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Siete poemas y cuatro prosas poéticas para Manuel Sacristán

Fuentes: Rebelión [Imagen: Versión mecanuscrita del poema 'Les cavernes de l'ordre' (1969 o 1970), de Joan Brossa, dedicado en forma manuscrita a Manuel Sacristán. Créditos: Col·lecció MACBA. Centre d'Estudis i Documentació. Fons Joan Brossa. Dipòsit Fundació Joan Brossa]

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán Salvador López Arnal se introduce en la obra poética elaborada en torno a la figura de Manuel Sacristán.


Para Jorge Riechmann, maestro del pensar, del hacer y del vivir
Para Ariel Petruccelli, por su ser poético.

Cuando en 1958 publiqué la primera exposición que se ha hecho aquí del pensamiento de Gramsci, solo se fijaron en ella, por lo que he podido saber, los presos comunistas de la cárcel de Burgos. Y eso estaba en uno de los libros-máquina más presente en las bibliotecas españolas [Enciclopedia Espasa]. En cambio, estas dos semanas pasadas el ciclo sobre Gramsci en la facultad de Geografía e Historia [Universidad de Barcelona] contaba con un auditorio digno de la lectura de un buen poema: por la cantidad y vitalidad.
Manuel Sacristán, 1977


No hay duda del interés de siempre de Sacristán por la poesía y las (buenas) metáforas poéticas del lenguaje filosófico. En los casos de Heráclito, Platón y Aristóteles, por ejemplo; también en los de Marx y Heidegger.

En 1947, en el número 2 de Qvadrante. Los universitarios hablan, Sacristán tenía entonces 21 años, publicó un artículo con el título: «Elegía a la muerte de un perro de Miguel de Unamuno». Abría con estas palabras:

Unamuno merece que se aborde el estudio de sus ideas, de sus sentimientos y vivencias, de sus cosas, desprendiéndose previamente de la normal sistemática de una crítica. Se duele Julián Marías en su Miguel de Unamuno de que se llame filosófica e ideológica a la poesía de Unamuno. Pero si esta protesta es justa en cuanto se refiere al conjunto de la obra poética unamunesca, la Elegía que examinamos hoy justifica ese marchamo de poesía conceptual, intelectual y expositiva. Es improcedente analizarla con un criterio exclusiva o preponderantemente literario, pues la anécdota real que motivó la composición no tiene sino un ligero eco en tres versos del principio (v 6-8): Sus ojos mansos/ no clavará en los míos/ con la tristeza de faltarle el habla. Todo otro verso de la Elegía lleva un contenido ideológico, filosófico o biófilo, como quiera decir el lector, según el concepto que tenga de las relaciones de Unamuno con la filosofía. Y aun en los tres versos trasladados, se da ya la expresiva nota de un perro con habla.

Tres años después, en el número 2 de Laye, abril de 1950, p. 11, Sacristán publicaba una reseña sobre Nuestra elegía, Barcelona, 1949, de Alfonso Costafreda. Cerraba con elogio:

4. Pero nada de esto agota al río de allá abajo. Hay que decir al poeta que puede seguir hablando. Y no sólo por la satisfacción de haber lanzado el libro de poesías más importante de nuestro momento, sino también y principalmente, porque todos andamos por ahí bastante secos, presintiendo ansiosos, aunque con mayor o menor disimulo (por el absurdo pudor enérgico de los hombres) el venturoso vuelo de la lluvia madrugadora. Y he aquí que, por las escotillas abiertas en la obra muerta de Nuestra elegía adivinamos que el poeta Alfonso Costafreda puede enviarnos desde las nubes –esas nubes que se siguen riendo de Aristófanes– en forma ardiente, pero sencilla, más callada que en este poema el agua pura que nos enamore, para que en nosotros reviva la alegría, huya el duelo y rebrote la simiente interior. [la cursiva es mía]

Cuando en 1968 tradujo Palabra y objeto de su admirado y estudiado Willard Van Orman Quine, Sacristán eligió para ilustrar el apartado 28 del ensayo («Algunas ambigüedades de la sintaxis») unos versos del poeta de «Los límites»: «Lluvia de la mañana ya presiente/ la tierra gris tu venturoso vuelo/ y en espera de ti se ofrece al cielo delicado rosal rosa impaciente». Con una nota a pie de página: «Sin puntuación en el texto del poeta A. Costafreda».

Sus textos para la sección «Entre sol y sol» de Laye se abrían con un bello motto de Heráclito (tradujo muchos aforismos del filósofo de Éfeso): «Hasta en el sueño son los hombres obreros de lo que ocurre en el mundo.»

Recordemos sus comentarios sobre la obra poética de Jaime Gil de Biedma y Gabriel Ferrater, colaboradores como él en Laye, «la inolvidable», en el decir de Josep M.ª Castellet.

Tras su regreso del Instituto de Lógica Matemática y de Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster y su destacada vinculación a la tradición marxista-comunista, Sacristán escribió un artículo, el primero de ellos, para Nuestras ideas, n.º 1, mayo-junio de 1957, con el título «Humanismo marxista en la Ora Marítima de Rafael Alberti». El humanismo del poeta comunista no endiosaba valores históricos.

[…] no cree que el «morir a la espartana», por ejemplo, sea un ideal humanista, ni que las pirámides de Egipto –tumbas que dejaron miles de sus muertos fuera para albergar supersticiosamente el cadáver de un solo hombre que ni las tocó– sean una «gloria humana». Prefiere el vivir con sencillez –pero con plenitud para todos. Por eso saluda el poeta a Menesteo, al mismísimo fundador mitológico de su Cádiz, con la autenticidad del que propugna el logro de la concreta, real, nada utópica, nada retórica plenitud del hombre. Y así lo dice: Hoy para ti, no un templo, sino la misma casa/ de todos, encalada, con patios y jardines/ y agua dulce del pozo, sencillos, te ofrecemos./ Puedes mirar a Cádiz desde las azoteas.

Sacristán prologó tiempo después la obra en prosa de Heine (que tradujo) y Goethe, de los que también habló en sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales de los años setenta y ochenta. En sus textos de presentación se aproximó a la obra poética de los dos clásicos alemanes. Un ejemplo sobre Goethe:

Y un motivo permanente de su obra crítica y autobiográfica es la comparación de la actividad literaria –ya obediente al mercado– del escritor en la sociedad burguesa con el carácter no venal de la literatura de circunstancias que aún conoció Goethe en su infancia. La comparación (sin idealizar, por lo demás, la parasitaria miseria de los poetas vagabundos) tiende siempre a elogiar la autenticidad del poema no profesional, de ocasión, hasta el punto de que la poesía de circunstancias se convierte para Goethe en la poesía por excelencia.

En 1976, prologó la antología de la poesía de Heine editada por Feliu Formosa, poeta y traductor, compañero suyo de trabajo en Ariel:

Pero incluso cuando se considera solo su poesía, salta a la vista que Heine ha sido uno de los descubridores de la crisis del arte: su manera burlesca de reconocer el fracaso de los intentos poéticos una vez realizados, su introducción de un realismo crítico en la lírica con una lengua prosaizante y hasta distanciadora son ejemplos de las manifestaciones poéticas de su descubrimiento. Y en esto está la posibilidad de disfrutar leyendo versos de Heine: en que la consciencia crítica y autocrítica es en ellos poética, en absoluto pedante o fabulística. En los versos de Heine la poesía revela su crisis; a la inversa, la crisis de la poesía es, en los versos de Heine, poesía. La gratificación que da su lectura es ambigua y disfrutar con ella quizá sea masoquista. Pero así es la cosa.

De la misma forma que había hecho con Goethe y Heine (sus prólogos fueron recogidos en Lecturas I, Ciencia Nueva, 1967), pensó escribir sobre la obra de Rimbaud y Maiakovski. No llegó a hacerlo, pero estudió su vida y obra. Una ilustración, con un interesante comentario sobre Santiago Carrillo y las centrales nucleares:

Vladimir Maiakovski, Obras escogidas, tomo III. Teatro, cine y circo. Selección, traducción, prólogo y notas de Lila Guerrero. Buenos Aires, Ed. Platina, 1058.

1. Yo o Vladimir Maiakovski. Tragedia, prólogo, dos actos y un epílogo (1913). El futurismo de esta tragedia contiene ya una concepción del poeta como activista.

2. Misterio Bufo. Espectáculo heroico, épico y satírico de nuestra época (1918, 1920). a. El acto III muestra que el infierno es el régimen, lo más tarde en 1920, o sea, con Lenin. b. «Un maquinista (…) Hay que arrancarle a Dios esos rayos. Quitémosle los rayos que a nosotros nos servirán para la electrificación» (p. 85). Como el lobo de Prokofiev. c. «(…) Edificios de cien pisos cubren la tierra. Ágiles puentes unen los edificios. Junto a las casas, debajo y en las vitrinas, montañas de productos» (p. 93). Es del acto VI. La Tierra Prometida. Puede ser buen ejemplo de lo que más hay que superar del leninismo: la declaración de Carrillo sobre las centrales nucleares. [la cursiva es mía]

3. Notas sueltas.

a. «El odio al arte del pasado, a esa neurastenia cultivada en verso, en la pintura, en el escenario, imposibles de justificar con la necesidad de demostrar las insignificantes vivencias de la gente del pasado me obligan a promover, en defensa del reconocimiento de nuestras ideas, no sólo frases de enfático lirismo, sino una ciencia exacta que investiga las vinculaciones del arte con la vida» (p. 188). La contradicción mayor de M. es la formada por su posterior decisión revolucionaria y la insolidaridad con la mayoría de la gente real (la pasada, la del byt).

b. «La ciudad después de alimentar sus máquinas con miles de caballos de fuerza, ha dado la posibilidad de satisfacer las necesidades materiales del mundo en jornadas de 6-7 horas de trabajo diario; esta intensidad del esfuerzo de la vida actual provoca la inmensa necesidad de un libre juego de la capacidad de conocimiento de la realidad que es el arte» (p. 189). La pseudorrealidad del adolescente tiene siempre el mismo mecanismo: un aperçu leído y generalizado.

c. «Mi labor periodística se pone de manifiesto en esta comedia por sus problemas y su carácter tendencioso. El problema es desenmascarar a la pequeña burguesía actual» (p. 94). Nota antes del estreno de La chinche. Por lo tanto, 1929. Ahora se me ocurre una interpretación distinta: que Prisipkin sea la pequeña burguesía vieja y los médicos, etc. la nueva. O la futura.

Recordemos también sus aproximaciones a la obra de Joan Brossa y Raimon. En su presentación de Poesía rasa observaba:

Pero, además de la definitiva copresencia de lírica y drama, hay en la obra de Brossa, y a veces hasta en sus muy parcas reflexiones explícitas de poética, una confluencia de ambas artes, también relacionable, como la duda lírica, con motivos de Brecht. Lo más interesante a este propósito es una nota de El gran Fracaroli, trabajo que Brossa ha manejado repetidamente entre 1944 y 1964. Brossa se refiere al V-Effekt brechtiano y habla a continuación de «poesía dramática» no para significar simplemente al modo tradicional, «teatro», sino en el sentido de poesía dramatizada. Esta inversión de la noción brechtiana de «episches Theater» parece resolver la intrincación de teatro y poesía, el problema formal más interesante de la obra de Brossa, en el sentido de una acentuación de la sustantividad de la lírica (a la inversa, pues, que en la obra de Brecht).

En su texto de presentación de la versión castellana de los Poemas y canciones de 1976 del cantautor valenciano, comentaba:

Poco más que las palabras de la presente traducción de las «letras» de Raimon son de exclusiva responsabilidad mía. Los detalles de la edición reflejan el compromiso alque hemos llegado cuatro personas: Raimon, Xavier Folch (director literario de Ariel), Alfred Picó (director de talleres de Ariel) y yo. Criterio común de los cuatro, ya antes de empezar la discusión, era que no se debía dar una versión cantable de los poemas, sino una traducción literal que permitiera a la persona de lengua castellana cantar el texto catalán entendiéndolo en todos sus detalles, o que le sirviera de cañamazo o material para hacerse su propia versión poética y cantable en castellano, al modo como el mismo Raimon se ha hecho la suya catalana de una canción de Víctor Jara, por ejemplo.

En cambio, discrepábamos en cuanto a la manera de poner en práctica ese criterio. Yo quería suministrar una versión literal, palabra por palabra e interlineada. Ésa me sigue pareciendo la forma radical de aplicar el criterio común dicho. Pero mis tres compañeros coincidieron en rechazar la presentación interlineada.

El compromiso al que llegaron, desde su minoría de uno, consistía en presentar traducciones literales. Pero no interlineadas, sino enfrentadas.

Se trata de traducciones palabra por palabra, salvo en los poquísimos casos de frases hechas, como, por ejemplo, deixar ploure (literalmente ‘dejar llover’, traducida por «oír llover») o, en otro plano, hora foscant (literalmente ‘hora oscureciente’, traducida por «entre dos luces«).

Doy brevemente cuenta de una pequeña peculiaridad de la traducción: traduzco algunos valencianismos –los que másse prestan a ello– por andalucismos. Por ejemplo: traduzco poc por «poco» y miqueta por «poquito», porque son términos corrientes en Cataluña; pero traduzco poquet, que es catalán del País Valenciano, por «poquiyo», no por «poquito», ni por «poquillo». Quiero así incitar a mis paisanos a ver de qué modo el valenciano es, sencillamente, un catalán, igual que el andaluz es un castellano. Y quizá por causas parecidas a las que hacen que para mi oído el castellano más hermoso sea el sevillano, creo que el valenciano de Raimon es un catalán particularmente agraciado.

Jorge Guillén (Cántico) fue uno de sus poetas. Hasta el punto que en un paso de su entrevista con Cuadernos para el diálogo de 1969 sobre «Checoslovaquia y la construcción del socialismo» tuvo un lapsus:

Todos esos elementos componen también los «graves problemas del campo socialista y de la estrategia anti-imperialista». No me hago la ilusión de que nadie los pueda resolver en una «hora» determinada, y menos en una hora negra. Pero si el movimiento socialista es de verdad un movimiento, no un espectacular calambre, eso no tiene por qué asustarle. Una de las sátiras con más gracia entre las que se han hecho del movimiento comunista es aquella de Jorge Guillén [*] que lo presenta como un pelotari pedante y cabezota al que la tenacidad –muchas veces, acaso, petulante y subjetivamente necia– le permite no cansarse nunca de devolver al muro la pelota de la historia. O lo que él cree ser la pelota de la historia. En suma, no cansarse nunca. Ni impacientarse, por lo tanto, sino saber que la impaciencia, que en un determinado momento puede ser revolucionaria, mucho más frecuentemente tiene una naturaleza subjetivista y reaccionaria, como el impaciente odio orteguiano y las calendas griegas de la utopía clásica.

Sacristán se refería aquí (*) a un paso de la sátira «Coloquio espiritual del pelotari y sus demonios». La obra fue escrita por José Bergamín. El fragmento al que hacía referencia: «No puedo retener en mi mano el único objeto de mi vida; tengo que lanzarlo siempre fuera, con todas mis fuerzas –y vuelve siempre a mí–. Sufro en cuerpo y alma de esta fatiga». (Debo el erudito comentario al profesor de lengua y literatura castellana Francisco Gallardo).

En los compases finales de una conferencia de 1979: «Reflexión sobre una política socialista de la ciencia», citó unos versos de Guillevic, poeta desconocido para muchos de los oyentes, para muchos de nosotros:

Nous n’avons jamais dit
Que vivre c’est facile
(No hemos dicho nunca que vivir sea fácil)
Et que c’est simple de s’aimer…
(ni que sea sencillo amarse)
Ce sera tellement autre chose
(Pero será todo muy distinto)
Alors. Nous espérons
(Por lo tanto, nosotros tenemos esperanza)

En su prólogo a la traducción (de su discípulo y amigo Miguel Candel) del undécimo cuaderno, Sacristán incluyó una traducción del poema de Pascoli «Per sempre» de los Canti di Castelvecchio «He aquí una versión literal de la 8.ª edición (Bolonia, 1917), que es de suponer fuera la usada por Gramsci)» comentó.

¿Te odio?!… No te amo, ya lo ves,
No te amo… ¿Te acuerdas de aquel día?
Muy lejos llevaban los pies
a un corazón que pensaba en la vuelta.
Y así volví… y tú no estabas.
Había en la casa un eco del ayer,
de un largo prometer. Y conmigo
me llevé de tí sólo aquel eco:
¡PARA SIEMPRE!
No te odio. Pero el eco callado
de aquella infinita promesa
viene conmigo y mueve el corazón
con el cortado palpitar de las horas;
gime en el corazón con el grito
del pájaro implume caído del nido:
¡PARA SIEMPRE!
No te amo. Miré sonriendo
la flor de tu blando rostro
Tiene todos tus ojos, pero el rostro…
no es tuyo. Y besé la carita desconocida
sin sobresalto de la sangre.
Le dije: «Y a mi, ¿me quieres?».
«¡Sí, mucho!» Y fijó tus ojos en mí.
«¿Para siempre?» le dije. Me dijo:
¡PARA SIEMPRE!
Respondí: «Eres niña y no sabes
lo que quiere decir Para siempre».
Contestó: «¿No sé lo que es?».
Para siempre quiere decir Morir
sí: dormirse en la noche:
quedarte tal como estabas
¡PARA SIEMPRE!

Sin olvidar, por supuesto, sus palabras de la entrevista de 1979 con Jordi Guiu y Antoni Munné:

Entre otras cosas porque si yo me recompongo: ¿quién me ha hecho a mí?. A mí me han hecho los poetas castellanos y los poetas alemanes. En la formación de mi mentalidad no puedo prescindir ni de Garcilaso ni de Fray Luis de León, ni de San Juan de la Cruz, ni de Góngora. Pero tampoco puedo prescindir de Goethe, por ejemplo, e incluso de cosas más rebuscadas de la cultura alemana, cosas más pequeñas, Eichendorff, por ejemplo; o poetas hasta menores, y no digamos ya, sobre todo, y por encima de todo, Kant. Y Hegel, pero sobre todo Kant. Bueno, y el Hegel de la Fenomenología también. [la cursiva es mía]

Hubiera tenido que añadir Francisco de Aldana.

Están también sus traducciones de Brecht, para familiares y para sus camaradas del comité central del PCE. «A los por nacer» es ejemplo destacado (Su amigo y discípulo Antoni Domènech lo tradujo años después).

Tampoco sus «regalos poéticos» para la fiesta familiar del Día de Reyes (Véase entrevista con Vera Sacristán en Acerca de Manuel Sacristán).

Empero, la finalidad de esta nota es recordar algunos poemas (también textos de prosa poética) a él dedicados o en él inspirados. Dos son de Joan Brossa (las traducciones son mías), uno de Miguel Suárez, otro es de José Mª Valverde, otro más de Carlos Piera y los dos últimos de Jorge Riechmann. Los textos de prosa poética son de Miguel Candel, Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey.

Tramesa, de Joan Brossa

A Manuel Sacristán entre un pou i un sac
de pedres
No em sembla adequat.
A Manuel Sacristán ben cordialment…
És un tòpic.
A Manuel Sacristán amb tot l’afecte…
Un altre tòpic.
A Manuel Sacristán, del seu amic…
No. Escriuré:
A Manuel Sacristán.
Joan Brossa, Askatasuna, p. 349.

(Remesa: A Manuel Sacristán entre un pozo y un saco / de piedras… /No me parece adecuado /A Manuel Sacristán muy cordialmente/ Es un tópico/ A Manuel Sacristán con todo el cariño/ Otro tópico / A Manuel Sacristán, de su amigo.../ No. Escribiré: /A Manuel Sacristán ).

Las cavernes de l’ordre, de Joan Brossa

                                   A Manuel Sacristán
Cap més mirall que el sutge del torrent,
cap altre pensament que les butxaques,
cap més raó que demostrar les taques
de qui no aprova al punt l’or i l’argent.

La tempestat fan creure que és bon vent
i que una llum autora de les vaques
coincideix amb pols i fullaraques
mou la llibertat i el pensament.

Compleixen anys i eterna és la mentida;
vénen i enquadren l’obra del criat
o forcen la grandor de la florida.

Odien l´home si no és ramat
només els interessa doblegat
pel pes d´una estructura malpararida.
Joan Brossa, Rua de Llibres (1964-1970). Ed. al cuidado d´Alfred Sargatal. Dentro del libro Flor de fletxa (1969-1970). p 571

(Las cavernas del orden: Ningún otro espejo que el hollín del torrente,/ ningún otro pensamiento que los bolsillos,/ ninguna otra razón que demostrar las manchas/ de quien no aprueba al punto el oro y la plata./ La tempestad hacen creer que es buen viento/ y que la luz creadora de las vacas/ coincide con polvos y hojarascas /y mueve la libertad y el pensamiento./ Cumplen años y eterna es la mentira;/ vienen y encuadran la obra del siervo/ o fuerzan la grandeza del florecimiento./ Odian al hombre si no es ganado/ nada más les interesa doblegado/ por el peso de una estructura indeseable).

«Dialéctica histórica» es el poema de José María Valverde, del Años inciertos, 1970. Sacristán es sin duda el amigo marxista del poema.

Este amigo marxista se preocupa
mucho porque su niña tiene tos
Transcendental, severo, descendiendo
de su esfera de planes y de ideas
esconde su ternura y analiza
a la niña y su tos, como si fuese
un caso de dialéctica en la historia.
Y es verdad: esa tos suena a otras toses
de mis niñas y me entra por el pecho
Claro, no será nada. Crecerá;
tendrá también sus niñas, con sus toses
y su amor, y un marido que, tal vez,
luchará por la historia y su esperanza
¿Y hasta cuándo, después?¿Hasta el gran salto
hacia la libertad, sin tos, sin deudas,
sin negritos hambrientos en el mapa,
y «a cada cual, conforme necesite»
y cultura y reposo? ¿Y nada más?
Este amigo marxista, tierno padre,
¿no ha de querer la clara alienación
de amar y ser amado aun tras la muerte?

«Palabras provisionales en la muerte de Manuel Sacristán» es un poema de Miguel Suárez. Se publicó inicialmente en mientras tanto, nº 63, en el décimo aniversario del fallecimiento de Sacristán:

Mellada hoz del feliz huerto
de Aranjuez.
Colombas. Almohacín. Hebreo
el cuidado.
Vocal rota en alabastro.
Rojo corazón. Miel. Bisonte:
Y debajo arcilla. Las dos manos
de arcilla.
Máquina extranjera
precisa como un aguacero
Bodegón y no púrpura.
Lodo de cuatro años en el regato
de Fray Luis.
Amoroso canto
bajo los puentes hacia Lisboa
Pregunta al inquisidor.
Desfiladero pirenaico.
Por una vez la rebelión de Asturias
hacia el aire de las bocaminas.
Por otra la Enciclopedia ilustrada
con su abecedario de monstruos.
Oro de Moscú.
Alfombra de Aladino.
Informe de Bartolomé de las Casas.
Que tu meeting resuene por nuestras costas
libres y florecientes
Seque las lágrimas de plata
de las vírgenes andaluzas.
Y furtivo aceite no viaje más
por nuestros bosques de encinas.
Amando en todas tus lenguas
Cantiga. Betzolari. Paraules.
ibero bolchevique.
Que estricta y piadosa sea para cualquier hombre
la tierra, toda.

Carlos Piera –no es el C. Piera de la entrevista para Mundo Obrero de febrero de 1985– ha hablado del magisterio que sobre él ejercieron Chomsky y Sacristán. El gran filósofo y lingüista es autor del poema «A un amigo cuya labor quedó en nada (M.S.L.)». Antología para un papagayo, Madrid, Hiperión 1985.

a harder thing than Triumph
W.B.Yeats

La habitación que alumbra
la lámpara a tu lado
brevemente vacía
mientras tiran tu casa
mostrará tus recuerdos.
Ni esa mirada dejan
que llegue a tus acciones.
Material de derribo,
tu dignidad no es tu silencio ahora
sino el silencio de antes que trajo este silencio.

Miguel Candel escribió «La largueza del pensamiento» (mientras tanto, 24, 1985, pp. 7-8) un día después del fallecimiento de Sacristán («A Manolo Sacristán, in memoriam»). Un conmovedor (y lúcido) texto de prosa poética:

Su drama fue el más colectivo de todos los dramas moral-intelectuales de la generación de posguerra. Nunca nadie, entre los pensadores que he conocido, ha pensado tanto para los demás, hasta el extremo de hacer creer a muchos que teníamos buenas ideas propias, cuando en realidad estábamos transcribiendo con otras –peores– palabras algo que le habíamos oído decir a él en una reunión o habíamos leído en un panfleto clandestino salido de su máquina de escribir fichada por la Brigada Político-Social. (Sólo la policía franquista, que conocía bien su estilo, era capaz de leerlo sin olvidar a continuación la anónima firma y repetir como propios sus conceptos.)

Quizá en el fondo era eso lo que él pretendía, por una inaudita deformación profesional de escritor clandestino: que nadie pudiera responsabilizarle de la difusión de sus ideas. Modestia infinita o infinita soberbia. Da igual, desde un punto de vista rigurosamente dialéctico, que era en realidad el suyo, tanto más cuanto más abjuraba de la dialéctica manualesca. Lo que sin duda no era es soberbio a secas, en el vulgar sentido en que lo son los que creen haber dado a luz una ideílla y corren como descosidos a inscribirla en el registro civil de paridas, plagios y paparruchas.

Por eso no ha dejado ninguna gran obra, ningún gran «libro», con la excepción de su tesis doctoral sobre Heidegger y su manual de introducción a la lógica formal (ambas, obras pioneras en España, como casi todo lo suyo). Por eso y porque, mientras otros publicaban con la vista puesta en el curriculum y las oposiciones, él publicaba, sin pie de imprenta y con el membrete de la hoz y el martillo, con la vista puesta en la tercera revolución española.

Por eso y porque, mientras otros trepaban en el escalafón académico, editorial o periodístico, él era expulsado por dos veces de la universidad en diez años y debía ganarse la vida traduciendo a destajo, pese a tener familia acomodada.

Decenios de silencio sobre el fluir e influir de su pensamiento, antes y después del 75. Pensamiento incómodo para todos (para él mismo, sobre todo). Pensamiento que ahora, una vez seca la fuente, muchos tratarán de llevar a su molino. Los pseudocomunistas que le obligaron a elegir entre su fidelidad al PCE y su fidelidad al comunismo. Los anticomunistas que siempre han extrapolado y generalizado sus críticas al estalinismo. Los oportunistas especializados en instrumentar una idea cuando su autor no puede ya desautorizarlos. Buitres de todos los plumajes que en estos momentos se congregan graznando panegíricos.

Los buitres contra los que prevengo empezaron a describir sus círculos hace ya un par de años y medio: en la revista L’Avenç, con la firma de un antiguo militante de Bandera Roja, hoy pro-PSOE, se avalaba la inclusión de Manolo Sacristán en la nómina de los fautores de ese invento trasnochado (por la noche de la crisis) llamado «eurocomunismo».

Por lo que a mí respecta, quisiera dejar bien clara, no ya mi falta de voluntad, sino mi incapacidad para sumarme a la bandada necrofílica. Le debo a Manolo mis convicciones políticas actuales, convicciones que, sin embargo y paradójicamente, nunca fueron exactamente las suyas, aun sobre la base común fundamental del marxismo. Mi relación con él será para siempre (nada más definitivo que lo que ya no es) la de amistad personal pura y simple (la más sólida, según creo).

Ocurre que Manolo era capaz de dar ideas tanto cuando afirmaba como cuando negaba. Y lo cierto es que negaba más que afirmaba. Tenía fama de pesimista. En una ocasión dijo que la vida no es una novela, sino una tragedia, pues siempre acaba con la muerte del protagonista. De ahí podríamos sacar, los ingenuos optimistas neohegelianos como el que escribe, la conclusión-objeción de que el verdadero protagonista de la vida no es el individuo, y quién sabe si ni siquiera la especie… Aunque, para cubrirnos de su inmediato y furibundo reproche, añadiríamos en seguida que, en todo caso, lo más prudente es actuar como si lo fuera. Añadiríamos también que, en nuestra hipótesis, carece de sentido decir que no hubiera sido ningún consuelo para los dinosaurios saber que su extinción facilitaría la aparición posterior del hombre. Tampoco es ningún consuelo decir que la muerte de Manolo no es la muerte de su obra. No es ningún consuelo, pero es verdad.

Jorge Riechmann abría su poemario Cuaderno de Berlín con una triple dedicatoria que incluye a Sacristán:

Dedicado a mi abuela Paz
que, mientras sigue hilándose la hebra adelgazada de su vida,
zurce calcetines y teje mantas de lana
–invicta en la tensión de la humana dignidad–
para los muchos nietos.
A Manuel Sacristán,
maestro.
A Cornelia.

De Cántico de la erosión, este texto de prosa poética:

DEL MUNDO, TAL COMO ES –ESCRIBE ADORNO–, NADIE PUEDE ATERRARSE SUFICIENTEMENTE

Este mundo, tal como es, reduce a cada ser humano al cadáver anticipado de su mejor posibilidad; y después mutila ese cadáver con bárbara saña.

Nobleza sería no reconocerse a sí mismo derecho de queja –solamente de acción (de rebelión).

Vivimos en el universo abrumador de la mentira. El puñado de verdades que nos alumbran apenas merecen tal nombre: no son sino verdades en futuro, verdades mañana, hoy aún no encarnadas. Y de no andar con tiento y proteger cuidadosamente el exiguo candil todavía las apagará, ciclónico en la noche cerrada, el regüeldo del cíclope.

Pena de muerte para aquel que no dice la verdad. De muerte en vida, ejecutada sin dilación por la misma vida.

Mas no sé decir «verdad» sin que se haga presente el áureo álamo carnal de la amiga.

Echar raíces. En Miguel Hernández, en José Bergamín. Y una habitación blanca por si llamase a la puerta Juan de Yepes.

La historia humana es la historia del sufrimiento –conseja indescifrable o vesánica si no prestamos atención al entrecortado acezar de la tragedia.

«En la fidelidad, aprendemos a no consolarnos jamás». Sería cinismo lo contrario. Frente a lo irreparable no puede la nuestra ser palabra de cinismo, sino de desconsuelo.

¿Hace falta aducir motivos para la rebelión? Acaso solamente uno: la negativa a ser criminales o cómplices de los crímenes que bajo la mudez de todos los cielos se perpetran, creyendo en la belleza reconocible a través del cieno y en los estremecimientos penúltimos de las flacas carnes humanas.

De Manuel Sacristán también recordaremos: «¿será que la luz del rayo es la única que ilumina para el hombre los caminos del porvenir?»

Melancolía, lujo emocional que uno sólo puede permitirse muy de tarde en tarde. Se contrarresta con grandes bocados de esperanza.

Contra cada máscara para adecentar la mutilación, la hipnosis, la barbarie: la noche llena de estrellas de Van Gogh y nuestra desesperada esperanza.

No se vive impunemente. No se ama impunemente. No se contempla la belleza impunemente.

Ternura de los tejados de pizarra en un pueblo abandonado de la Sierra Pobre.

La música será.

Otro texto de prosa poético de Jorge Riechmann dedicado a Sacristán. De Desandar lo andado:

DESCANSAR O SER LIBRES

para Manuel Sacristán

Cuando la montaña herida se repliega a su calavera de cuarzo, continúa latiendo el corazón. Cuando la noche desjarretada intenta contar sus incontables sacos, sólo una pequeña parte de los cuales contiene grano comestible, y apenas sabe qué hacer con las manos torpes como cuerdas, ahí sigue la impertérrita almendrita roja desprovista de la ciencia del bien y del mal. Ciudadano corazón: hay que elegir entre descansar o ser libres. Eso lo dijo Tucídides, pero a la exuberancia juvenil de tu ventrículo le suena como una confidencia de la aorta. Ciudadano corazón: en el helado confín donde te mueves, escarcha retráctil, descoyuntada leyenda, ¿estás de veras listo para recibir el viático de tu amarga inmensidad?

También estas «Coplas de abandono» de los años ochenta.

«Todo cuanto se edifica y perdura ha exigido de antemano, para ser, un total abandono.» André Breton

«¿Cómo te vas a encontrar/ si no te quieres perder?/ Hay que perderse primero/ para encontrarse después.» José Bergamín

1

Calles de Magerit
que en un momento dado
se vuelven transparentes.
¿Por dónde estoy andando?

2

(rotura de cañerías)

Bajo cada acera
una vena de agua
promete una fuente.
La vida sería
tan fácil, tan fácil…

3

(atardecer en el Buen Retiro)

Podríamos dormir
en un nido vacío de cigüeñas.
El parque en esta tarde
casi tiene el tamaño
de un abrazo que vuelve…
Es así que vivimos
en la más extrema misteriosa
latitud del gozo.

4
Como la salvia soy
frágil e invulnerable,
como el espliego.
Hombre de humo, de humus:
el alma es un aroma.

5

(evocación de Manuel Sacristán)

Fiesta de la memoria.
Maestro fue de veras:
nos enseñó a enseñarnos.

6

(apuntes de una conferencia de Tomás Pollán)

Digo que existe
lo inconmensurable.
Digo que hay agonías
que rompen las balanzas.
Que ninguna moneda
es de curso legal.
Hoy me importa olvidar cómo se suman
o restan cantidades a la vida.

7

(baño en el Turia)

Río que desencubres
mi cuerpo de agua verde,
las arterias cuajadas
de algas diminutas:
refrescas el misterio
de toda encarnación.

8

(escuela de verano del Zambuch)

Una canción de vigilia
para la torre trémula del ojo.
Una canción sola
que sola se amiste con la soledad.
Hasta que llegue el alba,
arroparse en el frío
y cantar.

9

(hayedo de Montejo)

Diosa de mil brazos,
un soplo te derriba.
Que tu templo mortal
acoja a mi esperanza.

10

(catedral de Sigüenza)

Un corazón de quietud
en ciudad de galgos vientos.
Secreto centro dormido
donde me dejo y me pierdo.

11

(en la lección de poesía)

¿Li-
teratología
o liberatura?

12
Un verso de Baudelaire paga el rescate
Un verso de Blake abre la puerta
No sé lo que hay detrás.

13
Habla y habla y habla y habla,
que al cabo solo resuena
queda
la voz que calla.

14
Distancia de repente desbordada.
Como una encina atónita,
contemplaba a la espiga de la muerte
abrazando a los hombres.

15
Si es abandono el corazón del tiempo
quién trazó el luto
que inflama la espalda del amor,
roe la palabra centinela del día.
Tiembla la mano,
no arriesga una promesa. Y sin embargo
no deja de esperar.

16
Festival de briznas,
soplo preso en susurro,
brasa de éxodo.
Nos ama lo más frágil,
lo inasible.

17
¿Por qué confiar, obrar?
Pienso en la llama de una vela,
la apago con un soplo,
confío, actúo, río.

Un segundo poema de Riechmann. De La estación vacía:

NADA DE NADA

Conozco una y solo una brújula infalible en ética y política (que, en el nivel que más importa, son la misma cosa): del lado de las víctimas o contra ellas. No pretendo que sea fácil ajustar la conducta personal a ese criterio de emancipación: digo solamente que es certero y no marra nunca. Lo he aprendido de gente como Manuel Sacristán, que más que decirlo lo mostraron. DEJEMOS EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES, reza la pintada en la pared que evoca Eduardo Galeano.

No tenemos nada.
Nada de nada.
Pero no es
ni mucho menos
la nada:
es nada
de nada
vale decir
una chispa
una preposición coja
un sigilo instantáneo
una partícula nada elemental
una escama de júbilo
una lumbre pequeña
una chispa
que pasa
de unos labios a otros.
No tenemos algo
de nada
sino nada de nada.
No tenemos nada.

«Un maestro que visitaba talleres de imprenta» fue la contribución de Francisco Fernández Buey para Del pensar, del vivir, del hacer, el libro que acompañó a los documentales de Xavier Juncosa, Integral Sacristán, Barcelona: El Viejo Topo, 2005. En mi opinión, uno de sus textos más hermosos sobre el que fuera su maestro, su amigo y su compañero de lucha en mil combates.

Hay maestros en la escuela, maestros en el taller, maestros en la producción artística y maestros en la universidad. En la España de la II República hubo excelentes maestros de escuela, muchos de ellos asesinados o desterrados por la Dictadura. Manolo Sacristán nos recordaba esto siempre que venía al caso para decirnos a continuación que para lograr una sociedad civilmente democrática había que volver a dignificar esta profesión. Eran tiempos en los que cuando se hablaba de los maestros de escuela se empleaba la minúscula; la mayúscula o las letras capitales se reservaban para los Maestros del Pensar, para los Maestros de la Universidad, a los que por lo general se consideraba maestros en un sentido superlativo.

Manolo Sacristán usaba mucho la palabra «maestro» en el amistoso sentido coloquial que en un tiempo tuvo para el castellano y que se ha ido perdiendo. La usaba sobre todo para dirigirse a personas próximas, a las que quería, en el momento del encuentro. Nadie se siente maestro cuando le llaman maestro en este sentido; simplemente se siente reconocido, próximo. Esta forma de abordar al otro o de iniciar una conversación amistosa ya no era habitual en la Barcelona de entonces. Luego he oído pronunciar la palabra en contextos así, todavía, en algunos ambientes andaluces. Sin duda, «maestro», en este sentido afectivo que digo, era una de las palabras preferidas de Manolo Sacristán, seguramente una herencia familiar.

Pero luego estaban los maestros propiamente dichos, como se solía decir entonces. Manolo Sacristán solía alabar al maestro de escuela, a cuya dignificación dedicó muchísimas horas, sobre todo a mediados de la década de los setenta, poco antes de la muerte de Franco. Una de las varias cosas interesantes que él hizo en esos años, no siempre bien recordada, fue precisamente dar forma a la plataforma reivindicativa que las maestras (porque muchas, la mayoría, de los maestros propiamente dichos eran mujeres) rojas de la Barcelona de entonces estaban elaborando, con la vista puesta en lo que tenía que haber sido la Huelga General de la Enseñanza. De entre las llamadas fuerzas de la cultura o «cultifuerzas», como él solía decir con humor, Manolo Sacristán apreciaba sobre todo el papel de las maestras y maestros porque estaba convencido de que, desgraciadamente, el franquismo les estaba convirtiendo en los parias del trabajo intelectual. Pocas veces he visto desplegar a Manolo Sacristán tanta pasión como en esos años en que, fuera de la universidad, se entregó a construir lo que llamábamos frente de la enseñanza.

Otros maestros por los que sentía especial predilección eran los maestros de los oficios, los maestros de taller, aquel tipo de trabajadores que habían deslumbrado a Marx en París y cuya manera de comunicarse y convivir le hicieron comunista, según dijo él mismo. Manolo Sacristán apreciaba mucho los saberes de este tipo de maestros del trabajo manual, sobre todo el de impresores y linotipistas, no sólo porque algunos de ellos hubieran estado en el origen del movimiento obrero organizado, que así fue, sino también por el vínculo entre buen hacer y bien pensar que veía en ellos. Cuando trabajaba en asuntos editoriales le gustaba ir a las imprentas y seguir y discutir personalmente con los impresores el proceso técnico de producción de los libros o revistas. Y esto, por lo que pude observar en varias ocasiones, no sólo por aquello de la supervisión de la obra bien hecha, sino por placer: por el estar con ellos, por el olor de las viejas imprentas, por la conversación con los obreros, por la convicción de que también el trabajo intelectual es trabajo en la producción, por aprender técnicas nuevas, por el vínculo que esto tiene con la producción artística.

De todos los maestros, los que menos gustaban a Manolo Sacristán eran los Maestros Universitarios del Pensar y Sólo del Pensar, los maestros-mandarines para cuya actividad la ideología dominante reserva mayúsculas y capitales. Claro que se dirá: «Pero él mismo era un Maestro Universitario, un Filósofo que hizo escuela». Y lo era, desde luego. ¿Acaso no le reconocemos como introductor de la lógica formal, marxista insigne y profesor universitario apreciadísimo para varias generaciones de estudiantes? Sólo que Manolo Sacristán no se parecía en casi nada a los filósofos académicos contemporáneos y en nada a los mandarines del pensar de la época. Esto puede parecer raro, y hasta contradictorio, así que exige una explicación.

Manolo Sacristán no era un filósofo licenciado ni un intelectual tradicional. Era un maestro de la estirpe socrática, de los que enlazan con el machadiano Juan de Mairena. Hablaba muy bien, hasta el punto de fascinar a los auditorios con su método, su rigor, su precisión y su conocimiento de la lengua. Por no hablaba por hablar. Escribía estupendamente, en uno de los mejores castellanos que yo haya tenido ocasión de leer en aquellos años. Pero no escribía por escribir. Hablaba y escribía con rigor, claridad y precisión siempre para otros, siempre para servir, siempre para ser útil a aquellos que, como diría el conde Arnaldo, con él iban (o iban a él). Y como con él entonces iban muchos (o iban muchos a él para pedirle consejo o conocimiento), escribió y habló de muchas cosas. Estoy seguro de que, como los grandes maestros, por su compromiso social y político, escribió y, sobre todo habló, de más cosas de las que le hubiera gustado hablar o escribir.

Por eso mismo han podido considerar maestro a Manolo Sacristán gentes muy distintas y de muy variada procedencia: sindicalistas y obreros que estaban saliendo del analfabetismo, maestros de profesión y profesores de instituto, docentes universitarios y filósofos académicos, científicos sociales y científicos naturales, activistas del comunismo y activistas del ecologismo y del movimiento por la paz. Para unos, que querían salir del analfabetismo para escribir una carta a la familia o leer un periódico, habrá sido un maestro en sentido estricto de la palabra. Para otros, que buscaban orientación en la lucha antifranquista o en la crisis del comunismo, habrá sido un abridor de ojos. Para quienes buscaban un método científico o un programa científico habrá sido, sobre todo, un profesor innovador y original.

Lo más notable, lo que hizo de Manolo Sacristán un maestro diferente para tantas personas con intereses y preocupaciones diferentes, es la capacidad que tenía para comunicar y explicar sus ideas (y las de los demás) en ambientes tan distintos. Sabía pasar de la verdad científica a la verdad de Pero Grullo con una facilidad pasmosa. He visto a maestros universitarios perder la color o irse por las etéreas nubes ante preguntas y solicitudes de maestros de escuela, y no digamos ante maestros de oficios o ante trabajadores que empiezan a leer y quieren saber qué es eso de la plusvalía o eso de la caída de la tasa de beneficio o eso de las externalidades. Y he visto a Manolo Sacristán en situaciones tan distintas como la de explicar un teorema de lógica, el principio de relatividad del movimiento local en Galileo, por qué los ateos no deben cargarse con la tarea de demostrar la existencia de Dios, por qué fallan los cálculos estadísticos sobre la probabilidad de la fusión del núcleo en una central nuclear o cómo leer un periódico y por qué un partido laico no debe impedir la entrada él de militantes cristianos.

En muchos de esos casos el oyente tenía que hacer un esfuerzo para entender o para desprenderse de prejuicios establecidos. En todos, fuera el oyente estudiante de lógica, activista político, maestro de escuela o afiliado al curso de alfabetización en L’Hospitalet, había entendido o había empezado a entender la explicación. Cosa que sólo consigue un maestro de verdad. Y en ese sentido digo que Manolo Sacristán era un maestro diferente.

Tal vez haya más literatura poética sobre Sacristán. No tengo certeza total sobre este punto.

Buen momento este año del primer centenario de su nacimiento para nuevos poemas, para más prosa poética.

Por mi parte lo he intentado. He pensado incluso en un poema visual «a la Brossa». Sin resultados satisfactorios, sin nada interesante que ofrecer. Sabrán disculparme.

¿Se animan ustedes?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.