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Juan García, el intranquilo de los saberes

Fuentes: Rebelión

Juan García era un hombre distinto. Un ser que no caminaba la tierra como los demás, porque en cada paso suyo florecía la historia, y donde otros veían rutina, él encontraba memoria. Era, sin lugar a duda, un intranquilo. No por nervios o ansiedad, sino por el fuego interno de quien sabe que la vida es movimiento, búsqueda, rebelión y raíz. En todos los lugares, hasta en los más inesperados, Juan encontraba historia, la olía en el viento, la tocaba en las piedras, la escuchaba en los murmullos del río. Todo lo que sus manos alcanzaban, él lo transformaba en saber. Tenía un don que parecía haberle sido otorgado por los dioses africanos y ancestrales, como un enviado de los espíritus antiguos que venía a recordarnos quiénes somos.

Con una certeza que solo nace del alma, Juan conocía la voz de los abuelos. No la repetía como un eco, sino que la interpretaba, la actualizaba, la hacía carne y camino. Su conexión con los mayores, con los guardianes de la oralidad, era tan profunda que parecía haber convivido con ellos en otros tiempos, en otros planos. Era un sabedor, pero también un sembrador de saberes.

Imparable era Juan. Como río desbordado de memoria, como tambor que no cesa, como viento que limpia y sacude. Analizaba las décimas con la destreza de un maestro, descifraba cuentos como quien lee el alma de un pueblo, e incluso conversaba con personajes del mito —el Riviel, la Tunda— como si fueran viejos conocidos. Y quizás lo eran. Porque Juan no se detenía en lo real; vivía en lo simbólico, en lo poético, en lo mágico. Era el gran cimarrón, el que no acepta cadenas, ni físicas ni mentales. A cada paso suyo le brotaban palabras y orientaciones. Daba líneas como quien reparte antorchas para iluminar el camino a los demás.

Era el Juan de todos. El que pertenecía a su pueblo, a su historia, a su comunidad. El Bambero mayor, el humilde descubridor. No se proclamaba sabio, no se sentía superior. Por el contrario, caminaba con sencillez, con los pies descalzos del que sabe que la tierra también habla. Juan sabía por dónde andar para encontrarse con los hermanos, ya fueran de la costa o de la sierra. No había frontera geográfica ni cultural que lo detuviera, porque su misión era el encuentro. Era un tejedor de lazos, un constructor de puentes, un arquitecto de la unidad.

Juan fue, sin duda, el gran mediador. El que estableció diálogos entre hermanos para repensar la realidad, no desde la queja, sino desde la posibilidad. Nos enseñó a identificar al pariente, a reconocer al otro como extensión de uno mismo. Y no solo hablaba de parientes por sangre, sino también por historia, por lucha, por sueños. Su palabra era medicina, su orientación era política en el mejor sentido: una política del alma, del bien común, del respeto profundo.

No se quedó en el discurso: Juan construyó estrategias para el diálogo casa adentro. Entendía que antes de hablar con el mundo, había que hablar entre nosotros, sanarnos, escucharnos. Fue el más grande de los Cimarrones de nuestro tiempo, porque entendió que la libertad se construye con memoria, con cultura, con afecto. Estableció también los diálogos casa afuera, llevando la voz afroecuatoriana a otros escenarios, con dignidad y sin pedir permiso.

Y hoy, cuando preguntamos por él, nos llega la nostalgia. ¿Por dónde andará el hermano Juan? Seguro levantando Katangas, armando trampas inteligentes como el Tío Conejo, enfrentando con astucia al tigre bribón de la injusticia. Nadie sabe con certeza dónde está, pero todos lo sentimos cerca, porque Juan es eterno en su acción, en su legado, en su palabra. De seguro anda por ahí, recolectando historias nuevas para contarlas con picardía, con ternura, con verdad.
Juan está con los abuelos, sí. En ese plano sagrado donde se cruzan los caminos invisibles. Pero tan inquieto como siempre fue, seguro querrá regresar, aparecer en un sueño, en un verso, en un niño que pregunta, en una canción. Porque él sabía que mientras más quieren hacer desaparecer nuestra historia, más urgente es levantarla. Juan vive en cada esfuerzo por rescatar la memoria de los abuelos que la injusticia ha querido borrar. Vive en cada acto de resistencia cultural, en cada canto, en cada danza.

Hermano Juan, ¿dónde estarás ahora? Tal vez construyendo una historia nueva para contársela a los niños, para que no olviden de dónde vienen, para que caminen con la frente en alto y los pies firmes en la raíz. Tu pueblo afroecuatoriano no te olvida. Te canta un alabao con agua, con río, con comunas y palenkes. Con flor, con tambor, con alegría. Porque tu sola presencia fue un despertar, un canto que salió del mar del olvido.

Y eso hiciste, Juan García: sembraste saberes. Hoy florecen por todos lados, en las mentes inquietas, en los corazones que resisten, en los cuerpos que bailan la libertad.
Porque el caminar, según nos enseñaron los abuelos, no es solo mover los pies: es llevar la memoria a cuesta, es dejar huella donde antes hubo silencio, es trazar caminos nuevos desde las raíces profundas. El andar es ceremonia, es acto político, es danza espiritual. Y tú, Juan, caminaste como caminan los sabios: con el oído en la tierra y los ojos en el horizonte.

Tu andar no fue ligero ni de paso corto. Fue un andar largo, consciente, lleno de paradas para escuchar, para enseñar, para sanar. Caminaste con los tuyos y también por los que no podían hacerlo. Caminaste para volvernos a reunir, para que nos reconociéramos en el rostro del otro. Tu andar era tambor que guiaba, machete que abría trocha, palabra que sembraba futuro.

Ahora que no te vemos físicamente, sentimos más fuerte tus pasos. Porque tú no te fuiste: te multiplicaste en cada andar comunitario, en cada reunión en la casa grande, en cada voz que se alza con dignidad. Eres parte del polvo del camino, del canto del río, del fuego del fogón. Tu caminar se volvió camino colectivo.

Así como dicen los abuelos: el que camina con verdad, no muere, se transforma. Y tú, Juan, te transformaste en fuerza viva, en espíritu cimarrón, en semilla que no deja de brotar. Y cuando las madres canten chigualos por sus niños desaparecidos y asesinados, allí estarás tú, tejiendo nuevas estrategias, conversando con los espíritus, levantando la historia para que el dolor no sea olvido, sino resistencia.

Por eso, cuando veamos a una niña preguntar por sus abuelos, allí estarás tú.  Cuando un joven levante la palabra en defensa de su comunidad, estarás tú.  Cuando el pueblo se reúna para cantar su historia, serás tú el eco de ese alabao, serás tú el ritmo del andar.

Juan García, el intranquilo, el sembrador, el caminante eterno…

Hoy tus pasos no terminan.  

Hoy tu andar apenas comienza.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.