En este artículo el autor sostiene que con la recuperación de los derechos democráticos por Lula, Brasil empieza a salir de la guerra híbrida, del lawfare, de la judicialización de la política y de la crisis democrática iniciada tras el golpe de Estado de 2016 que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff.
En inglés, el término lawfare designa la judicialización de la política, la connivencia entre el poder judicial y los medios de comunicación para criminalizar a los líderes de izquierda. Es la nueva estrategia de la derecha -también llamada guerra híbrida-, en marcha en Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador.
Una estrategia que, rompiendo las reglas del juego democrático de forma más o menos abierta, consiguió hacer caer a diferentes gobiernos democráticos y progresistas de América Latina y promovió el retorno de la derecha al gobierno de estos países. Un retorno breve, efímero, porque lo único que la derecha puede ofrecer a los pueblos del continente es ajuste fiscal, menos democracia y renuncia a la soberanía nacional. Por eso volvieron a ser derrotados en Argentina, en Bolivia y están en proceso de ser derrotados también en Ecuador.
Esta estrategia se inició en Brasil con el golpe de Estado de 2016, que destituyó a Dilma, una presidenta que acababa de ser reelegida por el voto democrático del pueblo y que fue víctima de un proceso sin fundamento legal, un proceso que atentó contra la democracia, reinstalada en Brasil apenas hacía 30 años, después de una dictadura militar que se prolongó durante 21 años.
Una estrategia de lawfare, de judicialización de la política, de guerra híbrida, que tuvo su segundo capítulo con la prisión, condena y prohibición de que Lula fuese candidato en las elecciones presidenciales de 2018, que ganaría en primera vuelta, como vaticinaban todas las encuestas. Una estrategia que concluyó con la monstruosa operación -que contó con el beneplácito del poder judicial y de los medios- que llevó a elegir a Bolsonaro como presidente de Brasil, en un proceso absolutamente antidemocrático.
Brasil vive el sufrimiento causado por la quiebra de la democracia, que nunca es buena ni para el pueblo ni para el país: recesión económica, crisis social, muertes ilimitadas por la pandemia, vacunación lenta, pérdida de la soberanía nacional, el pueblo abandonado, la democracia herida de muerte…
La decisión judicial de restaurar públicamente la inocencia de Lula representa el principio del fin de todo. Los otros países, Argentina, Bolivia y Ecuador, ya han encontrado la manera de salir de la guerra. Argentina, tras la derrota electoral de 2015 y el aplastante fracaso del gobierno de Mauricio Macri, eligió a Alberto Fernández, quien retoma, a su manera, el camino de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, de antineoliberalismo, democracia, soberanía nacional y de integración latinoamericana.
En Bolivia, después del golpe de Estado que derrocó al gobierno de Evo Morales, el gobierno de restauración neoliberal duró poco. En cuanto se recuperó el derecho democrático a elegir presidente de la república, el candidato vinculado a Evo Morales y al MAS, Luis Arce, resulto elegido nuevo presidente del país. Ecuador va por el mismo camino, proyectando la elección del candidato vinculado a Rafael Correa, Andrés Arauz, como probable nuevo presidente del país.
Brasil comienza, a su manera, a andar su camino al margen del lawfare, la judicialización, la guerra híbrida y la ruptura de la democracia, gracias a la restitución de los derechos políticos plenos a Lula. Es un camino largo, todavía lleno de obstáculos, pero que cobra un nuevo impulso con el regreso de Lula a la vida política brasileña.
El discurso de Lula en el sindicado de los metalúrgicos del ABC paulista tuvo un eco generalizado en todo el país, inspirando lo que todos sintieron: esperanza. Un país masacrado y desesperado volvió a mirar su presente y su futuro con un nuevo horizonte, representado por Lula. El propio poder judicial debe reconocer que todos los cargos en su contra fueron manipulaciones antidemocráticas, llevadas a cabo por jueces al servicio no solo de impedir que Lula vuelva a ser presidente de Brasil, sino de destruir los cimientos de la democracia e incluso de la construcción económica de un país libre y soberano.
Con Lula, Brasil se reencuentra consigo mismo, vuelve a darse cuenta de que solo en democracia la mayoría impone su voluntad, que solo en democracia se hacen realidad los intereses del pueblo, que sólo en democracia Brasil vuelve a recuperar su imagen de gran país y los brasileños pueden volver a sentirse orgullosos de su país y de ser brasileños.
Es un camino que apenas se comienza a recorrer, pero que ya se refleja en todo el campo político, que comienza a reaccionar a las propuestas de la presencia de Lula, no solo como perspectiva de futuro, sino como referente fundamental para derrotar a Bolsonaro y a su gobierno, que llevó al país a la peor crisis de su historia.
Será un largo período de varios meses para un país que llora más de 2.000 muertos cada día, que padece hambre y desamparo todos los días, que se siente impotente y desanimado ante el que resurge la esperanza. La esperanza nuevamente es vencer el miedo, la miseria, el autoritarismo, la arbitrariedad, la falta de justicia y la solidaridad…, y Lula representa todo eso. De este modo, Brasil comienza a salir de la guerra híbrida para volver a la democracia y a un gobierno legítimo elegido por el pueblo brasileño.