Uruguay, 1965. Dos amigos, Armando y Barreiro, bromean a través de un teléfono intervenido: chistes contra la CIA, el presidente de Estados Unidos y uso de nombres encriptados para burlarse del grabador.
Una noche tranquila y sin protestas sociales, en Montevideo, Armando fue detenido por dos agentes policiales y -durante los interrogatorios- sufrió golpes y rodillazos en los riñones (no llegaron a aplicarle, tal como temía, la picana en los genitales). La fuerza del azar. Un escritor uruguayo, que busca detalles para elaborar un cuento, se queda atrapado –de noche- en el metro de París; allí conoce a una muchacha argentina que trabaja y pinta, con la que conversa; pasados cinco años, quedaba muy poco del “ingenuo, repentino, prodigioso, invasor” enamoramiento inicial.
Rosales. Es un pueblo, pequeño y tranquilo, que muta tras el golpe militar de 1973. En Rosales convergen las biografías de un periodista, Arroyo, que firma una sección (diaria) de horóscopos en el periódico La Espina de Rosales; y el comisario Oliva, transfigurado en torturador y “hombre de confianza del Gobierno”. Ganas de embromar (1966), Cinco años de vida (1967) y Los astros y vos (1974) son tres de los 35 relatos breves de Mario Benedetti que reunió Alianza Editorial en el libro Cuentos (primera edición de 1982).
Otro de los cuentos, Escuchar a Mozart (1975), retrata la involución del capitán Montes, quien ya no tiene la conciencia tranquila para escuchar las sinfonías en el tocadiscos; y tampoco para dormir la siesta: “Pa, ¿es cierto que vos torturás?, le pregunta su hijo Jorgito, “me lo dijeron en la escuela”; el niño de 8 años menciona tres mecanismos: el submarino, la picana y el teléfono. Benedetti también interpela al militar: “¿Hasta dónde te llevará tu sentido de la disciplina, capitancito Montes? (…) ¿A convertir tus odios en rutina? ¿O a permitir que tu rutina agreda, hiera, perfore, fracture, viole, ampute, asfixie, inmole?”; y en Sobre el éxodo, de 1975, recurre a la ironía para describir la composición del exilio uruguayo; así, los hambrientos que huían superaron a los sospechosos y “sospechosos de sospechas”, mientras la propaganda oficial difundía –para ocultar el hambre- un tratamiento de comidas para adelgazar.
El periodo de la dictadura militar en Uruguay empieza en junio de 1973, cuando el presidente Juan María Bordaberry disolvió las Cámaras con el apoyo del ejército; se inauguró entonces, hasta 1985, un “largo reino de terror”, subrayan Francesca Lessa y Gabriela Fried en Luchas contra la impunidad. Uruguay 1985-2011 (Trilce, 2011). Las investigadoras hacen el siguiente balance: entre 300.000 y 500.000 exiliados, más de 60.000 arrestados o detenidos, cerca de 6.000 prisioneros políticos y 200 desaparecidos, a lo que se añaden los bebés robados por los represores. El historiador Carlos Demasi se refiere a las torturas como “una realidad cotidiana” en las cárceles y la acción policial (Uruguay: Cuentas pendientes, Trilce, 1995). El 20 de mayo, desde hace 25 años, se celebra en Montevideo y otras ciudades de Uruguay y otros países la Marcha del Silencio por la verdad y la memoria.
“Aun frente a la imagen más odiada, la del torturador, Benedetti quiere entender. Comprender no es justificar, sino darnos conciencia de que lo mejor y lo peor de todos los seres humanos está latente en nuestro interior. La parte más aterradora del verdugo es su semejanza potencial con nosotros mismos”, explicó el escritor mexicano José Emilio Pacheco (prólogo a Cuentos completos, Alfaguara, 1994); además el catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Murcia, Vicente Cervera Salinas, observa una relación entre la crueldad y las torturas reflejadas en Los astros y vos, y Escuchar a Mozart, con dos novelas: El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias; y Abbadón el exterminador, de Ernesto Sábato (Mario Benedetti: Inventario cómplice, Universidad de Alicante 1998).
El escritor y crítico uruguayo Nelson Marra apunta varias fases en los relatos breves de Benedetti (Cuadernos Hispanoamericanos, 1994). De la primera forma parte Esta mañana (1949), libro de cuentos en el que Marra destaca el carácter “urbano y desmitificador”, frente a la literatura rural, folclórica y “tal vez algo cursi” que había predominado en Uruguay; a esta etapa corresponde también Montevideanos (1959), obra de éxito en la que subyace la rutina oficinesca, la monotonía de la vida cotidiana, la doble moral y la supuesta felicidad de la clase media uruguaya.
En la fase de transición –años de declive económico y social-, con Benedetti ya consagrado en el país y en América Latina, se inscribe La muerte y otras sorpresas (1968). El segundo periodo –Con y sin nostalgia (1977) y Geografías (1984)- es el de la dictadura, la represión y el exilio (el cuentista, novelista, poeta y periodista –durante 30 años en el semanario Marcha y después en Brecha- estuvo exiliado durante una década en Argentina, Perú, Cuba y España). La tercera etapa –Despistes y franquezas (1989)- es la del “desexilio” y el retorno.
Benedetti pensaba que la diferencia entre el cuento y la novela no residía sólo en la extensión (La realidad y la palabra, Destino, 1990). Mencionaba tres ejemplos –Idilio (Maupassant), La tristeza (Chejov) y Antonia (Villiers de L’Isle Adam)-, en los que se muestra que el cuento “es “siempre una especie de corte transversal efectuado en la realidad”, y en el que desempeñan una función esencial la peripecia y la anécdota. Otro punto importante es la actitud del creador, el cuentista: “Cada palabra tiene su color (…). El cuento se sostiene particularmente en el detalle; de ahí que el narrador lleve al máximo su rigor estilístico y procure mantener de principio a fin una tensión indeclinable”. Puede, incluso, que el poder del relato dependa sólo de un adjetivo.
En La vecina orilla (1976), emplea un tono irónico y la primera persona para relatar las peripecias de un joven de 17 años, enviado a Buenos Aires por sus progenitores (un padre casi ingeniero y una madre bastante terca); en Uruguay estuvo 34 días en la prisión, pero –aclara el protagonista- “yo no caí por razones políticas sino por boludo”. En la capital argentina se encuentra de manera frecuente con otros uruguayos. El muchacho dice de doña Rosa, dueña de la pensión –con chinches y cucarachas- en la que se aloja: “Se entusiasma con Vélez. Es el colmo. Ni siquiera es hincha de un cuadro importante, como Boca o River”. Además trabaja como corrector de pruebas en una editorial, se supone que de izquierdas. Termina agotado y afirma, tras buscar las erratas en un artículo sobre las leyes económicas: “Esta noche soñaré con las normas tecnicoeconómicas científicamente fundamentadas y el tiempo medio socialmente necesario. ¡Y a mí que me aburrían las matemáticas!”
Otro recurso utilizado por Benedetti en La vecina orilla es el monólogo en lenguaje familiar; pasado Callao, el joven migrante recala en una pizzería, más bien un tugurio: “Ni comparación con la de Tasende, allá en Monte, que comíamos con la barra a la salida de clase, después de patiar treinta cuadras para ahorrarnos el trole”. Y se menciona a los desaparecidos. Laura, joven exiliada e hija de un preso, cuenta en Buenos Aires la situación de su hermano Enrique: “Hace un año que no sabemos de él. Está borrado. Todos los días compramos los diarios de Montevideo para ver si aparece en alguna nómina, mejor dicho, con el pánico de que aparezca en alguna”.
Gracias, vientre leal (1975) es un relato de amor matrimonial y militancia. El protagonista, que acometerá con los compañeros una “acción riesgosa”, reprocha a su madre que mire sólo por su ombligo, mientras hay personas que mueren de hambre en el nordeste de Brasil, niños quemados todos los días con Napalm en Vietnam y otros, en Uruguay, que nunca han probado la leche. La sensualidad, el erotismo y el deseo aparecen en algunas descripciones (“su tacto tenía hoy una increíble sensibilidad, todo lo captaba, todo lo excitaba, todo lo enamoraba”). También las relaciones de pareja, la memoria y la militancia, el exilio, las torturas y las relaciones de pareja -presentes y pasadas- se entrecruzan en El hotelito de la rue Blomet, de 1975 (“La mano de ella cubrió la mano de él. –Nos partieron en dos. –Más que eso –dijo ella-, nos partieron en pedacitos”).