«Maidán», el nombre común de la plaza central en Kiev (oficialmente la Plaza de la Independencia) es una palabra árabe que «llegó» al ucraniano vía Turquía. También existe en polaco, pero aparte de su significado original («plaza»), hoy quiere decir más bien «bulto» o «conjunto de cosas revueltas». De alguna manera es justo lo que […]
«Maidán», el nombre común de la plaza central en Kiev (oficialmente la Plaza de la Independencia) es una palabra árabe que «llegó» al ucraniano vía Turquía.
También existe en polaco, pero aparte de su significado original («plaza»), hoy quiere decir más bien «bulto» o «conjunto de cosas revueltas».
De alguna manera es justo lo que salió del (Euro)Maidán que estalló hace un año: anexión de Crimea, «guerra caliente» en el este de Ucrania y «guerra fría» en Europa… you name it.
El mismo «maidán» -que ya fue el epicentro de la «revolución naranja» en 2004- se volvió sinónimo de «manifestación» y/o «choques violentos».
Pero «maidán» también es una institución/asamblea (el «veche«) en la cual los pueblos eslavos -por ejemplo en la república de Nóvgorod o en Kiev- tomaban decisiones y elegían sus autoridades, incluso eclesiásticas (un potencial proto-democrático asesinado en el siglo XVI por Moscú).
En Kiev a lo largo de meses cambiaba la dinámica de la protesta -y las demandas-, pero el afán de autodeterminación y de resucitar las prácticas asamblearias fue constante (un potencial subversivo oscurecido por la violencia, cooptado por la «política oficial» y asesinado en las urnas).
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Me acuerdo de una discusión del año pasado: entre unos activistas y conocedores de Ucrania tratábamos de comprender lo que realmente ocurría en Maidán.
¿Era solo otra, manipulada desde afuera, «revolución de colores», un «putsh fascista» o genuina revuelta social?
En Varsovia hacían 10 grados bajo cero. En Kiev, más de 20.
De repente alguien dijo una obviedad que resultó más esclarecedora que muchos análisis políticos (y que no era para menospreciar a otros, sino para subrayar un hecho):
-«Por algo siguen en éste frío. No son ‘indignados’ de la Plaza del Sol tomando refrescos en la sombra. Están determinados. Realmente quieren algo«.
Pero la tragedia de Maidán no era (sólo) su incomprensión -y/o la fetichización de la demanda de «ir a Europa»- sino que sus demandas sociales fueron oscurecidas por las consignas nacionalistas (y neo-nazis).
Igual la tragedia de «anti-Maidanes» en el este -toma de plazas y edificios que acabó en vía armada- no era (sólo) su incomprensión -y/o la fetichización de la «defensa del idioma ruso»- sino que sus demandas sociales fueron oscurecidas por el lema de la «unidad eslava» (con Rusia).
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Alain Badiou analizando -en el plano pasado/presente/futuro- el levantamiento ucraniano y las limitaciones que le fueron impuestas desde arriba («la finitud») subraya que esto hizo que la gente de Maidán en realidad «no declaró nada nuevo».
Apenas que:
• «Queremos a la maravillosa Europa»
• «Putin es un déspota»
Nada que estuviera en la «conexión histórica» con su vida real y pensamiento.
Mirando a la toma de otras plazas públicas (Tahrir, Taksim, etcétera) -la práctica social que explotó particularmente y definió la «primavera árabe» y las protestas contra la crisis y/o austeridad en los EU y en Europa- subraya que este tipo de activismo -la manera en que las masas «se declaran»- presenta varios problemas:
a.) su «declaración» es esencialmente «negativa»: «Yanukovich/Mubarak out!»,
b.) vastas mayorías en ellas son desorganizadas u organizadas solo en función de la política electoral,
c.) en todos casos no son dos partes involucradas -gobierno vs. manifestantes- sino tres: gobierno, «elemento identitario» -por ejemplo Hermandad Musulmana o neo-banderovtsy– y los «demócratas» pro-occidentales.
Y lo que hacía falta en todos estos casos fue el vínculo intelectuales-masas, la única manera en que la «historia puede despertar» (Verso blog, 23/4/14).
Siguió dormida y las plazas fueron secuestradas por las pasiones étnico-religiosas.
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El mejor ejemplo de que las masas en Kiev «no se declararon»: el rechazo a la propuesta de Olha Bohomolec, activista, médica y candidata presidencial (1.9% de votos) de institucionalizar a «maidán», inscribiéndola en la constitución como una asamblea con derecho de veto al gobierno.
Pero en vez de aprovechar y reforzar su potencial político, éste fue sofocado en las elecciones controladas por la oligarquía, neutralizado por el activismo oenegero, e incluso «suspendido por el periodo de guerra».
Para Badiou, la esencia de la política es esta : «¿de qué son capaces los individuos cuando se unen, organizan, piensan y deciden?» (por ejemplo en la plaza pública). Votar es, según él, en este contexto, una «práctica apolítica».
Igualmente cansado de la dominación de la «no-política electoral» y pensando en los resultados de las elecciones presidenciales/parlamentarias/locales en Ucrania post-Maidán estoy tentado a proponer una tesis: «de la plaza pública al poder a través del filtro de la democracia liberal llegan (casi) solo los fascistas».
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No se puede entender lo que ocurrió -y lo que no ocurrió– en Maidán sin pensar en el imperialismo occidental (UE/EU/OTAN).
Si bien el lema «Europa» fue el que llenó al principio la plaza, las elites europeas ayudaron a asesinar su potencial e instrumentalizaron su activismo:
• Se reafirmaron a sí mismas («si los ucranios morían por la UE» -una apreciación bastante lejos de la verdad y cerca de auto-apología- «entonces valemos algo»).
• Lo usaron para desviar la atención de sus propias plazas llenas de gente («indígnense con Yanukovich, no con nosotros»).
• Y para salir de la crisis mediante la expansión y exportación de su agenda neoliberal, algo puesto cínicamente por Carl Bildt ex canciller de Suecia: «si la gente en Maidán protestaba por meses en frío, soportará también la terapia de choque» (¡sic!) – o sea, las subidas de precios de gas, recortes, etcétera.
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Tampoco se puede entender a Maidán sin tomar en cuenta que Rusia es otra vez un imperio, algo de mayor relevancia, ya que no faltan quienes creen que «Putin es un líder de izquierda».
Algo como confundir a Lenin con Alejandro II (o si alguien cree que el primero fue un simple agente de Ojrana, pues ya da igual…).
Pero bien subraya Slavoj Zizek: la política exterior putiniana continúa la línea zarista-estalinista (no leninista: Lenin abogaba por ejemplo por el derecho de las repúblicas a la secesión de la URSS…). Y tiene razón: no tratemos a los ucranios como «ingenuos» por «querer ir a Europa» (como igual hacen algunos en la izquierda antimperialista); éstos saben perfectamente de la mala condición del viejo continente, pero la suya es aún peor . Y para salvar lo emancipatorio de Maidán propone… reproducirlo en Moscú (LRB, 8/5/14).
¿»Maidán» en la Plaza Roja? (éste Zizek siempre me olía a un agente de la CIA…, ¡sic!).
Putin, sin embargo, como cualquier gobernante que no tolera a la disidencia, ya tiene su plaza para reprimir: Bolotnaia, el lugar habitual de las reuniones de la oposición rusa.
En el maravilloso intercambio epistolar con Nadia Tolokonnikova líder de la banda Pussy Riot encarcelada por Putin, Zizek recuerda las protestas que estallaron en Europa desde 2012 y las multitudes desde Grecia a España y de Paris hasta Londres y pregunta -como Badiou- ¿qué hacer para «hacerlo funcionar» cuando las elecciones ya no sirven? (Comradely greetings, 2014).
La pregunta queda. La respuesta está en las plazas.
Maciek Wisniewski, Periodista polaco.
Una versión corregida y ampliada del texto: http://www.jornada.unam.mx/2014/12/05/opinion/030a2pol