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El fastidio burgués de Italo Svevo

Fuentes: El viejo topo

Austriaco e italiano, judío y católico resignado, agnóstico, comprensivo ciudadano de la Italia fascista, patrón y novelista, siempre escondido en su desdoblamiento.

Trieste, la pequeña urbe agazapada entre el rincón adriático del Mediterráneo y Mitteleuropa, es el territorio de Svevo y Saba, de Bartol, Slataper y Magris, de Boris Pahor y del Achille Battistuzzi que pintó el barcelonés pla de la Boqueria: una ciudad convertida en punto de encuentro entre las culturas latina, germánica y eslava, donde, en la gran plaza teatral abierta al mar, la Piazza Unità d’Italia, Mussolini lanzó en septiembre de 1938 el siniestro anuncio de la promulgación de las leyes raciales para perseguir a los judíos. Esa ciudad tan singular fue incluso un Estado independiente después de la Segunda Guerra Mundial, el Territorio Libre de Trieste, aunque estuviese controlado en una zona por militares norteamericanos y británicos y en otra por combatientes yugoslavos que acababan de derrotar a las tropas nazis, pero acabó volviendo a Italia.

En ella nació Italo Svevo, el escritor italiano con apellido alemán, Ettore Schmitz. Fue súbdito austrohúngaro durante toda su vida, excepto la última década, cuando se convirtió en italiano como su ciudad, conquistada en las extenuantes sesiones y en los mapas de Rapallo. Coetáneo de D’Annunzio y Pirandello, Svevo había nacido el mismo año que la república italiana, aunque entonces Trieste estaba lejos de imaginar que se incorporaría a ella. Llegó a este mundo en la via dell’Acquedotto, 16, calle que hoy lleva el nombre de XX Settembre, donde vivió sus primeros veinte años, hasta que tras la quiebra de la empresa de su padre la familia se mudó a Corsia Stadion, 12, hoy via Battisti.

Su hija Letizia cedió a Trieste los manuscritos de Svevo (excepto los de sus tres novelas, perdidos en la guerra), fotografías familiares y su correspondencia, e incluso un armario-librería rescatado de la destrucción de Villa Veneziani. Con ese alijo crearon en 1997 el Museo Sveviano en un rincón de la biblioteca cívica. La propia biblioteca del escritor se perdió en los bombardeos estadounidenses de febrero de 1945, pero ahora el museo indaga y recupera algunos libros suyos en colecciones y bibliotecas de personajes de la época.

Svevo era un hombre peculiar, según afirma su biógrafo John Gatt-Rutter, que lo califica de contradictorio, sin duda por su doble condición de escritor y empresario, de “socialista” y capitalista, de italiano y austrohúngaro de habla alemana, y de judío en un medio católico, que aunque era agnóstico abandonó oficialmente el judaísmo en 1896 para complacer a sus suegros, y al año siguiente se convirtió al nazareno para satisfacer a su esposa. Se sentía italiano, inmerso en el irredentismo que reclamaba la anexión a Italia del Trentino y Trieste, la península de Istria y hasta las costas dálmatas y la Corfú griega, lista que después Mussolini ampliaría con Niza, Córcega y Saboya, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Su más reciente biógrafo, el británico Maurizio Serra, pone el acento en la antivida de Svevo, en su modernidad, en sus perfiles oscuros, su desdoblamiento.

La familia del escritor, los Schmitz, participaba en los pequeños círculos judíos de Trieste y ayudaba a la financiación de la revista sionista Corriere Israelitico, aunque iban siendo asimilados por la cultura italiana, hasta el punto de que siendo súbditos del imperio vienés soñaban con el día en que la ciudad sería italiana. Cuando, pocos meses antes de morir, ya italiano, Svevo escribe su Profilo autobiografico, evoca los orígenes familiares, la infancia, su amistad con Joyce, su interés por Freud, pero omite cualquier referencia a la condición judía de su familia. No habían llegado aún las leyes raciales, pero se mostraba cauteloso incluso en esas páginas finales, tal vez deseoso de legar una crónica limpia de su existencia.

Svevo era nieto de un judío húngaro, e hijo de un comerciante hebreo de vidrios, y su madre también era judía; aunque no compartía la fe de su familia. Nunca utilizó el alemán en sus libros, pese a dominarlo a la perfección. Él mismo no hablaba bien el italiano surgido del dialecto toscano, aunque escribiría con él y denominaría así al idioma. Por su madre, Svevo hablaba la variante triestina del dialecto veneciano, que no le gustaba. Saba, tras la Segunda Guerra Mundial, recordaba: “Svevo sabía escribir bien en alemán; prefería escribir mal en italiano.” Trabajó durante dos décadas en la Union Bank de Viena: fueron sus mejores días, porque empezó con apenas diecinueve años y la juventud iluminaba las calles cuando abandonaba las oficinas; su primera novela, Una vida, aborda la existencia de un empleado de banca, como él mismo, un Alfonso Nitti que se suicida, obra con escasa entidad literaria y un italiano lleno de tropiezos que, sin embargo, Montale elogiaría sin reparos, recordando que es en parte autobiográfica, sobre todo las páginas que detallan la función de Svevo en el Banco Maller y sus visitas a la biblioteca municipal. En un juego de espejos, el personaje Nitti y Svevo iban a la Biblioteca Attilio Hortis, frecuentada por irredentistas, después de su trabajo en el banco, y hoy ambos encuentran cobijo, junto a Joyce, en el segundo piso de esa misma librería pública donde se encuentra el museo dedicado a su memoria. Con años aburridos de bancario, en ese lugar descubrió Svevo a Schopenhauer, pero también recorría con sus amigos los cafés, se apoderaban de las terrazas, reían con el tiempo infinito de la juventud y perseguían a las jóvenes (las mulas del dialecto triestino).

Había estudiado en escuelas hebreas de la ciudad y en el Brusselsches Institut, en Segnitz-am-Mein, una pequeña población alemana entre Frankfurt y Núremberg donde estuvo durante cuatro años, hasta 1878, y después cursó dos años más de instrucción en el Instituto de Comercio Pasquale Revoltella, en Trieste. Con veinte años empieza a escribir artículos en el periódico irredentista L’Independente, y sigue los pasos de su padre ingresando en la también irredentista Lega Nazionale, que muchos años después lo reconocerá como uno de sus más relevantes miembros y lo felicitará cuando, en 1925, bajo el fascismo, Svevo sea nombrado Caballero de la Corona de Italia, con el obvio acuerdo del régimen mussoliniano. También publicó artículos en el órgano fascista Il Popolo di Trieste, que había fundado en 1920 Francesco Giunta, uno de los primeros dirigentes del fascio y amigo del Duce.

En sus años más jóvenes, sus novelas y textos teatrales hacen que su nombre aparezca en la prensa y sea conocido en los círculos culturales, que frecuenta con su amigo el pintor Umberto Veruda, que muere joven y no llegará a ver a Trieste en Italia. Sin embargo, Svevo no consigue ni éxito ni reconocimiento. Recorre interminablemente Trieste con su amigo Veruda (que lo había pintado con Hortensia Schmitz), quien será convertido por el escritor en el Stefano Balli de Senectud, igual que Giuseppina Zergol, un amor de 1893 y 1894, le inspiró el personaje de Angiolina. Son años en que la juventud se alarga, artificiosamente, añadiendo deseos que se convierten en pequeños tormentos de ignorado escritor de provincias que acaba desembocando pronto en otra vida. Así, en 1896, Svevo inicia una etapa radicalmente distinta: se casa con su prima Livia, hija de una rica familia de judíos conversos, los Veneziani; esa unión le permitirá escapar del destino de bancario, aunque sea consciente de la diferencia de posición económica entre ambos: su nueva familia, aunque ya era acomodada, se había enriquecido durante la gran guerra. Svevo tiene entonces treinta y cinco años, como su Emilio Brentani en Senectud, novela que publica también a sus expensas dos años después de su matrimonio con Livia Veneziani. Aún vive con la literatura, pero la empresa le aleja de las palabras.

Tras la boda, fue a vivir a la mansión de los suegros, Villa Veneziani (que se hallaba en el paseo de Sant’Andrea, que hoy se denomina Svevo), elegante casa que incluso organiza conciertos en sus salones con Adolf Busch, Pau Casals y Enrico Caruso, y convoca recepciones y festejos; villa que será destruida durante la guerra de Hitler. Después, Svevo trabajó en la empresa de sus suegros, controlando la pintura para los barcos, supervisando a los trabajadores, renunciando a la literatura, obsesionado con su adicción al tabaco, que aparece siempre en sus obras: durante toda su vida adulta fumó sesenta cigarrillos diarios, liados de la picadura. No está muy satisfecho con su nueva ocupación, bajo la constante mirada tiránica de su suegra, pero su fracaso literario le fuerza a esa vida, que sin embargo acoge con gusto, aunque Saba mantenía que fue su matrimonio quien le apartó de la escritura. Svevo, novelista freudiano aunque mantuviese alguna distancia, siempre buscando significados ocultos a los objetos y las cosas más vulgares y cotidianas, a quien J. M. Coetzee calificó como “el genio de Trieste”, era un curioso burgués apegado al despacho de la compañía. Su función en la empresa familiar le lleva a viajar con frecuencia por Italia, va a Londres y a Francia, recorre Alemania. La empresa de los Veneziani, ligada al mantenimiento de los barcos con la fórmula de una pintura especial para los cascos, es próspera, y Trieste tiene una economía basada en la industria marítima y en las compañías de seguros.

A principios del siglo XX, Trieste tiene una importante población italiana, que compone la mitad del censo, y muchos irredentistas presumen de su ignorancia del alemán, la lengua de Viena, como Umberto Saba, otro escritor judío asimilado, a quien Svevo visitaba con frecuencia en su Libreria Antiquaria de la via San Nicolò. Ese irredentismo no dejaba de ser problemático porque Trieste no había sido nunca italiana y era el principal puerto del imperio austrohúngaro, pero la idea de que debía ser liberada era sostenida sobre todo por la pujante burguesía y por la población judía: Svevo tiene esas dos almas.

La gran guerra mantiene ocupado a Svevo para evitar que el imperio austrohúngaro incaute la fábrica; colabora con el esfuerzo austríaco, aunque mantiene su discreto irredentismo. Al final de la guerra, Svevo formó parte de un comité ciudadano que intentaba controlar la situación: le será útil para hacer olvidar que la fábrica trabajó durante el conflicto para el imperio austrohúngaro. Cuando se firma el armisticio, Trieste es ocupada por las tropas del general piamontés Carlo Petitti di Roreto en nombre del reino de Italia, y se convierte jurídicamente en italiana en noviembre de 1920 tras el tratado de Rapallo que suscriben el italiano Giolitti y Ante Trumbić en nombre del Reino de los Serbios, Croatas y Slovenos. Ettore Schmitz pertenece por fin a Italia.

Las dificultades de posguerra y la crisis de la ciudad llevan al gobierno de Giolitti a un programa de ayuda económica para Trieste que continuará el fascio. Después, la italianización llega al ridículo de restablecer nombres y apellidos italianos que nunca lo habían sido. Además, muchos judíos triestinos, que eran irredentistas y nacionalistas italianos, se incorporan al movimiento fascista. Mussolini va en tres ocasiones a Trieste entre 1919 y 1921. Después, el régimen fascista adoptará una política contraria a masones y judíos, que Augusto Turati ya había sugerido en 1926 en Trieste, y que llegará a la promulgación de las leyes antisemitas y a la elaboración del “censo judío” en 1938.

La prosperidad de los hebreos triestinos era notoria ya a principios de siglo, y tras la marcha sobre Roma muchos se incorporaron a aquel movimiento fascista que parecía joven y audaz, moderno y triunfante, negándose a ver el caudal de sangre y violencia que prometía. Los judíos de Trieste relacionados con el fascismo son relevantes: Pietro Jacchia es uno de los fundadores del movimiento fascista en 1919; Giacomo Seppilli, entre 1922 y 1937, Achille Levi-Bianchini y Marco De Parente después presidieron la comunidad judía; el irredentista Enrico Paolo Salem, miembro de una de las familias más ricas de Trieste, fue podestà de 1933 a 1938, e Israel Anton Zoller (Italo Zolli, a causa de la forzosa italianización de apellidos y nombre que se impulsa en 1927) fue Gran Rabino y mostró su adhesión al fascismo. En 1920, el partido fascista cuenta en Trieste con casi quince mil miembros, de una población de 240.000 habitantes: proporcionalmente, es el mayor fascio de Italia, y recibe apoyo económico de importantes empresas triestinas.

En esos años, la transformación de Svevo es ya completa. Aunque a finales de siglo había publicado artículos en Critica sociale, una revista socialista (detalle que recuerda Gramsci en Los cuadernos de la cárcel), Svevo consideró preferible el fascismo al comunismo, y su mujer y su suegra fueron entusiastas miembros del fascio. La esposa del escritor, y la suegra Olga, gran patrón de la empresa familiar, se afiliaron al partido fascista en sus inicios, en 1919, y apoyaron resueltamente al fascismo y a Mussolini; su vinculación llegó hasta la Segunda Guerra Mundial: entonces, la derrota disolvió pronto su emoción por el régimen fascista. El mismo Svevo forma parte, como subdirector de la empresa, de la patronal Confindustria que dirigía Antonio Stefano Benni, entidad que decidió aportar el dos por mil del capital de las empresas para las arcas del partido fascista y sus campañas de propaganda. En esos años, Benni estaba rodeado de los Agnelli, Pirelli, Belluzzo, Olivetti, Volpi, Mondadori, Motta, Crespi; en 1926, con un revelador gesto, la patronal pasa a denominarse Confederazione generale fascista dell’industria italiana. Entonces, Svevo estaba ya muy lejos del socialismo, aunque fuera del socialismo desesperanzado, pasivo, inofensivo, de su juventud, con que Gramsci lo definió.

No era extraño, porque a finales del siglo XIX, no quedaba ya nada de aquel joven socialista en Svevo: aunque era súbdito del imperio austrohúngaro y Trieste no pertenecía a Italia, es un empresario, y se indigna con la huelga general y la revuelta del hambre de los obreros milaneses en mayo de 1898; asegura que “nunca me he sentido tan poco socialista como ahora”, y en una carta que envía a su esposa el 10 de mayo de 1898 califica de “canallas” a los huelguistas. La huelga fue aplastada con la fusilería del ejército y los cañones con la matanza de Bava Beccaris: el 6 de mayo, los soldados disparan y cañonean las manifestaciones obreras en Milán, revientan las columnas de manifestantes con los obuses; en las calles, quedan los cadáveres de más de trescientas personas, incluidas mujeres y niños. Tres días después, la artillería dispara de nuevo y asesina a ciento veinte personas más. La ferocidad del general Bava Beccaris sería recompensada: fue condecorado por el rey. Svevo, que sin duda tiene noticias de la matanza, no pronuncia ninguna palabra. Sin duda, Gramsci hubiera sido mucho más severo si hubiera conocido esa reacción de Svevo.

* * *

Las dos primeras novelas de Svevo transcurren en la Trieste finisecular. Como la primera, también Senectud, basada en una aventura amorosa de Svevo, está llena de deslices, y su Emilio Brentani, un inepto, es autor de una novela olvidada, como el propio Svevo cuando escribe esta. Con casi cuarenta años, había publicado dos novelas, que pasaron desapercibidas. Nadie le hace caso, y decide abandonar la literatura: un violín ocupa su lugar; toca mal, hasta el punto de que él mismo lo denomina con ironía la cràzzola, el rallador, pero se lo lleva durante sus viajes de negocio a Londres o a Francia, y toca incansablemente. Volvió a publicar cuanto ya tenía sesenta y dos años. En esa tercera novela, La conciencia de Zeno, considerada su mejor obra, que también aparece a sus expensas en una editorial boloñesa, desarrolla un personaje empeñado en psicoanalizarse, aunque sin convicción, que lucha con la neurosis y el tabaquismo, una de las constantes preocupaciones del escritor. La gran popularidad del psicoanálisis en aquella Trieste de inicios de siglo, la primera ciudad italiana donde ese peculiar tratamiento adquiere prestigio, explica los pormenores de la novela, que Svevo publica cuando se inicia el régimen fascista y que envió a Freud. Svevo había descubierto al neurólogo austriaco durante la gran guerra, y el hermano de su esposa, Bruno Veneziani, acudió incluso a la consulta del propio Freud para someterse a tratamiento. Cinco años después de la muerte del escritor, como si fuera una broma del destino, Mussolini ataca duramente a Freud, a quien acusaba de haber creado una terapia, el psicoanálisis, cercana al comunismo.

Escindido entre su condición de patrón y el escritor que renuncia a la literatura pero recae en sus cuadernos, Svevo escribió en su “Estancia londinense”, publicado póstumamente, que “la literatura no es para viejos”. Ya estaba obsesionado con la vejez. Tenía entonces sesenta y cinco años, seguía escribiendo, pero no podía avanzar, aunque saboreaba el éxito inesperado de sus últimos años. Inicia incluso una novela, Il Vecchione, que nunca terminó. El 12 de septiembre de 1928, mientras va en automóvil con su mujer, el chófer de la familia Veneziani pierde el control del coche y chocan; Svevo, gravemente herido, muere al día siguiente. En su testamento, deja donaciones a la Unione industriale fascista della Venezia Giulia (que desde 1926 dirigía Bruno Coceani, nacido Coceancig, irredentista originario del Monfalcone austrohúngaro), además de a otras entidades, y la familia recibe las condolencias oficiales del partido fascista, firmadas por el secretario Giuseppe Cobolli Gigli, otro irredentista que, ese mismo año, había italianizado su apellido Cobol e incorporado Gigli, y que después fue ministro con Mussolini. Por su parte, tres décadas después de su matrimonio y tras la muerte de su marido, Livia Veneziani adoptó el apellido Svevo. En abril de 1931, menos de tres años después de la muerte de Svevo, autoridades, dirigentes fascistas y mandos militares, asisten al descubrimiento de un busto de Svevo en el Giardino Pubblico Muzio de Tommasini, para honrar al escritor y empresario, y el podestà Giorgio Pitacco, irredentista durante la gran guerra, masón y fascista, hace un encendido elogio de Svevo. Lo consideran uno de los suyos, y la familia asiente.

Cuando murió Svevo, Trieste hacía solo siete años que había pasado a ser italiana: pudo ver en sus últimos días la transformación de la urbe, la apresurada y forzosa conversión a los usos de la joven república italiana en un proceso que comportó la expulsión de ciudadanos alemanes y austriacos, eslovenos y croatas. Fue entonces cuando arregló su biografía, olvidando sus orígenes judíos y su ascendencia húngara; no en vano, en aquella Italia fascista era prudente hacerlo. Él mismo, poco interesado en la política, es un ejemplo de prudencia, aceptando el cobijo fascista. Algunos críticos intentan explicar la actitud de Svevo durante los años del primer fascismo aludiendo a su indiferencia política, a la época convulsa que le tocó vivir, pero esa defensa no deja de ser un alegato que le descubre, porque muchos otros tuvieron dignos comportamientos y no se ensuciaron entonces aceptando la retórica y el poder de Mussolini, y el escritor no mostró reparo alguno en el entusiasmo fascista de su familia.

Escribió una quincena de obras teatrales, pero solo publicó una, y otra (Terzetto spezzato) se representó al final de su vida, sin demasiada fortuna. Se carteó con Joyce, Montale, André Gide, Prezzolini, Giovanni Comisso, Vasco Pratolini. Y Joyce, profesor de inglés de familias pudientes de Trieste, que vivió en la ciudad entre 1904 y 1920, con alguna interrupción como en la gran guerra, lo animó a seguir escribiendo. Svevo, que como Joyce frecuentaba las casas de lenocinio, tenía gran aprecio por el escritor irlandés, y cuando este perdió sus clases durante la gran guerra le procuró un empleo en las oficinas de la fábrica familiar, mientras Nora Barnacle lavaba y planchaba la ropa de los Veneziani: la mujer de Joyce tenía funciones de criada, pero los patrones consideraban que hacían una buena obra. Joyce iba tres días a la semana a la mansión familiar a enseñar inglés a Svevo, que se convertirá en uno de los moldes de donde surge Leopold Bloom. En los cinco últimos años de su vida, Svevo consigue reconocimiento literario, entre otras cosas gracias a los desvelos de Joyce, entonces en París, que habla con T. S. Eliot, Ford Madox Ford y Benjamin Crémieux sobre La conciencia de Zeno y pide a Svevo que les envíe la novela. Crémieux hace conocer la obra en Francia y califica a Zeno de “Charlot burgués triestino”. El fervor de Montale también influye en el nuevo aprecio que obtiene Svevo, que influirá en Saba. Viaja al extranjero por su obra, acoge visitas que llegan para honrarlo, recibe a Pirandello en su casa, vive sus días de gloria en la vejez. Montale mantuvo su respeto y consideración: en el centenario del nacimiento del escritor, afirmó en el Circolo della Cultura e delle Arti de Trieste que Svevo “ha sido el más grande novelista que Italia ha dado desde la época de Verga hasta hoy”.

Su esposa escribió después sobre la vida de Svevo, a quien fascinaban el teléfono, los trenes, los automóviles, las nuevas máquinas de escribir con teclas y cilindro, pero que también se distanciaba de esa modernidad que alteraba las tradiciones y costumbres burguesas. Svevo era un escritor de monólogo interior, un burgués que veía, al final de su vida, la pérdida de las viejas formas del capitalismo, el fantasma del bolchevismo, mientras transige con los insurrectos del fascio que se disponen a levantar otra Italia.

Oculto en una de las fronteras de Europa, Ettore Schmitz no podía dejar el tabaco ni escapar del empalago y la hipocresía burguesa porque había decidido vivir en ellas. Mostrando su propia decepción, la frustración de una vida acomodada por la que había renunciado a otros estímulos vitales, Svevo hace escribir a su Zeno Cosini en 1915: “En esta ciudad, tras el estallido de la guerra, nos aburrimos aún más que antes y, para sustituir el psicoanálisis, vuelvo a mis queridos cuadernos”. Tal vez no lo sabía, tal vez lo sospechaba, pero el fastidio burgués de la vida lo había atrapado, porque el Svevo que se conforma y recrea con su existencia pudiente, con la vulgaridad capital que solo repara en dividendos y cuentas bancarias; empresario en la piel del escritor que ama mientras sueña con otras alegrías, que insiste en la introspección de una biografía sin alicientes, honra el engaño y mira la Trieste fascista de sus últimos años. Austriaco e italiano, judío y católico resignado, agnóstico, comprensivo ciudadano de la Italia fascista, patrón y novelista, siempre escondido en su desdoblamiento, tal vez Svevo no supo nunca que siempre quiso estar en otro lugar.

Placa en la via XX Settembre,16, Trieste.
Svevo, en 1895
Livia Veneziani, en 1895

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