Ahora que es momento de gran alboroto han sonado las alarmas en muchas cosas y, como no podía ser menos, también en la Bolsa de valores. Sin embargo, se diga lo que se diga, no es para asustarse. Y no lo es porque ya hace mucho tiempo que la Bolsa española estaba muerta, esperando el milagro de la resurrección que no llegaba. Aunque en este caso no viene a cuento, el nuevo virus ha sido la disculpa para despistar y pasar por alto los antecedentes de la calamitosa situación presente. Lo de ahora ha servido simplemente para, en armonía con las demás Bolsas, poder hundirse abiertamente, sin tapujos ni maquillajes, porque pintan bastos a nivel mundial. De manera que ya no es necesario que el Ibex se sostenga artificialmente bailando en torno a los nueve mil para no asustar a los inversores incautos, puede caer hasta donde los jefes mundiales lo consideren oportuno, bien en un abrir y cerrar de ojos o mareando la perdiz. Esta última parece ser opción que cuenta con mayores posibilidades.
Como la burocracia tiene que justificar los sueldos que percibe con cargo al Estado, ha descendido de las nubes por un momento, aunque sin tocar tierra firme, y con mucho esfuerzo y en prueba de su eficacia ha prohibido las operaciones a corto y que tomen cierto control de las empresas nacionales los que no sean comunitarios. En definitiva otro lavado de imagen. Es de suponer que estas medidas, que afectan a las posiciones cortas y fijan un límite del 10% para ciertas adquisiciones, las han tomado con la aprobación de los jefes americanos, en su condición de verdaderos dueños del parqué, convencidos estos de que cualquier medida es indiferente, puesto que podrán continuar con su estrategia de comprar lo más rentable por cuatro céntimos.
En cuanto a las operaciones a corto, no se han aventurado a tomar decisiones contundentes tales como eliminarlas del panorama bursátil, porque hay demasiados intereses en juego, y son esos los que mandan, además animan el mercado y se mueve el canon. Basta con suspenderlas unas cuantas sesiones, confiando que que se detengan las caídas especulativas promovidas por los buitres del mercado. Aunque el sentido común no acierta a comprender que en este caso alguien preste sus acciones, a cambio de un interés ridículo, para que se las devuelvan minusvaloradas, es una excelente herramienta para los grandes especuladores, ya que les permite hacerse con empresas a precio de saldo, por las que de otra forma tendrían que pagar su precio de mercado. Aunque se parece mucho a una vulgar estafa, nadie dice nada y los que dirigen menos, debe ser porque es una forma de presumir de progreso bursátil de cara a los entendidos y añadir ingresos extra. En definitiva, un mes se pasa volando y a seguir con el negocio.
Lo de que no se apropien los extranjeros de las empresas españolas es algo que se va a lograr en parte, porque muchas de ellas ni regaladas tienen atractivo y las que lo tienen probablemente ya están compradas bajo cuerda desde tiempo atrás, a través de derivados y otros artilugios. No obstante, es probable que todavía quede alguna pendiente. Ahora, con la crisis generada en estos momentos, parece llegada la ocasión para concluir procesos que ya duran varios años. Es el caso de Telefónica. Se podrá comprar con limitación o sin ella a precio de derribo, basta esperar otro poco, incluyendo en el lote como regalo el plantel de los llamados grandes Bancos sin sobrecoste alguno. Esperemos que, una vez sean de propiedad foránea en su totalidad, no las desguacen para venderlas por piezas.
La burocracia, en su sabiduría de andar por casa, como suele ser habitual en cualquier burocracia incluso en la que dice gestionar el dinero al más alto nivel, ha creído parar el golpe con tales medidas a base a poner paños calientes, pero no parece ser así. Todo sigue su curso, pese a tratar de cambiar la tendencia, porque la realidad no conoce de políticas para la ocasión y solamente se atiene a hechos objetivos. Por tanto, hay que dejar operar al mercado, puesto que es el que sentencia, y lo que tenga que sonar sonará, con medidas burocráticas o sin ellas.