierno democrático conservador sustituye a un gobierno populista de izquierda que se hunde en sus contradicciones. El procedimiento va a ser parecido, a pesar de sus propias singularidades y diferencias; privatización de las empresas públicas, privatización de las reservas fiscales, privatización de los recursos naturales, suspensión de los derechos de los trabajadores, expropiación de los ahorros sociales, flexibilización, libre mercado; todo esto bajo el discurso del achicamiento del Estado, que puede interpretarse como autolimitación estatal, como gobernar lo menos posible, de acuerdo al discurso liberal. Sin embargo, esto no era más que discurso; en la práctica, el Estado fue agradado, sobre todo para imponer, usando el monopolio de la violencia, la privatización y la suspensión de los derechos sociales largamente conquistados.
Cuando los gobiernos neoliberales en América latina entraron en crisis, sobre todo en Sud América, cuando el proyecto neoliberal no solamente entró en crisis, manifestando sus profundas contradicciones, la movilización y el levantamiento popular, las resistencias sociales, cambiaron la correlación de fuerzas. Gobiernos de izquierda fueron instituidos por victorias electorales contundentes. Gobiernos llamados progresistas o populistas, incluso neo-populistas, ingresaron al gobierno acompañados por un discurso anti-neoliberal, lo que también amplió su convocatoria. Sin embargo, después de varias gestiones no se ve claramente que hayan salido de políticas monetaristas, de las condiciones de un Estado rentista, sobre todo de un modelo extractivista, que, mas bien, lo han expandido e intensificado. Entonces surge la pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre los llamados gobiernos neoliberales y los gobiernos progresistas? También la otra pregunta: ¿Cuál es la relación entre neoliberalismo y populismo, es realmente antagónica?
Hipótesis interpretativa sobre los gobiernos progresistas
Los gobiernos progresistas o los gobiernos neo-populistas, los cuales se reclaman del socialismo del siglo XXI, también del socialismo comunitario, configuran un perfil de gobierno pragmático, realista político, que apuesta a mejorar los términos de intercambio de una economía extractivista y un Estado rentista. Usan parte de los recursos para plasmar políticas sociales coyunturales, como la de los bonos, que también comparten los gobiernos neoliberales de Sud América, como es el caso de Colombia. No se puede negar que sus políticas sociales, tomando en cuenta las diferencias absolutas y porcentuales en la inversión social, han tenido impacto positivo, mejorando las condiciones de los estratos medios pobres y quizás de ciertos estratos populares vinculados al cooperativismo minero, a la producción de la hoja de coca, a la colonización de tierras bajas, principalmente amazónicas, así como comerciantes, a los que podemos incluir a los conglomerados contrabandistas. Sin embargo, no han cambiado cualitativamente ni la estructura de salud, ni la estructura social, tampoco la estructura educativa; preservándose, en este último caso, la pauperización de la enseñanza, sometida al chantaje de la demagogia. Ciertamente, hay que diferenciar contextos nacionales; en unos caso ha habido mayor atención, sobre todo en lo que respecta a la expansión de la formación popular, como es el caso de Venezuela; sin embargo, en otros casos, como el de Bolivia, ha preponderado la demagogia, el colaje, llevando casi al colapso la calidad educativa.
Ciertamente las dimensiones gigantescas de lo que acontece en Brasil le da otros alcances a las políticas sociales, económicas y educativas. En Brasil ha habido una preocupación y un cuidado creciente en la educación desde hace un buen tiempo; sobre todo se ha remarcado el interés en la formación superior y en la formación científica y técnica. Esta iniciativa ha sido retomada por los gobiernos del PT en gran escala apuntando a convertir a Brasil en una potencia. Las políticas económicas han tenido un horizonte desde las transformaciones dadas por Getulio Vargas; este horizonte es el de la industrialización. Se puede decir que Brasil ha experimentado la revolución industrial, la revolución tecnológica-científica y la revolución cibernética; sin embargo, como dice Francisco de Oliveira, esto acontece como en un desarrollo desigual y combinado, dándose en una formación abigarrada, donde persisten no solamente las grandes desigualdades, sino sobre todo el peso de una economía extractivista y de un Estado rentista. Las políticas sociales han transformado la estructura social de Brasil en su conjunto, incorporándose a las clases medias contingentes masivos sociales. Sin embargo, este efecto contrasta con el enriquecimiento abismal de una burguesía sindical, ahora aliada a la tradicional burguesía y oligarquía brasilera.
Se puede hablar en Venezuela de una recuperación soberana de los hidrocarburos, por medio de las nacionalizaciones, generando no solamente una mejora importantísima en los términos de intercambio, también logrando mejorar significativamente el precio de los hidrocarburos, al re-integrar y coaligar a la OPEP. A partir de estos excedentes se ha desplegado una cuantiosa inversión social, dado lugar a formaciones, en principio, de carácter autogestionario, como las comunas, y también proyectos estratégicos de alcance como las misiones, además de la expansión de las universidades populares. Sin embargo, esto también contrasta con el enriquecimiento de la burocracia, que se ha convertido en la burguesía funcionaria de la revolución bolivariana. Por otra parte, lejos de abrirse a la iniciativa popular, a la participación popular, a la democracia participativa, a la economía comunitaria, como establece la Constitución, el partido de gobierno ha empujada cada vez más a formas de conducción autoritarias, jerárquicas y prebéndales, formando clientelas. La revolución bolivariana se ha estancado en sus contradicciones profundas; la burocracia evita encontrar soluciones emancipadoras, prefiere el discurso de la propaganda, el discurso «ideológico» de confrontación. Se obstaculiza entonces las salidas a la crisis política, se impide que estas salidas se gesten social y colectivamente, aprovechando los contingentes populares formados por el proceso de cambio.
Venezuela en vez de salir del modelo extractivista lo ha ahondado, envés de salir del Estado rentista, lo ha profundizado, en vez de avanzar con la movilización popular, la usa para contra marchas, disminuyendo sus capacidades emancipadoras al rol triste de apoyo a la represión. La revolución industrial está lejos, quedó en proyectos no iniciados, en el mejor caso, inconclusos. La desidia de una burocracia prepotente ha terminado desordenando los circuitos de abastecimiento de bienes, generando escasez inconcebibles.
En Ecuador la revolución ciudadana ha derivado en la contradicción manifiesta entre un gobierno pragmático – que prefiere extender intensamente el extractivismo, concediendo a empresas trasnacionales mineras y petroleras territorios que no podría comprometer desde la perspectiva de la Constitución – en contraposición de la Constitución del Estado plurinacional, entre un gobierno del Estado rentista en antagonismo con las naciones y pueblos indígenas; entre un gobierno de caudillo en confrontación con activistas sociales, ecologistas, descolonizadores, que son como la reserva ética de un proceso político constituyente.
En Bolivia un gobierno que dice ser el gobierno de los movimientos sociales, que decreta que ya estamos en el Estado plurinacional, ha terminado aprobando una Ley minera que no solamente atenta contra la Constitución, sino que es el paraíso fiscal para el extractivismo destructivo y para las empresas trasnacionales mineras. Con eso efectúa un paso peligroso, catalogado por la Constitución como traición a la patria, que ni los neoliberales se habían atrevido. También en este caso se repiten características descritas de los gobiernos progresistas de Sud América, sólo que se dan de una manera más dramática y grotesca como cuando se aprueba una Ley de la Madre Tierra y Desarrollo Integral que convierte a la Madre Tierra en Cenicienta del desarrollo, sobre todo, de manera velada, cenicienta del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente.
No vamos a ser ahora exhaustivos en la descripción de estas características de los gobiernos neo-populistas, nos remitimos a otros ensayos[17]. Lo que importa es interpretar la forma de gobierno neo-populista.
La forma de gobierno neo-populista, si bien no logra conformar e instituir una gubernamentalidad propia, conforma un perfil de gobierno que se caracteriza primordialmente por las relaciones de dominación afectivas, que son las relaciones clientelares, entre el caudillo y las clientelas, entre la burocracia y las clientelas, entre los dirigentes y las clientelas. En lo que respecta a las políticas, la composición es la de un colaje abigarrado, donde se combinan políticas monetaristas heredadas, cada vez más preponderantes, con inversiones sociales que tienden a ser más bien de impacto coyuntural. Salvo Brasil, las políticas económicas no se ocupan efectivamente de crear, consolidar, ampliar, transformar las estructuras productivas; no hay pues políticas de industrialización. En este caso, no es posible hablar de una autolimitación del Estado por el derecho, que aquí quiere decir la Constitución, tampoco de una limitación interna de la economía política, sino, mas bien, asistimos a la emergencia de formas desmesuradas de despotismo y de manejo arbitrario de las clientelas.
[1] Revisar de Cornelius Castoriadis La institución imaginaria de la sociedad. Siglo XXI. México.
[2] Nos referimos al concepto usado por René Zavaleta Mercado de momento constitutivo. Leer Lo nacional-popular en Bolivia; Plural, La Paz.
[3] Revisar de Michel Foucault Nacimiento de la biopolítica. Fondo de Cultura Económica. México. También revisar del mismo autor Seguridad, territorio, población. Fondo de Cultura Económica 2004; Buenos Aires.
[4] Michel Focault: Nacimiento de la bio-política. Fondo de Cultura Económica. México.
[5] Michel Foucault: Ob. Cit.
[6] Ver de Raúl Prada Alcoreza Horizontes de la descolonización, también Descolonización y transición, así mismo consultar Cartografías histórico-políticas y Acontecimiento político. Dinámicas moleculares; La Paz 2013. Abya Yala; Quito 2013. Dinámicas moleculares; 2014.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem.
[12] Ibídem.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem.
[15] Ver de Michel Foucault Las Palabras y las cosas. Siglo XXI; Buenos Aires. También ver Arqueología del saber; Siglo XXI; Buenos aires.
[16] Ibídem.
[17] Ver de Raúl Prada Alcoreza Descolonización y transición. Ob. Cit. También Cartografías histórico-políticas, así como también Acontecimiento político; Ob. Cit. Se puede sugerir también la lectura de Gramatología del acontecimiento y Crítica a la economía política generalizada. Dinámicas moleculares; La paz 2014.
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