Mientras un nuevo barco se desliza por la grada de un astillero estadounidense, docenas de nuevos barcos están siendo botados desde los astilleros chinos ubicados al otro lado del Pacífico.
Este marcado contraste refleja un declive industrial que ya dura medio siglo en la industria de construcción naval de Estados Unidos, que otrora simbolizó el poder industrial de esa nación. La Administración Trump acaba de crear una “Oficina de Construcción Naval de la Casa Blanca” para restaurar la gloria de la construcción naval de Estados Unidos. Sin embargo, Con manifestar la intención no basta porque la realidad es mucho más dura de lo que sugiere la retórica.
Estados Unidos ya solo construye unos cinco nuevos barcos al año, Es una cantidad mucho menor que la capacidad de construcción naval de China. Según el banco holandés ING, la participación de China en el mercado mundial de construcción naval creció de menos del 5 por ciento en 1999 a más del 50 por ciento en 2023,
Eso ha eclipsado la participación de Estados Unidos en el mercado de la construcción naval. Esta brecha no apareció de la noche a la mañana, su raíz viene de hace décadas cuando los engranajes de la industria cambiaron y la industria siderúrgica de Estados Unidos, que había quedado intacta durante la Segunda Guerra Mundial, continúo produciendo con las mismas tecnologías de siempre, mientras que en los países donde la superioridad aérea de Estados Unidos había destruido las acerías se construían nuevas plantas modernas que usaban las últimas tecnologías y enfoques comerciales. Las grandes plantas del estilo estadounidense dejaron de ser competitivas para las nuevas plantas siderúrgicas, más pequeñas, con menor costo de mantenimiento y una clientela especializada, porque la disparidad no es sólo una cuestión de escala: es una fractura en el propio ecosistema industrial.
La brecha entre la construcción naval estadounidense y la china es fundamentalmente una brecha en la infraestructura industrial. Las fuerzas de la globalización arrasaron las acerías, los talleres mecánicos y la mano de obra calificada de Estados Unidos, dejando atrás unas cadenas de suministro oxidadas y una base manufacturera vaciada.
La construcción naval es la industria pesada por excelencia, por eso hemos escogido el tema. Primero y sobre todo requiere una base industrial sólida y actualizada. Cuando esos cimientos existen y el país tiene un comercio internacional muy activo, inevitablemente surge la construcción naval.
Reconstruir a esta altura la industria de construcción naval de Estados Unidos no es tan simple como crear una nueva oficina gubernamental o invertir dinero en presupuestos gubernamentales para resolver el problema. Si no hay una base industrial y un comercio internacional previo sería parecido a replantar una selva tropical en el desierto. Es necesario restaurar el suelo primero (infraestructura industrial), introducir especies (cadenas de suministro) y esperar a que el ecosistema se regenere (desarrollo de la mano de obra calificada) para manejar los bienes de capital.
La inversión planeada por la Administración Trump podría plantar unos cuantos árboles en el desierto industrial de construcción naval de Estados Unidos, pero un bosque tardará al menos entre 20 y 30 años en crecer. Por supuesto el sector de construcción naval militar de Estados Unidos sigue siendo líder mundial en tecnología, pero ampliar esta experiencia a la industria de construcción naval comercial más amplia es un difícil desafío
Esta claro que hay dificultades en Estados Unidos para desarrollar otros sectores de tecnología avanzada como los semiconductores, la robótica y la inteligencia artificial. Porque la paranoia de los riesgos imaginarios que la colaboración foránea implica para la seguridad de los Estados Unidos impide el desarrollo de un sector tan clave para la industria moderna como la robotización y automatización de distintas fases de la producción.
El verdadero desafío para Estados Unidos no es sólo mantener su liderazgo en tecnologías de punta, sino cómo descubrir esas tecnologías y sobre todo cómo aplicar esas tecnologías de manera más amplia en industrias enteras. Todo eso al mismo tiempo, porque las industrias deben innovar continuamente su tecnología para mantenerse para mantenerse actualizadas con las tecnologías de punta. Esta realidad hace imposible hablar de la reactivación de la construcción naval estadounidense sin reconocer el papel del modelo de China.
Para Washington la solución requiere más que nuevas políticas industriales: exige un cambio radical de perspectiva. Tanto que se convierte en un problema ideológico. Ver a China únicamente como un rival ideológico es como intentar competir en la era digital con una mentalidad de máquina de vapor.
Mientras tanto, los constructores navales y competidores de China han profundizado la cooperación con China.
Una empresa noruega reduce sus costos de construcción naval comprando a China un doble motor de GNL y combustible. Dalian Shipbuilding y NBP de NYK construirán conjuntamente un portaaviones de cubierta de 33.000 toneladas, lo que marca el ingreso de China al mercado de construcción naval japonés de alta gama. Estos ejemplos muestran que la cooperación y la competencia pueden coexistir cuando se evita la desconfianza proveniente de la diferencia entre ideologías gubernamentales. Sobre todo cuando se toma en cuenta el éxito de China en elevar el nivel de vida de su inmensa población, es ridículo entrar en diatribas y desconfianza por diferencias de orden ideológico. La eficacia del modelo gubernamental de China debería servir de inspiración al ineficiente sistema representativo estadounidense donde el poder de compra de los lobbies distorsiona y corrompe la voluntad popular.
Por eso la cooperación no es fácil. Washington necesita repensar la relación entre colaboración y competencia, evitando la trampa de reducir las relaciones entre China y Estados Unidos a un juego de suma cero. La prosperidad de uno de los dos se hace a expensas del otro, como parece creer el Presidente Trump con sus juegos de aranceles. Los aranceles altos no los pagan los exportadores, los pagan los importadores. Por eso en última instancia espolean la inflación y terminan pagándolos los consumidores y entre ellos los consumidores más vulnerables: los asalariados.
Etiquetar cada propuesta de cooperación como un “riesgo de seguridad” sólo crea un clima de paranoia. Es una mentalidad es similar a encerrar tu fábrica en una jaula de hierro: puedes decir que estás manteniendo alejada una amenaza potencial, pero en realidad con esa paranoia estás sofocando el crecimiento industrial y violando normas internacionales de comercio.
Frente al auge del sector manufacturero chino, cuyo mejor ejemplo es su dominio en la construcción naval, Estados Unidos corre el riesgo de quedar rezagado en un sector en que antaño triunfó
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