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La inteligencia del capitalismo

Fuentes: Rebelión

Como nota previa, habría que señalar que el capitalismo es un sistema de poder basado en la fuerza del dinero, que históricamente ha venido a reemplazar como instrumento de dominación a la fuerza de las armas. Se ha hablado demasiado de su exclusivo sentido económico, pasando por alto que la sociedad juega en el terreno del mercado, sujeta a sus exigencias, e incluso se ha tratado de desvincular a la política, a través del toque de la democracia al uso, de su exclusiva condición de servidora del capitalismo. Con lo que, si la economía es un fenómeno capitalista sin discusión, y ella es la encargada de dirigir la sociedad, la política, como aparato del orden, y la sociedad misma, conducida por el instrumental económico-político capitalista, a la larga solo pueden ser capitalistas y, en consecuencia, todos deben atenerse a los mandatos del capitalismo que dirige el mundo. La cuestión es cómo se diseñan y formulan tales mandatos, porque parece evidente que alguien tiene que ocuparse de esa tarea de dirección.

Fábulas hay demasiadas, algunas orquestadas desde la auténtica elite del poder capitalista, tan cercanas a la conspiranoia que así es posible que su propia realidad permanezca oculta tras la cortina de los bulos, como una mentira más, pero ahí está, dirigiendo el sistema. Semejante conjetura responde a algo muy sencillo, el sistema no se mueve solo. El tema de una elite de primer nivel, encabezada por los más ricos del mundo, se viene aireando de forma más consistente desde que Mills, Rothkopf o Phillips, por citar a los más conocidos, lo sacaran a la luz. Sin embargo, el asunto ha quedado limitado a esos personajes conocidos y a las correspondientes comparsas políticas, que representan a los países más ricos del mundo, quienes de cuando en cuando se reúnen para establecer nuevos mandatos, indudablemente no originales, sino ateniéndose a los dictados de los que realmente mandan. Los ricos, a los que se ha considerado la elite real, y no formal, del capitalismo, solo están ocupados en el trabajo de hacerse más ricos, por lo que probablemente anden escasos de tiempo para dedicarse a dirigir intelectualmente los destinos del mundo, y en este punto solo les queda asumir el papel de colaboradores. Al igual que sucede con los políticos más destacados, mientras que los demás están a lo que se les mande. En cuanto a los organismos internacionales, especialmente los que se ocupan de arbitrar la marcha de la economía, no se han diseñado para crear cargos, sino para encauzar burocráticamente el flujo del dinero oficial, al objeto de que la dinámica del capital no sufra demasiados tropiezos, y esa es una cuestión que compete directamente al propio capitalismo.

La elite o minoría selecta, bien pueden ser los mejores en orden a su especial cualificación, en este caso, para crear capital y, para salir del paso, pudieran servir de modelo los más ricos. Sin embargo, hay otra elite o minoría dirigente, artífice y representación de la inteligencia del capitalismo, que obligadamente está situada en la cúspide del sistema, más arriba de ese lugar que ocupan en el organigrama los ricos aireados por la prensa. Se habla de inteligencia como el espíritu sutil que anima la marcha del sistema, reconocido a través de la voluntad de esa minoría dirigente, señalados a tal fin por su capacidad de conocimiento y entendimiento, cuya función es velar por la buena marcha del capitalismo, más allá de la contribución de los operarios empresariales y grandes inversores, encargados de darle la aplicación oportuna, dentro de los límites de cualquier actividad productora de capital. Aunque no se ocupan de desplegar su imagen en los medios, no por ello su poder es menor que el oficialmente reconocido, simplemente se trata de que el poder real es tímido y prefiere manejar los hilos desde la sombra. Tal es la dimensión de ese poder, que en el mundo no se mueve una paja sin su consentimiento. Ni lo más aparentemente improvisado se moviliza sin su autorización ni la política da un solo paso sin su visto bueno ni la sociedad se define sin su bendición. Justificando su existencia está el argumento de que, en lo socialmente trascendente, pocas cosas marchan solas o por simple inercia, casi siempre hay un hálito que las mueve. En el plano operativo capitalista aparece el grupo dirigente, que maneja los hilos en su propio interés, y que a su vez es dirigido por el superior en la escala, concluyendo materialmente el escalafón en ese grupo de discretos sabios que velan por la estabilidad del sistema. En este caso, el empresariado es la parte visible, iluminada por aquel espíritu superior del que no se tiene plena consciencia.

En la estructura formal capitalista, además de la elite de los ricos, cabe distinguir la elite política, destinada a cumplir fielmente su papel ornamental en el sistema, siguiendo las consignas de la inteligencia, remitidas a través de los operantes del organigrama político-económico internacional, al que rinden vasallaje. En caso contrario, con democracia y todo, lo mismo que a los políticos se les ha colocado electivamente en los sitiales del poder, pero con la bendición de los que mandan, se les apea del asiento sin contemplaciones. De ahí que las políticas conservadoras de antes y las progresistas de ahora, en línea con los intereses del mercado global, permanezcan muy atentas a sus mandatos. Claro está, que procurando nadar entre dos aguas, porque los políticos practicantes tienen que haberse doctorado en la facultad de la apariencia. Mientras, por un lado, dan coba a las masas, dicen lidiar con la pobreza y las entretienen con otras ocurrencias, casi todo orientado al mismo fin, es decir, apuntando a que sus actuaciones reviertan positivamente en las cuentas empresariales y en el voto a favor de su partido, su otra obligación es contribuir a la buena marcha del mercado.

No hay que pasar por alto en el mismo plano estructural a los medios de comunicación. Un invento brillante del que el sistema ha sacado provecho, ya que sin ellos el mundo no sería como es y la doctrina capitalista caminaría dando tumbos. A través de la publicidad y la propaganda, en las que están especializados, es posible trasladar inmediatamente la doctrina oficial a las masas y persuadir a sus individuos para se comporten como disciplinados consumidores y ciudadanos. La doctrina capitalista suele ser eficiente, porque viene a decir lo que hay que creer, limitando así el esfuerzo de pensar, indica el medio para alcanzar el bien-vivir, a través del consumismo, y fundamentalmente, establece el papel político asignado a la ciudadanía, reconducido a votar de vez en cuando.

Iluminando el panorama de la sociedad de mercado universal, la ideología, en su papel, se adapta a los tiempos o los tiempos a la ideología, lo que sería cuestión a analizar en profundidad. Ahora toca, conforme ha ordenado la inteligencia del capitalismo a los que oficialmente gobiernan, que, en interés de la exuberancia del mercado global, hay que ser progresistas. Lo que se ha reconducido en las sociedades ricas a dar cuerda a las sensibilidades más llamativas que pululan en el mar de masas, o sea, a alimentar el cachondeillo controlado, también llamado libertad. Sin embargo, la doctrina impone una exigencia para llevarlo a término, se trata de que todos los beneficios del modelo progresista reviertan inmediatamente al mercado y permitan crear más capital.


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