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La tradición que poseemos (I)

Oficio y deber, ciencia y conciencia en el historiador y la historiadora cubanos

Fuentes: Rebelión

En marzo del 2012 publiqué el artículo que les comparto (La Polilla Cubana. Publicado en Cuba fecha Marzo 21st, 2012). En Internet solo se conserva en uno o dos publicaciones que lo reprodujeron, pues su espacio original se reconfiguró. En vísperas de iniciarse mañana 26 de marzo del 2024 la Asamblea General de Asociados de la Unión de Historiadores de Cuba me permito circularlo, en la consideración de que mantiene videncia en su propuesta de reflexión y debate.

I

.Hay quienes afirman que los historiadores vivimos únicamente en la búsqueda y el relato del pasado, e incluso solo “se acuerdan” de nosotros a la hora de lo que consideran “la historia”. Quienes nos dedicamos a la Historia compartimos un patrimonio cultural, ideológico y político que siempre se construye en presente, en estrecha relación con intereses y contribuciones muy actuales.  Desde el hoy y para el mañana se escribe la Historia, y en tal dimensión se forma a los investigadores y maestros de la disciplina.

El tema de la ética, y en particular de la ética del trabajo académico es, en mi criterio, el primer asunto a evaluar con los jóvenes estudiantes. Mis maestros en esta universidad me formaron en la convicción de que el saber histórico y axiológico valía de muy poco, si no se llevaba a la praxis de vida. Conocer la Historia como explicación y compromiso resulta imprescindible si de investigar, enseñar o divulgar se trata. Por demás, pensar en el oficio y el deber del historiador y la historiadora cubanos siempre será, necesariamente, una tarea de futuro

El debate sobre el oficio y el deber del historiador, recorre la propia Historia de la disciplina, en un país donde ciencia y cultura nacen en intensa articulación con la lucha política por la liberación nacional y la emancipación social. Este debate es parte indisoluble de la forja de la nación, desde los mismos albores de su concepción, en el marco del primer proyecto de autoctonía diseñado a finales del Siglo XVIII, por la intelectualidad de la oligarquía criolla. Historia y política, están estrechamente interconectadas en Cuba, como parte inseparable de la peculiar tradición cubana que se forjó en la unidad de los hombres de la cultura con el ejercicio de la política.

En julio vamos a conmemorar los 250 años de la resistencia de los habaneros y en general de los pobladores del occidente cubano en 1762, frente al ataque, asedio y toma de la capital por los ingleses. Cuando se produce este hecho histórico, los ocupantes  extranjeros encuentran ya la psicología y cultura de resistencia de la sociedad criolla.  Un año antes, el historiador José Martín Félix de Arrate y Acosta (1697-1766), había terminado su obra Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales (2), dedicada a enaltecer La Habana. El criollo Arrate y Acosta frente al ataque inglés, no vaciló en poner su fortuna al servicio de la defensa de la ciudad que amaba, fijando desde tan temprana época, cuál es el deber y el hacer  de los  historiadores.

Casualidad y causalidad. Aponte y Maceo

El proyecto primigenio de la oligarquía y en este el lugar de la memoria histórica, en su diseño excluyente, racista y blanco por excelencia, fue mestizándose como parte del proceso de transculturación (3), al contacto con la inteligencia y la cultura nacida de lo popular, de lo negro, mestizo y blanco pobre.

Estamos por celebrar ahora, a partir de este 15 de marzo, el bicentenario de la conspiración organizada por el revolucionario e intelectual autodidacta José Antonio Aponte y Ulabarra (¿-1812). Aponte, negro culto, tallador de oficio, antiesclavista y antirracista, hijo de Changó, presidente del Cabildo Changó Teddun (4), será el líder de la primera conspiración independentista y abolicionista de carácter nacional, con presencia de libertos, y esclavos, de negros, mulatos  y blancos. A diferencia de las sublevaciones de esclavos donde la rebeldía de los explotados no se organizaba en ideas o proyectos de continuidad, Aponte tenía un proyecto ideológico y político para una Cuba sin el dominio colonial, donde se destaca como eje fundamental la liberación de los esclavos, los derechos de los libertos y demás sectores de campesinos, pequeño burgueses, artesanos y braceros, y su red de conspiradores se extendió presumiblemente hasta Remedios, Puerto Príncipe, Bayamo, Jiguaní, Holguín y Baracoa. En conexión con la situación antillana Aponte confiaba en obtener ayuda del rey haitiano Henry Christopher (1767-1820), y del general dominicano Gil Narciso (5).

La conspiración de Aponte  anuncia el arribo al liderazgo del movimiento emancipador de los sujetos populares.  Incansable lector, Aponte  poseía una nutrida biblioteca para la época -cuando la posesión de libros por su rareza y alto costo estaba vedada al pueblo humilde-, y en ella se podían encontrar títulos como el Don Quijote de la Mancha, de Cervantes. Delatados, el jefe de la conspiración  y cinco de sus capitanes fueron ahorcados el 9 de abril de 1812, y sus cabezas se colgaron públicamente en la capital como escarmiento.

La Historia hecha desde los llamados sectores subalternos, y más certeramente desde las clases explotadas, tiene en Aponte su precursor. Cuando abortan la conspiración, entre la documentación ocupada por las autoridades colonialistas, se destaca un significativo Libro de Pinturas, que contenía la cosmogonía histórico cultural del líder revolucionario, y que hasta hoy motiva la imaginación. Perdido el libro en el proceso, la lectura del legajo judicial que trata sobre el citado libro, permite situar el potencial de su criticismo social 6, su visión de sí mismo, de la Historia de los negros, de la cultura y la política de su época, y cómo era utilizado en las reuniones y propaganda conspirativas. El Libro de Pinturas de Aponte en su concepción y realización, se nos revela como la  primera obra cubana que reivindica el papel y el lugar  de los negros en la Historia que le fue contemporánea.

La “casualidad” en la Historia muchas veces es hija de causalidades profundas. Sesenta y seis años después de la sublevación de Peñas Altas,  en 1878, en el oriente del país, el mulato General Antonio Maceo y Grajales (1845-1897) escenificó en los Mangos de Baraguá la protesta que llenó de gloria combativa el fin de la primera guerra de independencia. Maceo calificó el Pacto del Zanjón, acuerdo de paz firmado el 10 de febrero de 1878, como una rendición vergonzosa y por su parte inaceptable. Y aun cuando no pudo lograr en aquel momento un rescate del proceso de lucha armada que salvara la Guerra de los Diez Años, la que pasó a ser conocida como Protesta de Baraguá resultó la respuesta política que volvió a colocar en primer plano los objetivos básicos de la revolución contenidos en el Manifiesto del 10 de Octubre de 1868, dados a conocer por el padre de la patria Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo (1818-1874): La total y absoluta independencia de Cuba y la definitiva abolición de la esclavitud, objetivos por lo que pelearon los cubanos y cubanas desde tiempos de José Antonio Aponte.

José Martí

Quien primero se percató de la importancia histórica de la gesta de Aponte fue José Martí y Pérez (1853-1895). “Eres más malo que Aponte”, se decía indistintamente en la colonia en que creció el Apóstol, a niños muy majaderos, a los necios y hasta a los criminales. Los mecanismos de la hegemonía ideológico-cultural  colonialista habían actuado con eficiencia en el interés de borrar la imagen de este criollo revolucionario. Sin embargo, la sensibilidad patriótica y la inteligencia de Martí, le llevan a cuestionar el mito racista y maldiciente, buscar la información verídica, revaluar y dignificar el movimiento conspirativo que lideró, todo lo que se deduce de un fragmento conservado donde anotó: “¿Qué se sabía del negro conspirador Aponte, muerto en 1812, con ocho de sus compañeros? Vivía en la Calle de Jesús  Peregrino…” (7).

Para Martí, tan minucioso en el estudio y la promoción de la Historia nacional, la Guerra de los Diez Años constituyó un objeto priorizado de búsquedas y evaluaciones. Sobre los disensos y los rencores acumulados por los combatientes, alrededor de la firma del Pacto del Zanjón, vio con nitidez el eje de coherencia histórica que representaba la Protesta de Baraguá. El peso político e ideológico que sustentaba Baraguá era definitorio en los marcos de la nueva Revolución, de la Guerra Necesaria, que preparaba.

Martí reclama como condición del historiador, el conocimiento pleno del hombre, el humanismo con un claro sentido de dignificación social. Resulta evidente (8) la atención que le merecía la Historia en sus dos dimensiones esenciales: La Historia real en tanto consideró siempre de suma importancia para los pueblos, el conocimiento de sus orígenes y evolución, como factor esencial para la formación de sus valores patrios; junto al análisis del devenir de la sociedad, para el pronóstico de los posibles caminos  del progreso social, y en tanto, la elaboración y puesta en práctica de proyectos de cambios revolucionarios y de organización de la sociedad (9).

En Martí como en Carlos Marx (1818-1883), si los hombres hacen la Historia, esto requiere de una conciencia y voluntad capaz de hacerla. Y precisamente tal unidad dialéctica asentó el vínculo raigal de la mirada histórica martiana con el marxismo. Y ello nos permite comprender, incluida la voluntad y la obra política de los partidos revolucionarios, cómo se produce en Cuba la articulación del marxismo con la mejor y más radical tradición intelectual nacional.

Julio Antonio Mella

En la profundidad martiana descubre Julio Antonio Mella (1903-1929) el tránsito de enriquecimiento que lo articula el marxismo. Cuando a finales de 1925 escribió sus Glosas al pensamiento de José Martí, aporta el más medular ensayo del pensamiento revolucionario cubano de la primera mitad del pasado siglo XX.

Mella desde José Martí y Vladimir Ilich Lenin (1870-1924), negó en Glosas las lecturas nostálgicas por el pasado heroico, muy comunes en la intelectualidad de entonces, y rebatió las posiciones ultraizquierdistas que rechazaban con criterio nihilista el ayer, considerando que todo empezaba a partir de ellos y terminaba en ellos mismos. Debate este en el que continúa la labor de defensa del ideario nacional revolucionario que sus maestros Alfredo López Rojas (1894-1926) y Carlos Baliño y López (1848-1926), desarrollaron en el seno del movimiento obrero y en los círculos socialistas y marxistas. Defendió  las tesis leninistas sobre la permanencia, el rescate y el enriquecimiento de la tradición democrática y popular que se hallaba presente en nuestras naciones, y en consecuencia, la incorporación de estos elementos en la elaboración de la táctica y la estrategia de la lucha revolucionaria.

En Glosas, Mella expresa su concepción sobre el enfoque materialista y dialéctico de la Historia, el carácter determinante –siempre en última instancia-, del factor económico en el devenir de la sociedad, y la teoría de la lucha de clases como motor de la Historia. En este sentido desbrozó el camino de la historiografía cubana hacia un modo superior de compresión e investigación, y aportó el primero y más original ensayo político-filosófico marxista de la primera mitad del Siglo XX cubano. Mella reconoce el papel de las ideas en la lucha, y al mismo tiempo señala la necesidad de la acción concreta. Junto a las trincheras de ideas -en perfecta consecuencia con Martí – sitúa las trincheras de piedras. La vinculación entre teoría y práctica, entre la idea y la acción, constituiría para Julio Antonio Mella la clave de la transformación social y este es el mensaje que traslada a sus contemporáneos.

Fidel Castro Ruz

Desde una profunda lectura de la Historia patria y universal pudo el joven Fidel Castro Ruz (1926-), proyectar el programa cultural revolucionario de La Historia me absolverá.  Fue su aporte la reevaluación de la Historia de la nación, de América Latina y el movimiento revolucionario, a la altura de los conocimientos y con las herramientas existentes en la segunda mitad del siglo XX. Fidel da una lección de cómo la obra precedente –en teoría y cultura histórica-, puede y debe ser recolocada en las necesidades y retos de cada época.  Martiano y mellista, convencido marxista y leninista, hizo lo que el momento y la necesidad demandaban, utilizó el estudio minucioso de la Historia de Cuba, de la Historia de las ideas, la Historia política y la militar en particular, para criticar la propia teoría revolucionaria, innovarla y  saltar con ella sobre las circunstancias.

El pensamiento de Fidel como sumun contemporáneo de la tradición ideológico –cultural progresiva y revolucionaria cubana, y en tanto unidad de la teoría y la práctica (10), se expresa en seis direcciones esenciales:

1.- El estudio de los acontecimientos en su dialéctica, según las leyes objetivas del proceso histórico, la cultura y el espíritu de lucha de los hombres y mujeres,
2.- El papel sustantivo del sujeto histórico, del sujeto individual, y definitivamente del sujeto colectivo, del pueblo.

3.- La misión formadora del conocimiento histórico, desde un compromiso práctico transformador, la función de la Historia en la formación de la memoria histórica y la definición praxiológico valorativa de los sujetos.

4.- La misión proyectiva de la Historia, el aporte al diagnóstico y al pronóstico.

5.- La unidad de lo local, lo nacional y lo internacional.

6.- La unidad del pensamiento histórico con la actitud y la práctica de la transformación revolucionaria.

Esta perspectiva de la Historia fue expresada por el líder de la Revolución Cubana desde el propio año de la liberación: Venimos a hablar no de la historia que pasó, sino de la historia que estamos viviendo, afirmó en junio de 1959 (11). Cinco años después, al referirse a la epopeya de Céspedes y los patriotas cubanos de las guerras de independencia, fijaría la principal clave histórica para entender y asumir la Historia nacional: ¡Nosotros entonces habríamos sido como ellos, ellos hoy habrían sido como nosotros! (12) En su discurso en el acto de conmemoración del centenario del inicio de nuestras gestas independentistas, el 10 de octubre de 1968, ratificaría Fidel la continuidad dialéctica del proceso revolucionario cubano  y la comprensión -más allá de contradicciones y los errores circunstanciales- de la magnitud de las tareas históricas que han sumido los revolucionarios en cada etapa de lucha de nuestro pueblo.

La tradición de que somos portadores constituye una importante fortaleza, pero ello no es  suficiente. El oficio y deber también se deben expresar en el análisis del momento actual que tal tradición fertiliza. Y ello nos conducirá, si trabajamos con honradez, a un posicionamiento claro y definitorio sobre los asuntos de nuestra actualidad profesional, local y nacional. En tal punto, estaremos en la posibilidad de compartir nuestra verdad, debatirla y enriquecerla en el afán patriótico de mejoramiento colectivo, que nace de los padres de la ciencia, la cultura y la política cubanas. Sin este ejercicio personal de criticidad refrendado en nuestros actos, es muy difícil investigar y enseñar Historia.

  1. Notas Intervención en la inauguración de la Conferencia de estudios históricos organizada por la Federación de Estudiantes Universitarios de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, Ciudad Escolar Libertad, La Habana, 12 de marzo del 2012.
  2. José Martín Félix de Arrate y Acosta: Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales, Editorial Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1964.
  3. 3.    Fernando Ortiz: Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963, p 98 -104
  4. Ver: Franco, José Luciano: La conspiración de Aponte. En: Ensayos históricos,. Ciencias Sociales, La Habana, 1974; Gloria García: Ob cit, p 66-74
  5. María del Carmen Barcia: Los ilustres apellidos: negros en La Habana colonial, Ediciones Boloña, La Habana, 2008, p 292-293.
  6. Jorge Pavez O: El Libro de Pinturas, de José Antonio Aponte. Texto, conspiración y clase: el Libro de Pinturas y la política de la historia en el caso de Aponte, Anales de Desclasificación, Vol. 1: La derrota del área cultural No. 2, 2006, p 671.
  7. José Martí y Pérez: Obras Completas, Tomo 22, Editora Nacional de Cuba; La Habana,  1966, p 247.
  8. Sobre la obra martiana y la teoría de la Historia ver: Julio Le Riverend: “Martí en la Historia, Martí historiador” en, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1985, n. 8,  p.  176.
  9. Ver: Olivia Miranda Francisco: Historia, cultura y política en el pensamiento revolucionario martiano, Editorial Academia, La Habana, 2002,  p 107-121
  10. Dolores Guerra y otros: Presentación. En Fidel Castro y la Historia como ciencia (selección temática 1959-2003), Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, p 9 y ss.
  11. Dolores Guerra y otros: Ob cit, p 13.
  12. Ver: Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el acto celebrado en la escalinata de la Universidad de La Habana honrando a los mártires del 13 de marzo, 13 de marzo de 1965. Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario, www.cuba.cu/gobierno/discursos/1968/esp/f101068e.html

Felipe de J. Pérez Cruz. Maestro de Historia desde 1972. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor e investigador titular. Vicepresidente en La Habana, de la Unión de Historiadores de Cuba (Unhic)

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