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Tecnocracia y apoliticidad

Fuentes: Rebelión

En el «plan de paz» (?) propuesto por Trump para lo que resta de Gaza y de los gazatíes, uno de sus puntos establece que serán regidos por un comité «tecnocrático y apolítico». Por supuesto, bajo la supervisión de una «Junta de Paz»…presidida por él. Ofende a la inteligencia presentar como un «plan de paz» lo que no es sino un proyecto de acta de rendición, y también que la presidencia de esa «junta de paz» recaiga en el aliado del Estado de Israel, que no cesa de provocar muertes en ese territorio. ¡Y todo, en nombre de la paz! Cuando el presunto plan de paz apunta a un comité «tecnocrático y apolítico» apunta, sin lugar a dudas, a conceptos y objetivos muy precisos, de verdad trascendentales porque van mucho más allá de Gaza y también mucho más allá del tiempo presente: tecnocracia y apoliticidad son las piedras basales de un proyecto para la humanidad futura. Como «democracia», el vocablo «tecnocracia» señala un sistema de gobierno: «forma de gobierno cuyos miembros no son políticos, sino especialistas en sectores productivos o de conocimiento» (1). Por eso parece redundante decir «tecnocrático y apolítico», ya que lo segundo estaría implícito en lo primero (las decisiones de los «especialistas», se supone que no deberían verse contaminadas por consideraciones de índole política). 

Por otro lado, en su obra «Los griegos», nos dice H.D.F. Kitto que «si la definimos como la participación en el gobierno de todos los ciudadanos, entonces Atenas era una democracia», una democracia en la que los asuntos públicos estaban al alcance de cualquier ciudadano, del ciudadano que «llegaba a ser a su turno, soldado (o marino), legislador, juez, administrador», porque el «deber de tomar parte, en la época más indicada de la existencia en todos los asuntos públicos era lo que el individuo se debía a sí mismo y a la polis. Esto formaba parte de la vida plena que solo la polis podía brindar». El mismo autor expone cómo luego el progreso y la complejidad  inherente a él  abrieron las puertas a la especialización (y a la destrucción de la polis). Aquella democracia ateniense y la tecnocracia están entonces en las antípodas. No sería un ejercicio inútil preguntarnos dónde ubicaríamos el sistema que nos gobierna o el del país que consideramos amigo o enemigo, si más cerca de uno o del otro extremo.

Tecnocracia y apoliticidad son la base sobre la cual se construye el horizonte de lo posible para las nuevas derechas, CEOs y multimillonarios y grandes corporaciones tecnológicas, y todo lo que no forme parte de este horizonte es inconcebible, reprobable, aberrante…»enemigo». Estos son los mandatos del Siglo XXI. El despliegue de las nuevas derechas y su consolidación se hace a expensas de todo aquello que hasta no hace mucho eran banderas detrás de las cuales marchaban multitudes: la democracia, el Estado «presente», la justicia social, la protección del ambiente, etc. Todo esto ha sido eliminado en el discurso de muchos líderes, o denostado (Milei: «la justicia social es una aberración»), o convertido en otra cosa, y, lo que es tanto o más lamentable, barrido de las expectativas de muchos ciudadanos. En palabras de Eduardo Turrent Mena, esta corriente conduce a «un futuro sin Estado, sin reguladores que obstaculicen el dominio de las grandes tecnológicas, sin equilibrio de poderes (2). Un mundo donde el control no recae en gobiernos ni instituciones democráticas, sino en una élite dueña de servidores, centros de datos y de la riqueza «digital» (3).

¿De quiénes hablamos cuando nos referimos a esos «especialistas en sectores productivos o de conocimiento» a los que se cree hábiles para formar gobierno? ¿Son individuos que accedieron a una educación de excelencia solo  por mérito propio o por ser ellos lo suficientemente adinerados o por pertenecer a una familia capaz de afrontar el gasto que ella supone?¿Puede pensarse que el hijo de un obrero o un campesino tiene las mismas posibilidades de ingresar a alguna de esas pocas instituciones convertidas en semilleros de futuros dirigentes?¿Se trata de individuos consustanciados con las necesidades y las expectativas de las mayorías o más atentos a la posibilidad de incrementar las ganancias de las corporaciones  y también las suyas saltando de la actividad privada a la actividad oficial según los vientos que soplan? Y en cuanto a ese conocimiento del cual serian privilegiados portadores ¿puede considerarse como verdad absoluta aplicable en cualquier lugar y circunstancia, como las recetas del FMI? ¿Cuáles son las condiciones de producción de las ciencias -entre ellas, la ciencias económicas- que no hundan sus raíces en una época determinada, en una sociedad cruzada por fuerzas en conflicto, y que por eso están determinadas no solo en cuanto a la elección de su objeto de estudio sino también en cuanto a la metodología de análisis elegida? En Thetricontinental (noviembre 1. 2021), leemos: «La tecnología no es neutral, no está fuera de las estructuras sociales, es algo que actúa sobre el mundo, pero también forma parte del mundo construido por el trabajo humano para -en una sociedad capitalista- acumular ganancias para los propietarios (…) El desarrollo tecnológico no es autónomo de la forma de organización social en la que se inserta; la lucha de clases es nuestra guía para la apropiación de conocimiento científico y para la construcción de tecnologías alternativas viables».

No sorprende entonces el reclamo de «apoliticidad» por parte de los señores del nuevo orden mundial: la política es un instrumento de liberación y como tal, se le teme. Tampoco puede ignorarse que la corrupción en la esfera de la política ha sido responsable del extendido descreimiento en vastos sectores de la población, que la han visto apartarse de su principal cometido, que es promover el mejoramiento de la calidad de vida en todas sus manifestaciones, con particular atención hacia aquellos que experimentan más necesidades. Pero el Poder le teme a la organización de los oprimidos y los excluidos.

En la concepción de Enrique Dussel, es la política actividad que «organiza y promueve la producción, reproducción y aumento» de la vida de los miembros de la comunidad: en este sentido entonces, por su compromiso por promover la vida, es inconcebible que contribuya -por acción u omisión- a su degradación, pues debe propender a su contrario. Hoy, está a la vista de todos la degradación de la calidad de vida de amplios sectores sociales por el desempleo, los bajos salarios, el empeoramiento de las condiciones laborales, etc., en un escenario global sacudido por conflictos de todo tipo. Hay mucho por hacer. La política debe actuar como un escudo protector contra estos y otros males tan extendidos. Además es necesario que el concepto de promoción de la vida sea entendido en sentido amplio, y que incluya el cuidado del medio ambiente. Porque hemos avanzado en la comprensión de que la existencia del ser humano está entrelazada con la subsistencia de especies animales y vegetales, el acceso al agua y al aire limpio, etc. y la crisis civilizatoria por la que atravesamos amenaza la totalidad de las formas de vida y aquello que las sustenta. 

En «20 tesis de política», del autor citado: «Cuando más participación hay de los miembros singulares en la comunidad de vida, cuando más se cumplen las reivindicaciones particulares y comunes, por convicción razonada, el poder de la comunidad, el poder del pueblo, se transforma en una muralla que protege, y en un motor que produce  e innova». Un par de observaciones a propósito de esto. En primer lugar que la participación, necesaria como es, tiene por condición de posibilidad una nueva economía afectiva que perfore la insensibilidad social – ambiental, una reorganización  de afectos y emociones que «promueva la solidaridad, la libertad y la empatía social y ambiental», según lo expresa la socióloga  Maristella Svampa (4). La primera batalla es la que hay que librar contra la indiferencia. Por otro lado, otra nota destacable en lo que afirma Dussel es que pone acento en la innovación. Así lo hizo José C Mariátegui, que instaba a crear, inventar evitando el calco y la copia, y para quien el socialismo debía ser «una creación heroica»; también Miguel Benasayag, que sostiene que hoy la resistencia es, sobre todo, «crear niveles de conflictualidad y nuevos posibles» y Jorge Alemán cuando afirma que «la política tiene que hacerse cargo de la poética» (de «poiesis», que significa crear o fabricar). Este es el gran desafío que enfrentan las izquierdas, cuestión de la que depende el futuro de todas ellas. En la creación y en la innovación debe afirmarse el intento de dar adecuada respuesta a una realidad compleja y desafiante, que nos invita a «comprender que la salida es colectiva y no individual, que no es solo técnica, sino profundamente política» (M Svampa). Por cierto, el desafío es enorme, y quizás sea oportuno recordar:

«Primero, donde quiera que vivas es probablemente Egipto, Segundo, que siempre hay un lugar mejor, un mundo más atractivo, una tierra prometida. Y, tercero, que el camino a esa tierra es a través del desierto.  No hay forma de llegar ahí excepto uniéndose y caminando» (5)

(1) Diccionario panhispánico del español jurídico

(2) Otra vez el presidente argentino: «Vengo a destruir el Estado desde adentro», y el Estado como «un pedófilo entrando en un jardín de infantes con los chicos encadenados y envaselinados» (sic).

(3) En primera fila en la ceremonia de asunción de Trump (segundo mandato), los CEOs de Tesla, Meta, Amazon, Apple y Google

(4).»Policrisis: cómo enfrentar el vaciamiento de las izquierdas y la expansión de las derechas autoritarias»

(5) Michael Walzer, en «Éxodo y revolución»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.