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¿A qué huele la guerra?

Fuentes: Diagonal

En la revista dominical de El País del 21 de febrero se publicó un reportaje de moda titulado: ‘Hablan los generales: Así piensan (con perdón) los altos mandos del Ejército’. Mostrando la cara amable (y repeinada) de los ejércitos modernos. En el reportaje aparecen, aseados y hasta fotogénicos cuales modelos de Dior, toda la plana […]

En la revista dominical de El País del 21 de febrero se publicó un reportaje de moda titulado: ‘Hablan los generales: Así piensan (con perdón) los altos mandos del Ejército’. Mostrando la cara amable (y repeinada) de los ejércitos modernos.

En el reportaje aparecen, aseados y hasta fotogénicos cuales modelos de Dior, toda la plana mayor del Ejército español. Ese aspecto tan limpio y eficiente forma parte de esa imaginería militar a la que pertenecen las bruñidas armaduras de los coraceros, las gorras de pelo de oso de los granaderos del XVIII y todos los desfiles de la victoria contra el enemigo de fuera y, sobre todo, contra el de dentro. Todos estos oropeles son la publicidad de insanas ideas de uniformidad y orden cerrado.

Lo que quiere tristemente transmitirnos El País es que los pulcros generales «saben mandar» y, mirad, son gente «normal». Se respira eficacia en el reportaje. Modernidad, buena imagen… pero, sobre todo, eficacia. La idea del artículo es que ya no estamos ante un inoperante ejército colonial mandado por patanes, o ante una panda de represores que pasó de una dictadura a la «democracia» siendo preferible, en palabras de Narcís Serra, ministro del ramo, reformar antes que purgar.

No son gente normal
El Ejército es el de siempre pero ahora, simplemente, necesita un lavado de imagen. Porque estamos en la época de las guerras «humanitario-publicitarias» y para esas guerras hacen falta ejércitos modernos, con buena presencia y un buen control de la información. Pero, dado que las guerras siguen consistiendo en quemar casas, matar, abusar y violar, ser eficientes, pulcros y modernos es actualizar aquello de «cometer los más antiguos crímenes con las más modernas técnicas».

Los repeinados generales parecen ajenos a los bombardeos y a los daños colaterales. También, con la adecuada iluminación, un carro de combate puede parecer un cochecito de juguete. A la luz del día, ese tanque abrasa alegremente las orillas del Éufrates. Y cuando un capitán, al mando de dicho tanque, llama por teléfono y pide permiso para disparar a un hotel donde se sabe está la prensa internacional, es uno de nuestros generales de suplemento dominical el que está al otro lado de la línea para confirmar la orden. No son gente normal. Muchos reportajes como este, con olor a Nenuco e inocencia, habrán de hacer para cambiar la imagen de un ejército famoso por haber ganado guerras siempre contra su propio pueblo. Habrá que ver si la siguiente entrega es Benemérita: la leyenda de las calaveras de plomo o, la también esperadísima, Audiencia Nacional: el vicio de la Ley.

La sabiduría, como ya decían los griegos, consiste en considerar a los generales como meros conductores de asnos. De lo solemne a lo ridículo hay un paso, y por eso no es raro que nos venga a la cabeza un poema que dice: «Los generales no tenían madre y los hacían en una máquina con chapas de gaseosa, aluminio y paja, mucha paja, para que apareciesen con el pecho hinchado por el aire de la victoria».

Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/A-que-huele-la-guerra.html