Tres días antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca, el presidente chino Xi Jinping visitó Davos. Entonces advirtió a Estados Unidos contra el proteccionismo. A día de hoy, lo que alarma a los dirigentes chinos es la política de reactivación impulsada por Joseph Biden, que es percibida como un “riesgo sistémico” para el actual orden económico mundial.
Efectivamente, Estados Unidos acaba de adoptar una de las leyes más sociales de su historia. Se aleja de las estrategias económicas implementadas en las últimas décadas que beneficiaron las rentas del capital –tanto a “emprendedores” como a rentistas– y profundizaron el abandono de las clases populares. Rompe con unas políticas públicas obsesionadas con el fantasma de una vuelta a la inflación y de un incremento del endeudamiento. Tampoco trata de ganarse a los neoliberales y a sus socios capitalistas con bajadas de impuestos que derivan en ganancias que a menudo acaban en la Bolsa e hinchan la burbuja financiera.
Con su plan de emergencia de 1,9 billones de dólares (casi el 10% del producto interior bruto de Estados Unidos), al que le seguiría un programa de inversiones en materia de infraestructuras, energías renovables y educación (3 billones de dólares a lo largo de una década), el exvicepresidente de Barack Obama parece haber aprendido por fin la lección de esta historia y del fracaso del que fuera su “jefe”, quien, demasiado prudente y demasiado centrista, no quiso aprovechar la crisis financiera de 2007-2008 para impulsar un nuevo “New Deal”. “Con una economía mundial en caída libre –se defiende Obama–, mi tarea prioritaria no fue la reconstrucción del orden económico, sino evitar un desastre adicional” (1). Obsesionada por la deuda, Europa se autoinfligió en aquel momento una década de purga presupuestaria: una de las medidas fueron los recortes de camas de hospital…
Uno de los aspectos más prometedores del plan de Biden es su universalidad. Más de cien millones de estadounidenses cuyos ingresos anuales no superan los 75.000 dólares ya han recibido un nuevo cheque del Tesoro por valor de 1.400 dólares. Hace un cuarto de siglo que la mayoría de Estados occidentales estipulan para sus políticas sociales unas condiciones de recursos máximos cada vez más bajos, con instrumentos de vigilancia permanente, a los que se añaden “políticas activas de empleo” punitivas y humillantes (2). El resultado es que los que ya no reciben nada aun estando en la necesidad, se ven exhortados a odiar unas políticas públicas que algo les cuestan y que ayudan a otros. Además, encendidos por los medios de comunicación, terminan por creer que lo que pagan acaba en manos de estafadores y parásitos.
La crisis de la covid-19 ha interrumpido este tipo de calumnias. No se puede culpar de haber cometido errores o torpezas a todos los empleados y trabajadores autónomos que de la noche a la mañana han visto cómo su actividad se detenía. En algunos países, el 60% de los que han obtenido ayudas de emergencia por la pandemia no habían recibido ninguna previamente (3). El Estado ha venido a rescatarles sin hacerse esperar, “cueste lo que cueste” y sin descartar a nadie. De momento, pocos están en contra –a excepción de la prensa financiera… y la China popular–.
Notas:
(1) Barack Obama, Una tierra prometida, Debate, Barcelona, 2020.
(2) Léase Anne Daguerre, “La culpabilización de los desempleados en Estados Unidos y en Europa”, Le Monde diplomatique en español, junio de 2005.
(3) Según la firma de consultoría BCG, citado por The Economist, Londres, 6 de marzo de 2021.
Serge Halimi. Director de Le Monde diplomatique.