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Abortar la hipocresía

Fuentes: www.santosochoa.blogspot.com/Rebelión

«Primero la vida» La pobreza extrema y la falta de medios y de planificación sanitaria hacen que cada año mueran en el mundo 4 millones de recién nacidos durante los primeros 28 días de vida. Diariamente 1.500 madres mueren por complicaciones en el parto o durante el embarazo. Desde 1990 han muerto 10 millones de […]

«Primero la vida»

La pobreza extrema y la falta de medios y de planificación sanitaria hacen que cada año mueran en el mundo 4 millones de recién nacidos durante los primeros 28 días de vida. Diariamente 1.500 madres mueren por complicaciones en el parto o durante el embarazo. Desde 1990 han muerto 10 millones de mujeres por estas circunstancias.

El 80 % de estas muertes de madres se evitarían sólo con atención sanitaria básica y con un acceso normalizado a servicios mínimos de maternidad. La pobreza es la principal causa de este problema, pero también lo es la intolerancia que prohíbe a los niños, niñas y mujeres de estos países el acceso a una educación básica, o la intolerancia que promueve matrimonios infantiles, o la negativa a ofrecer medios para prevenir enfermedades mortales, como por ejemplo, el SIDA.

«Primero la vida», es el slogan que enarbolan como bandera muchas confesiones religiosas para ir contra el aborto. Pero simultáneamente a eso, no se comprueba un esfuerzo similar contra la principal causa del aborto: la pobreza, que por sí sola genera cientos de miles de muertes de madres en «hospitales», donde en algunos de ellos para cortar el cordón umbilical materno no cuentan con otros medios que una piedra o un cuchillo de cocina usado.

Tomando como ejemplo a Níger como país de referencia en los extremos de pobreza, una de cada siete madres muere por ser madre en este país. En España es una por cada 16.400, o en Irlanda una por cada 47.600 mujeres.

Nadie puede discutir que la vida del recién nacido depende muy directamente de la de la madre. Si esta muere, el niño tendrá pocas posibilidades de sobrevivir en un país pobre como Níger, por ejemplo. Pero la mayor parte de las vidas de estas mujeres se pueden salvar con medios muy simples o simplemente acogiéndose al aborto. No es racional defender la vida del no nacido, como algunas confesiones hacen, a costa de sacrificar la de la madre, y también, poco después, la del recién nacido que morirá muy posiblemente y si no, acabe siendo un desgraciado que existe sin vivir, un niño esclavizado desde su infancia fruto del libre mercado y del capitalismo salvaje, al cual, confesiones como la católica tampoco han condenado nunca decididamente. Si Jesús está entre los pobres, ya le hemos condenado de nuevo con cientos de miles de vidas. Por ello, la solución o uno de los remedios que atenuarían la situación, sería la educación sexual o la prevención, pero esto tampoco lo permiten, lo que hace que la situación se convierta en un drama que se debe asumir estoicamente como un dictado del dios trascendente al que se adore, al que se supone su bondad por lo inescrutable de sus caminos.

En España, por ejemplo, la Iglesia católica en lugar de ir contra las causas que originan el problema, prefieren gastarse ingentes cantidades de dinero en campañas publicitarias como la llamada «del lince» para satanizar el derecho al aborto y seguir promoviendo el estoicismo entre sus feligreses.

No podemos obviar, que en los países más pobres, el papel de la mujer es decisivo en el desarrollo económico del país. En general, en muchos de estos países son el principal sustento familiar sobre el que giran todas las tareas productivas. Por el contrario, las políticas patriarcales asociadas a dogmas religiosos son tremendamente improductivas e ineficaces para combatir la pobreza extrema; más bien al contrario, la promueven porque en su base fomentan la desigualdad, la marginación, el autoritarismo y la sumisión, todos ellos parapetados por la imposición de la superstición y la amenaza física.

La vida metafísica y la vida real

Comerse un huevo no es comerse una futura gallina o gallina en potencia; comer uvas no es beber vino, o como bien dice el escritor Amando Hurtado, pensar que el cigoto o el feto ya es un ser humano, equivale a confundir los cimientos de un edificio con el edificio mismo. El concepto de ser humano no es el mismo que el de persona. En esto, la Iglesia católica es experta en hacer de sus dogmas problemas conceptuales donde cabe decir lo que se quiera, pues los conceptos son tan convencionales como arbitrarios, no constituyen la realidad, sólo la designan para entendernos en ella. Está aún activo el debate que ella abrió sobre si la unión de parejas homosexuales se les debe llamar matrimonio o no, cuando en realidad lo que buscan es negar a este colectivo a igualdad real de derechos civiles reconocidos por la ley al no incluirlos en el grupo civil de los matrimonios. Poco importa si son churras o merinas, lo que importa es separar y negar derechos humanos.

Parece evidente, por tanto, que no son las ciencias empíricas las que deben decir cuándo comienza la vida a ser vida humana, ni tampoco ninguna fe religiosa o dogmática, sino la ética y la filosofía, y de ellas no se establecerán premisas únicas e indiscutibles. En ese sentido, todos debemos convenir que en el cigoto que dará lugar a un ser humano se contiene el patrimonio genético de ese ser. Este ser es en potencia, y lo que es en potencia lo es porque aún no es realmente, no tiene ser. Se trata de una realidad intermedia entre el ser y el no-ser.

Es fácil ver que la defensa de la vida desde puntos de vista metafísicos es posible desde cualquier ángulo, y la concepción de la vida desde lo religioso siempre es metafísica, por lo que se trata de una concepción donde caben multitud de argumentos gratuitos y arbitrarios por la indemostrabilidad del punto en el que deciden establecer el origen la vida.

En cualquier caso, nuestra legislación por medio del Código Civil, establece en su artículo 29 que únicamente tras el nacimiento se puede hablar de persona. Este artículo no es nada nuevo y tampoco se modificó con el gobierno ultraconservador de Aznar ni la jerarquía católica movió un dedo para que se modificase este artículo ni la Ley del Aborto bajo la que se practicaron 650.000 abortos en la etapa Aznar.

No debe resultar difícil, por tanto, entender que los conceptos «ser humano» y «persona» son diferentes. El ser humano es el soporte biológico y físico en el que posteriormente puede desarrollarse una persona. Por ello, no es posible la persona sin el molde del ser humano, pero sí es posible lo contrario; recordemos el caso del niño salvaje de Aveiron, el cual después de aproximadamente 17 años perdido en el bosque, puede ser considerado un ser humano, pero no ha desarrollado desde el momento de su nacimiento plenamente la esencia de la persona, es decir, de aquello que ningún otro animal posee: conciencia moral, raciocinio, capacidad de abstracción, lenguaje articulado, etc. La persona es posible posteriormente al nacimiento del ser humano, pero no simultáneamente.

Por otro lado, excepto la persona, ningún animal es responsable ya que no tiene capacidad para elegir entre lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, sólo es su instinto el que marca su acción. De alguna manera todos los animales están programados por la naturaleza para hacer lo que hacen. Por ello, no condecoramos a las hormigas por su extenuante trabajo durante el verano recogiendo semillas para el invierno, ya que ellas no eligen entre hacerlo o no hacerlo. Simplemente la naturaleza les impone su acción. Por tanto, se es responsable sólo si se es libre de elegir con total autonomía. En este sentido, para muchos el aborto es inhumano, pero lo realmente inhumano es la imposibilidad de elección que piden para las mujeres; lo inhumano es que condenemos a la pobreza a millones de hombres, mujeres y niños, sin que puedan elegir salir de ella porque nosotros ya les hemos programado para sufrirla y morir.

No encontramos respuestas porque hacemos mal las preguntas. No podemos dejar de convenir que se trata de una cuestión de la que todos podemos opinar libremente, pero no para desviar el derecho y la obligación civil del Estado a legislar más allá de las confesiones, pues el Estado acoge tanto a los que la poseen como a los que no con igual derecho y obligación. Las confesiones religiosas no pueden reprobar moralmente al Estado, sino únicamente a sus feligreses. Por su parte, el Estado debe legislar para toda la ciudadanía desde los principios de la ética. Por esa razón, no es posible religión sin ética, pero si ética sin religión. En occidente solemos presumir de saber no mezclar lo religioso con lo político y acusamos y compadecemos con aires de superioridad cultural y religiosa a los estados islámicos de hacerlo, al tiempo que se les tacha de radicales por eso mismo. Necesitamos limpiar nuestros espejos.

Dogmatismo, integrismo y fanatismo

Puede que todo el debate se haya planteado siempre de forma falaz. Es decir, el núcleo del debate no es lo que entiende la iglesia católica por vida y su origen, sino que ella dice estar en posesión exclusiva de la verdad y la impone so pena de condena eterna en caso de desacuerdo. Pero el asunto no es la idea de la vida que la Iglesia tenga, que ya la conocemos, por ejemplo desde Darwin, sino aplicar una vez más la dogmática intolerante, una vez más el hecho de no consentir la adquisición de un derecho que ella considera aberrante. Muchos de los derechos hoy ya consolidados fueron igualmente denostados en el pasado por ella, y de ser por ella hoy no serían efectivos. Sin embargo, los acaban asumiendo en el tiempo y después alegan amnesia.

En cualquier caso, muchas confesiones aún no comprenden bien que para regir sus vidas los ciudadanos eligen a sus representantes políticos, no a los ministros de una religión para que impongan su criterio a los representantes políticos, ya que el ámbito religioso no puede dejar de circunscribirse sino únicamente al privado.

El descrédito de algunas iglesias y confesiones religiosas viene marcado no por una involución o un paso cambiado respecto del ritmo de la sociedad, sino porque se han visto en la necesidad de romper sus silencios y se ha desvelado lo que piensan realmente. A eso se le suma la escandalosa proliferación de casos delictivos muy graves en sus filas como la pederastia, la tortura o el abuso sexual y la protección que el Vaticano hace de esos delincuentes con sus recursos económicos. En cualquier caso, los católicos están obligados a acatar esas decisiones por la infalibilidad del Papa y otros dogmas a-racionales de su doctrina. Pero esa infalibilidad y esos dogmas son un síntoma de intolerancia, fruto de concebir que sus valores son absolutos, los únicos verdaderos que excluyen a cualesquiera otros aunque lo que defiendan sea lo mismo que otras confesiones, pero con diferentes conceptos. Ese sentido de la Verdad, y de su patente en exclusiva, les hace sentirse obligados altruistamente por bien de la humanidad a evangelizarla aunque para ello tenga que adoptar los métodos más crueles, los cuales son sólo efectos colaterales irremediables. De ahí, su ímprobo trabajo para hacernos entender que su concepción de la vida tiene verdaderamente en cuenta la vida real de las personas, y no el concepto de la vida desde el Dogma.

 

Pederastia y pedofilia

En marzo de 2009, el arzobispo brasileño José Cardoso Sobrinho excomulgó a la madre y a los médicos que practicaron un aborto a una niña de 9 años embarazada de gemelos por una violación de su padrastro. Al preguntarse en una entrevista al arzobispo, cómo se hubiera sentido si la niña hubiese muerto por llevar el embarazo hasta el final o por las evidentes complicaciones del momento del parto, respondió con una curiosa anécdota: «una médico italiana mantuvo su embarazo aún sabiendo los riesgos que corría. ¡Murió, pero se hizo santa! ¡No podemos sacrificar una vida para proteger otra!».

Suelen decir los doctores de la iglesia que Dios hizo libre al hombre, razón por la que Dios no es responsable del mal del mundo. En el caso de la niña brasileña, por ejemplo, Dios no tuvo voluntad para impedir esa violación, sino que sólo es fruto de la voluntad humana. En cambio debemos respetar que Dios tenga voluntad para que el embarazo de la niña continúe y llegue al parto. En este sentido, cabe decir que si nos hizo libres para decidir antes, también lo somos para decidir después. De no ser así, todo se convierte en un lodazal de crueldad sin sentido que se intenta disfrazar de contenido moral absoluto por aquellos que administran la voluntad de Dios en exclusiva. Después de todo, estos mismos califican como mucho más grave el hecho del aborto que las repetidas violaciones del padrastro a su hija desde los 6 años hasta que quedó embarazada a los 9. Puede decirse que están más preocupados de la vida como un dogma, que de la vida real de los afectados, más preocupados por el alimento espiritual de las almas, que por el alimento que debería llegar a millones de estómagos transidos de pobreza y hambre. En cambio, ya se cuentan por miles de millones de dólares los que el Vaticano se ha desembolsado para resarcir o indemnizar a miles de personas víctimas de abusos sexuales o torturas de sacerdotes, cardenales u obispos.

No es fácil saber si la iglesia está retrocediendo en el tiempo, o si sencillamente se trata de una institución corrompida por el poder y la hipocresía. El Concilio de Trento de 1545 establecía que «ofender la inocencia de los niños» es uno de los pecados más abyectos que humanamente pueden cometerse. Es enterrar en vida a la víctima. No sólo eso no ha cambiado en el seno de la Iglesia católica, sino que ni siquiera cumplen con su privilegiado derecho canónico, el cual establece la expulsión del clero en este tipo de casos.

Contradicciones insalvables

«Cuando se vanaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal». Esta aberrante idea fue concebida por Ricardo Benjumea, director de la revista «Alfa y Omega» editada por la Conferencia Episcopal Española y publicada con el diario conservador ABC. Con ella quiso mostrar su desacuerdo con la comercialización de la llamada «píldora del día después». Merece un análisis pormenorizado:

1º.- Dice la jerarquía católica que el sexo sólo debe darse con el fin de procrear, ya que si no es así, nos animaliza. Falso, pues es justo lo contrario: los animales practican el sexo sólo con el fin de procrear, de conservar la especie según el dictado biológico del instinto de supervivencia. En cambio, cuando el sexo es una actividad lúdica, sana, de la que incluso puede nacer el erotismo, arte, sería más bien un rasgo exclusivo de la persona y no de ningún otro animal. Con razón Platón hablaba de la «escala erótica» como parte exclusiva de la esencia del hombre. Por tanto, lo que realmente predican es la animalidad sexual y no un sexo humano.

En cualquier caso, parece evidente que sin el sexo una gran parte del discurso de la Iglesia católica no existiría, lo cual nos lleva a dudar de si lo abominan o lo necesitan.

2º.- Habla también de la desvinculación del sexo fuera del matrimonio como algo moralmente malo. En este punto, este «sr.» debería entender que el matrimonio no es una institución ni divina ni natural, sino que tan sólo es fruto de la convención humana creada incluso mucho antes de la expansión del cristianismo. Es un contrato entre dos partes que se establece de muy diversas formas atendiendo a la cultura que lo acoja. Por tanto, cualquier valor con carácter universal lo es con independencia de si se da en el seno de un matrimonio o no. La dignidad existe independientemente de que uno esté o no casado. El matrimonio no conforma la esencia de ningún valor, es un mero accidente.

3º.- También ocurre lo contrario de lo que dice en otro sentido, y es que si se vanaliza el sexo pueden acabar pensándose aberraciones, como desear despenalizar el delito de la violación. Según el director de Alfa y Omega, no es necesario penalizar la violación ya que «sólo a 100 metros, uno tiene una farmacia para comprar, sin receta, la pastilla que convierte las relaciones sexuales en simples actos para el gozo y el disfrute». Quizá no haya caído en la cuenta de que ningún animal puede ser violado, en cambio las mujeres (o los hombres) si: tienen dignidad. Quizá no deba sorprender aquello por lo que la Iglesia católica apuesta en ocasiones, tales como el desprecio por las mujeres y la misoginia, pero no es admisible que haga apología de un delito como la violación, lo cual es más propio de delincuentes que de ciudadanos de orden que dicen predicar en sus púlpitos un sentido cristiano de moralidad.

4º.- Vanalizar el sexo es precisamente lo que el Vaticano hace por boca de su ministro monseñor Antonio Cañizares, el cual nos dice que lo ocurrido recientemente, por ejemplo en la muy católica Irlanda durante 30 años, en los que se han comprobado miles de casos de torturas y abusos sexuales a menores incluso de tres años por parte de sacerdotes, es cosa de «unos cuantos colegios» como algo casi anecdótico, y simultáneamente a esas declaraciones y a ese escándalo la Iglesia lanza campañas publicitarias millonarias contra el aborto y el gobierno socialista español, porque según el presidente de la Conferencia Episcopal, protege más al lince ibérico que los derechos de los niños. En cuanto a la protección de los derechos de la infancia no es precisamente la Iglesia la que debe dar lecciones de moral.

La ley de Plazos

Es evidente que el aborto es un fracaso que intenta siempre evitar un mal mayor que pesaría más que el hecho mismo de la vida. Es, asimismo, un derecho y como tal es el Estado el encargado de administrarlo y hacerlo efectivo. No se trata de una imposición.

En cualquier caso, la futura ley de plazos española, no hace sino equipararse a otras de nuestro entorno europeo, incluso la italiana, la cual tiene una ley de plazos similar a futura española. En este sentido, cabe decir que ninguna conferencia episcopal europea ha auspiciado manifestaciones ni campañas tan costosas como la española. Por ello, no se entiende cómo es que si la moral católica tiene valor universal para lo humano, valiendo lo mismo en unos lugares que en otros, en otros países con leyes similares no se haya oído a sus obispos en la calle de forma tan vehemente y en España sí. La respuesta no es de índole religiosa, sino política y de pura estrategia para no perder cotas de poder e influencia dentro de la esfera del Estado Social.

En cambio, la vocación universal de la Ley, entre otras cosas, regulará especialmente teniendo en cuenta la salud reproductiva y sexual de la madre, la protección del personal sanitario que lo practique conforme a las premisas que el poder legislativo marque, así como también la «objeción de conciencia» del sanitario que por razón de creencia se niegue a practicar un aborto. No podemos olvidar que en España la Iglesia cuenta con muchos hospitales en propiedad.

En cualquier caso, uno de los asuntos más polémicos de la ley es que las mujeres mayores de 16 años puedan abortar con el consentimiento de los padres o sin él. En este punto, debemos recordar que la edad penal en España también se fija a los 16 años. Es decir, que a partir de esa edad se puede ser condenado penalmente porque se tiene capacidad plena para obrar, para elegir, lo cual implica responsabilidad plena. Por ello, no es posible ser responsable legalmente para ciertas cosas y no para otras, como poder elegir libremente. Sería hipócrita decir que estas mujeres son responsables de un delito punible que implica privación de libertad, y sin embargo no sean responsables para la elección de su situación reproductiva. Si se es responsable, no se es sólo a ratos. Por tanto, el debate no es si estas mujeres son suficientemente mayores o no para tomar esa decisión, pues nadie ha cuestionado hasta ahora que sean demasiado jóvenes para tener responsabilidad penal. El debate se centra en el hipotético fracaso familiar de unos padres que pueden no gozar de la confianza de su hija para tomar una decisión tan crucial como esa.

El autor es profesor de Filosofí, y jefe del Departamento de Filosofía del IES Alonso Quijano (Quintanar de la Orden)

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.