En estas tardes de otoño, donde el Aljarafe guarda el viento de la ciudad, es fácil dejarse envolver por los versos de Gabriel Celaya en la voz de Paco Ibáñez: «Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quién somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando […]
En estas tardes de otoño, donde el Aljarafe guarda el viento de la ciudad, es fácil dejarse envolver por los versos de Gabriel Celaya en la voz de Paco Ibáñez: «Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quién somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo…»
Mientras la democracia agoniza y las cruzadas contra los ciudadanos continúan, el Sistema se reinventa y se renueva a sí mismo traspasando rentas y derechos de los ciudadanos a las élites. Batalla tras batalla, apenas sin resistencia en este país del Manco de Lepanto, los pobres lo son cada vez más y los ricos cada vez son menos, pero más ricos.
La democracia ha muerto, y la amortaja la izquierda ganadora en la transición, la misma que dejó en los acuerdos con los chicos del régimen anterior a decenas de miles de demócratas republicanos enterrados en las cunetas de esta Piel de Toro. Poco o nada se podía esperar de esta izquierda «democrática», salvo que una vez más se pusiera al servicio de los amos en estos tiempos de crisis para los más desfavorecidos. Las empresas pata negra, las de los amigos, siguen en beneficios y al igual que los bancos reparten dividendos a costa de una deuda pública creada por su culpa. El Estado garantiza la reproducción del Sistema.
La izquierda ha muerto, murió el mismo día que enterraron los principios y las formas. Cientos de miles de personas están siendo desahuciadas de sus casas mientras los comedores de caridad tienen un nuevo cliente, la clase media. Paro más hipotecas de mil euros al mes, igual a indigencia. Los afectados en este fenómeno de masas se criminalizan a sí mismos y, más que en la rebelión, andan pidiéndole perdón a sus verdugos. Ha muerto la izquierda y con ella la democracia. La han sustituido por una papeleta cada cuatro años.
Ayer, mi amigo Dani y yo anduvimos repartiendo papeles en los pueblos de la vega de Sevilla. No eran para pedir votos ni para crear un partido. Decían algo así: «Paremos los desahucios. La crisis que la paguen los que la han creado. Nosotros nos solidarizamos contigo». «Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse…». A la calle, que ya es hora, y que cada cual elija su lugar en la barricada. Porque por nuestros actos nos conocerán y no por las etiquetas.
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