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Reseña de Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda (Akal, 2023), de Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Fernández

Desmontando falsedades. En defensa de la escuela pública

Fuentes: Rebelión [Imagen: Educación y neoliberalismo. Créditos: EL Roto]

Lo esencial de esta breve (e injusta por breve) aproximación: lean o relean un libro, poco frecuente en el panorama filosófico español, que merece lectura y relectura. Para los autores «es un imperativo moral y social defender la escuela pública y no cejar en ello». No hay excusa para no hacerlo «y menos el cansancio para rendirla al capital y, con ella, el futuro de nuestros alumnos.» ¿Para qué servía (y sigue sirviendo) esta ensayo? «Para poner en claro las intuiciones, las preguntas y el origen del malestar que los docentes vienen manifestando desde hace mucho tiempo respecto del estado de la educación en nuestro país».

Nueva edición actualizada («al milímetro») y aumentada, se señala en la portada del ensayo de la primera edición aparecida en 2017. El punto de partida de los autores: «el neoliberalismo está interesado agónicamente en hacer de la escuela pública el dispositivo de inserción laboral por antonomasia, productor del perfil de alumnado y del tipo de trabajador que requiere una economía globalizada y que funciona bajo el parámetro fundamental de la incertidumbre, es necesario conocer cuáles son sus estrategias para combatirlas de forma efectiva.»

Los autores explican con detalle las finalidades del ensayo («el objetivo de este libro ha sido siempre debatir») en el prólogo que han escrito para la edición («Os lo dijimos», pp. 7-13), un texto que abren con una cita de Ferran Gallego: «La ignorancia es una enfermedad de declaración obligatoria».

Tras una sucinta presentación de las pedagogías no directivas, Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Fernández comentan que su libro es «un esfuerzo insistente por desmontar todas las falsedades y lemas bienpensantes que se describen en el párrafo anterior». Porque son, desde su punto de vista, «las ideas que rodean, interfieren y colonizan la escuela pública y la profesión de enseñar». Por supuesto, y por encima de todo, «es una defensa del derecho legítimo de nuestros estudiantes a tener una formación científica e ilustrada digna de llamarse educación.»

Escuela o barbarie «es un intento de aclarar el origen histórico de concepciones erróneas acerca de la escuela pública. Por encima de todas ellas, la de Bourdieu-Passeron y todas sus derivas «sesentayochescas», que la conciben como un aparato ideológico de Estado.» (Las aportaciones de Louis Althusser al tema son analizadas críticamente en el capítulo II).

También, prosiguen, «es una denuncia de la falta de fundamentación científica de las propuestas pedagógicas de carácter constructivista», que son, en su opinión, la base de la legislación educativa española. Es una denuncia, al mismo tiempo, del timo continuado (los autores no se cortan ni un pelo) «por parte de los movimientos educativos que se autodenominan progresistas y sus mercenarios mediáticos (otro ejemplo de ese no cortarse) que defienden la introducción de metodologías de origen empresarial como el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) y de pseudoterapias como el coaching, el mindfulness y la psicología positiva en la educación pública».

La izquierda no queda al margen de sus críticas: «se denunciaba cómo el discurso pedagógico históricamente autodenominado «progresista» y los partidos de izquierda, supuestamente defensores de la clase obrera, han dado cauce y cada vez con más alevosía, a intereses que son contrarios a los de los trabajadores. Se les advertía de que en educación han defendido y defienden posturas antiintelectualistas, psicologizantes y antiemancipadoras». Desde su punto de vista (que es fácil compartir para este reseñador) «los partidos políticos que se llaman de izquierdas y que, al menos en lo que se refiere a la educación se han tragado y han digerido bien los intereses del liberalismo… A un partido político hay que pedirle conciencia de clase y decisiones bien fundadas. También hay que exigirle responsabilidades desde la propia militancia.»

Componen Escuela o barbarie el prólogo citado («Os lo dijimos»), un preámbulo, diez capítulos, un apartado de conclusiones inacabadas («la inercia hacia la desaparición de la escuela») y la bibliografía. Los títulos de los capítulos: I. La revolución educativa. II. La izquierda y la escuela. El concepto de «Aparato ideológico de Estado» (uno de los que tiene más fuerza crítica y filosófica). III. El nuevo orden educativo mundial. IV. El papel de las «ciencias de la educación» en la estafa educativa. V. Las metodologías salvíficas: ABP, coaching, pensamiento positivo y otras pseudoterapias. VI. La Universidad, el paisaje después de la batalla. VII. Un nuevo feudalismo para la Universidad. VIII. A vueltas con la pedagogía y la libertad de cátedra. IX. Pedagogía y Filosofía. X. Algunas reflexiones sobre los programas para educación.

Para futuros reediciones sugiero un índice nominal y analítico, y nuevos capítulos sobre el papel de asignaturas como «Economía e iniciativa emprendedora» en ciclos formativos de grado medio y superior, además de la ausencia de formación humanística en los ciclos técnicos; sobre las prácticas en empresas y la formación dual; sobre la marginación, cuando no menosprecio, del castellano en la enseñanza preuniversitaria en algunas comunidades (por ejemplo en Cataluña) y en el sesgo ideológico que toman algunas asignaturas de ciencias sociales (como Historia) en esas mismas comunidades.

Un matiz crítico. En la nota 24 de la p. 60 escriben los autores: «En una presentación de su libro Por una universidad democrática (Barcelona, El Viejo Topo, 2009), Paco Fernández Buey explicó que la lucha de los PNNs de los años 70 a favor de la democratización de la universidad fracasó, entre otras cosas, porque «les impusieron la funcionarización». Alguien podría decir que ese fue precisamente uno de sus éxitos, pero es que, en efecto, el funcionariado ya empezaba a ser visto como una especie de rigidez feudal, en lugar de como una garantía de Ilustración. En esto coinciden a veces las izquierdas y las derechas».

A lo que aludía el profesor Fernández Buey (1943-2012) en la presentación de su libro puede resumirse así: lo que defendía el movimiento de los PNNs, el PSUC y el PSC-congrés (Convergencia Socialista de Cataluña), también otros partidos de izquierda comunista y profesores como Manuel Sacristán, Giulia Adinolfi o tantos otros, era un cuerpo único de docentes (de enseñantes se decía en aquel entonces) desde la escuela primaria hasta la universidad, su contratación indefinida (pero no funcionarial) y una reestructuración de la universidad que eliminara las jerarquías internas, la relación de subordinación del no numerario a numerario, de profesor a catedrático, y, mientras tanto, la elección de todas las responsabilidades universitarias sin prerrequisito para ejercerlas de ser o no catedrático.

Entre las posiciones iniciales de la izquierda y la LRU de 1983 se atravesó primero el declive del movimiento de PNNs universitario -que siguió en secundaria- tras la huelga de 1975, que generó importantes divisiones, al menos en Cataluña; que la salida de la dictadura fuera, finalmente, no una ruptura -a eso correspondía el programa sobre la universidad democrática- y no una reforma pactada; el resultado de las elecciones de junio de 1977 que consolidó la transición en términos de reforma pactada, pero también, y sobre todo, su gestión por parte de la UCD y no de la izquierda; que el debate interno en el PSOE, que Felipe González forzó con su dimisión, se resolviera en favor de éste y del giro «socialdemócrata» a la alemana frente a la izquierda del PSOE que tenía entonces como referente al PSF-Mitterrand y el programa común; y del triunfo electoral del PSOE de Felipe y Guerra en 1982.

La LRU final fue resultado de todo ese proceso, durante el cual una parte de los PNNs ya empezó a abandonar sus posiciones y se dedicó a concursar en oposiciones para ser funcionario, con la aceptación del consabido juego de las facciones del cuerpo de catedráticos.

Tras la aprobación de la LRU, el denominado proceso de idoneidad convirtió de manera masiva a los PNNs universitarios en funcionarios, como Profesores Titulares con muy pocas excepciones a lo largo de 1984-1985.

Los autores escriben: «Una gran parte de los recién nombrados funcionarios eran jóvenes nombrados a dedo por los mandarines franquistas que entonces ocupaban la cátedra universitarias. Hemos tenido que esperar treinta años para que se fueran jubilando. Una vez más, por tanto, las izquierdas, pretendiendo luchar contra el feudalismo, arruinaron la posibilidad de Ilustración y, contra ella, reforzaron, precisamente, el feudalismo mismo…». La descalificación casi generalizada señalada por los autores es, a todas luces, exagerada e injusta.

Nota final: Una versión reducida de esta reseña apareció en El Viejo Topo, abril de 2025.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.