La advertencia de Sankara
El 29 de julio de 1987, en la cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA) en Addis Abeba, Thomas Sankara lanzó uno de los discursos más lúcidos y peligrosos de la historia contemporánea africana. Allí instó a los países africanos a “rechazar colectivamente el pago de la deuda externa”, calificándola como un mecanismo de recolonización.
Su frase más icónica –“Si pagamos la deuda, moriremos. Si no la pagamos, tampoco moriremos”- fue más que un diagnóstico económico: fue una sentencia sobre cómo la deuda sirve como arma geopolítica. Muchos analistas consideran que esta posición radical selló su destino. Y lo cierto es que, desde entonces, casi todos los líderes que osaron desafiar a los “mercaderes de la deuda” fueron eliminados o neutralizados.
Orígenes coloniales de la arquitectura financiera global
Las instituciones creadas en Bretton Woods en 1944 ―el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM)― fueron diseñadas para la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Lo lograron con éxito: Europa fortaleció sus economías, creó Estados de bienestar y sentó las bases de la futura Unión Europea.
Sin embargo, mientras estas instituciones nacían, África seguía bajo dominio colonial. Los pueblos africanos no participaron en la definición de las reglas económicas globales que hoy se les imponen. Este origen excluyente explica por qué:
– África nunca estuvo contemplada como beneficiaria real.
– Sus independencias de los años 60 no modificaron los fundamentos de dicho sistema.
– Las instituciones internacionales siguieron respondiendo a intereses occidentales.
Lo mismo ocurrió en Abya Yala, donde las luchas revolucionarias nunca entraron en la ecuación de privilegios que Europa y Estados Unidos sí disfrutaron.
Un balance de 80 años: dependencia, desestabilización y control
Durante ocho décadas, la actuación del FMI, el BM y las instituciones asociadas ha tenido resultados desastrosos para África y el sur global. Occidente ha utilizado estos organismos para sostener su hegemonía económica y geopolítica mediante:
– creación de dependencia financiera
– imposición de políticas que generan pobreza estructural
– orquestación o apoyo indirecto a golpes de Estado
– desestabilización interna
– endeudamiento perpetuo
– control estratégico de los recursos naturales.
Estas instituciones operan con una doble vara: intereses bajos y flexibles para Occidente; intereses altos y obligaciones severas para África y el Sur global. Es una mafia legalizada que funciona a plena luz del día.
Salir unilateralmente de esta estructura implica aislamiento, sanciones, desestabilización interna o incluso la eliminación de líderes. Sankara lo explicaba hace más de 30 años: quien rompa las cadenas será castigado para servir de advertencia al resto.
La resistencia del Sahel y el despertar panafricano
La AES (Alianza de los Estados del Sahel) y Senegal representan ejemplos recientes de resistencia frente a esta maquinaria financiera. Su postura transparenta una verdad que muchos gobiernos africanos han ocultado:
– los préstamos no se utilizan para los objetivos anunciados
– las auditorías internacionales brillan por su ausencia
– existe una red de corrupción entre élites del sur y funcionarios de instituciones globales
– las generaciones futuras pagan por desfalcos que no mejoran sus vidas.
Las preguntas que atormentan a los ciudadanos son legítimas:
– ¿Cómo se entregan miles de millones sin supervisión real?
– ¿Quién responde por los desvíos y la corrupción estructural?
– ¿Son legítimas deudas contraídas por gobiernos irresponsables?
– ¿Deben las futuras generaciones asumirlas o rechazarlas?
EL CASO DE BURKINA FASO
En octubre de 2025, el FMI exigió a Burkina Faso el pago de una deuda de 15.000 millones de dólares contraída por gobiernos previos al actual liderazgo revolucionario de Ibrahim Traoré. Estos fondos estaban destinados ―según el FMI― a:
– carreteras, hospitales, escuelas, residencias, infraestructuras esenciales.
El Gobierno actual pidió algo simple: demostrar en qué se gastó el dinero. Exigió pruebas tangibles de las obras realizadas.
El FMI no pudo presentarlas. Frente a la auditoría interna burkinesa, que reveló apenas unas pocas obras inconclusas, la institución intentó reducir el monto adeudado como salida desesperada.
Las preguntas son inevitables:
– ¿Cómo se otorgan 15.000 millones sin auditoría rigurosa?
– ¿Cómo el FMI certificó proyectos inexistentes?
– ¿Quién se benefició realmente del dinero?
Para entender el trasfondo, es clave recordar que Occidente y la OTAN buscan quebrar la “Alianza de Estados del Sahel” (AES) porque ha creado un Banco de Desarrollo Común, instrumento que reduce la dependencia del FMI, BM y del Franco CFA, moneda impuesta por Francia desde 1945 para asegurar su control económico sobre África Occidental.
Esta presión sobre Burkina Faso no es más que un intento de romper la alianza del Sahel, igual que ocurrió cuando Mali rechazó préstamos del FMI en 2025.
La lección es clara: los países del sur deben encontrar mecanismos soberanos de financiamiento y dejar atrás un sistema diseñado para empobrecerlos, sancionarlos y someterlos.
EL CASO DE SENEGAL
El Gobierno de Senegal, dirigido por Ousmane Sonko, descubrió tras llegar al poder que la deuda declarada por el Gobierno anterior de Macky Sall estaba manipulada y subestimada. Al confrontar al FMI, Sonko fue ridiculizado por la oposición y por propios funcionarios del organismo.
Sin embargo, en noviembre de 2025 el FMI terminó reconociendo la existencia de una deuda oculta dejada por el Gobierno anterior.
Esto revela:
– negligencia deliberada del FMI
– complicidad entre élites africanas corruptas y funcionarios internacionales
– beneficios para países occidentales, donde acaba entre el 70% y el 80% del dinero “prestado”, retornando en forma de servicios, materiales, consultorías y personal extranjero.
El resultado para África es siempre el mismo: deudas en papel, pobreza real.
Conclusión: el ciclo perpetuo de dependencia
La mayoría de las deudas africanas ―incluyendo las “independencias” jamás saldadas con Europa— no solo son injustas, sino que carecen de impacto positivo en los pueblos a quienes supuestamente iban dirigidas.
Son deudas de papel: cifras firmadas que no se traducen en desarrollo real, pero sí en:
– dependencia eterna
– sumisión política
– pérdida de soberanía económica
– destrucción de proyectos revolucionarios
– enriquecimiento de élites corruptas
– perpetuación del poder occidental.
La experiencia de Burkina Faso y Senegal demuestra que ha llegado el momento de cuestionarlas abiertamente, exponer sus mecanismos y emprender caminos soberanos que liberen a los pueblos de un sistema diseñado para mantenerlos encadenados.
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/11/26/deudas-de-papel/


