El anuncio de un nuevo paquete de inversiones en Estados Unidos por valor de 1,8 billones dólares y el de la posibilidad de que su gobierno suspenda temporalmente las patentes de las vacunas contra el coronavirus vuelve a mostrar que Europa ha perdido el norte y que se queda definitivamente atrás.
El nuevo plan que se acaba de anunciar, un mes después de otro de 2 billones de dólares dedicados a infraestructuras, se dedicará ahora a desarrollar el cuidado infantil de alta calidad permitiendo que las familias paguen solo una cantidad en función de sus ingresos, a financiar bajas médicas remuneradas, establecer la pre-escolaridad universal y gratuita y a satisfacer necesidades alimentarias de niños de bajo ingreso, entre otros objetivos de política familiar. Una nueva inyección de gasto que se sumaría a los 4,3 billones de dólares que se llevan ya desembolsados entre acciones legislativas (3,8 billones) y administrativas (0,5) de los 6,8 billones comprometidos y a los 2,9 billones (de los 6 comprometidos) de la Reserva Federal. Y ni siquiera se puede pensar que se haya acabado el estímulo si se tiene en cuenta que, según David M. Cutler y Lawrence H. Summers, el coste total de la pandemia en Estados Unidos sería de unos 16 billones de dólares (The Covid-19 Pandemic and the $16 Trillion Virus).
No hay comparación posible con lo que está haciendo la Unión Europea. Aquí nos hemos quedado atrás, no sólo en la cantidad de los estímulos aprobados frente a la crisis, sino también en la agilidad a la hora de ponerlos en práctica y en los principios que mueven la actuación de los responsables políticos, como muestra que la administración Biden se plantee suspender las patentes de vacunas cuando aquí los grandes partidos apuestan por todo lo contrario.
No se puede decir que Europa no haya adoptado medidas excepcionales porque sí que las ha tomado pero lo ha hecho con tal conservadurismo y lentitud que apenas han comenzado a ser efectivas. Y, lo que es peor, las ha diseñado y se dispone a ponerlas en marcha sin apartar la mirada del espejo retrovisor, es decir, sin perder de vista el fundamentalismo presupuestario que tanto daño ha hecho en otras crisis, e incluso en los periodos de bonanza y crecimiento.
La Unión Europea ya fracasó en la anterior crisis de 2007-2008, cuando estableció medidas de ajuste y recortes depresivas en medio de la recesión, provocando torpemente una segunda recaída de la actividad y el empleo y el descontrol de la deuda, y no parece que sus responsables hayan aprendido nada de aquello, a pesar de tantos análisis como han demostrado que se actuó sin base científica, influido por sesgos ideológicos e interpretando mal los datos que se tenían delante.
La pertinaz insistencia en el error que viene caracterizando a los responsables de la Unión Europea es el resultado de una percepción ideologizada de los problemas económicos al servicio de los grandes intereses económicos que ha consolidado unas instituciones que impiden o hacen muy difícil salir del bucle en el que se encuentran. Es como si, a base de tanto servilismo, la Unión Europea se hubiera inmunizado al revés: haciendo imposible que surjan los anticuerpos que permitan cambios de rumbo y la puesta en marcha de nuevos horizontes de política económica, que penetre aire nuevo en sus normas e instituciones.
No se ha querido que la Unión Europea sea una auténtica unión monetaria. O, mejor dicho, se ha decidido que lo sea sin cumplir todos los requisitos que sabemos que debe tener para que no produzca desequilibrios y crisis de asimetría constantes. Sobre todo, una hacienda europea y una política fiscal común con un verdadero presupuesto comunitario.
No se ha querido tampoco que la Unión Europea avance hacia la unión política y ahora no se puede avanzar con orden de escuadra, con coordinación y sinergia, algo siempre necesario si se tienen de verdad objetivos comunes pero imprescindible en medio de circunstancias excepcionales como las que estamos viviendo.
La Unión Europea ni siquiera es una democracia y lo que eso significa es que no hay juego de contrapesos y que las instituciones actúan como vías de escape unas de otras y no como mecanismos de estabilización y control mutuo. ¿Para qué sirve en realidad el parlamento sin control efectivo sobre el Ejecutivo, sin poder hacer efectivo lo que reclama? ¿Quién controla a la Comisión si se constituye a base de equilibrios contra natura que crean complicidades obligadas entre los grupos parlamentarios más amplios?
La política económica se somete a reglas de estabilidad caprichosas que se saltan cuando conviene o a imposiciones de no financiación por el Banco Central Europeo a los gobiernos que se sortean por la puerta de atrás cuando no queda más remedio. Europea ni siquiera cumple sus propias reglas, las usa como arma arrojadiza y amenaza, vive de la arbitrariedad permanente y sin rendición de cuentas. ¿Quién ha pagado por el error de la anterior crisis, qué normas de las que se mostraron contrarias, no ya a la evidencia sino al más elemental sentido común, se han cambiado?
Europea está dejando extenderse el populismo y las amenazas totalitarias sin ni siquiera ser capaz de convertirse en el bastión democrático que hasta los más escépticos europeístas creían que sería, al menos, la gran contribución de la Unión Europea al mundo contemporáneo.
No es muy difícil deducir cómo es posible que haya podido ocurrir todo esto, la razón de un entramado tan falso pero de tan imposible vuelta atrás, tan conservador y anquilosado. ¿Cómo se ha podido convertir la Unión Europea en esta trampa de donde es tan difícil que broten ideas nuevas y progresistas, no ya en el sentido ideológico, sino en el puramente pragmático, como las que están brotando en Estados Unidos de la mano de Biden y otros dirigentes que forman parte del poder establecido de toda la vida y que para nada se pueden considerar radicales o sospechosos de izquierdismo?
Para saberlo, quizá baste comprobar que nada de eso ocurre gratuitamente. La inmensa maquinaria comunitaria no es sino una fabulosa fuente de creación de rentas para los grandes grupos empresariales y para los bancos porque en la Unión Europea no se da una puntada sin hilo, sin producir beneficio allí y a quien debe producírselo.
Todo esto tiene responsables políticos. A la izquierda que se sitúa más allá del socialismo siempre le trajo sin cuidado Europa. Abordó el proceso de construcción europea y sigue en sus instituciones con un ideologismo exacerbado e inoperante porque carece de pragmatismo; y el socialismo europeo, al que por su dimensión y fuerza electoral le correspondía un protagonismo especial y mucho más poderoso, cayó preso del pragmatismo dejando hechos trizas todos sus principios ideológicos. Lo que a unos les sobra a los otros les ha faltado.
El sociólogo belga Mateo Alaluf publicó el pasado mes de marzo un interesante libro titulado Le socialisme malade de la social-démocratie en el que muestra cómo los partidos socialistas han ido perdiendo peso e influencia precisamente cuando han gobernado. Yo creo que eso ha tenido mucho que ver con el papel de sus líderes y representantes en las instituciones europeas. En estas, no solo han sido cómplices sino a veces auténticos hacedores de las normas neoliberales e ideologizadas que han impedido que sus propios partidos lleven a cabo políticas socialdemócratas en sus respectivos países. El socialismo en Europa está matando al socialismo europeo.
En los últimos tiempos está ocurriendo lo mismo. Mientras que a su izquierda no hay apenas acciones políticas transformadoras y que trasciendan, el grupo socialista del Parlamento Europeo está actuando como auténtico cómplice de una política a todas luces incompetente, equivocada y muy dañina de la Comisión y el Consejo Europeos y, en lugar de mostrar otro perfil y abanderar alternativas de progreso, está contribuyendo a crear las condiciones que van a acabar con lo poco que queda del socialismo democrático en Europa, empezando por España.
Es verdaderamente sorprendente que alguien como Biden esté pasando por la izquierda al socialismo europeo, siendo capaz de enfrentarse a dogmas que la realidad ha mostrado que son más falsas y peligrosos (incluso para el propio capital) que un euro de cartón piedra. Mientras que los demócratas estadounidenses (en principio, mucho más conservadores) acaban con las políticas ultraliberales por puro pragmatismo, los socialistas europeos se empeñan en salvar de las brasas al neoliberalismo decadente que domina las instituciones europeas.
La experiencia nos ha demostrado que lo que hacen las izquierdas en Europa no es baladí ni algo que solo tiene efecto extramuros, más allá de nuestras fronteras. Es determinante de la política nacional y por eso va a ser muy difícil que gobiernos progresistas como el español culminen con un mínimo de éxito su andadura, me atrevería a decir que sobrevivan, si sus respectivos grupos parlamentarios en Europa siguen dedicándose a apuntalar las condiciones que hacen inviables políticas de progreso en los diferentes países.
Están a tiempo de rectificar.