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Crisis sistémica y estrategias ecosociales

La insostenible reconstrucción del business as usual: Recuperación vs. confrontación

Fuentes: Viento Sur [Foto: @matthewhenry/ Unsplash]

Tras superar la pandemia y la mayor recesión de la economía mundial desde hace un siglo, se anuncia la reconstrucción. Se presentan estrategias, planes, agendas y pactos para proclamar solemnemente que la transformación verde y digital del modelo ya ha comenzado. Las grandes corporaciones y los lobbies empresariales, siempre de la mano de los Estados centrales, adoptan ese discurso del mismo modo que veinte años atrás asumieron su responsabilidad social, en un intento por presentarse, una vez más, como la solución y no el problema de la crisis socioecológica. Las promesas de la adaptación al cambio climático, la resiliencia de nuestras empresas, la digitalización y la nueva economía de los cuidados, sin embargo, pasan por recuperar la senda del crecimiento económico. Nueva normalidad, seguridad jurídica, derechos de propiedad, acumulación de riqueza, business as usual.

El capitaloceno ha desencadenado una crisis ecológica de dimensiones planetarias que tiene entre sus principales expresiones la emergencia climática y la pérdida de biodiversidad (Moore, 2020). En un contexto global caracterizado por las crecientes tensiones geopolíticas, la privatización de la democracia, el auge de los neofascismos y la guerra comercial entre bloques regionales, con disputas interélites para defender los intereses de sus respectivas transnacionales y clases dominantes, los factores relacionados con la merma de la base física en la que opera el sistema son los que a no muy largo plazo van a determinar el futuro de la vida en el planeta.

En el marco de esta crisis de reproducción del capital y la inminencia del colapso socioecológico, las únicas posibilidades de llevar a cabo una transformación real de las relaciones de poder y del modelo económico pasan por enfrentarse a los vectores centrales del proceso de acumulación capitalista: las élites político-empresariales que lideran las corporaciones y fondos de inversión trasnacionales. La articulación de propuestas sociales y políticas con las que transitar hacia horizontes emancipadores requiere ir disputando y ganando cada vez más espacios al poder corporativo. Revertir las desigualdades sociales y la destrucción de los ecosistemas, avanzar hacia una redistribución justa de la riqueza, apostar por otras formas de organizar la economía y la vida en sociedades democráticas, mediante profundas transformaciones de carácter anticapitalista, ecologista, feminista y antirracista, conducen inevitablemente al camino de la confrontación radical con las élites político-económicas globales.

Crisis de rentabilidad

El capitalismo global ha ido desplazando sus contradicciones hacia adelante, en el tiempo y en el espacio, pero cada vez se aproxima más a sus propios límites. La inestabilidad permanente de los mercados como consecuencia del aumento de la financiarización, la extensión de la explotación laboral y las desigualdades sociales que excluyen de la sociedad de consumo a amplias capas de la población, el cuestionamiento de la división sexual del trabajo y la necesidad de un replanteamiento del reparto de las tareas productivas y reproductivas, el agotamiento de las fuentes de energía y los recursos materiales que requiere el metabolismo agroindustrial-urbano-financiero, los impactos del modelo económico en los ecosistemas y el desorden climático son, todos ellos, síntomas de que el funcionamiento del capitalismo se encuentra aquejado de graves problemas de fondo 1/.

La crisis estructural del capitalismo está determinada por tres factores centrales (Streeck, 2017). Primero, las bajas perspectivas de crecimiento económico: el descenso de la productividad y la tasa de ganancia, que se alarga desde la década de 1970, imposibilita el proceso de reproducción del capital y la generación de beneficios al ritmo requerido por los propietarios de las grandes corporaciones. Segundo, los niveles de endeudamiento: la deuda global no ha dejado de aumentar en la pasada década, y en el último año, tras las grandes inyecciones de liquidez de los bancos centrales, se ha disparado hasta llegar a récords históricos. Y tercero, la creciente brecha social: las grandes empresas vuelven a repartir dividendos mientras adelgazan sus plantillas, a la vez que la mayoría de la población sufre los efectos de las políticas dictadas por las élites que controlan el poder corporativo. Estancamiento, deuda y desigualdad se superponen así al telón de fondo que hace materialmente imposible prolongar de manera indefinida la lógica de crecimiento y acumulación: el declive de un modelo global de producción y consumo basado en la disponibilidad de energía fósil abundante y barata que ha llevado hasta el extremo los límites biofísicos del planeta.

Después del crash de 2008, se produjo un repunte del crecimiento económico gracias a la devaluación de los salarios, la asunción de las deudas empresariales por parte de los Estados y el apoyo financiero de los bancos centrales. La década de la recuperación, a costa de la extensión de las desigualdades sociales y la profundización de la crisis ecológica, fue la década de la recomposición de los beneficios empresariales tras el estallido financiero. La década que estamos iniciando, que ya se publicita como la de la reconstrucción, sigue por esa misma senda, con un rol aún más reforzado de los Estados al rescate de las grandes corporaciones. En el caso español, con lo que el presidente del gobierno ha llamado “el plan de recuperación más ambicioso de la historia reciente”, se promete modernizar y aumentar la competitividad de la economía a partir de la llegada de los fondos europeos. En realidad, se trata de apuntalar las bases del modelo y asegurar los negocios de las compañías que en las últimas décadas han capitaneado la expansión del capitalismo español; las mismas multinacionales que han protagonizado los procesos de acumulación y concentración de riqueza que van de la mano de la actual crisis socioecológica.

La mayor apuesta del capitalismo global se vincula con la automatización y la digitalización de la economía

En este contexto, las grandes empresas están tratando de impulsar un nuevo ciclo expansivo para blindar sus beneficios a corto plazo. Para ello, como sucedió en crisis anteriores, han renovado su apuesta por la ampliación de la frontera mercantil a través de las dinámicas de acumulación por desposesión. Igualmente, en el marco de la financiarización global, están favoreciendo la creación de nuevas burbujas especulativas para recuperar, al menos en el futuro más inmediato, unos altos niveles de rentabilidad. Si en la década anterior se impulsó, sobre todo, el boom inmobiliario asociado al avance de las dinámicas globales de turistificación (Cañada y Murray, 2019), ahora el coche eléctrico y el hidrógeno verde aparecen como los elementos más simbólicos del gran rescate estatal de los beneficios empresariales.

Junto a ello, ante la dificultad para continuar incorporando bienes y servicios a la lógica mercantil y la previsible huida de capitales a otros nichos de rentabilidad, la mayor apuesta del capitalismo global se vincula con la automatización y la digitalización de la economía (Morozov, 2018). En la visión dominante de lo que se ha dado en llamar la cuarta revolución industrial, este modelo serviría para avanzar en la desmaterialización de la economía y aumentar la eficiencia de todo el sistema de producción y consumo. En la práctica, se trata de impulsar una nueva onda expansiva mediante la combinación de toda una serie de elementos tecnológicos que van desde la robotización al big data. Estos son los elementos fundamentales para una renovada dinámica de centralización y concentración empresarial, que va a redundar en la producción de impactos negativos sobre el empleo y en el control oligopólico del mercado por parte de un reducido grupo de gigantes tecnológicos. Una huida hacia delante del capitalismo global para sortear sus propias contradicciones que, aun siendo efectiva para reactivar las ganancias de algunas empresas, no va a poder generar, ni de lejos, la riqueza creada por las corporaciones transnacionales en los ciclos industriales de los siglos XIX y XX. En la actualidad, no hay ninguna dimensión productiva fuerte que vaya a poder sostener una nueva onda larga de crecimiento y acumulación.

Capitalismo verde

En todas las crisis de rentabilidad precedentes, el capitalismo ha logrado sobrevivir gracias a su reinvención de nuevas formas de extracción y apropiación de la riqueza. En las décadas anteriores, la expropiación, la mercantilización, la privatización y la financiarización han servido para reorientar los siguientes ciclos de crecimiento y acumulación (Harvey, 2014). Hoy, por el contrario, el fin de la era de los combustibles fósiles, la aceleración de las crisis energéticas y los impactos socioambientales del modelo económico imposibilitan que el capitalismo utilice las vías que le llevaron al éxito en el pasado para reemprender el camino de la acumulación.

Así las cosas, las grandes empresas ya no pierden el tiempo en negar los graves problemas socioecológicos asociados al modelo de producción y consumo. Ahora se presentan como el sujeto fundamental de la transformación verde y digital. De cara al exterior, las élites político-económicas tratan de resolver el dilema trazado por la crisis ecológica a partir de las innovaciones en la eficiencia en la utilización de materiales y la transición a una matriz energética basada en el uso de renovables. Lo que ocurre es que estas propuestas enmarcadas en el solucionismo tecnológico pasan por encima del obligado descenso del consumo global de energía y materiales que va a producirse, con las consiguientes tensiones geoestratégicas que eso lleva aparejadas. De ahí que sirvan como mecanismos para reactivar un ciclo corto de beneficios empresariales, no para eliminar la marca de la insostenibilidad sobre la que se sostiene el propio modelo.

Más allá de la fe tecnológica y de las falsas soluciones de mercado, el caso es que la robotización y la automatización de la economía, al igual que el crecimiento de las energías renovables, requieren de la explotación de una elevada cantidad de recursos minero-energéticos finitos y cada vez menos accesibles. El traspaso de los límites biofísicos del planeta tiene su reflejo en el agotamiento de los materiales y la energía que alimentan el metabolismo del sistema de producción y consumo (Fernández Durán y González Reyes, 2018). En el caso del petróleo, la superación del peak-oil y el encarecimiento de la obtención de hidrocarburos no convencionales ha reducido la rentabilidad de los combustibles fósiles, lo que ha llevado a que la inversión en el mantenimiento y búsqueda de nuevas reservas haya decaído igualmente. Con reservas decrecientes y consumo al alza, en cinco años la disponibilidad de petróleo puede reducirse a la mitad (Turiel, 2020). Y otros materiales claves para el funcionamiento del capitalismo global siguen el mismo patrón: el gas, el carbón, el uranio, el fósforo y otros minerales escasos se aproximan también a sus picos de extracción. El acaparamiento de estos materiales para promover nuevos nichos de negocio va a profundizar los conflictos geopolíticos, la expropiación privada de bienes comunes y la guerra entre pobres.

El clima, la composición y características de los ríos, mares y océanos, y la complejidad de la biodiversidad han sido modificados por el propio sistema capitalista que actúa como una fuerza geomorfológica. Un modelo basado en el crecimiento económico ilimitado, cuya base material y energética tiene que incrementarse continuamente para asegurar la reproducción del capital, lleva necesariamente al colapso ecológico en un planeta finito. La economía capitalista necesita desestabilizar las condiciones ecológicas para garantizar su propia reproducción, es lo que Nancy Fraser (2021) ha denominado la “contradicción ecológica”.

Frente al urgente cambio de rumbo necesario para ralentizar el colapso ecológico, la clase político-empresarial se adapta a este escenario concibiéndolo como una renovada oportunidad de negocio. La apuesta de las élites corporativas pasa por continuar con el business as usual a través de las posibilidades que ofrece el capitalismo del desastre (Klein, 2007). Comercio de emisiones de gases de efecto invernadero, biotecnología, geoingeniería, incorporación de bosques y ecosistemas a los mercados internacionales, acaparamiento de tierras y nuevos proyectos de infraestructuras sostenibles son algunas de las fórmulas utilizadas para avanzar en la adaptación de los negocios empresariales al desorden climático.

La Unión Europea ha materializado esta apuesta en el Pacto Verde Europeo, una estrategia presentada durante la cumbre del clima celebrada en Madrid en 2019 que oficialmente se orienta hacia la reducción de emisiones, la renovación del transporte público y el incremento de la eficiencia energética en industria y vivienda. Este plan se presenta como la vanguardia de las políticas de lucha contra el cambio climático, a la vez que se sigue apostando por el gas como una energía de transición y se diseña un plan de acción para asegurarse el control de las materias primas de las que depende el capitalismo verde. Para ello, la UE está potenciando nuevos proyectos minero-energéticos en sus propios Estados miembros, asociados a la promoción de otros acuerdos de comercio e inversión con países que disponen de recursos estratégicos e intensificando el uso de combustibles fósiles en el comercio internacional.

El Estado al rescate

“Ahora no hay espacio de mercado donde el Estado no intervenga”, sostiene Rubén Martínez: “La pandemia ha acelerado este proceso. A día de hoy casi tres cuartas partes del aparato productivo y de los mercados financieros globales están incrustados en el Estado” 2/. Efectivamente, el Estado, que siempre se ha constituido como el soporte político-económico fundamental para la expansión global de las grandes empresas, se vuelve aún más esencial para hacer rentable los cambios y las inversiones que demanda la vía hegemónica para salir de la crisis. Lo vemos, sin ir más lejos, en el spanish model: si tras la crisis de 2008 la recuperación económica se basó en reactivar el ciclo inmobiliario-especulativo y en potenciar la llegada de turistas internacionales, además de aprovechar los réditos de la internacionalización empresarial de las dos décadas anteriores, el instrumento central para sostener la economía durante la pandemia –y en los próximos tiempos–  ha sido el rescate del Estado. Avales del ICO a préstamos bancarios, compras de pagarés empresariales, fondo de empresas estratégicas de la SEPI, compras de deuda por parte del BCE, ahorro de costes laborales vía ERTE, inyecciones presupuestarias al sector inmobiliario para otra ronda de macroproyectos urbanísticos, y ahora los fondos europeos Next Generation (Scherer, González y Blázquez, 2021).

El Estado se vuelve aún más esencial para hacer rentable los cambios y las inversiones que demanda la vía hegemónica para salir de la crisis

Con la pandemia ha saltado definitivamente por los aires la crisis orgánica del capitalismo español y su imposibilidad para sostener otro ciclo largo de crecimiento y acumulación por sus propias limitaciones estructurales, con un modelo marcado por la dependencia del turismo, el ladrillo y la internacionalización de los negocios empresariales (Ramiro y González, 2019). Hace un año, el escenario más probable para las grandes compañías españolas era el de una continua serie de impagos, reestructuraciones, quiebras, fusiones y absorciones. Y así ha sido: de las quiebras de Abengoa y OHL a las absorciones de Caixabank-Bankia y Unicaja-Liberbank, pasando por el rescate de Iberia y Air Europa para que a su vez se fusionen, con la consiguiente oligopolización del mercado y la concentración del capital en cada vez menos manos.

Los proyectos presentados por las grandes empresas españolas para ser subvencionados por los fondos europeos suman más 130.000 millones de euros, con casi el 40% de esa cantidad concentrada en las tres grandes eléctricas: Iberdrola, Endesa y Naturgy. El hidrógeno verde, al que también se ha sumado Repsol, es el protagonista principal de muchos de estos proyectos. La ausencia de alternativas a los hidrocarburos en el transporte y la industria pesada ha incentivado el auge de este gas como energía alternativa, aunque se trata de una solución muy cuestionable por su dudosa eficiencia y complejidad tecnológica. Pero las posibles dudas sobre su viabilidad no desinflan las expectativas ni la proyección de inversiones porque quien va a financiar todo ello es principalmente el Estado.

Lo que sea, con tal de seguir aumentando los beneficios empresariales. Al principio de la pandemia, temiendo que su reputación pudiera verse dañada, las grandes compañías españolas anunciaron que no iban a despedir a nadie, que reducían los sueldos de sus máximos directivos y que suspendían el pago de dividendos. Un año después, el panorama es bien distinto. Muchas empresas ya han publicitado que van a volver a repartir dividendos entre sus accionistas, mientras cierran tiendas y sucursales, despiden miles de trabajadoras, bajan los salarios, venden filiales, efectúan ampliaciones de capital, colocan más deuda al BCE, y  reciben subvenciones y nuevos préstamos del Estado que nunca serán devueltos. Durante meses se estuvo hablando mucho de cuál iba a ser la forma de la recuperación. Pues bien: ni V, ni U, ni W, ni el logo de Nike, ni raíz cuadrada; será en forma de K, acentuando las desigualdades entre la clase político-empresarial que dirige el capitalismo español y la mayoría de la población.

Estamos llegando a una nueva estación en la descomposición del sistema internacional de derechos humanos

Las crisis se convierten también en un campo más de experimentación para que el Estado y las grandes corporaciones refuercen la armadura jurídica de dominación. Se va consolidando la tendencia por la que los gobiernos deben acatar esas normas inviolables que sustraen las reglas del mercado al control de la democracia representativa. Son normas que permiten actuar sin límites a los agentes del mercado y garantizar la acumulación de riqueza por parte de las grandes compañías, que pasan a situarse en la cúspide de la pirámide normativa y se convierten en una suerte de constitución económica (Fernández, 2018). Estamos llegando a una nueva estación en la descomposición del sistema internacional de derechos humanos: las normas privadas desplazan a los derechos humanos, al tiempo que, por encima de todo, se protege la seguridad jurídica de las élites político-económicas frente a los intereses de las mayorías sociales.

Desde la reforma del artículo 135 de la Constitución española hasta la aprobación de una nueva oleada de tratados comerciales de nueva generación, se trata de un marco institucional dirigido a fortalecer el mercado, la propiedad privada, la privatización y la desregulación de los derechos sociales. Mientras se inyectan miles de millones de euros a las grandes empresas y bancos vía fondos de reconstrucción, compras de deuda, rescates de organismos públicos estatales, etc., no hay ninguna obligación ni requisito socioambiental efectivos para estas mismas compañías. Al contrario, lo que se está produciendo es una fuerte regulación en favor de las grandes corporaciones (Hernández Zubizarreta y Ramiro, 2015). Basta mirar cómo en el decreto de aplicación de los fondos europeos en España se ha introducido un vaciamiento de las condiciones en que se efectúa la contratación pública.

Reconstrucción o confrontación

A pesar de su renovada imagen de marca y de la cuidada puesta en escena, la perspectiva de las clases dominantes que gobiernan el capitalismo español permanece inalterable: el relato de las propuestas de futuro para la recuperación pasa por continuar con la lógica de acumulación por desposesión, expulsión y necropolítica. Las grandes corporaciones tienen claro por dónde pasa la reconstrucción: se trata de blindar las conquistas empresariales obtenidas tras las sucesivas reformas laborales y rebajas fiscales que tuvieron lugar en las últimas décadas. Cuando los empresarios hablan de innovación para salir de la crisis, lo que vuelven a exigir es que se reduzcan aún más los impuestos 3/ a las grandes compañías, que el Estado siga subvencionando sus costes laborales 4/ y que se las rescate 5/ con fondos públicos. De nuevo, socialización de las pérdidas empresariales sin redistribución de ganancias para las mayorías sociales. Y por mucho que se le quiera dar una mano de pintura verde y violeta, el plan de reconstrucción pasa por volver a reproducir este modelo con el único objetivo de garantizar otro periodo de bonanza para las ganancias empresariales.

La profundización de las desigualdades sociales, la agudización de los conflictos ecológicos y las violaciones de los derechos humanos, lejos de ser el resultado de los comportamientos desviados de algunos empresarios, se localizan en la raíz de los dividendos empresariales. En un contexto de fuerte competencia en el mercado mundial, con la constante presión de los accionistas y los fondos de inversión por aumentar la rentabilidad, las grandes compañías rivalizan en una permanente carrera a la baja. De Bangladesh a Marruecos, de Colombia al sur de Europa, puede observarse un modus operandi del capital transnacional que se replica por todo el mundo, trazando una línea de continuidad entre el creciente poder de las grandes corporaciones y la multiplicación de sus impactos socioambientales.

Este es el modelo que nos ha traído hasta aquí. Y es el modelo que se promete replicar con los fondos europeos. De la misma manera que las petroleras abanderan la transición ecológica y los bancos la educación financiera, las compañías que acumulan ganancias con un sistema que destruye los ecosistemas, las relaciones no mercantilizadas, los cuidados, la colectividad y los derechos humanos son las que ahora nos vienen a hablar de reconstrucción. Frente al avance acelerado de la colaboración público-privada como mecanismo de extracción de rentas en favor de las oligarquías nacionales y el capital transnacional, se hace imprescindible empujar para acometer una transformación estructural del modelo socioeconómico.

Avanzar en una reconversión del turismo para situar su desarrollo dentro de los límites biofísicos del planeta y transitar hacia economías más diversificadas y ecológicamente sostenibles. Reorganizar el sector industrial para aumentar la capacidad productiva en aquellos bienes y servicios que sean socialmente necesarios. Considerar el acceso a una vivienda digna como un derecho fundamental, superando el concepto de la propiedad inmobiliaria como vehículo de inversión. Relocalizar la economía para atender a las necesidades de las mayorías sociales y no a la exigencia de maximización del beneficio empresarial. Nacionalizar las empresas en los sectores estratégicos para poner los recursos esenciales al servicio de la población. Redistribuir la riqueza, repartir los trabajos y replantear las bases del modelo económico aparecen, en definitiva, como las únicas claves posibles para repensar el futuro con criterios de justicia social y ambiental.

Pedro Ramiro y Erika González son investigadores del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad

Notas

1/“Hemos entrado en una crisis estructural. El sistema está muy lejos del equilibrio y las fluctuaciones son enormes. De ahora en adelante, estaremos viviendo en medio de una bifurcación del proceso sistémico”, escribió hace una década Wallerstein (2010). 

2/Entrevista a Rubén Martínez en  El Salto, nº 50, junio de 2021.

3/ https://www.elsaltodiario.com/fiscalidad/gestha-grandes-empresas-eludieron-24.375-millones-impuestos-2015-2018

4/ttps://www.elsaltodiario.com/coronavirus/espana-se-va-al-erte-amancio-ortega-inditex-gobierno-rescata-grandes-empresas-beneficios 

5/ttps://www.elsaltodiario.com/multinacionales/dinero-publico-que-no-cuida-a-que-empresas-se-esta-rescatando- 

Referencias:

Cañada, Ernest y Murray, Ivan (eds.) (2019) Turistificación global. Perspectivas críticas en turismo, Barcelona: Icaria.

Fernández Durán, Ramón y González Reyes, Luis (2018) En la espiral de la energía. Colapso del capitalismo global y civilizatorio, 2ª edición, Madrid: Libros en Acción y Baladre.

Fernández, Gonzalo (2018) Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI, Barcelona: Icaria.

Fraser, Nancy (2021) “Los climas del capital”, New Left Review, 127, pp. 101-138.

Harvey, David (2014) Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Madrid: Traficantes de Sueños.

Hernández Zubizarreta, Juan y Ramiro, Pedro (2015) Contra la ‘lex mercatoria’. Propuestas y alternativas para desmantelar el poder de empresas transnacionales, Barcelona: Icaria.

Klein, Naomi (2007) La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Barcelona: Paidós.

Moore, Jason W. (2020) El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital, Madrid: Traficantes de Sueños.

Morozov, Evgeny (2018) Capitalismo big tech. ¿Welfare o neofeudalismo digital?, Madrid: Enclave de Libros.

Ramiro, Pedro y González, Erika (2019) A dónde va el capitalismo español, Madrid: Traficantes de Sueños.

Scherer, Nicola; González, Erika y Blázquez, Nuria (2021) Guía Next Generation EU: más sombras que luces. Análisis de los fondos europeos de recuperación y resiliencia: oportunidades, deficiencias y propuestas, Barcelona: ODG, OMAL y Ecologistas en Acción.

Streeck, Wolfgang (2017) ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, Madrid: Traficantes de Sueños.

Turiel, Antonio (2020) Petrocalipsis, crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar, Madrid: Alfabeto.

Wallerstein, Immanuel (2010) “Crisis estructurales”, New Left Review, 62, pp. 127-136.

Fuente: https://vientosur.info/la-insostenible-reconstruccion-del-business-as-usual-recuperacion-vs-confrontacion/