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8 claves para el patriotismo democrático que viene (III)

A propósito de feminismo e inmigración

Fuentes: Ctxt

Continuamos la serie en la que proponemos algunas claves para un patriotismo democrático. Después de haber tratado los puntos 1. Democracia, 2. Soberanía y 3. Pueblo(s), presentamos ahora 4. Feminismo e 5. Inmigración. Continuará con 6. Ecologismo, 7. Identidad y 8. Conservación – progreso-reacción. 4. Feminismo Fue muy sintomático que Ciudadanos equiparara al feminismo con […]

Continuamos la serie en la que proponemos algunas claves para un patriotismo democrático. Después de haber tratado los puntos 1. Democracia, 2. Soberanía y 3. Pueblo(s), presentamos ahora 4. Feminismo e 5. Inmigración. Continuará con 6. Ecologismo, 7. Identidad y 8. Conservación – progreso-reacción.

4. Feminismo

Fue muy sintomático que Ciudadanos equiparara al feminismo con el nacionalismo como formas de «colectivismo». En su lenguaje, esto significa tribalismo, arcaísmo. Pero fue un reconocimiento del poder del feminismo como movimiento colectivo: introduce temas en la agenda pública y obliga al resto de fuerzas a discutir en sus términos. Hoy puede decirse que, en España, el sentir general o marco es feminista. Éste es el punto de partida: el nuevo sujeto político será feminista. De aquí se siguen dos lecturas: lo que queda fuera y lo que queda dentro.

Hacia fuera: caben y deben darse siempre todos los matices y críticas posibles, pero quien se declare «anti-feminista» está simplemente fuera del actual pacto social. ¿Cómo pensar el lazo social sin una perspectiva que pretenda acabar con la injusticia histórica hacia la dignidad y los derechos del 50% de la población? Y empero hay un sector que se auto-excluye de ello: se está constituyendo un cierto revanchismo anti-feminista reaccionario, articulado no sólo en espacios privados, sino en espacios web o canales de Youtube, que agrupan jóvenes resentidos con las mujeres e intolerantes de distinto signo político. Lo hace desde posiciones resentidas y misóginas, con una venenosa mezcla entre puritanismo, frustración sexual y prejuicios, según la estela del movimiento incel estadounidense, donde lo femenino es a la vez objeto de atracción, denigración y odio. Se suma a ello la inseguridad generada por las conquistas del movimiento feminista y el secular temor, en los roles de género de la masculinidad reaccionaria, a las mujeres como sujetos.

Este conglomerado es uno de los ejes en que se apoya la emergente alt-right, poco a poco también en Europa. En España hubo ocasión de comprobar esta conexión: insultos y difusión de datos personales de la víctima de la Manada en foros de extrema derecha o pintadas donde pudo leerse «Viva la Manada», «Josué Libertad» y «orgullo hetero» rodeado de esvásticas. Un entorno, ese de la extrema derecha, donde la misoginia, la cosificación y el más grosero desprecio de las mujeres -sea vía denigración, sea vía sublimación incapacitante- es unánime, masivo, tácito. Si observamos los resultados de voto según sexos en las últimas elecciones suecas, veremos que son similares para centro derecha en hombres y mujeres. Sin embargo, la brecha se dispara en el voto a la extrema derecha: 27,9% en hombres, 10,2% en las mujeres. Casi el triple. Esto nos señala que existe un vínculo constitutivo, intrínseco, entre extrema derecha, misoginia y antifeminismo, que ahora se esfuerza por captar a quienes se resisten a la realidad del presente social.

Hacia dentro: el feminismo no es una «política de identidad» o «de parte», que sólo concierna a las mujeres o a colectivos determinados. Es un proyecto de pensar y redefinir la comunidad entera de otra manera, y que atañe a la totalidad de la organización social, la familia, el trabajo, los cuidados o la relación con el medio. Como ha mostrado Clara Serra, un feminismo hegemónico atañe también, por tanto, al otro 50%: a los hombres, a los que debe incorporar y seducir para que consideren el feminismo como su propia causa. Esto no significa, como se quiere desfigurar desde la reacción resentida, «feminizar» a los hombres o victimizarlos: significa reflexionar críticamente cómo se construye su masculinidad para, desde ahí, reconstruirla. El feminismo tiene como reto no sólo dar voz a los agravios sufridos, sino también a las incertidumbres que se dibujan desde el nuevo horizonte.

Germán Cano comentaba que, últimamente, los hombres callan en público por miedo a ser tachado de machistas, pero «no dejan de expresar su creciente resentimiento en privado». Este proceso reactivo busca conectar con un imaginario perdido. Ahora bien, señala también Cano, la auto-flagelación masculina o la exigencia de «deconstrucción» inmediata y absoluta tampoco ayudan.

La visibilización de la violencia cotidiana y simbólica, la lucha contra la inferiorización sistemática de las mujeres, la exigencia de un reparto más justo de tareas o de eliminación de barreras profesionales tiene que ir unida a una reflexión sobre cómo construir una masculinidad no tóxica, que rescate algunos elementos presentes en dicha identidad y replantee otros.

Sólo con los elementos positivos de una identidad se puede desplazar otros; como ha señalado también Serra, se trata de conectar con las identidades realmente existentes y resignificarlas, no de ofrecer un vacío o una destrucción de lo que la gente es. Éste es el juego político de la rearticulación de identidades. Esto significa, afortunadamente, que no hay que tirar por la borda todo lo que ha significado ser hombre o ser mujer -Rita Segato, antropóloga feminista latinoamericana y luchadora contra los feminicidios, incluso ha lanzado una propuesta sugerente: en los modos de relación social pre-modernos se encuentran relaciones en algunos sentidos más equilibradas y menos tóxicas que en la ultra-modernidad; sería un tema éste largo de desarrollar-. Pensemos por ejemplo en la valentía, atributo tradicionalmente considerado masculino que puede volverse, por ejemplo, contra la cobardía de quien ataca al débil o vulnerable (bullying, homofobia, xenofobia). La valentía contra el abuso: un valor tradicional y a la vez de futuro. Luigi Zoja ha escrito un bonito libro titulado El gesto de Héctor sobre la historia y actualidad de la figura del padre. En él, contrapone dos modelos de masculinidad: Héctor, el héroe que escucha a las mujeres y cuida a su bebé, quitándose el casco para no asustarlo y anteponiendo el bienestar de su descendiente al suyo propio; y Aquiles, el guerrero individualista que se adoraba a sí mismo y a sus triunfos.

Pensar una masculinidad más allá del modelo estereotipado del narcisismo egocéntrico enfermizo, la incapacidad emocional, el desenfreno sexual cosificador y la violencia desmedida debería ser gratificante también para los hombres; muchos de los cuales subrayan lo inefablemente valioso que es relacionarse sexualmente con las mujeres de otro modo o disfrutar como abuelos de un vínculo con sus nietos que no han podido ejercer nunca como padres con sus hijos. La patria, por todos y todas, solo podrá ser feminista.

5. Inmigración

No se puede desligar la cuestión de la inmigración de lo apuntado sobre el contexto neoliberal. En primer lugar, por el fenómeno mismo de flujo de poblaciones. Conflictos armados, reparto desigual de recursos y destrucción de formas de vida tradicionales obligan a grandes masas a abandonar sus lugares de procedencia. El largo trabajo del capital, que comenzó con la expropiación de tierras comunes y la destrucción de los medios de vida de las clases populares en Europa, prosiguió con las colonias en África, Asia y Latinoamérica y se consumó con la narco-economía mundial y su ciclo de sangre y muerte, sólo ratifica las palabras de Marx en El capital: «La historia de esta expropiación de los trabajadores ha sido grabada en los anales de la humanidad con trazos de sangre y fuego.» Explotados en el Viejo Mundo, expropiados en el Nuevo: un mismo destino.

Esto se refleja de modos distintos que hay que analizar. Una población que se siente desprotegida y vulnerable, como es el caso de la golpeada por la crisis del estado del bienestar, se cierra frente a lo que considera una amenaza en la inmigración. Sabemos que los números demuestran que esa supuesta amenaza de «invasión» no es tal, pero qué es amenaza y qué no es algo que se construye simbólicamente, no con cifras ni datos. De nada vale aquí la arrogante superioridad moral que frecuentemente exhibe la izquierda.

Frente al simplismo cobarde de la derecha, hay que sostener que la principal amenaza a la identidad no son «los otros», porque esta amenaza ataca precisamente también a la identidad de esos mismos otros. La amenaza es la esencia específica del capitalismo, y concretamente del neoliberalismo: su proyecto de globalización, de aniquilación de los pueblos. El neoliberalismo unifica a la Humanidad transformándola en un enorme supermercado: elimina las diferencias, destruye las culturas populares y aniquila sistemáticamente todos los vínculos y lazos de solidaridad tradicional, imposibilitando la continuidad del modo de vida de los pueblos en economías tradicionales que ahora, a causa del expolio y el colonialismo, se convierten «no desarrolladas». Fragmenta para ello todas las formas de identidad, de imaginación simbólica. Mélenchon lo dijo estos días impecablemente: «La gente no se marcha por placer, el exilio es un sufrimiento y este pied-noirque os habla lo sabe». El exilio es un drama y sólo merece empatía.

Pero en el cosmopolitismo humanitarista de la izquierda, por otro lado, pervive una forma de colonialismo simbólico especialmente perversa: considerar que los pueblos de la Tierra desean voluntariamente desaparecer para integrarse en la disolución del mercado mundial que ahora representa Occidente. No comprenden que esta búsqueda del «fetiche del Norte» se da solamente cuando fallan los lazos del arraigo, «los placeres y obligaciones de la reciprocidad» en su propia tierra (Rita Segato). A la frase que citamos arriba, Mélenchon añadía: «Nunca he creído en una libertad de instalación [en un país de acogida], es una falsa libertad». La «libertad» de liberarse de los vínculos y los sostenes comunitarios no es una libertad. El obrero es falsamente «libre», dice Marx, porque lo ha perdido todo: pero una cierta izquierda no ve esto con quien se ve obligado a migrar. La derecha acaba la faena con su xenofobia y su desprecio, sin comprender que nadie quiere en principio huir de su tierra, dejando atrás su familia, patria, tradiciones o cultura. Atacar a quien se ve obligado a hacer esto y queda vulnerable, desprotegido de sus vínculos, a la sola merced y con el único consuelo de la promesa del consumo occidental, es tan ciego como cobarde.

El punto de partida que se escapa a ambos lados, a unas torpes derechas e izquierdas, es uno y el mismo: qué significa el desarraigo. En este sentido, todo proyecto a derecha o a izquierda no respetuoso con la identidad plural de los pueblos de la Tierra, sea por xenófobo o sea por cosmopolita, es fundamentalmente deudor del marco neoliberal; por lo mismo, las identidades de todos los pueblos son aliadas contra la cosmovisión capitalista y su destrucción de las cualidades.

Un patriotismo democrático tiene el reto de designar y construir simbólicamente lo que constituye la amenaza al bienestar e integridad al país y a la gente; y esta amenaza no es el último que llega, expulsado de su tierra por ese capital que «chorrea sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza a los pies» (Marx), sino esa misma oligarquía y ese mismo capital que, no nos engañemos, ya hizo hace un par de siglos lo mismo con todos nosotros. El capital siempre trata de borrar la cicatriz del origen con objetos de consumo; pero el hecho es que, una vez vampirizada la tierra y la sangre de Europa, y mientras acaba de hacerlo con las de los últimos rincones de otros continentes, pasa ahora a hacer lo propio con nuestro sustrato cultural, histórico, arquitectónico y simbólico. El deterioro de los centros históricos de las ciudades, los pisos turísticos de empresas-buitre o la mercantilización de «experiencias» son buen ejemplo.

En fin: la otra cara del turista-depredador o del especulador cosmopolita es el migrante apátrida. Ambos son consecuencia de una misma cosa: el capitalismo globocrático y su producción sistemática de desarraigo y régimen de desterritorialización. Europa, África, Asia, Latinoamérica, todos los pueblos: un mismo combate. El patriotismo democrático tiene como reto proteger a las gentes de los corsarios neoliberales que no necesitan desobedecer las leyes del Imperio para expoliar y saquear a los pueblos.

Fuente: https://ctxt.es/es/20181010/Firmas/22247/feminismo-inmigracion-identidad-cultural-clara-ramas-patria.htm