Pedro Costa Morata (Águilas, 1947) fue educado en los colegios de huérfanos de ferroviarios y orientado hacia la técnica. Tras acabar en Madrid la carrera de Telecomunicación, trabajó cinco años como ingeniero de instrumentación electrónica, abandonando esa profesión para combatir el programa nuclear español, momento al que corresponde Nuclearizar España(1976). Se licenció en Ciencias Políticas y Sociología en 1975 (doctor en 2005) y en Periodismo (1980). Colaborador en Ciudadano, Doblón, Triunfo y El País (1974-1979). De sus obras ecologistas se citan La energía: el fraude y el debate (1978), Hacia la destrucción ecológica de España (1985) o Electromagnetismo (1996). Dedicó casi tres décadas a los proyectos ambientales como consultor (1979-2007), manteniendo un papel significativo en el ecologismo español, periodo recogido en Ecologíada (cien batallas) (2011), y retomando el periodismo como director de Actualidad Árabe y Cuadernos de Ecología. En esos años recorrió el área árabe-mediterránea como periodista y como consultor del Plan de Acción del Mediterráneo, coordinando España-Israel un reencuentro en falso (1987). Ha sido profesor de Ciencia, tecnología y sociedad en la Universidad Politécnica de Madrid (2002-2015) y de Sociología del medio ambiente en la Universidad Pontificia de Salamanca (2002- 2011), con cursos de Doctorado en Guatemala. Sus obras últimas son Manual crítico de cultura ambiental (2021), El agrocantón murciano (tóxico, rebelde, insostenible), Cien Españas, por ejemplo (2022), ¡Rusia es culpable! Cinismo, histeria y hegemonismo en la rusofobia de Occidente (2023) e Israel. Del mito al crimen (2024). Centramos nuestra conversación en esta última obra.
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Salvador López Arnal.- Israel. Del mito al crimen es el título de su último libro. No hay ninguna duda sobre los crímenes, pero ¿a qué tipo de mito o mitos se refiere?
Pedro Costa Morata.- En efecto, en la historia y la realidad del Estado de Israel, casi todo es falso o está falseado, ya que no otra cosa es la naturaleza de un mito. Los mitos del Estado de Israel son remotos y recientes, pero todos ellos fundacionales. Los remotos se refieren a las promesas de Yahvé al pueblo hebreo y que recoge la Biblia en el Génesis, fundamentalmente. Es verdaderamente insoportable, por absurdo e incluso grotesco, que un pretendido dios, Yahvé, se permita seleccionar a un pueblo determinado, de entre todos los pueblos de la Tierra, y declararlo Pueblo Elegido; al que le obsequia con la Tierra Prometida, que es de otros y está habitada por otros; y establecer un Pacto Eterno de fidelidad con ese Pueblo: esa Tierra le será suya, y en esa empresa contará con su asistencia indefectible a condición de que a Él solo lo haga objeto de su reconocimiento y adoración, renunciando al politeísmo y la idolatría. Eso no lo puede hacer un Dios como dios manda, ni la inteligencia lo puede aceptar. Solo unos textos redactados ad hoc pueden contener tamaños disparates.
El otro gran mito de tipo “histórico” es el que relaciona al actual Estado de Israel con el pueblo hebreo/judío, ya que la inmensa mayoría de la ciudadanía israelí no es étnicamente judía, sino que procede de la Europa Oriental, donde fue judaizada en tiempos del reino jázaro (existente en los siglos IV-XIII) y donde ya en los largos siglos del Imperio ruso creó la cultura yidis, con su lengua yidis (en gran parte, alemana). De ahí que estos israelíes, los de Israel y la gran mayoría de los esparcidos por todo el mundo son de ascendencia rusa, ucraniana, lituana, alemana, polaca… Shlomo Sand en su espléndido La invención del pueblo judío (2008), explica detalladamente el origen no judeico (es decir, sin vínculos con la Judea histórica desde tiempos romanos o, como mínimo, de la invasión islámica) de la inmensa mayoría de quienes se pretenden judíos en todo el mundo: no existe, para entendernos, un ADN judío, por más que los gobiernos de Israel se empeñen en determinarlo (lo que, lógicamente, no logran). El historiador demuestra que ni hubo “destierro” de Babilonia ni “diáspora” en 70 d. C: los judíos actuales hace mucho que no proceden de Judea/Palestina.
Y, por supuesto, quienes se consideran judíos sefardíes fueron los convertidos durante el Imperio Romano por los misioneros judíos a partir del siglo II a, C; o sea, marroquíes, españoles, italianos, balcánicos… Los israelíes y los “judíos” de fuera de Israel (muchos más que los de dentro) solo pueden ser judíos en sentido religioso o cultural, pero no étnico.
(Algo de chusco tiene que los negros falashas, procedentes de Etiopía y Sudán, pretendan ser judíos étnicos, y que así se los admita en Israel, concediéndoles masivamente la ciudadanía. Los investigadores consideran que fueron convertidos al judaísmo desde el reino de Himyar, árabe y previamente convertido al judaísmo, en el actual Yemen. Y de verdadera película es que se señale el origen de estas poblaciones negras judaizadas como resultado de los amores de Salomón y la reina de Saba, lo que, a más de atribuir realidad a un rey del que la historia no demuestra su existencia, supone negra a la reina de Saba.)
Netanyahu, grandísimo descarado y seguramente ateo (además de criminal sanguinario) gusta decir que “esta tierra es nuestra porque lo dice la Biblia”, alardeando de la boutade y dejando en evidencia el hecho innegable de que el Estado de Israel es el resultado de la colonización de Palestina por gente ajena, europea, y la usurpación de tierras, bienes y cultura de sus pobladores (No constituyendo ningún desafuero anotar que debieron ser los países europeos que persiguieron y aniquilaron a los judíos europeos de los años 1940 los que les hicieran un “hueco” territorial soberano, en Europa, donde vivieron durante siglos, para quedar a salvo de futuros atropellos.)
Salvador López Arnal.- ¿Qué tipo de Estado es el Estado de Israel?
Pedro Costa Morata.- Es un Estado típicamente colonial, construido a partir de una invasión de colonos, movidos por la ideología sionista, que pronto se convirtió en violenta y que actuó, desde incluso cuando era pacífica, con vocación de dominio total sobre el territorio y sobre la población autóctona, a la que siempre se propuso expulsar como objetivo esencial de su estrategia. Por eso es la limpieza étnica de palestinos, acometida bien por intimidación y expulsión, bien por aniquilación física, la esencia de este colonialismo (así como de todos los colonialismos de asentamiento: el de las colonias inglesas de Norteamérica, el de Australia, Canadá, Sudáfrica… que anotaron en su historia ignominiosa el genocidio de los naturales).
«Israel es un Estado típicamente colonial, construido a partir de una invasión de colonos, movidos por la ideología sionista. En la historia y la realidad de Israel, casi todo es falso o está falseado»
Es un Estado caracterizadamente racista y supremacista, figurando estos rasgos muy claramente ya en El Estado judío (1896), del fundador del sionismo Theodor Herzl.
Salvador López Arnal.- Sostiene que la religión hebrea no quiere ser una religión como las demás. ¿Por qué? ¿Dónde radica su singularidad? ¿Qué consecuencias tiene?
Pedro Costa Morata.- La religión hebrea es, como los otros dos monoteísmos próximos -cristianismo e islamismo- exclusivista: se considera la única verdadera, por revelada, y menosprecia las demás, consideradas idolátricas. Ya he dicho lo grotesco que es pretender que has sido elegido por Dios, entre los demás seres de la tierra; y lo curioso que es afirmarte al monoteísmo. Y montar los derechos de una entidad política o estatal sobre fundamentos religiosos, es decir, de fe, es incalificable, y no tiene cabida en el Derecho Internacional.
Los cristianos, de fe o de cultura, tenemos un verdadero problema con esto, ya que el cristianismo tiene un tronco firme en el judaísmo, y hemos mamado y respirado esos mitos religiosos atribuidos a un Yahvé inexplicable, porque han sido fielmente asumidos. Entre otras consecuencias, esto hace que el mundo cristiano tienda a alinearse con Israel y que sus círculos más militantes -la Iglesia Católica contemporizadora y con complejo de culpa, o las enloquecidas confesiones evangélicas- se adhieran, sin más, a las incalificables promesas de Yahvé y, como consecuencia, a sus terroríficos resultados a lo largo de la Historia.
Por estos mitos, sin cabida en derecho, y por los numerosos y terribles crímenes cometidos contra el pueblo allí establecido, antes y después de autoproclamarse independiente, puede decirse de Israel que es un Estado ilegítimo.
Salvador López Arnal.- ¿El sionismo fue siempre un proyecto colonialista? ¿Inglaterra y Francia fueron inicialmente sus principales apoyos?
Pedro Costa Morata.- A gran parte de los sionistas militantes del tiempo de Herzl les daba igual conseguir un territorio seguro en Patagonia, en Uganda o en Madagascar, y así lo contemplaron y llegaron a negociar. Pero pronto, a instancias de los sionistas más decididos, el Congreso Sionista fijó sus ojos en la Palestina turca antes de que acabara el siglo XIX, y hacia ella se lanzaron, considerando que el Sultán accedería a cederles ese territorio. No lo hizo ni admitió una emigración masiva como pretendían los sionistas, pero el Imperio Turco llevaba siglos de debilitamiento y a finales del siglo XIX estaba en manos de las potencias occidentales, singularmente Gran Bretaña, por lo que se dejó influir.
Porque, efectivamente, el sionismo muestra su mayor tiempo de esplendor en el Imperio Británico, ya desde el inicio del siglo XIX. Palmerston, Shafsbury, Disraeli… perciben que un sionismo “territorial” que llegase a instalarse en la Palestina turca/Tierra Prometida, sería un eslabón estratégicamente decisivo en el Camino de la India, y siempre vieron con simpatía (aun siendo antijudíos muchos de sus dirigentes, lo que no ocultaban) en “favorecer” ese asentamiento por esos judíos que lo reclamaban.
Salvador López Arnal.- ¿Los Sykes-Picot y la Declaración Balfour fueron tan importante para los planes sionistas como se suele afirmar?
Pedro Costa Morata.- Por supuesto. Por los Acuerdos Sykes Picot (1916) Gran Bretaña y Francia se repartían el Próximo Oriente turco, ya que se daba por segura la victoria en la guerra; y Londres se reservaba en ellos Palestina. De paso, violaban las promesas hechas a los árabes de Hussein de La Meca en el sentido de que, si se unían a ellos en la guerra contra los turcos, obtendrían al final un Estado árabe unificado con capital en Damasco, en el que entraba Palestina por entero (dejando aparte diferencias sobre los Santos Lugares o el puerto de Haifa).
La Declaración Balfour (1917) fue la formalización de la traición, ya que en ella Gran Bretaña “veía con simpatía” la creación de un Hogar Judío en un territorio sin apenas judíos y todavía bajo dominio turco; anuncio/regalo que el ministro Balfour, en nombre del Gabinete de Su Majestad, dirigía a Lord Rothschild que, aunque judío, carecía de representación política o estatal alguna. Todo un disparate diplomático que solo una potencia imperial, decidida a imponerse, podía perpetrar.
Este es el primero de los tres actos (ilegales) que dan respaldo “legal” al Estado de Israel. El segundo es la reincidencia en el Estatuto del Mandato británico sobre Palestina (1922) de lo del Hogar Judío. Y la tercera, el Plan de Partición de Palestina, perpetrado por la Asamblea General de la ONU (1947); esta solo podía proceder a la autodeterminación de la población autóctona, que incluso tras la masiva emigración de colonos ajenos, era mayoritariamente palestina en esa fecha, pero no a la división territorial y étnica del país. Por eso puede decirse de Israel que es un Estado ilegal.
Salvador López Arnal.- ¿Hubo o no hubo resistencia árabe-palestina cuando supieron los planes sionistas de formación de un nuevo Estado en su territorio?
Pedro Costa Morata.- La suspicacia ante el comportamiento y los fines de los colonos ya se hizo realidad antes de que acabara el siglo. Pero el rechazo, con deslizamiento a la violencia fue cosa ya de los años 1920 y, mucho más en los de 1930, hasta el punto de que en la Gran Revuelta Árabe (1936-1939), se produjeron unas 4.500 víctimas del lado árabe (y muchas menos del lado sionista, como sucedió en todo el proceso de enfrentamiento).
Porque, siempre, las organizaciones árabes se mostraron contrarias a esta emigración, que veían progresivamente orientada a modificar sensiblemente la composición étnica en Palestina. Su oposición creció cuando se convencieron de que el Hogar Judío, que en algún momento pudo considerarse un “alivio territorial” de seguridad, pero sin dominio, se iba a convertir en un Estado exclusivista, con la clara intención de expulsar a sus legítimos habitantes.
Téngase en cuenta que cuando se inician las emigraciones, es decir, la primera aliyah (1881-1882), la población judía de la Palestina turca era de un 5 por 100, que había subido en 1900 al 8 por 100, siendo en ese censo el 80 por 100 árabes musulmanes y el 12 por 100 árabes cristianos.
Salvador López Arnal.- ¿Quiénes alentaron, apoyaron, financiaron la emigración judía a Palestina? ¿Fue importante para lo que vendría posteriormente?
Pedro Costa Morata.- Respecto de la financiación, los Rothschild, en especial la rama francesa, ya estuvieron en la financiación de los primeros asentamientos (granjas) de las décadas de 1880 y 1890. Herzl indicaba, en el libro citado, que dos empresas se encargarían de estos asentamientos: la Society of Jews, de planificación científica y política de las operaciones, y la Jewish Company, con las bien conocidas capacidades de las empresas coloniales de las grandes potencias, a las que imitaba. La primera fase de la colonización fue cosa de financiación privada, por magnates o sociedades benéficas, proceso que fue evolucionando hacia el protagonismo del Fondo Nacional Judío, que centralizaba las adquisiciones en un órgano oficial sionista.
Ya bajo el Mandato británico, en 1923 se creó la Agencia Judía como órgano de representación global de los intereses sionistas ante la Administración británica, y como gobierno local y provisional de esa comunidad supervisaba la gestión de su asentamiento en la tierra palestina: tras la independencia, esa Agencia se llamó Agencia Judía para la Tierra de Israel, que continúa gestionando la emigración y el asentamiento de los llegados (Anótese que, en los últimos años, son más los israelíes que salen del país que los que entran.)
Nunca hubo límite financiero alguno en esta magna estrategia de trasladar cientos de miles de judíos europeos a Palestina, ni supuso freno o corrección alguna ni siquiera en las visiones de Herzl: este se sabía en posesión de la clave financiera de ese proceso, e incluso en El Estado judío reconoce que ese dirigió al Sultán asegurándole que, si cedía Palestina al sionismo, este podría resolver los problemas financieros del Imperio. Así que…
Salvador López Arnal.- ¿Por qué la Unión Soviética apoyó también la resolución de las Naciones Unidas promoviendo la partición de Palestina? Usted mismo cita a Andréi Gromiko como denotado campeón del sionismo y de la constitución del Estado de Israel.
Pedro Costa Morata.- Bueno, en 1947 ya rige la rivalidad soviético-norteamericana, la Guerra Fría va tomando forma y el Próximo Oriente sigue siendo, como a lo largo de la Historia, lugar tradicional de injerencia de las potencias europeas. La Rusia zarista ha insistido con frecuencia en poseer derechos históricos sobre la Tierra Santa cristiana y representar a los fieles ortodoxos rusos en ella; y desde 1917 y la Revolución bolchevique, son numerosos los judíos que actúan con cargos relevantes en la nueva Unión Soviética. En esos tiempos de Stalin, pudo influir, tanto el querer desembarazarse de más y más ciudadanos judío-soviéticos como el no dejar el camino libre a la activa acción diplomática norteamericana en Palestina, a la que respaldada un poder judío bien asentado en las instituciones estadounidenses; o ambas razones a la vez.
En cualquier caso, se trata de mantener una influencia política en la región, y no ceder todos los triunfos a Washington. En 1947, por lo demás, ya está plenamente establecido el dominio en Oriente Próximo de las compañías petroleras norteamericanas, lo que necesariamente anunciaba la posibilidad de intervenciones políticas y militares con el pretexto de salvaguardar sus intereses, y esto ya ponía en guardia a Moscú.
Gromiko, que era en efecto el representante en Naciones Unidas de la URSS justamente en 1946-48 y los dirigentes soviéticos esperaban además que aquel tinte socialista de los pioneros y la gente de Ben-Gurión, podría traducirse en un nuevo Estado aliado en esa parte tan crítica del planeta, y renunciaron a analizar, a fondo y con consecuencias, al sionismo colonialista, aunque se vistiese de aires izquierdistas. El propio Gromiko, ya ministro de Exteriores, tuvo que proceder en 1967 a la ruptura de relaciones con Israel de resultas de la Guerra de los Seis Días, y reconocer, de paso, tan craso error de análisis político, situación que no se restableció sino con la caída de la URSS en 1991.
Salvador López Arnal.- La formación del Estado judío estuvo precedida y conllevó numerosos actos terroristas. La Checoslovaquia socialista vendió armas a grupos sionistas responsables de matanzas. ¿Nadie fue capaz de darse cuenta de las atroces dimensiones de la Nakba? ¿Las dimensiones del Holocausto lo justificó todo?
Pedro Costa Morata.- Del episodio del suministro masivo de armas checas en el momento en que peligraba la incipiente existencia del Estado de Israel, es decir, en 1948, hay que decir que fue una decisión soviética, tan firmemente comprometida con ese naciente Estado sionista, pero que por ello mismo Moscú no podía aparecer como implicada en el conflicto que se originó y que estaba anunciado; tampoco podía perder definitivamente las relaciones con los Estados árabes de la zona (pese a que fueron derrotados, precisamente, por esas armas).
Estas armas fueron pagadas por una “leva” de numerario aportado por las organizaciones judías norteamericanas, lo que consiguió Golda Meier su un viaje reciente a Estados Unidos. Ben-Gurión, exagerando algo, siempre dijo que, debido a esta gestión exitosa de su más preciada colaboradora, “el Estado de Israel debe a Golda su existencia”.
Sobre la Nakba hay que decir que tuvo lugar entre una (discreta) campaña de desinformación de la prensa internacional, en la que dominaba el eslogan israelí de que “marchaban por propia voluntad”, ya que los Estados árabes y la resistencia palestina recomendaba a la población palestina la huida de sus casas y tierras para evitar la guerra. La realidad es que, si hubo algo parecido a una consigna de este tipo, era la contraria: que aguantaran en sus pueblos y aldeas, ya que estaba previsto acabar en poco tiempo con el neonato Estado de Israel.
La guerra actual persigue, como objetivo sionista, eliminar la mayor población palestina posible de los territorios ocupados, en primer lugar, Gaza. El “Plan D” de marzo de 1948, que planificaba la expulsión masiva de palestinos una vez declarado el Estado de Israel, no pudo ser cumplido entonces y los responsables israelíes aprovechan la ocasión, siempre que pueden, para recordar que queda en gran medida pendiente, ya que la Nakba quedó incompleta. Desde Gaza, pese a la oposición de Egipto y a que no hay ningún territorio contiguo que pueda servir de destino, habrá de expulsarse un importante contingente de población civil, pronto sabremos cuanta. Se dice, y debe creerse, que ya hacen cola futuros nuevos colonos fanáticos para ir entrando en las tierras útiles de Gaza que el ejército israelí considere “despejadas” y definitivamente “recuperadas”, que en principio serán las del extremo norte de la Franja.
Y, por supuesto, influyeron en que el mundo consintiera con indiferencia el crimen contra los palestinos las imágenes del Holocausto, y las manipulaciones que de este se hicieron ya desde los primeros momentos (mientras los Estados europeos y Estados Unidos se negaban a recibir judíos escapados del horror nazi), y contaron como principales lenitivos ante las exacciones sionistas. Norman Finkelstein en La industria del Holocausto (2014), aclara importantes aspectos sobre este asunto y, sobre todo, la perversa conversión en negocio de -esencialmente- chantaje y coacción que es en lo que se han convertido las reclamaciones, inacabables, de las organizaciones judías ante Estados y Bancos europeos.
Salvador López Arnal.- ¿Cuál la fue la posición de Einstein, a quien se ofreció la presidencia de Israel tras la muerte de Weizmann, ante la formación del nuevo Estado?
Pedro Costa Morata.- Pues muy clara y lógica. Él iniciaba la explicación de su postura en este asunto diciendo que se sentía científico, pero no político, y que reconocía su falta de habilidad para tratar con la gente. Como no era nacionalista, no podía entender al sionismo colonialista ni aprobó el proceso de creación del Estado de Israel. Y como se sentía ciudadano del mundo, no podía aceptar el trato deparado a los palestinos, por lo que era partidario de dos Estados. Era un científico bien distinto del eminente químico Weizmann, primer presidente del Estado de Israel y sionista fanático, al que no quiso suceder.
Salvador López Arnal.- ¿A partir de qué momento pasó a ser Estados Unidos el principal defensor y apoyo del Estado sionista? ¿Por el petróleo y por tener un aliado muy fiel en la zona?
Pedro Costa Morata.- En realidad el apoyo incondicional norteamericano, sobre todo en lo militar, se data en la Guerra de los Seis Días (más claramente, incluso a partir de ella que durante). Eisenhower había parado los pies a Isael, a las potencias coaligadas, Reino Unido y Francia en la operación de Suez (1956), y ni siquiera Kennedy se mostraba incondicional, ni mucho menos.
Lo que no impide reconocer que, frente al conflicto en sus diversas fases previas, la simpatía oficial norteamericana, trabajada por el lobby y la prensa, estaban mayoritariamente del lado sionista. Durante el proceso de autodeclaración de independencia y meses y años después, los Departamentos de Estado y de Defensa no dejaron de mostrar su disconformidad con la Casa Blanca acerca de este apoyo o tendencia a alinearse con las posiciones israelíes, ya que se enajenaba las relaciones con los Estados árabes y esto lo consideraban fatal. Estos Departamentos se unieron activamente a los agentes internacionales que consideraban un error garrafal la Resolución 181 de la Asamblea General, de partición de Palestina, y trataron de deshacerla y volver atrás (con la furiosa respuesta israelí que -sin más consideración- asesinó al enviado especial de la ONU, Folke Bernadotte, que trabajaba en la corrección de las más evidentes injusticias de esa decisión).
Salvador López Arnal.- Cita en el libro en varias ocasiones la obra de Ilan Pappé. ¿Qué opinión le merece la obra del historiador israelí?
Pedro Costa Morata.- Cito en mi trabajo a varios autores israelíes, historiadores y arqueólogos, la mayoría de los cuales viven y trabajan en el propio Israel y sus universidades teniendo que afrontar una hostilidad académica y política atosigante. Pero Ilan Pappé sí tuvo que abandonar su país porque ahí su vida corría peligro, instalándose en la universidad inglesa de Exeter, donde lleva a cabo un trabajo ejemplar, de máxima lealtad intelectual, lo que le lleva a poner en evidencia los crímenes de Israel. Uno de sus trabajos más útiles, aunque no sea el más profundo, es Los diez mitos de Israel (2019), rotundo y pedagógico, altamente recomendable. Pero tanto La limpieza étnica de Palestina (2014), como La cárcel más grande de la tierra (2018), son textos dignos del más atento estudio; entre otros, siempre valiosos y oportunos.
Vaya para Ilan Pappé la expresión de mi admiración y también de mi agradecimiento, ya que sus libros me han resultado esenciales para entender y escribir sobre este asunto.
Salvador López Arnal.- ¿De dónde y por qué de ese menosprecio extendido por lo árabe y el prestigio de lo israelí en muchos países occidentales?
Pedro Costa Morata.- En mi libro, en el punto 3.5 (“Menosprecio de lo árabe, prestigio de lo israelí”), llamo la atención sobre esa visión, tan generalizada y asumida, que contempla a los judíos/israelíes como superiores (más listos, más inteligentes, más ricos, más influyentes), ya que así se contemplan desde Occidente.
En principio, hay que atribuir esta percepción a que por razones religiosas y culturales estamos integrados en la tradición judeocristiana, transformada esencialmente en occidental, que es supremacista y que establece diferencias, siempre a nuestro favor, con todos los pueblos, culturas y religiones del mundo; y menosprecia, de modo especial, al Islam y al mundo árabe. Esto está absolutamente generalizado, guste o no, es una forma de racismo difuso pero activo, contradice la antropología (la ciencia) y no ha hecho más que incrementarse a lo largo de los siglos XX y XXI, en gran medida por nuestro alineamiento, también generalizado, con Israel, lo que conlleva dedicar nuestra hostilidad a sus propios enemigos. Parece mentira que los españoles, que en buena medida también hemos sido musulmanes durante siglos, y nos ufanamos de las glorias culturales del Califato, nos alineemos con esa estupidez de consecuencias tan nefastas.
Es el occidentalismo, enfermedad madura del hegemonismo, construido de mitos, manipulaciones y crímenes, el que necesita justificarse declarando a media humanidad indeseable o, cuando menos, inferior o inadaptada. No deja de resultar curioso que al Estado de Israel se le incluya en el área cultural y política de Occidente, definiéndose tan semita como lo puedan ser los Estados y los pueblos árabes, pero apropiándose de la acusación de antisemita como principal arma defensiva/ofensiva contra cualquier crítico o enemigo (pese a que ya hemos dicho que apenas tiene reminiscencias semíticas, a diferencia, precisamente, del mundo árabe). Y también ha de tomarse en cuenta que, siendo los israelíes en su gran mayoría y origen europeos orientales, y especialmente rusos, sean considerados “occidentales”, mientras que a los rusos y a la Rusia actual se les tacha, hoy más que nunca, de “orientales”, incluso “asiáticos”.
Salvador López Arnal.- ¿Fue Edward Said, como a veces se ha dicho, un izquierdista utópico y soñador, incapaz de comprender la correlación real de fuerzas? ¿Oslo fue una trampa como sostuvo el intelectual palestino-norteamericano?
Pedro Costa Morata.- Precisamente es Said uno de los intelectuales que con mayor entrega extendió sus análisis sobre el problema árabe-israelí a clarificar el abuso y la estupidez de la visión occidental sobre el mundo árabe-islámico, cosa que hizo en su Orientalismo (1997), un trabajo que pone en evidencia las miserias -históricas, ideológicas, culturales, políticas- de nuestro arrogante mundo occidental, con sus pretendidos “valores” superiores (que nos negamos a reconocer que la historia nos los traen bañados en sangre).
Yo a Said lo veo como todo lo contrario de un izquierdista utópico y soñador, porque conoce muy bien las dimensiones del problema y la malevolencia de Occidente al enfocarlo y tratarlo. Es, con mayor propiedad, un muy realista erudito que tiene parte de la radical injusticia que pesa sobre su pueblo (él nació en la Jerusalén árabe) y sostiene su posición con gran número de textos admirables, de muy alto rigor y sin apenas pasión. No dudó en polemizar con miembros del potente establishment projudío norteamericano, sin levantar la voz, como quien dice, pero con argumentos imbatibles en derecho, moral y justicia.
Salvador López Arnal.- ¿Qué opinión le merece la figura de Yasir Arafat? ¿Y la de Georges Habash? De una resistencia laica a una resistencia musulmana en apenas 25 años. ¿Cómo se explica la evolución ideológica de la resistencia palestina?
Pedro Costa Morata.- Mi aprecio hacia la gran mayoría de las figuras de la resistencia palestina es inmenso, y no cede ante el empeño de Occidente de criminalizarlos como terroristas, zaherirlos como idealistas y poco menos que acusarlos de ser merecedores de su destino y del de su pueblo. Hay que ser miserables para asumir así la tragedia palestina.
Por supuesto que tanto a Arafat como Habache, Hawatmeh y otros líderes de menor relevancia la historia les confiere un patetismo evidente, principalmente porque el resultado de sus esfuerzos ha resultado escaso, con fracaso general respecto del cumplimiento de sus derechos -los señalados por el Derecho internacional, por cierto- ante el poder militar de Israel y el desprecio (con frecuentes traiciones) de Occidente. Su soledad, así como la de su pueblo, tanto frente a los Estados árabes hermanos como ante la Comunidad internacional, pero sobre todo por la infatigable hostilidad y ambición de Israel, ha de pasar a la Historia como heroica.
Otra cosa es que, por la indestructible coalición de Israel con Estados Unidos (más las potencias europeas, en las ocasiones en que estas han intervenido), el largo e irregular proceso negociador haya resultado catastrófico, pero no se puede dejar de lado que este es un conflicto militar y de fuerzas que son extremadamente diferentes, con neta inferioridad palestina. Israel ha marcado con la agresión y la guerra su historia, sabiendo perfectamente que solo recurriendo el lenguaje de la fuerza conseguiría hacerse con Palestina y expulsar, humillar y asesinar a cientos de miles de palestinos. Y solo con ese lenguaje se puede negociar con Israel.
Cuando aparece Hamás en los territorios palestinos ocupados, tras una operación de inteligencia israelí para “tintar y oscurecer” de islamismo una lucha laica y democrática que era la de la OLP y que parecía ganar posiciones en el mundo (años de la primera Intifada), los líderes emergentes se consideren de alguna forma islamistas pero -error israelí- antes de nada, absolutamente palestinos, y no dudan en perfilar su propia estrategia de combate contra -por supuesto- Israel. Y como el Islam tiende a ser “globalista” en las sociedades que domina, fusionando política, derecho, milicia y cultura, acaba convirtiéndose en la principal fuerza social de los territorios palestinos, y por eso ganó las elecciones legislativas de 2006, frente a la adocenada Autoridad Nacional Palestina (ANP), lamentable consecuencia de los humillantes Acuerdos de Oslo.
El que la ANP respondiera con un golpe de Estado, expulsando de Cisjordania a la organización de Hamás tras una breve pero cruenta guerra civil, obligándola a refugiarse en la Franja de Gaza, elevó singularmente su prestigio, que consolidó haciéndose cargo de la administración de Gaza en condiciones penosas y arriesgadas, teniendo además que hacer frente, sin doblegarse, a las frecuentes incursiones israelíes. No creo que sea relevante señalar el (en gran medida sobrevalorado) carácter islamista de Hamás en la organización predominante de la resistencia palestina. Frente a la arrogancia y los crímenes de Occidente con su empeño en subyugar el Oriente musulmán (que procede, no lo olvidemos, de las Cruzadas…), la respuesta islamista ha sido la única capaz -religiosa, ética y militarmente- de enfrentársele, y no solo en Palestina, claro.
Occidente lo tiene claro: se trata de fanatismo religioso, de insulto a los derechos humanos, de criminales sin conciencia… sin mirarse a sí mismo. Hamás es -islamista o no- un típico movimiento de liberación anticolonial, como tantos lo han sido, por supuesto en la tradición de resistencia palestina, pero también en África y Asia, recurriendo a la violencia porque solo así se puede expulsar a las potencias coloniales, de violencia sistemática y de práctica habitual del terror. Los cantamañanas que califican de terrorista a Hamás prefieren ignorar la Historia, enrocarse en los valores occidentales y hacer de lacayos del poder israelí.
«Hamás es -islamista o no- un típico movimiento de liberación anticolonial»
Salvador López Arnal.- La acción de Hamas y la resistencia palestina del pasado 7 de octubre de 2023, ¿fue un acto terrorista en su opinión? Visto lo visto, muerte, destrucción, aniquilación, genocidio, ¿fue un error? ¿Pensaron mal la reacción del Estado israelí?
Pedro Costa Morata.- En el libro califico la acción de Hamás del 7 de octubre como “más política que militar”, y espero que pueda dar resultados políticos positivos, y uno de ellos es que Israel podrá ser destructivo y sanguinario, pero no invencible, ni puede garantizar la seguridad y tranquilidad de sus ciudadanos, lo que es un golpe neto al supremacismo israelí y a los principios de su existencia. La previsión que pudieron hacer los combatientes acerca de la respuesta vengativa de Israel no pudo ser la exacta, pese a saber muy bien que se enfrentaban a un Gobierno y un Estado fascistas -es decir, violentos, racistas, expansionistas- protegidos por las potencias occidentales. Pensemos que el régimen nazi fue demoledor, pero duró solo doce años; en cambio, el sionismo lleva casi cien años de violencia y crímenes en Palestina y su entorno.
Hamás y las otras organizaciones que se unieron para el ataque -que, siendo palestino y antiisraelí siempre es defensivo- calcularon el grado de hundimiento a que había llegado la causa palestina y tuvieron que actuar; esta fue una de las causas, según muchos analistas. El (cuasi) pintoresco asunto de que Israel, con sus maravillosos servicios de inteligencia, no pudo ignorar la preparación del ataque nos remite (sea cual sea la verdad) a ese prejuicio al que antes aludíamos, y que retrata a los árabes y a la resistencia palestina como inferiores e incapaces.
Salvador López Arnal.- ¿Qué opinión le merece la cláusula usada por muchos mandatarios occidentales: “Israel tiene derecho a defenderse”? ¿Tiene ese derecho Israel ante la acción del 7 de octubre?
Pedro Costa Morata.- No es Israel un Estado que se someta a derecho en su actividad política internacional, ni que en su historial haya respetado ningún derecho de los demás, riéndose de la Carta de la ONU, las convenciones sobre la guerra, los refugiados, etc., y es pecar de imprudencia dolosa atribuir derechos a un Estado tal.
Pero no hay que ser jurista, sino simplemente humano sensato, para estimar que el “derecho a defenderse” solo se lo puede arrogar quien es agredido, invadido, ocupado y humillado; pero no quien agrede, invade, ocupa y humilla, como es el caso de Israel en cuanto a potencia colonial que se apropia de un territorio que es de otros.
Salvador López Arnal.- ¿Qué fuerzas, qué países están ayudando realmente a la lucha del pueblo palestino? ¿Hezbolá es un nudo esencial?
Pedro Costa Morata.- En la pavorosa soledad del pueblo palestino frente a la potencia israelí, que busca aniquilarlo -si no físicamente del todo, sí políticamente por completo- tanto Israel como sus aliados optan por calificar de terroristas a las únicas organizaciones que le prestan su apoyo, como son Hezbolá o las milicias hutíes de Yemen; y a la República islámica de Irán, que apoya a sus aliados chiíes de Hezbolá y que sufre ataques y humillaciones continuas de Israel, se le sanciona y se le advierte y amenaza si eleva su nivel de respuesta contra Israel.
La organización Hezbolá, en especial, representa a una gran parte del pueblo libanés soberano, fue creada durante la invasión israelí del Líbano de 1982 como respuesta militar, y constituye en la actualidad el único poder consistente -social, político, militar- y de futuro en el panorama y la estructura de un país que, debido a su vecindad con Israel y lo que con ello le viene acarreando, ha de considerarse prácticamente fallido. Israel siempre ha querido controlarlo o dominarlo, generalmente creando y financiando milicias y partidos cristianos a su servicio. Y en su mapa del Eretz Israel figura todo el sur del Líbano, hasta el río Litani incluyendo Tiro, como parte integrante de la promesa divina de la Tierra Prometida.
Hamás y Hezbolá son invencibles por más que sufran, y se renovarán continuamente por el odio que generan los crímenes de Israel; y este Estado sabe que nunca vivirá en paz.
Salvador López Arnal.- ¿Desde cuándo es Israel un estado atómico? ¿Qué país o países le ayudaron en la construcción de la bomba? ¿Por qué sigue ocultando su poder nuclear? ¿Ve al actual gobierno israelí capaz de usar ese armamento?
Pedro Costa Morata.- Se data en los años inmediatamente siguientes a la Guerra de los Seis Días, es decir, hacia 1968-1970, la construcción de la bomba israelí, pero el programa científico-técnico que conduciría a ella se inició en los primeros años del nuevo Estado bajo el impulso decidido de Moshé Dayán, ministro de Defensa y héroe de la Guerra de los Seis Días, y -al parecer- en contra de los primeros ministros Levy Eschkol y Golda Meier. En este proceso destacó la colaboración con Francia desde que esta regaló a Israel un pequeño reactor en 1956 en compensación a ciertos servicios anteriores de tipo químico-nuclear. Las instalaciones nucleares israelíes se sitúan en el complejo de Dimona, en el desértico Neguev, pero la fase esencial, la de lograr el uranio enriquecido, se cubrió mediante el robo en operaciones especiales y secretas en Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania cuyos Gobiernos, con muy escasa credibilidad, negaron haber colaborado en ello.
Las pruebas en la atmósfera de esta bomba se realizaron en los mares cercanos a la Sudáfrica racista, en colaboración con este Estado y con Taiwán en septiembre de 1979 y diciembre de 1980. Se considera que hoy Israel ya ha acumulado centenares de bombas atómicas en sus silos, pero su rechazo a reconocerlo, así como a adherirse al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP, 1988), hacen imposible una información fidedigna.
Israel no admite que ningún país de su entorno adquiera el arma nuclear. En 1981 su aviación destruyó un reactor iraquí que se consideraba parte del plan nuclear de Bagdad, y desde entonces su fijación por Irán le hace asesinar, uno a uno, a todos los principales protagonistas del plan nuclear iraní. Además de hacer fracasar cualquier intento de entendimiento entre las potencias occidentales e Irán, con control estricto de sus instalaciones nucleares, que el régimen de los ayatolás siempre ha asegurado que son civiles, orientadas a la generación de energía eléctrica.
Salvador López Arnal.- Le cito por extenso: “La propuesta del Estado palestino junto al Estado judío actualmente carece de valor efectivo, ya que para que fuera creíble, viable y, sobre todo, justa, sería necesario: (1) doblegar la política exclusivista y anexionista de Israel, lo que es imposible hoy por hoy; (2) enmendar en buena parte la Historia, corrigiendo la realidad actual territorial con la expulsión de militantes y colonos de los territorios ocupados, lo que es imposible hoy por hoy; (3) reconocer que la Resolución de Partición, en 1947, de la Palestina británica, fue una decisión catastrófica de la ONU y que hay que rectificar, lo que es imposible hoy por hoy (4); reconocer el derecho de los palestinos expulsados en 1948, y después, a retornar a sus casas y tierras, con recuperación de sus bienes expoliados, lo que es imposible hoy por hoy; (5) que se llegue a discutir sobre la solución más justa, lógica y prometedora, que es la de un Estado palestino con dos naciones, árabe y judía, de tipo federal, democrático, no alienado y sobre todo el territorio antiguamente británico, es decir, la vuelta a 1947, lo que imposible hoy por hoy; y (6) que se desposea a Israel del arma atómica que guarda desde los años 1960, lo que es imposible hoy por hoy.” De acuerdo, pero … ¿qué posición le parece realista y justa de defender a día de hoy?
Pedro Costa Morata.- Pues sí, Israel no deja más opción que su voluntad y el lenguaje de la fuerza. Pero la catastrófica historia de este Estado, esencialmente injusto, obliga a la humanidad (más que a la Comunidad internacional…) a desandar lo andado al menos en parte, y a regresar a la falsa e injusta disyuntiva de 1947: dos Estados étnicos diferenciados o un único Estado laico con dos pueblos o nacionalidades, de tipo federal. La negativa palestino-árabe a la partición se basaba en exigir, a la luz de la Sociedad de Naciones y de la ONU, la autodeterminación y la independencia para la población autóctona. No cabe paz en la región si no se llega al reconocimiento de un Estado único en el que traten de instalarse, con vigilancia y tutela internacional, dos pueblos que deberán tener como principal objetivo sanar las profundas heridas producidas mutuamente. Por supuesto que hay que abrir -esta vez, con justicia- las puertas de ese nuevo país al regreso de los cientos de miles de expulsados en 1948 y 1967 que quieran y puedan volver, y reconocer la mayoría palestina.
No me merece el menor respeto quien predica la “solución de los dos Estados”, como es propuesta generalizada en la UE e incluso los Estados Unidos (con la negativa israelí también a esto), porque esa propuesta añade más humillación a los palestinos, dotándolos de un Estado perfecta y radicalmente inviable.
«No me merece el menor respeto quien predica la “solución de los dos Estados” […], porque esa propuesta añade más humillación a los palestinos, dotándolos de un Estado perfecta y radicalmente inviable»
Salvador López Arnal.- El título del apéndice de su libro: “España ambigua frente a Israel abominable”. ¿Está España a la altura de las circunstancias? ¿Qué opinión le merecen las posiciones que mantienen las fuerzas políticas españolas frente al genocidio?
Pedro Costa Morata.- España no suele estar nunca a la altura de las circunstancias en política exterior, pasando de un lacayato a otro y actuando, en consecuencia, por delegación. Así ha sucedido, singularmente, en nuestras intervenciones militares desde la derrota de 1898, en las que siempre hemos sido agresores con algún respaldo. En este caso de Israel, nos lanzamos a las órdenes de Occidente en 1986 reconociendo a un Estado sobre el que nadie tenía dudas acerca de su papel infame en la escena internacional, y apelando, aparentemente, a la real politik. Respecto de Israel, reconozco que me sorprende la alineación del Gobierno de Pedro Sánchez con los Estados que señalan a Israel como culpable de genocidio ante el Tribunal Internacional de Justicia; es un gesto que compromete y ha de valorarse.
El reconocimiento diplomático del Estado de Palestina también aparenta ser positivo (después de que más de un centenar de Estados ya lo haya hecho, bien es verdad); proponer los dos Estados como “solución” al conflicto significa, sin embargo, ceñirse a los límites que los aliados le marcan, y que el propio Israel consiente aun sin voluntad de respetar.
Y con respecto a la posición de las fuerzas políticas ante el evidente genocidio perpetrado en Gaza, el inevitable rechazo no pasa (salvo escasas excepciones desde la izquierda) del nivel de las quejas y los lamentos horrorizados, pero que ni siquiera se piden sanciones a la UE o los Estados Unidos. Resultan más fuertes los aspavientos contra Rusia en su guerra con Ucrania, pese a que su virulencia e insania es infinitamente menor. No hay sintonía entre la generalidad de la clase política y la más que abrumadora mayoría del pueblo español, que en este asunto lo tiene claro, con traición de la primera.
Salvador López Arnal.- No abuso más. Muchísimas gracias por su magnífico libro y por sus documentadas respuestas. Todo un honor para mí.
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