Recomiendo:
1

Prolegómenos para una escatología tardo-capitalista

Fuentes: Rebelión

a. Masificación de la exclusividad.

Las formas de relacionamiento actual en el sistema de producción tardo-capitalista, pasan por los escenarios del rendimiento, donde el entramado de la producción, el intercambio y el consumo se constituyen como formas exacerbadas en la proliferación de las actividades económicas de la vida social. En Byung Chul-Han (2015, 2016) encontramos interesantes reflexiones acerca de esa sociedad del rendimiento, que nos lleva a mover la máquina de la productividad incluso en donde se supone estaría ubicado el descanso. Es así como el descanso termina convirtiéndose en un momento más del trabajo, hasta el punto de constituirse en los escenarios laborales dentro de un lugar determinado; ya que en tales escenarios se proponen cada día más espacios para el esparcimiento, para la dispersión, que no son otra cosa que la administración laboral del descanso, esto es, la superación de la espuria oposición del descanso frente al trabajo.

Esta oposición es la afirmación del trabajo cómo escenario que contempla la liberación humana de la opresión misma del trabajo. Es la comprensión del entramado laboral que encuentra la necesidad de gestionar la conciencia del cansancio en el escenario mismo que produce el cansancio, para declararse -aparentemente- como medio de la consciencia de la opresión. Frente a este entramado, el trabajo gestiona espacios que en muchas circunstancias represan la labor misma, lo que impele a ocupar el espacio fuera del entorno laboral para la actividad laboral. En el sistema del rendimiento, el espacio del descanso deviene en escenario laboral.

El rendimiento como fenómeno de la degradación humana, en tanto hipertrofia productiva viene aparejado de la degradación del consumo. Como ejemplo tenemos el caso del arte y de los productos culturales. Frente a ellos, ya la escuela de Frankfurt y especialmente Theodor Adorno y Horkheimer (1998) habían descrito cómo la sociedad de masas hace que los productos culturales sean instrumentalizados, incluso vinculados a una narrativa-monopolio, que hace que “la parte no pueda entenderse sin el todo” (p. 168). Los productos culturales se conectan unos a otros, remitiendo, en últimas, a las compañías mismas que los producen.

Por otro lado, Walter Benjamín (2003), en su texto La obra de arte en la época de su reproductibilidad ya ponía de plano la degradación de la obra desde su valor de culto -propio del carácter ritual de la obra de arte- hacia su valor de exhibición -propio de la reproductibilidad- donde lo uno deviene repetidamente en lo mismo, aparejando con ello el ocaso de su aura. Una pintura que era plagiada en el Renacimiento, requería todo un proceso de estudio de la técnica del pintor a imitar, todo un saber de los materiales y trazos; es decir, en el mundo clásico del arte, el hecho mismo de plagiar o reproducir una obra de arte requería de un valor ritual del plagio, un sentido que terminaba con una carga simbólica propia, cosa que no se produce cuando el proceso de industrialización copia de manera fidedigna las diferentes piezas producidas en el arte.

Al igual que en el arte, en el actual sistema de cosas, la reproductibilidad hace de las experiencias vitales formas del sinsentido. Se produce una priorización de la mercancía que convierte los logros humanos en basura. Es la escatologización del mundo, esto es, lograr que las producciones humanas devengan en mero excremento. Una obra reproducida mil veces es sólo un artilugio común en la pérdida misma de la particularidad de la obra. Los viajes como experiencia turística, se tornan del mismo modo en banalización del viaje, de ahí que la gente en sus paquetes turísticos solo quiera realizar este recorrido una vez, para tratar de compensar la conciencia de adquirir un viaje que ya muchos otros han realizado, bajo un itinerario monótono.

El sexo, bajo la pornografía, también deviene en reproductibilidad, en la medida en que se sitúa en la tecnificación del intercambio corporal, en la administración de la energía sexual, haciendo de la unión de los cuerpos una industrialización del intercambio de fluidos. Frente a esta reproductibilidad surge el sexo webcam, como una forma enajenada de compensar la reproductibilidad en la experiencia personalizada. Es entonces cuando pareciera retomarse el carácter ritual de las experiencias, haciendo pasar el valor ritual como valor de exclusividad, aunque siga operando bajo las lógicas del valor de exhibición.

La atención y el confort de los clientes de un almacén, el camuflaje de los medicamentos genéricos en marcas independientes, algunas experiencias turísticas de conexión con la naturaleza, variados intercambios de experiencias, los diseños de fuentes de letras personalizadas, toda esta estética que apela a la particularidad, a la personalización, a la exclusividad; que busca hacer sentir al “cliente” como un “ser único, privilegiado, especial” no es otra cosa que la negación de la reproductibilidad en la exclusividad; o más bien, un hacer pasar la reproductibilidad como valor de ritual. Es ahí cuando el ritual -que posee una lógica cíclica, que retorna, pero bajo las lógicas intrínsecas al ritual- se torna en un objeto mercantil, haciendo que el valor ritual mismo devenga en valor de exhibición. Ya no es que las cosas, las experiencias, las obras, pierdan su carácter ritual, es que el ritual mismo se des-ritualiza.

Entonces, no es que realmente desaparezca el ritual, sino más bien que pulula nuevamente, bajo su versión mercantil. La reproductibilidad sigue estando presente como forma del devenir de la mercancía, pero aparece fetichizada. El fetichismo de la mercancía, del cual Marx nos hablaba, sigue presente, pero en este momento no es solo que la mercancía se presente divinizada, investida de poderes; sino que es en la psicología del sujeto en quien recae la sensación de exclusividad, es el sujeto el espejo del fetiche mercantil, una identificación como mercancía. Es acompañar a la mercancía por el lago donde Narciso quedó enamorado de su propia figura. La exclusividad de la mercancía es el narcisismo, o más bien, el narcisismo es la compensación de la mercancía reproducida incesantemente para hacerse valer como perteneciente a la dimensión ritual.

De manera dialéctica y paradójica, del lado del diseño de la mercancía, que debe simular un valor ritual, aparece una diversificación de las producciones entendiendo que cada sujeto aspira a formas particulares de consumir, y, por tanto, de ser tratado. Es allí cuando aparecen los patrones, los cuales podrían entenderse como moldes o plantillas, bajo los cuales se asocian caracteres y tipos de personas, por lo que es a través de estos patrones que las mercancías se tornan subjetivas, haciendo que las subjetividades devengan en mercancías. Es el movimiento del capital de los modos de producción a la producción de modos (Deleuze y Guattari, 1973).

El sistema aprovecha las luchas de los colectivos humanos, se apropia como capitalismo zombi de las luchas por la diversidad, por el reconocimiento y toma estas luchas como patrones para la reproducción de experiencias que tengan en cuenta formas ritualizadas de la mercancía bajo estas particularidades. El sistema tardo-capitalista entiende el reconocimiento de la diversidad como diversidad del reconocimiento y fidelización de futuros clientes bajo patrones adecuados a formas variadas de entender el mundo. Esta inclusión dentro del consumo, no es otra cosa que su autoproclamación como sociedad abierta.

Pero esta consolidación de plantillas, patrones o avatares, esta producción de modos, no es el entendimiento crítico de la particularidad humana, no es la afirmación del valor exclusivo de cada vida humana, sino su amalgamamiento. Con el paso de la reproductibilidad de las cosas y de las experiencias, adviene, en un movimiento a la inversa, un paso de la posibilidad de la reproductibilidad de la persona humana. En este sentido, no solo en lo que se ofrece el valor de exhibición opera la mera exhibición del valor (por el valor mismo), sino que también la persona deviene en propia de un molde, haciendo que el sujeto devenga en lo mismo sin una diferencia frente a nadie ni a nada, sin su valía propia.

Entonces, si en la producción, en su trabajo, el sujeto solo importa por su fuerza de producción y es así entendido económicamente; en el consumo, el sujeto solo importa por su fuerza de consumo, que no es otra cosa que la medida parametrizada de su personalidad en el patrón que de sí se ha establecido, y que le permitirá brindarle la anhelada experiencia exclusiva y por tanto “ritualizada”.

La mercancía es diseñada por moldes porque los sujetos son entendidos por moldes. Los sistemas computacionales están diseñados para grabar algorítmicamente los patrones de consumo de los sujetos y así garantizar la experiencia subjetiva y particular de consumo. Gracias al algoritmo los patrones de consumo son cada vez más puntuales, lo que permite masificar la experiencia única de la mercancía hecha para uno. El mayor logro de este matrimonio entre el tardo-capitalismo y la era digital es la producción masiva de la exclusividad.

La inteligencia artificial es el cénit de este logro mercantil. Tanto así, tan exclusivos y particulares son sus diseños, que logra diseñar productos a la medida de cada petición y reemplazar -o imitar- la subjetividad misma de quien los solicita. La producción de lo exclusivo ha llegado a tal agudización que la propia particularidad deviene en la generalidad. En la inteligencia artificial, lo exclusivo es un momento de lo genérico.

Con la I.A. Cualquier producto cultural artificial pasa por ser un producto humano, de ahí que la agudización del valor de exhibición termine haciendo de lo humano un momento de la fórmula artificial. La producción masiva de lo exclusivo anula la diferencia de lo humano, la diversidad de lo humano en la misma exclusividad, produciendo con ello la ya mencionada escatologización del mundo: desde las impresoras físicas a través de las impresoras 3D, hasta trabajos escritos, investigaciones y producciones intelectuales.

La inteligencia artificial, como recombinación variada del acerbo enciclopédico e informático humano, como forma invertida del proyecto Wikipedia -pues ya es la I.A quién “aporta” a todas y todos, y no estas y estos a ella” ha permitido la reproductibilidad particular de lo escrito, ha superado la escisión entre la autenticidad y el plagio, en la medida en que ha posibilitado la construcción de lo inédito en lo que es otro; esto es, ha permitido que un otro, sin serlo propiamente, construya algo para uno. Es la santificación y purificación de la práctica del plagio, es la deshumanización del plagio -que paradójicamente era su tachadura moral-. Estando ya purificada es posible emplearla, sin por ello recibir las consecuencias de una sustracción ajena. La I.A reproduce sin reproducir, hace posible el sueño de soslayar la ética sin quebrantarla; produce la superación dialéctica de la escisión entre los valores descritos por Benjamín.

b. Estética de la pesadilla y coprofilia.

Pero ella conserva una perversión, que no es otra cosa que la encarnación de Titivillus en su operación purificadora. Sus repeticiones detectables, las imágenes dismórficas, sus formas oníricas del movimiento audiovisual, nos llevan a ver nuevamente, aun en su particularidad su carácter reproductivo su falsedad perenne y latente, que hace de su apariencia de lo exclusivo una mera exclusividad de lo aparente.

No deja de ser curiosa, por tanto, esa que podríamos denominar como una estética de las pesadillas, la cual hace parte de una manera en la cual la inteligencia artificial devela su punto de fuga, y que declara como una imperfección susceptible de ser corregida. Esta misma estética del dimorfismo, de la dislocación temporal y corporal, se ha reproducido en experimentos de edición genética, en métodos como el de la clonación, y que han producido una encarnación real de la pesadilla.

La pesadilla, como un sueño que contiene una alta carga de represión del deseo, es una develadora propia de lo que sucede en el sistema. Si seguimos a Freud (1991) cuando dice que todo sueño evoca la manifestación de un deseo reprimido, donde se traslapa un contenido manifiesto y uno latente, entonces encontramos que en este sueño tardo-capitalista -el cual se vive, como lo entiende Fischer (2009), bajo un realismo- el defecto de la producción capitalista es el signo de lo reprimido social, que es a su vez la única fuga del realismo capitalista, hacia la constatación del capitalismo como ficción del mundo social. Y por ello, no deja de ser curioso que el arte surrealista ya haya develado estéticamente el deterioro de la vida y de las producciones humanas del sistema, por lo cual hay en esta corriente una lectura de la producción de lo humano en su devenir como represión.

La producción de la pesadilla por defecto, en la realidad del trabajo, la producción y el consumo, expone la monstruosidad como aquello que muestra (monstrum) lo que subrepticiamente produce y excluye el sistema. El mundo de las cosas que se producen, el cual se mueve en un movimiento inverso al valor del espíritu -pues hace que tratemos a las cosas como personas y a las personas como cosas- condensa su sentido en una perfección de las producciones que, por ser carentes de una dimensión espiritual, terminan por dejar fragmentos de inhumanidad y pesadilla. Los mismos seres humanos pueden moverse en esa inhumanidad, en la producción de una pedagogía de la crueldad (Segato, 2018) en la constitución de las producciones del capitalismo gore (Valencia, 2010).

La producción de la pesadilla como resquicio de la pérdida del carácter ritual y humano del mundo, es una constatación escatológica del mundo capitalista; el cual genera contenidos inútiles que se utilizan, -como los monstruos de la I.A para divertirse- los trabajos innecesarios que se hacen -en palabras de Graeber (2018), trabajos de mierda, como el de ganar dinero por ver videos y comentarlos- y hace de los trabajos necesarios, escenarios de la miseria desde su interior: pues los mina y plaga de aditamentos burocráticos y funciones documentales, para desviarlos de su sentido transformador. Es el caso del trabajo de los profesores, quiénes pierden su sentido transformador y son minados interiormente por la tramitología documental como forma de reproducción de lo mismo en lo particular.

Pero la estética de la pesadilla capitalista asocia sus imperfecciones -sus producciones- con sus exclusiones -la exclusión de todo lo distinto- y las asocia de tal modo que nos hace rechazar sus figuras deformes, sus aberraciones temporales, tanto como los cuerpos que ella ha incluido dentro de lo deforme, que ha incluido como lo aberrante. Pero, es por esto mismo la aberración la fuga frente a la reproductibilidad y la masificación, pues es siempre lo excluido, la pesadilla, lo monstruoso, el defecto, lo que deviene de suyo auténtico en el proceso de producción de lo mismo. La resistencia frente a la reproductibilidad de los mismo es el defecto, que es la debilidad misma del sistema. No es otra cosa que el error, la falla, el colapso, la mutación en la cadena de producción, lo monstruoso, la pesadilla, lo surreal, lo que podría llevarnos a pensar en aperturas críticas frente al estado de cosas presentado.

Así pues, lo que al sistema le produce repulsión, termina siendo una posibilidad de la repulsión del sistema, aunque luego el sistema trate de integrarlo como nueva estética. Es en este sentido que una teoría de la liberación debe ser una teoría dinámica de la creación fracaso, del error, frente al sistema; y de la contemplación dinámica del error, del fracaso, que produce el sistema.

La pesadilla del sistema capitalista es el fracaso prolongado, de allí que la producción estacionaria de su propio fracaso sea reabsorbida bajo el sistema de actualizaciones, que no es otra cosa que su lógica de obsolescencia. El fracaso prolongado es su pesadilla tanto como el fracaso estacionario -en tanto mundo de la basura y el desecho- es su éxito. Pero todo fracaso estacionario no es otra cosa que la acumulación de un fracaso prolongado, por lo que al final toda imperfección de sus producciones declara inmediatamente, la producción enajenada de una nueva imperfección, la cual se declara como la mercancía perfecta, el canto incesante de las mercancías (Debord, 1967)

No es extraño, por tanto, observar una agudización de la enajenación, la reproducción y la obsolescencia en los productos del intelecto humano, y que deviniera el sujeto cognitario como una nueva forma de sujeto oprimido. Pongamos por caso la música. Como producto cultural la música no ha devenido instantáneamente obsoleta, sino en sí misma un medio del mercado. Lo que la música evoca ya no es necesariamente un sentimiento, una emoción, sino una sensación. Situada en el plano más inmediato posible, fijada en el plano más técnico de las relaciones e intercambios, no es difícil que su siguiente paso sea su canto a las marcas, a las mercancías, lo que hace a la música de hoy, no una plataforma publicitaria, sino una publicidad plenamente constituida. La publicidad previa a la música en las plataformas de consumo digital son tan solo el molesto contraste entre la publicidad articulada en su forma narrativa y la publicidad musical, subrepticiamente evocada en el género lírico de las canciones y los ritmos. Es el canto de las sirenas -el medio- el que le confiere la distinción entre una publicidad y otra.

También la música urbana juvenil actual opera en el sistema de las redes sociales como música fragmentada. No es el propósito escuchar una canción completa, sino tan solo tomar su fragmento viralizable. La viralización del fragmento, hace que la obsolescencia no sea tan solo temporal, sino también inherente al contenido musical. Lo obsoleto no solo se produce en tanto un producto musical caduca en poco tiempo, sino que la música como tal nace obsoleta, a excepción del fragmento susceptible de ser viralizado, el cual tendrá una relativa obsolescencia temporal.

Como es de esperarse, también la experiencia de los sonidos se ve reducida a su sustrato utilitario. El Speed up como forma de reproducción de los sonidos termina por declarar la necesidad extractivista del mensaje que se impone sobre el emisor, el canal, o el código, elementos que se ven necesariamente expulsados, encapsulados, subsumidos. La sociedad ha constituido una nueva dimensión de la obsolescencia que implica la desintegración del producto desde su interior en el mismo momento de su producción; ya la obsolescencia no inicia luego de terminado el producto, sino en el mismo momento de su fabricación. Este desdoblamiento de la obsolescencia se observa en toda aceleración y condensación, en la música, en los planes educativos de aceleración, en la optimización, en la eficacia, en la aceleración de partículas, que no son otra cosa que el tiempo de la estética de la pesadilla, un Cronos quizá igual de hambriento, pero que devora más rápidamente.

Curiosamente, pues, es todo aquello que el sistema ha desechado, lo no-actualizado, lo que podría pensarse como ruptura crítica con el sistema. En las películas norteamericanas la fantasía de una invasión ha sido ya frecuente -bien sea robótica, extraterrestre, zombi o de cualquier otro estilo- estas invasiones no son otra cosa que la proyección psicológica del retorno de lo descartado y lo declarado obsoleto por sus mismas prácticas de consumo. Es un diagnóstico del temor al retorno de la contaminación, de la basura, de la población saqueada, de la población migrante. Hay una coprofobia, un temor a lo que desde allí se considera desecho, excremento, que los ha llevado a enarbolar como héroes de sus fantasías cinematográficas, seres con capacidades excepcionales que en la sociedad fueron previamente excluidos. La mirada del opresor recrea una historia del oprimido como suya, una narrativa que ocupa el lugar de oprimido para sustentar su investidura opresiva.

La idea de la coprofilia como una apuesta por la contemplación y el cuidado hacia aquellas y aquellos que han sido descartados y obsoletos, a quienes han sido considerados como desechos, es justamente la posibilidad de pensar críticamente la reproductibilidad, la enajenación y la violencia de la escatología tardo-capitalista.

Bibliografía.

Adorno, Theodor; Horkheimer, Max (1998) Dialéctica de la Ilustración (Juan José Sánchez. Trad.). Editorial Trotta. Valladolid.

Benjamin, Walter (2003) La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. (Andrés E. Weikert. Trad.). Editorial Ítaca. México.

Debord, Guy (1967) La Sociedad del espectáculo (Rodrigo Vicuña Navarro. Trad.). Ediciones Naufragio.

Deleuze, G., & Guattari, F. (1973). El antiedipo: Capitalismo y esquizofrenia. Barral.

Fischer, Mark (2009) Realismo capitalista ¿No hay alternativa? (Claudio Iglesias. Trad.). EpubLibre.

Fischer, Mark (2022) Constructos Flatline. Materialismo gótico y teoría-ficción cibernética. (Juan Salzano. Trad.). Caja Negra Editora. Buenos Aires.

Freud, Psigmund (1991) Conferencias de introducción al Psicoanálisis (Partes I y II). En: Obras completas de Psigmund Freud. Volumen XV. Amorrortu Editores. Buenos Aires.

Graeber, David (2018) Trabajos de mierda, una teoría. Ariel. Barcelona.

Han, Byung-Chul (2016) La sociedad del cansancio. Editorial Herder. España.

Han, Byung-Chul (2015) Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Editorial Herder. España.

Segato, Rita (2018) Contra-pedagogías de la Crueldad. Editorial Prometeo Libros. Buenos Aires.

Valencia, Sayak (2010) Capitalismo Gore. Editorial Melusina. España.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.