Primo Levi escribió para que no olvidáramos. Para que el horror no se repitiera. Para que Auschwitz no fuera solo un lugar, sino una advertencia. Pero hoy, mientras Gaza es arrasada por misiles, mientras los niños mueren bajo los escombros, mientras los hospitales son bombardeados y el agua es cortada, el eco de Levi se convierte en un grito que atraviesa el tiempo: “Esto ha ocurrido, por tanto puede volver a ocurrir”. Y está ocurriendo. Bajo nuestros ojos. Con nuestra complicidad.
Netanyahu es el nuevo Hitler. Ya no hace falta bigote ni brazo en alto ni cruz gamada. Hoy el exterminio se gestiona desde despachos climatizados, se difunde por redes sociales, se justifica en prime time. Netanyahu no necesita gritar en estadios ni en grandes explanadas. Le basta con pulsar “publicar” y dejar que los algoritmos, X, Google, Facebook, Microsoft, Instagram, TikTok… y todo su arsenal de misiles en forma de fakes hagan el resto. Con la colaboración interesada de Trump y otros líderes que han convertido el odio en política de Estado, el genocidio se ha digitalizado. Es más silencioso, más eficaz, más global.
Gaza es el nuevo gueto. Un campo de concentración sin crematorios, por ahora, pero con drones. Un Auschwitz sin alambradas, pero con fronteras cerradas. Un infierno donde la muerte no se oculta: se transmite en directo.
Netanyahu y Trump no necesitan levantar el brazo ni gritar desde balcones. Su poder se ejerce con gestos más sutiles pero igual de letales: una firma que bloquea ayuda humanitaria, un tuit que incita al odio, una rueda de prensa que convierte a las víctimas en culpables. Como Hitler, han construido enemigos internos y externos, han deshumanizado al otro, han legitimado la violencia como defensa. Y como Hitler, no están solos. Les rodea una corte de ministros, generales, asesores y portavoces y lameculos que ejecutan sin pestañear, que justifican lo injustificable, que repiten consignas como autómatas. Son los nuevos Goebbels, los nuevos Himmler, los nuevos Eichmann, pero con corbata, con micrófono, con cuenta verificada.
Pero no es sólo en EEUU donde ocurre esto. La casta político-militar actual, en muchos países, ha asumido el lenguaje del exterminio con una naturalidad escalofriante. Se habla de “daños colaterales” cuando mueren niños, de “objetivos legítimos” cuando se bombardean hospitales, de “terroristas” cuando se trata de civiles que resisten. La represión se ha normalizado, la vigilancia se ha institucionalizado, la tortura se ha legalizado. Los ejércitos ya no defienden fronteras: gestionan el miedo, administran el castigo, ejecutan la doctrina. Y los políticos que los dirigen no gobiernan: imponen, polarizan, destruyen. La extrema derecha no es una amenaza futura: es una realidad presente, disfrazada de seguridad, de orden, de patriotismo.
Los medios de comunicación, que deberían ser el contrapeso, se han convertido en cómplices. En los años treinta, los periódicos alemanes difundían la propaganda nazi sin cuestionarla. Hoy, los grandes medios repiten tuitsnotas de prensa y comunicados oficiales, ocultan las masacres, criminalizan la resistencia, blanquean el genocidio. Se habla de “conflicto” cuando hay ocupación, de “defensa” cuando hay exterminio, de “equilibrio informativo” cuando hay una masacre unilateral. Los periodistas valientes son silenciados, despedidos o ignorados, cuando no ejecutados. Las portadas se llenan de fútbol, de cotilleos, de distracciones. Y mientras tanto, Gaza es un infierno. Y nosotros, como sociedad, nos convertimos en espectadores anestesiados, en cómplices pasivos, en testigos que no merecen perdón.
La memoria como coartada. El Holocausto se ha convertido en un escudo. Se invoca para blindar la impunidad de un Estado que ha convertido el sufrimiento en licencia para matar. Se usa como excusa para justificar lo injustificable. Se manipula para silenciar la crítica. Y mientras tanto, los supervivientes que aún viven, los que aún recuerdan, ven cómo su testimonio es traicionado.
Primo Levi, Elie Wiesel, Imre Kertész… todos ellos escribieron para que el mundo no repitiera el crimen. Pero el mundo lo ha repetido. Con otros nombres. Con otras víctimas. Con la misma indiferencia.
Los ciudadanos que miran hacia otro lado son cómplices. Los gobiernos que callan son culpables. Los medios que blanquean son parte del crimen. La ONU que se abstiene es un cadáver diplomático. La Unión Europea que titubea es una sombra de sí misma.
Estamos frente al espejo. Y lo que vemos no es dignidad. Es cobardía. Es hipocresía. Es el fin de los derechos humanos como principio universal.
El colapso moral
No es solo Gaza. Es el planeta entero. Es el colapso ético de una civilización que tolera el exterminio en nombre de la geopolítica. Es la normalización del horror. Es la anestesia colectiva. Es la muerte lenta de la humanidad. Si seguimos así, Auschwitz no será solo un recuerdo. Será una plantilla. Un modelo. Una franquicia. Y surgirán nuevos clones del sufrimiento programado.
Y cuando todo estalle, cuando el botón rojo se pulse por error, cuando la Estatua de la Libertad aparezca enterrada en la arena, no diremos que no lo vimos venir. Diremos que estábamos viendo la Vuelta. O el Mundial. O el último tuit de Netanyahu. Porque lo estamos viendo. En directo. En HD o en 8K con una resolución de pantalla que ofrece una imagen “ultra” (¡qué sarcasmo!) y que permite una experiencia visual más nítida, detallada y realista. En tiempo real.
Y si no somos capaces de detener esta barbarie, seremos los nuevos testigos, o las siguientes víctimas. Pero no como Primo Levi. Sino como los que miraron y no hicieron nada.
¿Cuánto más hay que esperar para que el mundo deje de llamar “conflicto” a lo que ya es genocidio? ¿Cuántos cadáveres hacen falta para que se pronuncie la palabra “holocausto” sin miedo ni eufemismos? ¿Qué más necesitan los gobiernos del mundo para dejar de emitir comunicados tibios y actuar con la contundencia que exige la dignidad humana? Porque si no lo hacen ahora, si no lo hacen ya, lo que heredarán nuestros hijos, hijas y nietos no será una sociedad libre, justa ni democrática. Será un mundo donde el exterminio se televisa, el odio se viraliza y la memoria se convierte en ceniza.
Txema García, periodista y escritor
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