El único antídoto contra la tristeza y el camino hacia la alegría y la reconciliación es el olvido. Y olvidar no es perder la memoria; es entrenarse en la capacidad de no habitar en los recuerdos ni en la nostalgia de un pasado poblado de acontecimientos ya desdibujados y hoy reinterpretados. Alejandra Baldrich nos aporta brillantemente una idea sobre esta cuestión que resulta del todo liberadora y, sobre todo, desculpabilizante: «No pudiste hacer otra cosa, porque no la hiciste. Todo lo que hiciste en el pasado es perfecto de acuerdo al nivel de conciencia que tenías en aquel entonces. Si ahora lo puedes ver diferente, celebra tu toma de conciencia, pero no le des gusto al ego; no dejes que él te controle con su arma más poderosa: la culpa».
Desterramos las claves del sufrimiento, cuentos como el arrepentimiento o la culpa, cuando asesinamos al ego, cuando pensamos hacia atrás y nos damos cuenta de que ahora somos otro yo, otro estado de conciencia, y lo que hicimos no nos identifica. Somos responsables de lo que fuimos, y podemos o no arrepentirnos de lo que hicimos. Fueran heroicidades o canalladas, no es lo que somos, ni lo que seremos. Nuestros cuerpos están preparados para evitar el dolor propio y ajeno. En ello consiste la memoria del olvido: en reinventar nuestro pasado, nutriendo el presente con lo que queremos rescatar de él. En olvidar aquello que nos hizo daño o por lo que hicimos daño. Solo así aprendemos de los errores y somos capaces de reconciliarnos.
Eso sí, no nos olvidemos de tres cosillas a conservar en la memoria. La primera, como dice la canción de Pablo Milanés, “los demás siempre van a hablar”. La segunda atribuible a Maquiavelo, “no importa qué tan buena persona seas: todos somos los malos en la historia de alguien”. Y la tercera, no te preocupes por lo que piensen de ti en tus metamorfosis, «la mayoría de las personas son otras personas. Sus pensamientos son las opiniones de otra persona, sus vidas son un plagio y sus pasiones, un eslogan». Bien por Oscar Wilde y su destino de la egolatría. A fin de cuentas, como dijo Sopenhawer, recuerda que después de tu muerte serás lo que eras antes de nacer.
César Manzanos Bilbao, Doctor en Sociología, julio 2025
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