Bertolt Brecht en su libro «Leben des Galilei» (La vida de Galileo), en el diálogo que trenza entre Galileo y su amigo Sagredo [«Und wo ist also Gott?» (¿Y entonces dónde está Dios?), y Galileo Galilei «Bin ich Theologe? Ich bin Mathematiker» (¿Acaso soy teólogo? Yo soy un matemático)], pone en boca de Sagredo la […]
Bertolt Brecht en su libro «Leben des Galilei» (La vida de Galileo), en el diálogo que trenza entre Galileo y su amigo Sagredo [«Und wo ist also Gott?» (¿Y entonces dónde está Dios?), y Galileo Galilei «Bin ich Theologe? Ich bin Mathematiker» (¿Acaso soy teólogo? Yo soy un matemático)], pone en boca de Sagredo la pregunta a Galileo Galilei: «Vor allem bist du ein Mensch. Und ich frage dich, wo ist Gott in deinem Weltsystem?» (ante todo tú eres un hombre. Y yo te pregunto, ¿en tu concepción del mundo dónde pones a Dios?).
Días atrás se ha celebrado un sínodo de obispos en Roma y el jesuita Juan Masiá escribía on line en «Religión digital»: » Están debatiendo, en asamblea sinodal, cuatro clases de obispos con talantes diferentes. Ante las propuestas de reforma y evolución actualizada de determinada enseñanza de la Iglesia en algunas épocas de su historia, cuatro prelados con talantes diferentes reaccionarían así:
1.- Un obispo escrupulosamente tradicional diría: Es inadmisible cualquier propuesta de reforma que contradiga una doctrina de fe vinculante, o que diga lo contrario de lo que han dicho tradicionalmente muchos Santos Padres, Concilios y Papas, confirmado con citas de la Biblia .
2.- Un obispo moderadamente avanzado y tímidamente renovador (con algo de neotomismo modernizado) diría: Las propuestas no pretenden cambiar nada en la enseñanza, solamente se trata de buscar vías para aplicarlas pastoralmente con misericordia y compasión, con gradualidad, con un lenguaje más apropiado…. En cuanto a las enseñanzas tradicionales, proponemos lo que propuso Juan XXIII al Concilio, que no cambie su sustancia, pero sí su expresión adaptada a los tiempos actuales.
3.- Un obispo más avanzado, muy estudioso y, además muy diplomático añade, al estilo de «la tercera vía», con mezcla de timidez y audacia, diría: De acuerdo con la segunda intervención. Pero añadiría, para tranquilizar a los más tradicionalistas, que eso es algo que ya se encuentra en algunos textos tradicionales; hay algún dicho de Orígenes y alguna anécdota de un Papa, y hasta una posible lectura del contexto de una frase de un Concilio, que nos permitirían, no solo una aplicación pastoral benévola y flexible, sino hasta una pequeña modificación o reinterpretadora de la doctrina, sin alterar lo principal. Conste que ya lo dijo una vez el mismísimo Santo Tomás… y siguiendo el mismo espíritu del insigne teólogo, podemos decir que hoy sentiría la necesidad de decirlo aún más claramente…
4.-. Un obispo mucho más audaz (con más «parresía» o audacia evangélica, como diría Francisco), daría un paso más adelante y diría así, desde la postura de «la cuarta vía»: De acuerdo con la segunda y la tercera intervención, pero creo que se quedan ustedes cortos. Hay que ir más lejos. Aunque no lo haya dicho ni santo Tomás ni un Papa o Concilio, y aunque no lo dijeran ellos hoy si levantaran la cabeza, el caso es que nosotros sentimos que hay que decirlo, que hay que cambiar y evolucionar y que lo único que no cambia es el Espíritu Santo que nos está invitando a cambiar.
Hermanos y hermanas, tomemos en serio la evolución de la doctrina, recuerden que este fue el gran paso adelante del Concilio Vaticano II. Recuerden lo que dice la Constitución conciliar Gaudium et spes, en el n. 1, sobre las «tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo»; en el n. 5, sobre «la humanidad pasando de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis»; en el n. 33, sobre la Iglesia, que aprende de la Palabra de Dios, «los principios en el orden religioso y moral, sin que siempre tenga a mano respuesta adecuada a cada cuestión», y «desea unir la luz de la revelación al saber humano para iluminar el camino recientemente emprendido por la humanidad».
Y lo que dice la Constitución conciliar Dei Verbum, en el n.8, sobre cómo «la Tradición progresa con la asistencia del Espíritu Santo, puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas…», y así a lo largo de los siglos «tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina…». En definitiva, el problema crucial está en si admitimos la evolución del dogma, el desarrollo de la doctrina y el cambio provocado por la escucha de la voz del Espíritu y la voz de los tiempos, a la luz del Evangelio y de la experiencia humana (Gaudium et spes, n. 46).
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De lo que se desprende que los obispos cuanto más avanzados hablan más, escriben más extensamente, pero sin dar pasos adelante en cuestiones fundamentales y básicas. Y una de ellas es Dios y su Biblia.
Cualquiera de esos cuatro grupos de obispos dirán amén y ratificarán como palabra de su Dios el texto del profeta Ezequiel, que afirma: «Dice el Señor Yahvé: Por haber batido palmas y haber pataleado, por haberte alegrado, con todo tu desprecio y animosidad, a costa de la tierra de Israel, por eso, voy a extender mi mano contra ti y te entregaré al saqueo de las naciones, te extirparé de entre los pueblos y te exterminaré de entre los países. Te destruiré, y sabrás que yo soy Yahvé» (cap. 25, 6-8).
Para los cuatro la Biblia era y sigue siendo palabra de Dios, cuando hoy toda persona formada debiera saber que son escritos interesados de ciertos grupos, visiones humanas de diversas épocas elevadas a divinas al objeto de impactar en sus oyentes sumisos, mensajes de líderes enardeciendo a su pueblo en la conquista de tierras ajenas con membrete divino y de espíritu santo, como cualquier prédica en nuestros días de un Rouco Varela y de otros comerciales de Dios. Mensaje confeccionado con retazos, visiones e intereses humanos de distintas épocas, contradictorios entre sí, mondongo y mezcolanza de intereses humanos diversos y variados, algunos de ellos verdaderos panfletos y libelos puestos en boca de su dios respectivo, en nada diferente de las soflamas racistas y misóginas que se oyen hoy en púlpitos católicos o mezquitas musulmanas.
¿De qué dios hablan? ¿Del dios exterminador, vengador, del dios joáneo, que en la primera de sus tres cartas se relame de amor y en la segunda manda cerrar la puerta, darle un puntapié y no saludar a quien piensa distinto? Del infierno divino. Dioses y teorías humanas, que cualquier persona sensata, con cierta sensibilidad humana, con capacidad de pensar, libre de prejuicios divinos hace tiempo arrojó a la papelera de la historia para bien del género humano y progreso de la humanidad. Es la gente oxidada, retrógrada, defensora de intereses en el aquí quien apaga ansias y esperanzas humanas con promesas en el más allá. Mensajeros fervientes del statu quo, de seguir el mandato del poder establecido, para seguir siendo lo que siempre ansiaron: dedo índice, canon, orden, mandato, hay que hacer, dice dios.
Quien hoy día, tras la lectura de uno de los libros contenidos en la Biblia, responde amén cuando se le presenta como palabra de Dios sepa que sigue en el mundo de la Edad Media, que pregona una estafa de siglos y que puede ser acusado de racista, misógino y criminal ante los tribunales de las gentes honestas por defender de la mano de su dios doctrinas que atentan contra los derechos de la humanidad, de hombres y mujeres.
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