Entender la obra del dramaturgo alemán Bertolt Brecht es un ejercicio que requiere de mucha digestión, tanto para el espectador como para quien asume la dirección de uno de sus textos, sea porque en todos está presente el hombre desprotegido por su raza o condición social o sea porque sigue siendo incómodo confrontar a sectores […]
Entender la obra del dramaturgo alemán Bertolt Brecht es un ejercicio que requiere de mucha digestión, tanto para el espectador como para quien asume la dirección de uno de sus textos, sea porque en todos está presente el hombre desprotegido por su raza o condición social o sea porque sigue siendo incómodo confrontar a sectores de la sociedad para quienes el teatro es sinónimo de banalización y consumo.
En su narrativa se encuentra la temática aún vigente del obrero excluido; de quien amamanta a un niño sin ser suyo y luego es apartado de él y de situaciones que se creen lejos de esta realidad y sin embargo suceden en la sociedad.
Aunque Brecht abandonó físicamente la tierra el 14 de agosto de 1956, en su Alemania natal, «su teatro sigue vigente porque cada vez es más frecuente que los medios privados apuesten porque pensemos menos, quieren darnos una pastillita con el resultado y que nosotros solo consumamos sin detenernos a analizar lo que estamos consumiendo. El teatro de Brecht va en contra de esas piezas que no te dejan nada, que después de 15 minutos de salir, el mensaje está olvidado», explica el investigador teatral Vladimir Castillo.
Sucede que en la capital venezolana son más comunes las funciones teatrales que apuntan al mero entretenimiento, que sugieren sentimentalismos y que proponen lágrimas al espectador, como resultado más sublime del mensaje divulgado. A estos asuntos el joven Brecht les huyó desde corta edad, pues a sus 20 años escribió el texto Tambores de la noche para denunciar asesinatos impunes en su ciudad de nacimiento, Augsburgo.
«Todo esto no es más que puro teatro. Simples tablas y una luna de cartón. Pero los mataderos que se encuentran detrás, ésos sí que son reales» fue el mensaje último de la función teatral que sacudió al auditorio y propuso las bases primarias de la estética histórico-política que acompañaría a sus dramaturgias hasta sus días póstumos.
Al recordar el hecho, Castillo se detiene y señala: «Para representar a Brecht es necesario asumir una línea de investigación profunda porque para reinterpretarlo hay que hacerlo con el signo de estos tiempos, no es posible montar algo como en los 50. Él también fue médico, sentía preocupación por la bioética y por todo aquello que significara un atropello al conocimiento», reflexiona el también docente de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte).
Sus estudios de medicina comenzaron a los 19 años y se vieron interrumpidos porque tuvo que prestar servicio militar durante el la Primera Guerra Mundial, cerca de 1918; este hecho acrecentó su visión crítica e intimista de la vida y los años siguientes profesó el marxismo como forma de vida y denunció los abusos de la sociedad burguesa contra el desprotegido.
Sin embargo, «su teatro no puede analizarse sólo desde la militancia, el suyo es un teatro necesario porque plantea una narrativa donde se propone una línea de acción dirigida al pensar. Él (Brecht) pedía un distanciamiento entre actor-texto y entre obra-público para no sufrir un catarsis o enajenamiento, para él era necesario pensar, analizar y entender…», resume Castillo.
Sobre el distanciamiento, fue la técnica utilizada por el dramaturgo para alcanzar sus fines estéticos mediante sus actores. Consistía en exigir a los intérpretes leer y estudiar el texto desde afuera, lejos de la alienación supuesta de esos dramas clásicos en que los sentimientos perturban al personaje y lo encaminan a identificarse con él.
«Cuando tu aceptas el sentimiento del otro, te desvías del sentido del texto y eres susceptible de manipulación. En Brecht se asume desde otra mirada, él te hacer ir al teatro a pensar, no a sentir. Es imposible ver una obra suya sin cuestionarse», advierte el docente.
Castillo puntualiza que la estética propuesta por el alemán tiene dos ejes centrales: el primero lo hizo acercándose a lo cotidiano a través de su teatro con obreros como actores, quienes comprendían el texto y podían proyectarlo de manera más natural al espectador, y, un segundo eje en que el cartel tenía un lugar privilegiado durante la escenificación. «Mientras la obra sucedía, aparecían anuncios que explicaban la situación», comenta el investigador.
Este rasgo le añadió a su obra carácter pedagógico, por tanto sus textos no eran individualistas; en contradicción aportaban nuevas perspectivas a la sociedad y desdibujaban las estructuras clásicas concebidas por las grandes instituciones como la Iglesia y el Estado, a las que también denunció.
En 1928, la escenificación de La ópera de los tres centavos predijo lo que más tarde tomaría forma de exilio. El texto desafía las convenciones clásicas de la propiedad y de la dramaturgia en sí misma, por cuestionar «¿Quién es un criminal mayor?¿El que roba un banco o quien funda uno?», con la irrupción musical en escena apuntada a una crítica sobre el mundo capitalista. La obra se tradujo a más de 18 idiomas y se representó unas 10.000 veces sobre tablas europeas.
Cinco años más tarde, cuando Adolf Hitler llega al poder, Brecht y su familia se ven obligados a emigrar a Dinamarca tras la acusación de alta traición, no obstante, la partida no significó un receso artístico. Clásicos como La vida de Galileo, El círculo de tiza caucasiano, El señor Puntila y su criado Matti fueron escritos en este periodo.
En Caracas se han hecho algunos intentos. Por ejemplo, en 2010, el director venezolano Miguel Issa llevó a las tablas de Unearte el texto El eco de los ciruelos y en mayo de este año se representó en la misma sala Mackie, una versión musical de La ópera de los tres centavos dirigida por Delbis Cardona.
Para Castillo no ha sido suficiente. «Es necesario hacer un festival o retrospectiva de la obra de Brecht, donde se toquen lo social, histórico, científico y político (…) y sobre todo donde se recupere su forma de hacer el teatro tal como lo hizo en su momento César Rengifo. Se trata de construir y deconstruir la historia», argumenta.
Bertolt Brecht nació el 10 de febrero de 1898 en la ciudad alemana de Augsburgo y murió, en Berlín, a causa de una inflamación en el pulmón, el 14 de agosto de 1956, a los 58 años de edad. En las afueras del Teatro Berliner Ensemble, fundado por él, se levanta una escultura de cuerpo completo con su imagen.