Wirecard se benefició de un fuerte apoyo político y reclutó aex ministros y personas influyentes en círculos de poder para beneficiarse de sus conexiones.
Alemania se ve consumida por el mayor escándalo financiero desde la Segunda Guerra Mundial. La leyenda de la buena regulación del sistema financiero, que dejó atrás un cementerio de víctimas hace una década, ha vuelto a colapsar, incluso allí donde se anunció que sería más estricta. Debemos aprender algo de esto, y el espectáculo no es bonito.
Una estrella en el firmamento
Cuando, en 2018, Wirecard, empresa financiera que procesa pagos electrónicos y que ascendió en el mundo empresarial de Alemania, ingresó en el Dax, el índice de referencia de su bolsa de valores, fue celebrado como un éxito. Reemplazó a Commerzbank en el índice, el segundo banco más grande del país, e incluso anunció que estaba considerando comprar Deutsche Bank, uno de los mayores bancos europeos. En poco tiempo, se convirtió en un gigante. Dos años después, con unas pérdidas abrumadoras y 2.000 millones de euros desaparecidos en las cuentas, con cuatro administradores bajo custodia judicial, incluido el CEO, con uno de los directivos en busca y captura por la policía, Wirecard es el símbolo del fraude.