Y yo me iré, escribía Juan Ramón Jiménez. Y se quedarán los pájaros cantando; y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas la tardes, el cielo será azul y plácido; y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Y yo me iré; y estaré solo, […]
Y yo me iré, escribía Juan Ramón Jiménez. Y se quedarán los pájaros cantando; y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco.
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido; y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido… Y se quedarán los pájaros cantando.
Rosa , y tú te has ido. La vida pasa y llega la muerte. No creo en cielos de nubes azules y pan fresco, en cielos de ángeles y dioses. No creo en el mundo del más allá. Creo que somos fuertes y vitales, pero también débiles y mortales sin aspavientos, como hojas marrones caídas del árbol un otoño y zarandeadas por el viento por calles y plazas, hasta convertirse en polvo del camino, como el perrillo que nos olía al subir la escalera y nos aguardaba en la puerta meneando el rabo, y tiempo ha murió.
Nosotros somos capaces de mucho, hasta que un buen día nos convertimos en polvo del camino, en hoja caduca y amarronada, en ceniza de plantas y árboles o en experimento de ciencia.
Tú te has ido, pero viviste entre nosotros, con tu esposo Manu, con tus hijos Igor, Asier, Imanol, con nosotras y nosotros, entre asambleas del sindicato LAB, cerrando persianas en días de huelga por la mañana, tomando vinos, recibiendo a compañeros presos, parloteando, discutiendo proyectos, gritando Kirruli libre, rebatiendo ideas… Eras vital, perejil de muchas salsas. Se sentía tu presencia, levantabas la mano, pedías la palabra… Terca a veces. Escribe Julen Sordo: En casa le llamábamos «Aragón», porque no daba jamás su brazo a torcer, ni cuando le llevaron a la comisaría de Alameda de San Mamés.
Eras generosa, muy generosa; eras activa, muy activa. Eras vital, muy vital. Pero siempre recordaremos tus amigos y amigas tu sonrisa grande como la mar, tu sonrisa siempre presente, en el ongi etorri y en el agur, tu perenne sonrisa. Toda tu cara era una sonrisa grande, cercana, de amistad y acogida.
Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va, y va dejando una huella que no se puede borrar (…) Ese vacío que deja el amigo que se va es como un pozo sin fondo que no se vuelve a llenar, tararea el cantor con su guitarra.
Y de un amigo, de Rosa, uno se despide siempre con una lágrima amarga en el alma; y con muchas lágrimas cuando el ramillete de amigos y amigas es copioso. Agur Rosa, fuiste toda una mujer, fuiste una lección de vida, por eso nuestro eskerrik asko agradecido.
Porque, sabes, como dice Koldo Campos: Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos. Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la historia van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas, como tú, Rosa.
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