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Fidel Castro, del primer al cuarto poder

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Mediante un mensaje publicado el martes 19 de febrero en el diario de La Habana Granma , Fidel Castro anunció que pone punto final a su larga y extraordinaria carrera política, renunciando a ser candidato a su propia sucesión a la Presidencia de Cuba. Permanecerá -por el momento al menos- como Primer Secretario del Partido […]

Mediante un mensaje publicado el martes 19 de febrero en el diario de La Habana Granma , Fidel Castro anunció que pone punto final a su larga y extraordinaria carrera política, renunciando a ser candidato a su propia sucesión a la Presidencia de Cuba.

Permanecerá -por el momento al menos- como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), lo que está lejos de ser una función menor en un sistema político de partido único. En principio deberá anunciar la dimisión de este cargo en un congreso del PCC, pero no ha habido congreso desde 1997. Hasta el momento, el cargo de Primer Secretario no ha estado disociado del de jefe del Ejecutivo en ningún país comunista. Es por lo tanto poco probable que Fidel Castro conserve su cargo en el seno del Partido, pues ya ha renunciado también a ser Presidente del Consejo de Ministros (primer ministro) y al grado de Comandante en jefe.

De todos modos, su inmensa influencia sobre la opinión pública cubana perdurará. Permanece en la lucha aunque cambie de frente. Ha dicho en su mensaje que ahora se consagrará al «cuarto poder»: continuará escribiendo en el diario de mayor tirada de la isla, Granma , «órgano central del Partido». En su actual cuartel general clandestino, persiste como el combatiente que siempre ha sido, aunque sus armas sean ahora exclusivamente las palabras y su batalla más que nunca la de las ideas. El frente en el que lucha es, como diría Gramsci, el de la hegemonía cultural por la cual siempre ha batallado.

Los periodistas que, estos últimos días, se han alegrado con estruendo de su «retirada definitiva», han simulado olvidar la influencia que ejercen los medios de comunicación sobre la opinión pública. En el mundo de hoy, el cuarto poder tiene a veces más poder que el primero. Y Fidel Castro ha precisado que los artículos que no ha dejado de escribir durante su larga convalecencia, van a continuar apareciendo. Sólo cambia el nombre de la rúbrica: en lugar de «reflexiones del Comandante en jefe», se leerá a partir de ahora simplemente «reflexiones del camarada Fidel» (por otra parte ha solicitado que sus artículos no aparezcan más en la portada de Granma sino más discretamente en la página 2). Podemos apostar a que los cubanos, al igual que los observadores internacionales, continuarán leyéndolo con la mayor atención, pues nadie reemplaza a Fidel Castro como guía ideológico de la Revolución.

En la historia de su país, su recorrido es único, no solamente en razón de sus cualidades de líder sino también porque las circunstancias históricas que lo han modelado no volverán a ser jamás las mismas. Fidel Castro ha pasado por todo: la guerrilla en Sierra Maestra, la Revolución de 1959, las agresiones armadas de Estados Unidos, la crisis de los misiles de octubre de 1962, el apoyo a las guerrillas (entre ellas la de Che Guevara en Bolivia), la desaparición de la URSS y decenios de enfrentamientos con Estados Unidos.

El hecho de que abandone el Ejecutivo en vida debería permitir, en Cuba, una evolución pacífica. En su mayoría, los cubanos aceptan ver su país dirigido por un equipo diferente, pero de la misma manera y por la misma vía socialista. Después de todo, Raúl Castro tiene las riendas del gobierno desde hace más de un año y medio, y la vida ha seguido su curso sin sobresaltos. Con pragmatismo, ha puesto en el centro de la acción de su gobierno las cuestiones que preocupan a la gente: la alimentación, el transporte, la vivienda, el coste de la vida.

Los ciudadanos han tenido tiempo para habituarse a la idea de que Fidel Castro no iba a pilotar más el ejecutivo. En sus artículos más recientes ha tenido cuidado en destilar, con pedagogía, informaciones muy claras anticipando la decisión que acaba de tomar. Así, en diciembre de 2007, había advertido: «Mi deber elemental no es aferrarme a cargos, ni mucho menos obstruir el paso a personas más jovenes, sino aportar experiencias e ideas cuyo modesto valor proviene de la época excepcional que me tocó vivir».

Más tarde, tras haber sido reelegido diputado del Parlamento constituido el domingo 24 de febrero, había agradecido a sus electores y se había excusado ante ellos por no haber podido hacer campaña sobre el terreno a causa, explicaba, de su condición física que no le permite más que escribir. En fin, en su mensaje de 19 de febrero, ha añadido: «Traicionaría por consiguiente mi conciencia si ocupara una función que exige movilidad y entrega total, que no estoy en condiciones fisicas de ofrecer».

Personalidad con principios éticos y morales rigurosos, y cuyo modo de vida es de gran austeridad y frugalidad, es también, y se ignora a menudo, un apasionado por las cuestiones ecológicas y del medioambiente. No es ni el monstruo que describen ciertos medios de comunicación occidentales, ni el Supermán que presentan a veces algunos medios de comunicación cubanos. Con una increible capacidad de trabajo, es sobre todo un estratega de excepcion, un dirigente que ha vivido, frente a la potencia norteamericana hostil, una vida entera de resistencia. Sin haber cedido, ni haber sido vencido. Esa es su gran victoria.

Fidel Castro es una curiosa mezcla de idealismo y pragmatismo. Sueña con una sociedad perfecta aun sabiendo que las condiciones materiales son extremadamente difíciles de transformar. Deja su función presidencial convencido de la estabilidad del sistema político cubano. Su preocupación principal hoy no es tanto el socialismo en su propio país como la mejora de la vida en un mundo desigual en el que millones de niños siguen analfabetos, hambrientos y con enfermedades que podrían fácilmente curarse.

El ex Presidente está convencido de que Cuba debe mantener buenas relaciones con todas las naciones, cualquiera que sea la naturaleza de sus regímenes o sus orientaciones políticas. Pasa el testigo a un equipo experimentado, en el que tiene toda la confianza y este relevo no debería implicar reformas espectaculares. A pesar de Washington, la mayoría de los cubanos, incluso los que critican algunos aspectos del sistema (limitacion de libertades y de derechos politicos), no contemplan ni desean un cambio de rumbo radical. No quieren perder algunas ventajas que el socialismo les ha ofrecido: educación gratuita; cobertura médica universal; pleno empleo; vivienda gratuita; agua, electricidad y teléfono casi gratuitos; y una existencia tranquila, con seguridad, con poca delincuencia en un país en paz.

No hay duda, porque todo cambio de hombre implica cambio de método, de que el socialismo cubano evolucionará. ¿Lo hará a la manera de China o de Vietnam? Probablemente no. Cuba proseguirá su propia vía. Las nuevas autoridades introducirán seguramente cambios en el ámbito económico, pero es poco probable que asistamos a una «Perestroika cubana», o a una «apertura política», o a elecciones multipartidistas. Las autoridades están convencidas de que este tipo de «transición» reabriría el camino a una intromisión norteamericana y a una forma más o menos disimulada de anexión. Consideran que el socialismo es la buena elección aunque puede -y debe- ser perfeccionado. A corto y medio plazo, su preocupación principal será, verdaderamente, mantener la unidad.

En el momento en que Fidel Castro pasa a convertirse en periodista-editorialista con plena dedicación, la tarea principal que sus herederos deben resolver es sobre todo remontar el eterno desafío de las relaciones con Estados Unidos. Es un asunto determinante. En varias ocasiones, Raúl Castro ha anunciado públicamente que estaba dispuesto a sentarse a una mesa de negociaciones para discutir con Washington el conjunto de los contenciosos entre los dos países.

Y es probable que sea de Estados Unidos de donde pueda venir el signo político más importante para la evolución en Cuba. ¿No ha anunciado claramente el candidato actualmente en cabeza para la investidura demócrata, Barack Obama, -quien, en 2003, en calidad de candidato al Senado, había abogado por levantar el bloqueo económico y había reclamado rebajar las restricciones para viajar y enviar fondos a Cuba-, su intención de discutir con todos los países considerados como «enemigos» o «adversarios» de Estados Unidos? Entre otros con Cuba. Él mismo ha reclamado, el 22 de febrero, una necesaria transición en Estados Unidos, al menos sobre esta cuestión, declarando que si hay signos de cambio en la isla, «Estados Unidos debe estar preparado para avanzar hacia la normalización de las relaciones y atenuar el embargo». Esto significaría una revolución copernicana en la política exterior de Estados Unidos desde 1961.

Si bien nadie debe esperar un cambio político radical e inmediato en La Habana, hace falta saber que las elecciones de noviembre próximo en Estados Unidos podrían modificar la atmósfera de las relaciones cubano-americanas. Sobre todo si el nuevo presidente decidiera efectivamente poner fin al injusto embargo comercial unilateral impuesto a Cuba desde hace más de cuarenta años. Ello además correspondería a la actual sensibilidad de los cubanos instalados en Estados Unidos puesto que, según una encuesta de la Universidad Internacional de Florida, el 65% de los cubano-estadounidenses apoyan un diálogo con el régimen cubano.
Según Fidel Castro, George W. Bush habrá sido, para Cuba, pero también para el pueblo norteamericano y para el mundo, el más nocivo de los diez presidentes estadounidenses con los que le ha tocado bregar. La salida de Bush en un año debería conducir a Washington -escaldado por las desastrosas lecciones de Irak y de Oriente Próximo- a una revisión de la política exterior norteamericana y sin duda a reorientarse hacia América Latina.

Estados Unidos va a descubrir una situación drásticamente diferente a la que él mismo moldeó en los años 1960-1990. Cuba ya no está sóla. En el campo de la política exterior, los cubanos han reforzado mucho sus lazos con el conjunto de Estados latinoamericanos. Por primera vez, La Habana tiene verdaderos amigos en el poder, principalmente en Venezuela, pero también en Brasil, en Argentina, en Uruguay, en Nicaragua, en Panamá, en Haití, en Ecuador y en Bolivia. Algunos de estos gobernantes no son particularmente proestadounidenses. Será por lo tanto interés de Washington redefinir sus relaciones con cada uno de ellos. Relaciones que no pueden ser neocoloniales o basadas en la explotación, sino basadas en el respeto mutuo. Cuba ha intensificado en particular sus intercambios con los países de la organización política y económica ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas) y ha firmado acuerdos de partenariado económico con los Estados del Mercosur.

Es importante recordar que, en gran parte, la evolución interna en La Habana va a depender de la actitud que adopte en lo relativo a la isla el próximo presidente de Estados Unidos. Mientras que, en Cuba, la retirada, finalmente esperada, de Fidel Castro no modifica en nada el rumbo de la revolución, una eventual elección en Estados Unidos de Barack Obama podría quizá provocar, en la evolución de Cuba, un pequeño seísmo.

Notas:
(1) El autor de este artículo ha escrito un libro de conversaciones con el dirigente cubano titulado: Fidel Castro, biografía a dos voces , Editorial Debate, Barcelona, 2007 (edición ampliada y revisada).