A UNOS DIAS DE LAS ELECCIONES Faltan ya escasos días para las elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela. No son estas unas elecciones comunes y corrientes; lo que se juega aquí es de gran trascendencia, no sólo para el país sino para la geopolítica de inicios del siglo XXI. Después de décadas de […]
Faltan ya escasos días para las elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela. No son estas unas elecciones comunes y corrientes; lo que se juega aquí es de gran trascendencia, no sólo para el país sino para la geopolítica de inicios del siglo XXI.
Después de décadas de neoliberalismo feroz en todas partes del mundo, con el triunfo absoluto del gran capital sobre el campo socialista y con un retroceso fabuloso en las luchas populares, volver a retomar el ideario socialista es un paso enorme. En Venezuela es eso, precisamente, lo que está pasando: la lucha por mayor justicia está de regreso.
Pero a ello se suma algo de tanta o mayor importancia: Venezuela es hoy uno de los grandes productores de petróleo en todo el planeta, presentando además las reservas probadas más grandes de todo el orbe. De esa cuenta, su peso en la dinámica internacional es enorme, pensándolo desde la lógica de las grandes potencias capitalistas, y desde Estados Unidos ante todo, quien en estos momentos recibe de ahí un 15 % del crudo que consume.
Abastecimiento de petróleo y «mal ejemplo» para el resto de los pueblos -de Latinoamérica, del Sur, del mundo todo- son, por lo tanto, los elementos que hacen de la situación actual y del futuro inmediato de este país una mezcla explosiva de alto poder, por lo que las futuras elecciones no son un simple recambio de administración como sucede de ordinario en cualquier espectáculo eleccionario de cualquier juego democrático a los que ya estamos tan habituados.
En Venezuela, donde se está empezando a construir un nuevo modelo alternativo al capitalismo, el próximo 3 de diciembre se juega mucho, muchísimo más que una simple elección entre varios candidatos a gerentes, como lo son los presidentes en cualquier país «democrático». En buena medida, se juega un proyecto alternativo al capitalismo, y la probable consolidación del mismo a través del voto popular puede ayudar a trazar nuevos rumbos en el mundo.
Por todo ello, porque ahí comienza a consolidarse un nuevo modelo social posible -el socialismo del siglo XXI, que aunque no esté claro qué es, sin dudas no es capitalismo neoliberal-, y porque Washington ve cómo una gran reserva petrolera puede írsele de control, por esa combinación de causas tienen tanta importancia estas elecciones. Es por eso que los países capitalistas desarrollados del Norte, con Estados Unidos a la cabeza, tienen en Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana un nuevo demonio. Por razones geoestratégicas es que la administración de la Casa Blanca -sintiendo América Latina como su zona de influencia natural- no puede tolerar este desorden en su patio trasero. Cuba se le fue de las manos; Nicaragua, casi, pero guerra sucia mediante se logró colocarla en cintura nuevamente. Ahora con Venezuela, en épocas de dominio absoluto del gran capital y unilateralismo militar incontrastable es inadmisible esta insolencia.
Está claro que la elección a la que se enfrenta el electorado venezolano no es entre unos cuantos candidatos con programas más o menos similares, como suele suceder en otros comicios presidenciales, y donde las izquierdas apenas logran unos puntos. Aquí se elige entre la soberanía y una alternativa anticapitalista o entre la vuelta atrás en la historia. Aquí se elige entre el poder popular y los programas sociales o entre una nueva forma de dictadura, aunque esté disfrazada de democracia. Aquí se elige entre el petróleo en manos de un Estado con fuerte compromiso social, o la privatización más ultrajante de ese recurso natural. Todo eso la población lo sabe, por eso las grandes mayorías dan el voto por Chávez, porque es el líder que está conduciendo este proceso de cambio y quien puede asegurar la profundización de ese proyecto. Está claro, entonces, que la elección es entre un proyecto nacional de corte social y el proyecto hegemónico estadounidense, que pese a la reciente derrota en las elecciones legislativas, no cambiará en lo esencial en lo inmediato. Tal como dice el libro de Eva Golinger de reciente aparición, se trata de «Bush versus Chávez». La oposición local no es sino títere de la Casa Blanca, así de sencillo, así de triste. Eso sigue siendo aún Latinoamérica.
Todas las estadísticas desarrolladas hasta la fecha marcan una clara tendencia a favor del actual presidente Hugo Chávez con una diferencia que oscila entre el 20 y el 30 % de distancia sobre su contrincante. De esa cuenta, es imposible pensar que el candidato opositor, Manuel Rosales -figura impuesta por la administración de Washington (la veintena de partidos menores que se presentan no cuentan)- pueda ganar en términos normales estas elecciones. ¿Qué hará entonces la derecha, tanto la nacional como la que maneja la Casa Blanca -la verdadera oposición en la contienda-?
Como mínimo se vislumbran dos escenarios: 1) impedir el triunfo de Chávez el mismo día 3 de diciembre, o 2) aceptar finalmente ese triunfo, pero poniendo condiciones y/o trabas desde el día siguiente de los comicios buscando la reversión de las conquistas de la revolución. Se descartan otros dos escenarios como: 3) triunfo de Rosales con una real diferencia de votos en las urnas (todas las encuestas lo dan perdedor, más allá de la fabricación de su ascenso vertiginoso que lo pone ya en un empate con Chávez, manipulación mediática creada básicamente para la opinión pública internacional), o 4) aceptación caballeresca de los resultados permitiendo la autodeterminación de Venezuela y la construcción del mejor modelo de sociedad que la mayoría de venezolanos decida. Otra opción posible es 5) intentar deslegitimar todo el proceso electoral -siempre en la búsqueda de impedir el triunfo de Chávez, o enturbiarlo lo más posible al menos- provocando la retirada de todos los candidatos opositores unos días antes del 3 de diciembre, tal como se hizo el año anterior con las elecciones parlamentarias. Pero esto, destinada fundamentalmente a la propaganda internacional, no sería una barrera efectiva para detener el proceso bolivariano en lo interno sino que, en definitiva, le dejaría más amplitud aún. Otra opción aún: 6) intervención militar del gobierno de Estados Unidos, aunque no sea completamente descartable, no se ve posible ahora. Con el empantanamiento a que sus fuerzas de ocupación se ven sometidas en Irak y en menor medida en Afganistán, y luego del revés electoral en las recientes elecciones legislativas que pasaron la factura por lo desastroso de esas aventuras bélicas, no parece posible en el corto plazo la llegada de los marines. El «plan Balboa» de ataque a Venezuela existe, pero no hay indicios de que se vaya a materializar en lo inmediato. Según alguna información filtrada por ahí antes de esa derrota de unas semanas atrás, los halcones republicanos ubicaban una posible acción bélica para el 2008. Pero para las elecciones que tendrán lugar en menos de dos semanas en Venezuela no cuenta seriamente esta hipótesis.
De acuerdo a toda la información disponible a la fecha, lo más probable es que la derecha intente maniobras efectistas el mismo día de las elecciones. Ya son numerosas y bien fundadas las denuncias de complots para el día 3 de diciembre que el gobierno bolivariano y la prensa alternativa han presentado. Las instancias de seguridad del Estado están trabajando afanosamente para impedirlas o controlarlas. Saboteo en las mesas electorales, promoción de disturbios callejeros, saboteo en la empresa telefónica para impedir u obstaculizar la transmisión de datos, saboteo en el servicio de electricidad, saboteo a la economía nacional y especialmente a la empresa petrolera, «calentamiento» de calle, intentonas golpistas. No son pocos los medios de comunicación de la derecha que están hablando de fraude, preparando las condiciones para que la oposición llame a desconocer los resultados oficiales que darían la victoria a Chávez. No es improbable, incluso, repitiendo la reciente experiencia de México, que Manuel Rosales intente establecer un gobierno paralelo desconociendo el triunfo del movimiento bolivariano.
Fuerzas desestabilizadoras hay, y muchas. Si bien el gobierno revolucionario controla bastante el aparato estatal, hay infiltrados por todos lados. No son pocos los saboteadores que están trabajando a toda máquina para la contrarrevolución, y sin dudas habrá también algún sector golpista todavía entre las fuerzas armadas. Y también se ha denunciado en muchas ocasiones la presencia de saboteadores profesionales, mercenarios dispuestos a todo para crear caos el 3 de diciembre, o incluso en los días previos. Recordemos, para el caso, los montajes del golpe de Estado de abril del 2002. En aquella ocasión los francotiradores de Puente Llaguno fueron salvadoreños; ahora se habla de 5.000 colombianos preparados para entrar en acción ya diseminados por todo el territorio nacional. ¿Por qué la derecha no iría a repetir algo así, corregido y aumentado? ¿Acaso dejaría perder Washington así nomás su gran reserva petrolera?
De todo este posible escenario ya se ha hablado mucho en estos últimos días, y la población bolivariana sin dudas está alerta. Aunque sea totalmente verídico este escenario desestabilizador, con lo que se buscaría crear el descrédito internacional y preparar las condiciones para un vacío de poder que arroje finalmente a Chávez fuera de Miraflores, o que, en todo caso, lo mantenga en el sillón presidencial pero de forma totalmente condicionada, no está asegurado que ese plan vaya a dar por fuerza el resultado esperado. Los pueblos también cuentan. Para muestra, lo sucedido justamente en la intentona golpista del 2002. Sin aquella fabulosa movilización popular espontánea, sin dudas la maniobra de la derecha hubiera triunfado. Pero no triunfó. Como no triunfó, tal como lo habían previsto los halcones fundamentalistas, la invasión a Irak. Aunque pomposamente el presidente Bush declaró en ropa militar y desde un portaaviones el fin de esa guerra, la realidad fue otra. El poder establece las condiciones, pero las masas no siempre son todo lo manipulable que se espera.
Si bien la derecha contrarrevolucionaria -la estadounidense y la criolla, títere de la primera- tienen trazados sus planes, también la revolución sabe defenderse. Los observadores internacionales -de la OEA, de la Unión Europea, del Centro Carter, o los medios informativos extranjeros acreditados en el país- no son una inconmovible garantía de objetividad para los comicios; pero al menos son un resguardo y una «molestia» para planes desestabilizadores. Además, a todos los planes agresivos de la derecha el gobierno revolucionario les respondió con la amenaza de un «Plan Ch» como posible reacción, que implicaría el corte inmediato del suministro petrolero a Estados Unidos. Más allá de lo retórico, ello significa que el gobierno no está dormido, que hay posibilidad de reacción. Hugo Chávez no es Arnoldo Noriega ni Saddam Hussein; las historias tejidas con sus respectivos pueblos no son las mismas, y en Venezuela hay ya ejemplos concretos de movilización en defensa de su líder y de la revolución distintamente a los casos de Panamá o de Irak. Si internacionalmente las usinas mediáticas lo presentan como un dictador autócrata, al menos un 60 % de venezolanos no piensan eso. Y son ellos los que pondrán el voto en las urnas, los venezolanos de los sectores populares, de los barrios, de las comunidades rurales. Además, esos votantes defienden una revolución, ahora tanto o más que lo que defendieron en abril del 2002. ¿Podría repetir Manuel Rosales la movida de López Obrador en México?
Es muy probable que el 3 de diciembre sea un día caliente; que corra sangre incluso. Pero no está asegurado que caerá la revolución bolivariana. En las urnas ya está dicho (infinidad de encuestas lo atestiguan) que ganará Chávez, y eso pareciera ser una tendencia inmodificable. Toda la propaganda contrarrevolucionaria no ha logrado quitarle votos a Chávez, más allá del perfil que se fabricó hacia el resto del mundo mostrando un Rosales en ascenso, empatado hoy por hoy en la preferencia electoral. Lo que resta ahora, en estos días previos a los comicios, es seguir trabajando para mantener la sintonía del gobierno revolucionario con su pueblo. Habrá que estar preparados, movilizados, listos para el combate con el más alto espíritu de lucha este próximo domingo 3 de diciembre; pero no será bueno entrar en pánico ante las denuncias de planes desestabilizadores. Una revolución no es tarea sencilla; si se trata de transformar el mundo, ¿por qué los que pierden sus privilegios se quedarían callados sin actuar? Esto lo sabemos, y sabemos que la reacción seguirá trabajando después de las elecciones. Quizá ahí se ahonde el verdadero trabajo de obstaculización por parte de la derecha (¿plan Balboa?, ¿denuncia de narcotráfico y terrorismo internacional en Venezuela? ¿Denuncia de nexos con la guerrilla colombiana?). Pero ahí también, con el respaldo de los votos de una amplia mayoría (un 60 % pareciera según las encuestas, quizá más), empezará la profundización de lo que se vino construyendo en estos primeros años, desde 1998 en adelante. La revolución y el socialismo del siglo XXI están por seguir haciéndose; vale la pena seguir adelante, aunque haya que tolerar tantas provocaciones.