«Alvaro Uribe es un tipo peligrosísimo» Jaime Eduardo Garzón (Abogado, politólogo y humorista asesinado por el Estado colombiano el 13 de agosto de 1999) «La neutralidad y la objetividad impuesta por los medios poderosos perpetúan nuestra pobreza» Teresa Funes (Campesina desplazada en resistencia. El Tesoro, Chocó colombiano) «Cada persona brilla con luz propia entre todas […]
Jaime Eduardo Garzón (Abogado, politólogo y humorista asesinado por el Estado colombiano el 13 de agosto de 1999)
«La neutralidad y la objetividad impuesta por los medios poderosos perpetúan nuestra pobreza»
Teresa Funes (Campesina desplazada en resistencia. El Tesoro, Chocó colombiano)
«Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos, y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende»
Eduardo Galeano (Periodista y escritor uruguayo)
Recibir un mensaje con una advertencia, una amenaza o un señalamiento es algo realmente habitual para los sindicalistas, periodistas, trabajadores sociales, líderes indígenas, abogados, estudiantes, activistas e incluso humoristas de Latinoamérica. Normalmente no trascienden, ni si quiera cuando «los avisos» se consuman en forma de atentado, arresto o desaparición; quiero decir, que no son reportados por los mismos medios de comunicación corporativos que ponen el grito en el cielo cuando el pétalo de una flor roza uno de sus intereses. Esta invisibilización del dolor no alineado con el Poder, es aplicada, además de por dicha prensa, por gobiernos e instituciones públicas y privadas, tanto del continente americano como de la madrastra patria.
El señalamiento es una práctica común que en países como Colombia, el saliente presidente ha realizado públicamente con gran placidez. A Álvaro Uribe Vélez, que según la propia DEA era en los ochenta el «narcotraficante número 82», y según la historia reciente (verificable en muchas hemerotecas y veredas) fue también impulsor del paramilitarísmo institucionalizado en Antioquia, se va, como afirman muchos columnistas de la prensa madrileña aliada de la ultraderecha latinoamericana, «con alfombra roja». Pero roja de sangre, olvidan aclarar.
Son tantos, no ya los que han sido «advertidos», sino los impunemente asesinados, que sería egoísta, por haber recibido «un aviso», restar tiempo y atención a quien realmente lo necesita, a quien sobrevive ejerciendo su profesión, credo o militancia en un Estado y continente que asesina gratuitamente a aquellos que denuncian su actitud homicida, o dicho en términos de su propia retórica: su política terrorista.
La novedad que se nos presenta a aquellos disidentes ideológicos que hacemos pública nuestra oposición al inhumano neoliberalismo, es que las fuerzas fascistas de las dos orillas han comenzado a trabajar juntas. Golpear siempre han golpeado, eso es cierto, pero esta vez, van todos a una. Periodistas, fundaciones, y por supuesto, estados.
No obstante, el problema para ellos en realidad no es, por ejemplo, visitar los campamentos de la FARC o hablar mucho sobre ETA. El problema es visitar los campamentos y al regresar no decir «lo que hay que decir». El problema es hablar sobre ETA y no escribir «lo que hay que escribir»; es decir, existen verdades prohibidas y se puede pagar caro (Miguel Ángel Beltrán, Nahum Palacios, Egunkaria o Egin) no responder al patrón diseñado.
Resulta evidente que algo se cuece de Miami a Madrid, pasando por Washington, Bogotá, Tegucigalpa e incluso París, Bruselas y Tel Aviv. Es una guerra psicológica, y por supuesto política y militar, que tiene como fin acallar las voces disidentes así como la solidaridad que hoy, como antaño, sueña con unir a los pueblos de ambos lados.
Disponen de recursos millonarios, ejercen la mentira con descaro criminal, y cuentan con la sumisión y miedo de grandes masas, a las cuales tienen castigadas y dominadas por la ilusión del consumo. Del plasma, al mundial, pasando por lo carnal y el auto, muchas almas de Latinoamérica se ahogan entre la frustración del ver pero no poder y el espejismo calculado de las favorecidas iglesias evangélicas alegremente financiadas por Washington desde aquel día en el que Ratzinger y Wotjyla vieron en la heroica «opción preferencial por los pobres» un peligro a erradicar.
Hoy en este continente negado, jóvenes, ancianos y adolescentes embarazadas se arrojan al futuro de mojado, aún sabiendo con razón suicida, que es mentira el hoy caducado «sueño americano».
Pero de entre todo este horror, surgen nuevas ideas, para hacer frente a los viejos desafíos. Pueblos enteros organizados, hasta ayer ninguneados, se autodeterminan como mujeres y hombres libres que quieren, y han visto que pueden, decidir como desean vivir. Países con mayoría indígena, ya no tienen presidente rubios. Los barrios que no existían para las municipalidades, ahora ponen o quitan gobiernos y la tierra que nos da la vida, comienza a ser respetada.
Ni estos nuevos proyectos, ni quienes los lideran, son perfectos, e incluso el camino que trazan, es largo y ondulado, pero en esa dirección hay brisa, y hermano, se siente fresca.
Frente a este nuevo horizonte, que cuanto menos, lo es de oportunidades, el Imperio y sus mercenarios, ven el fin de sus privilegios y no dudan en utilizar el viejo juego sucio al que nos tenían (ya en pasado, pues algo ha cambiado) acostumbrados. Sin embargo aún hoy, golpes de estado, desapariciones forzadas y -sobre todo- basura mediática son de nuevo sus armas.
Esos que defienden la continuidad de la muerte vestidos de blanco, al escuchar hoy términos como autodeterminación de los pueblos, igualdad de las personas, empoderamiento popular o participación ciudadana, sienten lo que el absolutista sentía cuando las masas desheredadas de la Francia oprimida cambiaron el curso de la historia; el fin de su reino feroz.
Las mujeres invisibles de las colonias, «los indios» de Bolivia, los enfermos de las bananeras y hasta «el gorila» venezolano han dicho, junto a las fuerzas legítimas de las masas, ¡basta de racismo y marginación!. Y en ese proceso liberador, que requiere sin duda de una herramienta comunicativa, entramos los periodistas y documentalistas que comprendemos el oficio, de la única manera que puede ser verdaderamente humanitario, es decir, siendo revolucionario.
Por eso ni las amenazas, que hoy ya se cruzan, de un ordenador colombiano, a un tribunal político de Madrid, mezclando vascos o palestinos con venezolanos, como si de un desafío se entendiera, no conseguirá acallar, no ya la denuncia, sino el propio camino, libertario y rompedor, de quien no soporta mas cinismo, mas mentira genocida. Solidaridad o barbarie, pedimos nosotros, de Euskal Herria al Chocó, de Gaza a Zaragoza y Caracas. A este proceso popular que ya está en marcha, ningún gabinete de propaganda «antiterrorista» al servicio del status quo lo detendrá.
Y es que el de los medios informativos, es el frente número uno, dos y tres de este crucial momento. Afganistán, las montañas del Cauca o el paso de Rafah, son trincheras en realidad muy secundarias. La sociedad «moderna y desarrollada», que se cree libre, vive cercada por un marco de opinión estrechísimo, que apunta, margina, encarcela o dispara a quien se salga de su siniestro guión.
Contrariamente a lo que la sociedad ha interiorizado, el derecho al libre pensamiento, ese que de verdad cuestiona al Poder, está severamente perseguido y castigado. Por eso cuando los pueblos y los individuos tratamos de solidarizarnos, somos vilmente señalados.
Periodistas inquisidores, académicos traidores y políticos corruptos han desplegado toda su maquinaria jurídica, militar, económica y policial contra la esperanza. Ellos, impávidos frente a un mundo que agoniza, crearán aún mas consenso para la persecución de los espíritus libres, y continuarán articulando, desde sus tribunas pagadas, el discurso hegemónico, anacrónico y silenciador.
Mas aún con todo este enorme desafío, que lejos de abrumarnos nos motiva, respondemos a sus mensajes intimidatorios, reivindicando que el periodismo por la vida es ese que camina con liberadora dignidad junto a los pueblos. A tinta y fuego.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.