Incluso en las condiciones idóneas la educación a distancia no deja de ser un paliativo, incapaz por sí misma de resolver la problemática detonada por la pandemia. Es urgente repensar el modelo educativo.
Durante la presentación virtual del informe ¿Qué se espera que aprendan las y los estudiantes de América Latina y el Caribe?, funcionarios de la Oficina Regional de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) señalaron que la enseñanza no presencial, aplicada como respuesta de emergencia ante la pandemia de COVID-19, perjudicará los niveles de aprendizaje en la educación básica de América Latina. El retroceso esperado resulta más preocupante al considerar que los estudiantes ya mostraban serias deficiencias en matemáticas y comprensión de lectura antes de que el coronavirus obligara a cerrar los centros escolares.
Más allá de las insuficiencias en el proceso de aprendizaje que en forma inevitable conlleva la educación a distancia, máxime cuando se trata de inculcar las nociones básicas a partir de las cuales los niños construirán todos sus conocimientos y habilidades posteriores, es evidente que la pandemia ha tenido un impacto severo y multidimensional en la esfera educativa. Entre las vías no curriculares o pedagógicas que inciden en la recepción de la enseñanza cabe señalar el contagio de los propios estudiantes o de las personas de su entorno inmediato, la pérdida de empleo de los padres o los tutores a cargo de los menores, la degradación del ambiente doméstico hasta volverse una fuente de estrés intolerable, o las afectaciones a la salud mental de los profesores a causa del confinamiento. Sin duda, la pandemia afecta al universo educativo de muchas otras maneras que será necesario establecer y remediar.
También está claro que todos los impactos mencionados tienen una incidencia distinta de acuerdo con la región o el nivel socioeconómico: no puede compararse la experiencia de encarar la educación a distancia en un entorno urbano, dotado de infraestructura de punta y con acceso tanto a una computadora personal como a un espacio de estudio propio, que hacerlo en una comunidad marginada, con conexiones lentas, intermitentes o simplemente ausentes, y donde no existen ni el equipo informático ni los espacios destinados al estudio. Ello obliga a redoblar esfuerzos en el combate a las expresiones de marginación, pues hoy el analfabetismo y la exclusión digitales tienen un costo mayor que nunca para las personas que los padecen. El reto inmediato es garantizar instrumentos modernos de comunicación a los 150 millones de niños que cursan la educación básica en América Latina, así como a los jóvenes de educación media y superior.
Además, debe considerarse que incluso en las condiciones idóneas la educación a distancia no deja de ser un paliativo, incapaz por sí misma de resolver toda la problemática detonada por la pandemia. Es urgente repensar el modelo educativo a la luz ineludible de este contexto, haciendo énfasis en la educación para la salud. También deben diseñarse políticas públicas que propicien la integración de los hogares con las escuelas. Con casi 200 mil muertes por COVID-19 y escasas perspectivas de poner fin a la pandemia en el corto plazo, la orfandad de muchos estudiantes será un desafío adicional para las sociedades de la región.
Los reseñados son problemas concretos y demandan una reflexión amplia y extendida acerca de la coyuntura inmediata, pero también sobre el futuro del ámbito educativo en México y en América Latina.